A todos aquellos que han hecho de la violencia un estatuto de la condición humana. A todos los que insistimos en seguir luchando. A todos los que debemos encontrar los caminos naturales de la vida.
¿Es que los seres humanos somos ridículos? Sí, al parecer seguramente que sí, sobre todo cuando se nos muere alguien muy querido, eso, cuando las lágrimas no se asemejan al dolor, sino al infierno. Cuántas ganas de gritar “yo te he amado”. Total, apenas otro diablo parecido a mí podrá escucharme. Nada, de esa muerte nadie podrá librarme del ridículo. Habré de serlo durante un buen tiempo. Es posible que a través del grito diabólico cometa un asesinato. Seguir la ronda. Y será otro el que se vuelva hacia mí con el rostro más ridículo de la Tierra. También amaba. Qué pesado, se dice. ¿Podremos abrazarnos y compartir el fuego adonde nos hemos condenado? Ah, más estupideces, más de lo mismo. Nunca acabaremos. Que triste, señores. No me imaginaba tanta imbecilidad, pero sí, aquí está, como el canto de la alondra que anuncia el final. Increíble. Un ave tan hermosa llevándonos a la burla, al desprecio, a lo inconsistente de abandonar el amor cuando ni Julieta ni su Romeo podían imaginarse que varios siglos después, en una sencilla aldea de Turquía, dos enamorados terminarían bajo el tronar de las balas por un litigio de tierras.
El pájaro de la mañana puede tocar a la puerta de cualquiera. Qué tomadura de pelo a la luz del amanecer.
Eso y no ninguna otra cosa es la violencia y los violentos: jirones del amor ridículo, pedazos de vida insostenibles. La más completa cursilería de manejar un rifle o una pistola para arreglar un conflicto. Aquí, en Palestina, en Afganistán, en Sri Lanka, en Colombia, en África, ya sea por ejércitos perfectos, grupos organizados o simples y pequeños mortales. Dondequiera y por cualquiera que se disparen esos artificios de quincalla barata con capacidad para cortar el aliento. Es lo más absurdo de la historia del ser humano.
Y qué maneras de desarrollar la tienda. Ametralladoras, cañones, cohetes, el copón divino en una jornada de toros. Se escucha el Aleluya de Händel y lo menos que aparece es El Mesías. ¿Quién puede ser el enviado? El ambiente está cundido de carcajadas entre lascas de jamón ibérico y esencias francesas. Al acabar la jornada nadie se acordará de que alguien tenía que llegar: el enamorado legendario ya cadáver.
El gran poder de los que deciden la violencia reside en la irrespetuosidad ante un crepúsculo que nos llega a todos. Sólo es permitido una miserable disyuntiva: elegir nuestros gloriosos ridículos a partir de una diversidad que nadie entiende. Una violencia pedestre nos aplasta a todos por igual y surge el grito, como un espasmo que nos hace la épica de la contemplación y la espiritualidad. Es cuando nos creemos inteligentes, pero todos sabemos que el calificativo es brutal. ¿Es que acaso nunca podremos zafarnos de la barbarie?
Para nosotros el poeta brasileño Thiago de Mello escribió en abril de 1964 “Los Estatutos del Hombre”. Uno de los textos amorosos más estremecedores de la Humanidad. Por esa carga contra todos. Por el ridículo, por la estupidez, por la imbecilidad en que nos coloca cuando no sabemos discernir entre la vida y la muerte. Un terror que continúa persiguiéndonos a tantos años desde su primera aparición pública en forma explosiva. Ahora tengo en mis manos una linda edición cubana. Recuerdo el día que lo compré en mi ciudad de La Habana. Qué tonto soy. ¿Es mío ese ensueño por donde ha pasado y sigue pasando tanta gente? A veces las palabras son engañosas, como tantas otras cosas que parecen muy legítimas, sí, ¿en qué momento me apropié de aquellas tierras? ¿Porque nací allí? Eso fue una casualidad y el azar nunca conforma una verdad rotunda. ¿Porque la quiero? Yo no soy el único con capacidad de amar. Maldita propiedad privada de mi mente, sí, porque se trata de una distorsión mental. Eso es todo. Cuando uno se muda a otro lugar y algún cariño lo aferra a él, la evidencia es abrumadora.
