miércoles, 12 de mayo de 2010

ARREGLO DE LA PÁGINA 46 DEL LIBRO


ESTA OCASIÓN PARA QUE TODOS PODAMOS SALVARNOS

Cuba podría ser la más dramática sensación de que el mundo no se puede cambiar, de que cualquier día podemos ahogarnos con nuestros propios alientos, de que la Tierra y la Vida Humana no tienen ningún sentido. Pero al mismo tiempo, Cuba ha hecho germinar unas encrucijadas donde la desesperación y la esperanza parecen darse la mano. Si esa unión es capaz de crear la voluntad necesaria, también Cuba podría ser la sensación más aproximada de que el mundo podría cambiarse, de que no nos ahogaremos en nuestros alientos, de que la Tierra y la Vida Humana tienen un espléndido sentido. ¿Será posible?

Podría pensarse, atendiendo a la banalización que impera por doquier, que actualmente ya no es tan importante apoyar o condenar al proceso revolucionario cubano, que las dos posiciones deben tener muchas razones y que el problema fundamental es otro. Que ahora se trata de otra actitud, porque si logramos traspasar el laberinto kafkiano del que todavía somos huéspedes en todo el mundo podremos seguir enarbolando la efectividad de las palabras. Sí, es cierto en gran parte, ya que decididamente no es la isla la máxima preocupación del planeta. Ella sólo es una reacción, –lo más dignamente posible en medio de la indignidad mundial— por el derecho a defenderse y a equivocarse al instalarse en el gran problema del mundo. Entonces, defender o atacar a Cuba ya podría no ser defender o atacar a una postura ideológica o a una forma de organización social. Puede ser otra cosa. Podría ser creer o no creer que se puedan encontrar nuevas propuestas vivificadoras para cambiar el rumbo de la Civilización y hacerla un patrimonio de todos.

Mientras no las encontremos la ceguera nos seguirá dominando, porque, por sobre todas las visiones, la razón fundamental que agranda a esta pequeña isla, en su larga y complejísima lucha, es precisamente esta dignificación del derecho a la vida de los más desfavorecidos de la Tierra: mantener el dedo en la llaga de la Humanidad, esa llaga de humillación y muerte que una buena parte del mundo ha escogido no tocar. Ello hace que cualquier absolución o condena a Cuba tenga que pasar primero por la sensatez de descubrir la herida: la consideración de la dignidad humana para todos como el valor más absoluto. Identificándonos en esa igualdad es como único podremos colaborar al hallazgo de una alternativa al sistema reinante. Se trataría de afirmar los valores que propicien una convivencia armónica en aras de la supervivencia de la especie humana: el verdadero problema del Mundo Moderno.

¿Qué otro cuerpo ideológico, sistema político-económico, conjunto de naciones, país, institución o iniciativa social organizada con algún poder en estos momentos en alguna parte de la Tierra comporta semejante actitud de exigencia humana ante los más poderosos del Mundo? Resulta muy triste observar una enorme carencia. Para nadie es un secreto que cada vez más, impulsada por los grandes medios en manos de unos pocos, prospera la idea de que cada cual busque lo mejor para sí mismo y se olvide de cualquier otra preocupación, el famoso “sálvese quien pueda”, porque, sencillamente, el ser humano, en sociedad, es insalvable. Arribar a esa conclusión es el peor desastre que puede sucederle a un individuo y a una civilización.

No cabe duda de que entre migraciones humanas desenfrenadas, traslaciones de enfermedades incontrolables, u otras controlables que no compiten siquiera en la carrera de las decisiones, encuentros culturales explosivos y un desconcertante cambio climático que, en vez de abrirnos las orejas, cada vez más nos ensordece, el abismo entre un mundo rico y otro pobre ya es inflamable, real e histórico. Extender la sociedad consumista no lo aguantaría la Naturaleza. Pero los seres humanos buscarán eternamente su mejoramiento allí donde esté. De hecho ya todos nos estamos juntando, poco a poco, pero el movimiento es indetenible. El umbral de la barbarie está siendo atravesado desde el propio abismo que se ha creado entre los seres humanos. Globalizar la idea y la lucha por la digna cooperación entre todos los habitantes de la Tierra es un imperativo.

Será la ocasión para que todos podamos salvarnos. Una brillante oportunidad para seguir imaginando razones y así poder absolver o condenar todo aquello que nos niegue la existencia. Es el camino que nos dicta la realidad y la historia que pugnan su continuidad. Por ello Cuba, asediada, contradictoria, terrible y espléndida en la mayor crisis de su proceso revolucionario se convierte en una sencilla advertencia: o se cambia el mundo que tenemos o cada vez se caotizará más todo lo que tenemos, ya que resulta inconcebible, en la teoría y en la práctica, que unos puedan vivir dentro de un bienestar a costa de las penurias, los sufrimientos y la muerte de otros. Esta es la razón fundamental por lo que la pequeña isla del Mar Caribe, cuando entre todos aclaremos sus entuertos, podría lograr que los ciegos puedan ver.

Entonces, sí, es cierto que el gran problema del Mundo no es atacar o defender a Cuba, sino la concientización sobre la herida que se le está ocasionando al Planeta. ¿Qué pasó en Copenhague? Todos nos enteramos hasta por los medios más reaccionarios: un estruendoso fracaso. Los ricos no quieren abandonar su bienestar. Saben que no pueden compartirlo. ¿Qué pasó en la Cumbre de los Pueblos por el Cambio Climático recientemente celebrada en Bolivia? Apenas los grandes medios hablaron de ella. No les interesa. Esa propuesta pertenece a los pobres de esta Tierra, a los que quieren acceder a un bienestar que pueda ser compartido entre todos. ¿Compartir? Eso aterroriza a los ricos. Y compartir es la única solución para la herida.

Entonces, sí, la defensa de Cuba es un problema fundamental en el Mundo. Es la referencia más consecuente en este Planeta que insiste, casi con fiereza, en mirar la herida y en defender a todos aquellos que se levantan para curarla. Entonces, por encima de todos los errores, las imperfecciones y las condenas que ha conllevado la supervivencia de la isla, resulta una obligación histórica defenderla, ayudarla, trabajar con ella, vivirla e intentar iluminar los nuevos caminos que tanto necesitamos. Es urgente defender a Cuba. Sin su grito desesperado, su fiel sacrificio por los demás y su inconmensurable esperanza en el mejoramiento humano, se perdería la necesaria dignidad para hablar sobre la herida del Mundo, y por sobre todas las cosas, curarla para todos. A fin de cuentas, Cuba también habrá de curarse y ella sólo es un trocito de tierra en el Atlántico, aunque tenga la extraña virtud o el imperdonable defecto de ser una memoria imprescindible para toda la Humanidad.