miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿Mi reino por un caballo?



Cuenta la leyenda sobre los reyes de Inglaterra que “por falta de un clavo se perdió una herradura, por falta de una herradura, se perdió un caballo, por falta de un caballo, se perdió una batalla, por falta de una batalla, se perdió un reino”. Pero las Crónicas Inglesas, más que de esos detalles, se centran en corrupciones, traiciones y otros asuntos bien contundentes. Y aunque muchas veces la condición humana desdibuje el sentido de las cosas y con toda su indiscutible e implacable naturaleza priorice la trascendencia diferenciada de algunos aspectos para unos y para otros, el detalle siempre será el detalle y no la profundidad de los acontecimientos. Por ello en la Historia el detalle no impone su preeminencia, sobre todo porque hagamos lo que hagamos nunca estaremos a salvo de la fortuna. Por ello, sin subestimar nada ni a nadie, la batalla más elocuente se decide en lo que seamos capaces de significar para “el reino”.

Todos los cubanos, todos, estamos inmersos en una batalla de país o del “reino”, o sea, del todo, y en numerosas ocasiones con nuestras acciones bordeamos el célebre grito que Shakespeare puso en su Ricardo III: “mi reino por un caballo”, o sea, la nada a la vista.

Muchos compatriotas creen que la problemática cubana se acerca a la leyenda y de ahí que la coloquen, al no encontrar motivos suficientes, fuera de su historia. Está claro que la situación tiene muchas posibilidades para entrar en una batalla legendaria. De ahí que, en buena medida, estemos llamados a impedir que se consoliden las peores posibilidades y a que nos ocupemos de las batallas imprescindibles, las que también son un detalle realmente determinante para todos. Por ello pienso que la actualidad nos obliga a matizar las visiones de “nuestras luchas” y a encontrar en esos matices “las escalas” y “la diversidad” que muchas veces la pasión no nos deja contemplar y que obligatoriamente debemos distinguir para no confundir la verdad del “reino” con el espejismo del “caballo”.

No se trata “de aceptarlo todo para ganar el reino”, pero sí se trata de ganarlo y en esa épica nos lo jugamos con amor o terminaremos odiándolo sin notar siquiera que podíamos esperar “un caballo” que, por demás, no existía. Si algunos acuerdos tomados por nuestro gobierno, u otros asuntos que nos rodean, nos parecen negativos para la victoria del “reino” y decidimos combatirlos, pues a dar batalla con toda la valentía que nos caracteriza, pero sabiendo, o al menos imaginando, que entramos en esos combates porque están dentro de las mejores posibilidades del “reino”. Cuando no se tiene la más aproximada certeza de ello y se emprenden luchas relacionadas con la tenencia del “caballo”, entonces sí, aún ganándolas o precisamente por ganarlas, estaremos caminando “de victoria en victoria hasta la derrota final”, ya que ninguna contingencia de la suerte posee la suficiente relevancia para salvar a “un reino”.  





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