Ningún sitio es de nadie, nada es completamente nuestro, ni siquiera la propia casa de uno si vive con alguien más. Ningún amor es tan solitario. Y está bien así, porque vivir solo debe ser muy aburrido. Pero el sentirnos dueños de algo nos perturba, como si nos pusiera en otra naturaleza que no conoce el lenguaje compartido, como si de golpe y porrazo entráramos en un clima impropio para nuestro organismo y nos otorgara la identidad de unas verdades que nunca son completas. Pero qué poderoso se siente el pequeño cerebro que nos acompaña, y hasta el corazón brinca emocionado. Y todo por creernos propietarios del polvo final que seremos. Ay, Erasmo, tu estulticia o tu locura aún nos hacen dar las vueltas de los mejores saltimbanquis. En fin, en aquella bella ciudad del Caribe, amor de tantos y tantas que la han hecho suya y que con el mismo afecto debo compartir, había frío cuando me acerqué a la librería. Era febrero. Empecé a leer enseguida:
Artículo 1
Queda decretado que ahora vale la vida,
que ahora vale la verdad,
y que de manos dadas
trabajaremos todos por la vida verdadera.
Punto y aparte, pero la estrofa se resiste. ¿Me está pidiendo acaso alguna palabra? Necedad sin límites. La poesía entra en el silencio del alma y sólo desea un diálogo espiritual. Insisto: ¿Dónde está mi interlocutor? Tengo que buscarlo. Gritar si es preciso. Es un derecho de la satisfacción sentimental encontrarse con la carne del otro y que entre ambos hagan los manjares del día. Un acuerdo. Para empezar, lo más importante es la vida, esa que se hace exacta a la piel de los millones de habitantes del planeta. Quién no esté dispuesto a trabajar por ella debe irse hasta del vientre de su madre. Es un gran disparate no nacer cuando todo está preparado, pero si no se viene a respetar el principio de todas las cosas es mejor no venir. Entonces ya se asoma una exclusión, el más grave de los conflictos. Cuando no es por uno es por otro, pero el problema es más antiguo que todos los tratados. ¿Qué hacer? Pues convivir con él mientras vamos tratando de solucionarlo. No hay otra alternativa para vivir todos juntos. El derecho a la vida es individual, pero sobre todo es colectivo y jamás es la verdad de nadie en particular.
Artículo 2
Queda decretado que todos los días de la semana,
inclusive los martes más grises,
tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.
Ah, los martes grises, esos tiempos del Parnaso irredento, pues sí, ni el rincón más herido debe tener la arrogancia de levantar nubes de rabia. La conversación matinal en los aires de la fiesta es una de las mejores conquistas humanas.
Artículo 3
Queda decretado que, a partir de este instante,
habrá girasoles en todas las ventanas,
que los girasoles tendrán derecho
a abrirse dentro de la sombra;
y que las ventanas deben permanecer el día entero
abiertas para el verde donde crece la esperanza.
Es claro. Sólo vale lo que decidamos ahora, porque si lo dejamos para luego caeremos en otro incendio, y no precisamente de luz, ni para permitir la existencia obscura que nos llama. La posición de todos debe ser de bienvenida. No hay otra desde donde pueda verse el bosque y observar sus colores.
Artículo 4
Queda decretado que el hombre
no precisará nunca más
dudar del hombre.
Que el hombre confiará en el hombre
como la palmera confía en el viento,
como el viento confía en el aire,
como el aire confía en el campo azul del cielo.
Párrafo único:
El hombre confiará en el hombre
como un niño confía en otro niño.
La evidencia parece rompernos los tímpanos. Si no trabajamos por ese encuentro, las bestias nos dominarán, la tierra dejará de girar, el sol no alumbrará y los tiernos infantes que tanto amamos nos dispararán con sus juguetes, ya para siempre convertidos en reflejos del espejo que han mirado.
Artículo 5
Queda decretado que los hombres
están libres del yugo de la mentira.
Nunca más habrá que usar
la coraza del silencio
ni la armadura de las palabras.
El hombre se sentará a la mesa
con su mirada limpia
porque la verdad será servida
antes del postre.
¿Será posible que alguien no entienda que quien está a su lado es su hermano? Habrá que enseñárselo. Para que nadie se atreva a esconderse en el poder de la sombra o en la algarabía hueca que nunca indican la fraternidad necesaria. Cada uno será él mismo y el otro será igual para recibir el sentido de estar juntos, y siempre antes, mucho antes de que ocurra un accidente absolutamente evitable.
Artículo 6
Queda establecida, durante los siglos de la vida,
la práctica soñada por el profeta Isaías,
el lobo y el cordero pastarán juntos
y la comida de ambos tendrá el sabor de la aurora.
