Es 1 de Mayo y múltiples ciudades españolas se llenan de manifestaciones y protestas de los trabajadores. Los gritos son grandes. Vocean que no quieren al matador de elefantes en Botsuana ni a ningún miembro de la Familia Real. También vocean que tienen al gobierno más torpe después del final de la dictadura franquista y que no quieren a ninguno de sus ministros ni a nadie que sostenga el caos que crece cada viernes. Se agita la bandera republicana.
Las calles se han llenado de carteles y pancartas de todos los tamaños y colores. En los cartones y las telas abundan las peticiones al destronamiento de la Corona. Los reyes, los príncipes, las infantas, los maridos y toda la Corte aparecen disfrazados para un espectáculo de esperpentos. Las letras se van de sus marcos cuando quieren reflejar mayores expresiones. Pero puede leerse fácilmente lo que dicen los mensajes. Los manifestantes no quieren más reinos de alta costura y falta de sueño por amor a su pueblo.
Hay carteles que mandan a Rajoy a recoger estiércol en las profundidades del abismo. Otros mandan a la vicepresidenta Soraya a lucir dientes en un reality show. Para el señor Montoro y los ministros de Economía, Interior, Educación, Sanidad, Empleo, Justicia, Defensa y las otras carteras piden un juicio sumarísimo. Los ponen al lado de los banqueros ladrones y las grandes fortunas depredadoras. Todos en el basurero de la Historia.
Entre los concurrentes alcanzan especial énfasis algunos comentarios, de todo tipo. Hay chistes verdes, marrones y colorados. Pero hay una indignación general que destaca del conjunto: la pena que causó la burla al alcalde de Marinaleda cuando este juró luchar contra el sistema capitalista y ser voz de los que no la tienen en el parlamento de Andalucía. Se habla de las carcajadas de Arenas como de una bestia bicéfala colada en la civilización.
El sentimiento imperante es de rabia ante la reforma laboral y los recortes sociales que ha impuesto el gobierno del llamado Partido Popular. Se dan vivas a la continuidad de las movilizaciones. Está acentuada una decisión unánime: no permitirán que los trabajadores paguen la crisis provocada por la avaricia de los ricos. Dicen que la austeridad es magnífica, pero que no es lo mismo, sumando los nuevos impuestos, quitarle 80 euros al que gana 600, o 200 al que gane 2 mil, que Mil al que gane un millón, o una limosna al que esconde varios millones. Saben que son más los que cobran alrededor de los 600 o un poquito más. Por ello piensan que el Estado quiere desprenderse de los más pobres. Y si el Estado quiere eso, entonces lo mismo enarbolan los trabajadores: desprenderse del actual Estado, dado que la mayoría del pueblo español no está ahí, sino en la pobreza. Evidentemente, hoy no es el día de los esclavos. Ellos decidirán si después de este día regresan a la esclavitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario