martes, 5 de mayo de 2009

Padres e Hijos: El Gran Viaje

No trataremos sobre la gran novela del fundador del realismo ruso en el siglo XIX, Padres e Hijos, de Iván Turguéniev. En ella podríamos ver cómo la incertidumbre y precariedad del ser humano produce el desmantelamiento de los valores y conceptos tradicionales. El más europeísta de los narradores rusos, en oposición a la tendencia eslavista de Tolstoi y Dostoievski, califica a su protagonista, el hijo, como un nihilista, que no cree en nada, el rebelde ingenuo, inocente, descabellado, aquel que en su rechazo desenfrenado es capaz de hundir los valores del padre. Con esta primera mirada a la rebelión juvenil que bien valdría la pena ser leída, tanto por los padres como por los hijos, por esa impronta de ataque a la injusta sociedad y a las normas paranoicas que contiene, nos acercamos a EL Gran Viaje, el film franco-marroquí de Ismael Ferroukhi del 2004.

Marruecos constituye, seguramente, nuestra frontera más cercana. Unos cuantos miles de personas forman esta comunidad en España. La mayor parte de ellos son nuestros compañeros, amigos o conocidos en el pueblo. Por tanto, tal división territorial es un engaño. Son de aquí. Uno de sus valores preponderantes está en el ser musulmanes, una religión que surgida del tronco de Abraham se asemeja en mucho al cristianismo y al judaísmo. Pero no acabamos de verla de igual forma. Ello constituye uno de los problemas principales para el encuentro fraternal que nos plantea la convivencia. Estudiar esta religión, sus distintas manifestaciones, tradiciones y costumbres puede llevarnos a la posición adecuada para comprender e interrelacionar las riquezas que hagamos surgir del encuentro mutuo. Es lo que sucede, en gran medida, en la película que tratamos: el viaje de un padre y su hijo a La Meca, un valor muy grande para el Islamismo que profesa el padre y un total desconocimiento dentro de los valores del hijo. Ambos tendrán que reconocerse dentro de un coche con el que recorrerán miles de kilómetros por los más diversos caminos y culturas europeas hasta llegar a la Piedra Sagrada en Arabia.

Ahora bien, las numerosas peripecias de este viaje, más allá del esfuerzo, el turismo y la fe religiosa, y más allá también del personaje de la misteriosa mujer que los acompañará durante un trecho y del no menos enigmático Mustafá que igualmente aparece, lo que más habría que destacar serían esos momentos de reflexión que el hijo realiza desde el mismo instante en que el padre le plantea efectuar el viaje. Todos hemos oído, y nos parece bien, que padres e hijos deben comprenderse, ayudarse y quererse. Y también hemos oído, e igualmente nos parece muy bien, que es el hijo, por el natural respeto que privilegia al padre, quién más debe observar esta relación. No sólo por la cuestión de la autoridad y la mayor experiencia que caracterizan al padre, sino, sobre todo, por ese cuidado especial que debe reciprocar el hijo a quién se lo dio y continúa dándoselo. Es uno de los mayores valores humanos.

En medio de las adversidades, las solitarias carreteras, el desierto y todo el panorama natural y social que aparecen en la película, el recorrido de padre e hijo se convierte en el viaje interior de cada uno de ellos hacia sí mismos y hacia el otro. El padre, (que igualmente podría ser la madre. Y sería otro tema bien interesante el abordar la diferencia de género que tenemos vigente en este asunto) los padres, las madres, casi como un asunto eminentemente biológico, nos trajeron a este mundo: el primer agradecimiento; nos cuidaron, nos protegieron, nos criaron, nos educaron, haciendo muchas veces miles de sacrificios en sus vidas: el segundo agradecimiento; ¿acertaron o se equivocaron en la formación que nos dieron? Suele aceptarse que lo hicieron lo mejor que pudieron, y es honroso aceptarlo, son nuestros padres, como quiera que lo hayan hecho: el tercer agradecimiento. A veces estos agradecimientos son muy contradictorios, es normal, lo comprobaremos cuando llegue el momento de, en vez de darlos, nos toque recibirlos. Es que todo ser humano es, al mismo tiempo, el engendrado y el que engendra, el que protege y el que es protegido, el que educa y el que es educado. Pero necesariamente son diferentes. Comprender la diferencia es el principal objetivo de este viaje. A través de esta comprensión cada cuál encontrará su identidad.

Entonces, el film, con la poesía, el buen humor y los contrastes de caracteres entre uno y otro personaje, trata sobre la identidad más legítima con que se alza el respeto de una persona hacia otra. Podría ser un viaje entre hermanos, o entre amigos. Siempre se trataría de una confrontación entre lo que es un individuo y lo que es otro. Pero ese ser uno mismo lo hace cada cuál, aunque el otro, o los otros, contribuyan a identificarnos. La identidad personal sólo nos atañe a nosotros mismos en la más profunda soledad. Nada ni nadie nos la otorga. Nos la hacemos con múltiples esfuerzos, vivencias y reflexiones en la lucha interna que continuamente vamos haciendo. Tal parece que no hay fin en este quehacer. Sólo hay etapas. La conciencia de en cuál de ellas estamos nos lo va diciendo el propio camino que diariamente recorremos.

A esa conciencia nos invita esta película: a empezar a vernos por dentro a través de nuestras relaciones con los demás, porque también se trata, maravillosamente, de que no podemos ser si no somos con los demás. Cuando podemos ser con los otros lo que realmente hemos descubierto que somos nos viene una paz inmensa. Es fruto de esa gran necesidad que tiene todo ser humano de ser consigo mismo y con los demás. Porque existimos en la medida en que nos interrelacionamos y compartimos. Cuando no podemos congeniar esa dualidad entre el individuo y el colectivo la vida se nos puede convertir en un infierno. Entonces, buscarla, adaptarla, propiciarla, ayudarla, celebrarla, constituyen los principales valores para cualquier convivencia. El inviolable viaje de un grupo, una comunidad, un pueblo y una nación.

Podemos disfrutar enormemente esta película. Está muy bien hecha en todos los órdenes del arte cinematográfico. También podemos permitir que nos ayude a ser mejores seres humanos. Fíjense, al principio, en la escena en que el hijo se debate, solo en su cuarto, entre hacer lo que él quiere y lo que quiere el padre. ¿Por qué apenas conversan durante el viaje? ¿En qué momentos cada cuál impone sus deseos? ¿Qué actitudes toman estos personajes protagónicos ante los otros? ¿Cómo se va gestando la identificación entre padre e hijo? ¿Cuándo empiezan a ceder las individualidades? ¿Cómo logran un reconocimiento mutuo? ¿Qué significa la libertad? ¿Es posible rectificar y volver a comenzar? ¿Dónde terminó el viaje del padre y el hijo?

Otras interrogantes deben aparecer, porque precisamente estamos hablando de lo que cada individuo quiere ser y hacer en esa vida única que cada cuál tiene. Buen viaje.

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