¿Se precisa un nuevo argumento, otra explicación, la aproximación a otra idea? ¿Cuántas cartas de navegación son necesarias? Si la tierra tiene serpientes sería muy útil que no las despreciáramos, todo lo contario, es preciso andar con ellas. La oportunidad es única para todos los que estamos. Uno de nosotros habrá de ser el mensajero, el maestro, el que provoque que tú y yo y él nunca nos apartemos de nosotros mismos.
Artículo 7
Por decreto irrevocable queda establecido
el reinado permanente de la justicia y de la luz,
y la alegría será una bandera generosa
desplegada para siempre en el alma del pueblo.
Por las tierras diferentes resulta fácil obtener la brújula de la felicidad. Saben que el camino es uno por ser múltiple, y se salvan porque son los que mejor han aprendido a tener el mismo paso.
Artículo 8
Queda decretado que el mayor dolor
fue y será siempre
no poder dar amor a quien se ama,
sabiendo que es el agua
la que da a la planta el milagro de la flor.
Si arribamos a un malentendido es porque no hemos aspirado lo suficiente. Habría que volver a respirar, y eso es posible siempre que no ocultemos las confusiones anteriores. Se aprende. No hay otro motivo para que estemos siempre hablando de lo mismo.
Artículo 9
Queda establecido que el pan de cada día
tenga en el hombre la marca de su sudor.
Pero que sobre todo tenga siempre
el caliente sabor de la ternura.
Por sobre todas las cosas, hasta por la herida, será necesario no olvidar nunca que la validez de estar juntos se debe a una sencilla observación: es el calor de los cuerpos el gran alimento del camino. Siempre deberíamos estar abrazados.
Artículo 10
Queda permitido a cualquier persona,
a cualquier hora de la vida,
usar ropajes blancos.
No faltaba más. Aquí todos somos puros, transparentes, hechizados por la suave brisa de un instinto que se me antoja infinito. Un milagro de la Naturaleza. La creación ha sido una fuerza de limpieza que nos ilumina a todos y nos produce un efecto de mariposa que ya quisiera el más grande de los inmortales disfrutar ese instante.
Artículo 11
Queda decretado, por definición,
que el hombre es un animal que ama
y que por eso es bello,
mucho más bello que la estrella matutina.
Pero, no, no me lo creo. Y apenas unas 200 personas se lo creerán. Unas 5 mil novecientas noventa y nueve millones estarán en mi mismo caso. No. La idea está desfasada. El hombre, y la mujer, y todas sus variantes, parecemos unos perfectos animales. Oh, Dios, ¿llegaremos a cambiar?
Artículo 12
Se decreta que nada será obligado ni prohibido.
Todo será permitido,
inclusive jugar con los rinocerontes
y caminar por las tardes
con una inmensa begonia en la solapa.
Párrafo único:
Sólo una cosa se prohíbe:
amar sin amor.
Ahora sí volvimos al principio, es más lógico. Vivir sólo tiene el sentido de caminar libremente por el cielo, digo, junto a los demás.
Artículo 13
Queda decretado que el dinero ya no podrá
comprar jamás el sol de las próximas mañanas.
Expulsado del gran baúl del miedo,
el dinero se transformará en una espada fraternal
para defender el derecho de cantar
y la fiesta del día que llegó.
Y no digo más, estrujado en mi burbuja de falsos alimentos, intentaré entregarme al aire limpio del planeta y apasionarme con la sola lectura de estos estatutos. Algún camino encontraré donde la paz del buen amor y el disfrute de la gran belleza se encarguen de someter todas las rabias que la realidad pueda inocularme. ¡Porque son tantas! Pero qué estupidez. Sería como olvidarme de que soy un ser vivo y tengo ganas de que la vida sea verdadera. Es patético. Casi todo invita a la violencia y a ensalzar a los violentos. Como si no hubiera otra salida. Una sensación terrible. La grandeza de la vida se deshace como jirones de carne masacrada en una mirada exhausta. Debería ser inaceptable. ¿Qué hacemos? Luchar sería la más adecuada palabra, aunque parezca que nunca nos salvaremos de la total ridiculez. Pero no dejemos jamás que alguien nos coloque en el infeliz lecho de una violenta muerte enamorada. Tal vez seamos un poco menos ridículos si nos planteamos lo alcanzable. Es posible y el tiempo apremia. Tenemos que insistir en buscar los caminos amorosos de la vida: Los Estatutos de la Verdad, del ser humano y de la Naturaleza.
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