Yo no soy el abanderado
ni ese que aparece en los libros
ni aquel que nombran los discursos;
yo voy a mi trabajo y regreso cansado,
busco lejos el agua y me baño,
beso a mi mujer, a los niños, y comemos todos,
lo que se puede, lo que haya;
después juego al dominó,y me río con mucha buena gente, mis amigos,
mientras se oye el paso de la ciega,
la convulsión con la novela,
las jornadas de la noche;
entonces me levanto y pregunto por aquel,
o por otro, o cómo van las cosas en el barrio:
nada buenas, pero seguimos;
luego, si hay, me tomo una cerveza,
ya con mucho sueño, casi rendido:
es cuando me acuesto
y me sorprendo volando entre los árboles,
nada más, el pantalón está en la silla;
en plena madrugada me despierto
con la vaga idea de estar lleno de rocío
y cumplo un día más de costumbres,
y ya, sin ningún asombro, normalmente,
bendigo a mi madre por este recorrido
y agradezco a la isla mi figura de tierra;
yo no soy, no insistas más, poeta,
no repitas tus hábitos heroicos,
yo no soy el hombre del poema.
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