El presente suele atrapar al
ser humano para redefinirlo posteriormente como nunca él se imaginó. Éste
parece ser el caso de Luís Pavón Tamayo, fallecido el sábado pasado en La
Habana como “un cadáver insepulto”, tal como escribió Norge Espinoza en un
artículo donde promete un libro a partir de testimonios de afectados por este
hombre que acaba de morir sin ninguna reseña oficial.
Leyendo sobre este “cadáver”
las notas publicadas en sus blogs por el músico Silvio Rodríguez y el escritor Norberto
Fuentes, y viendo que ambas son de dolor por el fallecimiento cuando los dos
parecen pertenecer en la actualidad a dos mundos distintos, vuelvo a
convencerme de las inutilidades de muchas de nuestras peleas donde vamos
desgastándonos con una prisa mayor que la muerte. Ante el deceso del compañero,
Silvio, entristecido, escribe que Pavón fue “un intelectual que realizaba una
labor combatiente”. Norberto, conmovido, publica un mensaje que le envió el año
pasado a su amigo Luís con estas preguntas: “¿Usted no sabe que los buenos han
sido siempre muy pocos? ¿Y que usted es uno de ellos?”. Para estos cubanos el
fallecido fue una persona respetable y querida, pero para muchos otros
intelectuales y artistas cubanos Luís Pavón Tamayo es un mal recuerdo que se
prefiere olvidar.
Cada ser humano es, según su
conciencia, su responsabilidad, su valentía y su elección de vida, el buen o
mal testimonio de su época. A veces la Historia, esa difusa compañera de viaje,
nos encierra en un tiempo muy corto.
El gobierno revolucionario
tuvo a Luís Pavón Tamayo al frente de la principal institución cultural del
país, el Consejo Nacional de Cultura, entre los años 1971 y 1976. Un tiempo
realmente complejo después del fracaso de la Zafra de los 10 Millones, el Caso
Padilla y la convulsa celebración del Primer Congreso de Educación y Cultura.
Parecía que la hombría y la virilidad debían ser reforzadas en medio de una
situación bastante tensa y el sustrato de la época aportó los peores filos de
su herencia machista. No era nada nuevo. Desde mucho antes de esos años la
persecución a la homosexualidad había sido un arma fundamental en la mayor parte
de la sociedad cubana, como del mundo en general, que la esgrimía para estancar
la Historia en pro de la igualdad de todos los seres humanos. Así, en Cuba llegó
la agria decisión de separar a todos los homosexuales de los organismos de la
superestructura enviándoles un fatídico telegrama que decía escuetamente que
“no reunían los parámetros ideológicos”. Conscientes de que vivíamos un tiempo
de justicia, muchos artistas e intelectuales comenzamos una batalla contra lo
peor de la época y la ganamos cuando el Tribunal Supremo dictaminó que la
medida era anti-constitucional y todos los compañeros regresaron a sus trabajos
habituales. Pavón desapareció, aunque seguía vivo como cualquier otro cubano de
la isla. Es de sobra conocido que nuestro proceso revolucionario nunca ha
tenido la voluntad de matar ni de ensañarse con los muertos. En esa época, y
con soluciones mucho peores que en nuestra isla, podrían citarse por millones
los casos de discriminación sexual en numerosos países, y desgraciadamente aún
no hemos sobrepasado esa impronta ni siquiera en la Ciudad Luz.
Por un programa de la
televisión cubana llamado Impronta, Pavón resucitó a la vida pública en 2007
para recibir un homenaje por lo que hizo por la Cultura Cubana. Casi todos
protestamos y otra vez tuvimos la posibilidad de perder o ganar: ¡luchamos y
volvimos a ganar! Pavón volvió a desaparecer.
No veo otra explicación para
la vida y el avance de la Historia a esa actitud de lucha contra todo lo que
nos afecte, en Cuba y dondequiera que estemos, aunque a veces, como
posiblemente le pasó a Pavón y a otros cubanos, no se puedan saltar las
afiladas disyuntivas de la época en que se vive. Es como si conociendo las
bondades que el tiempo nos brinda, no sepamos ser consecuentes con ellas. Ahora
estamos viviendo un tiempo de cambio determinante en la vida del país que nos
llama a sumar con insistencia y no a ensañarnos en las divisiones. Hasta la
propia memoria nos demanda abrirla con los designios de una nueva época. Si no
aprovechamos esta magnífica circunstancia estaremos, otra vez, intentando
estancar la Historia. Aquellos que crean conveniente rescatar malos recuerdos
para no volver a tenerlos, bienvenidos sean, pero aquellos que pretendan
combatir la inhumanidad pasada con la inhumanidad presente es necesario
decirles que nunca la pírrica venganza nos puede llevar a la justicia. Con ese
proceder se estarán comportando como los propios cadáveres insepultos que están
animando.
Resulta indiscutible que el
triunfo de la Revolución Cubana en 1959 no nos entregó un lecho de rosas, pero
sí nos expuso un camino de máximo amor para la liberación del ser humano. No
podemos pretender juzgarlo por lo que hizo, o hace, cualquiera de nosotros. Y
eso, muy a menudo, es lo que sucede. El ser humano siempre es lo que es y para
casi nadie es el mismo. Tampoco es posible desligarlo de su época. Si no
acabamos con la absurda belicosidad que cada vez más se asoma entre nosotros,
nunca podremos alcanzar la claridad del camino de amor que nos propusimos. Recuerdo
una asamblea en Teatro-Estudio, con Pavón y Quesada en la presidencia, junto a
Raquel Revuelta y Lázaro Peña. Lo único que mantengo en la memoria de mi
intervención en defensa de los "parametrados" son las palabras que
cité de José Martí en su artículo sobre Julián del Casal: "Nos agriamos en
vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por
entre las rejas de una prisión. ¡En verdad que es tiempo de acabar!"
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