lunes, 26 de octubre de 2009

LA CLASE, UN TÍTULO PARA LA REALIDAD

Resulta usual en el titulaje de muchas películas el cambio del nombre. El original francés sería ENTRE LOS MUROS. Puede aceptarse el cambio a partir de que todo el film se desarrolla entre las paredes de una clase, de un instituto y de todo aquello que tiene que ver con esta problemática. Pero no lo aceptaríamos, ni siquiera llamándolo ENTRE LOS MUROS DE UNA CLASE, si nos fijamos bien que en la realidad de la trama todas las paredes están desbordadas.

Inicialmente el guión de la película surgió de una novela-testimonio de François Bégaudeau, donde el autor recogió sus experiencias personales en un instituto de las afueras de París. El propio escritor participó de la escritura del guión, junto al director del film, Laurent Cantet y el guionista Robin Campillo. Con la selección de los jóvenes intérpretes, todos estudiantes aficionados, y del propio Bégaudeau como el profesor, la realización cinematográfica perfiló aún más los “muros” que todos querían tratar.

LA CLASE que tenemos ante nosotros, casi a manera de un documental, recoge las peripecias de un profesor de lengua francesa con un estudiantado de múltiples nacionalidades, desde Mali hasta la China. Nadie parece quedarse fuera. Un profesor que intenta llegar a sus alumnos y unos alumnos que en su mayoría no están convencidos del todo de por qué están allí o que imaginan que todo debía adaptarse a una mejor forma de pasar la adolescencia y que ésta tuviera un mejor lugar para verter sus poderosas energías. Los conflictos son diarios y el curso escolar es largo. Algunos profesores no resisten, pero el nuestro, el protagonista de la película, está dispuesto hasta a equivocarse por conseguir sus propósitos y llegar hasta el último día de clases en que, contradictoriamente, después de haberlo logrado se entera de que para alguien todo ha sido un fracaso. Pero el film no quiere terminar ahí, dejándonos a nosotros, los espectadores, el criterio final, porque aunque se hable de una clase también se quiere hablar de toda la sociedad.

El mismo director del film, en una entrevista durante el estreno de la cinta en Argentina, nos lo dice: “El microcosmos de una clase suele ser reflejo de la propia sociedad y me permite abordar temas que me interesan especialmente: la integración de los inmigrantes o los efectos de la invisibilidad de las minorías. Todo pasa por la escuela y empieza en ella.” Así seleccionó a los actores, jóvenes estudiantes de instituto que pertenecían a distintas nacionalidades, y con ellos, al margen de la novela, se puso a improvisar, porque: “Quiero que cada una de las personas que participa en mis películas nos permita participar de su propia experiencia y nos ayude a entender mejor el mundo en que vivimos.” Entonces, al parecer, estamos, no ante una adaptación de una novela al cine, sino ante una obra que refleja las intenciones de sus máximos realizadores, escritor, director y guionista junto a la aportación vital de cada uno de los intérpretes. Y esto, claro está, nos lleva a todos, hasta a los espectadores, a ofrecer nuestro punto de vista, la última de las aportaciones: “Algunos me dicen que la escuela está para aprender reglas gramaticales y no para discutir sobre la vida. Pero para mí la escuela debe ser un lugar de debate, un sitio donde pensar y ponerse en duda a uno mismo.” Cada uno de nosotros hará su correspondiente lectura y su película.

Estamos ante una adaptación literaria, pues después de las improvisaciones se filmaron las escenas y diálogos como estaban previstos anteriormente en el guión cinematográfico. Sólo habría que apuntar que tal guión ya había surgido, a partir de la novela, de experiencias reales. Ahora sólo se trataba de comprobar de que aquellas no eran exclusivas, sino que abarcaban un amplio radio de la sociedad. De ahí que, después de ver la película terminada, los jóvenes protagonistas exclamaran: “¡Guau, es una película de verdad” Se había recogido toda la energía que estos chicos tienen, en alguna medida, vetada, y estábamos en presencia de una dura experiencia sobre la enseñanza.

ENTRE LOS MUROS DE LA SOCIEDAD EUROPEA ACTUAL sería el título idóneo para este film que no por ser francés se dirige solamente a esa región europea. Estas paredes, estas aulas, estos profesores, estos alumnos, estos entornos y estas problemáticas pueden verse en muchos sitios de la geografía continental y aún mucho más allá. Entonces todavía no hemos encontrado el título real para esta película. En una visión metafórica e hiperbolizada muchos de los momentos más llamativos del film se colocan entre los muros de la civilización actual, con toda la carga que está presentando a partir de la inmigración, la globalización y los nuevos cánones, valores e incertidumbres que el mundo de hoy nos plantea.

¿Estamos viendo realmente este Mundo que estamos viviendo, o no queremos, no podemos o no sabemos mirarlo todavía? Todas las respuestas en este orden nos darán la clave para encontrar el verdadero título a esta inquietante propuesta cinematográfica que constituye LA CLASE. ¿Entre qué muros nos estamos debatiendo? ¿Podremos echarlos abajo? ¿Qué aparecerá cuando los hayamos derribado? Por lo pronto parece que no nos damos cuenta de que el Mundo ha cambiado, que va a más y todos estamos encerrados entre los muros del no entendimiento. Será necesario el aporte de toda la sociedad para encontrar las pertinentes salidas a las incógnitas que nos rodean. En la medida que nuestra mirada se extienda a todos los ámbitos de la vida cotidiana y queramos compartirla aparecerán los mejores caminos.

SALIR DEL ARMARIO O VIVA LA COMEDIA

Atención, mucha atención, la palabra, los diálogos, constituyen el centro de esta película. Si nuestros oídos y nuestra concentración no están donde deben estar no podremos desentrañar la profundidad de la historia que se nos cuenta. Tampoco podremos disfrutar del género que se ha escogido para contárnosla. Repito: atención!!

Una película sencilla, como si a cualquiera de nosotros se nos pudiera ocurrir. Muy pronto nos damos cuenta del enorme valor de la sencillez y reconocemos el meritorio trabajo de los realizadores de este film. Se necesita ser un auténtico creador, como en su tiempo lo fueron Aristófanes, Shakespeare y Molière. Ahora lo sentimos con suavidad en esta aparentemente simple cinta de Francis Veber. Cada artista en su complejo mundo de razón, sensibilidad y talento lo plasma a su medida. A través del equívoco, del enredo, de la comedia, han tratado los más grandes temas de la Humanidad.

¿Podríamos tratar el verdadero valor de las cosas mediante una declarada dosis de buen humor? ¿Podríamos reírnos de aquellos que sólo viven para amontonar y contar trozos de papel? ¿Podríamos sentir una delicada sonrisa ante una familia deshecha? ¿Podríamos abordar la timidez, la personalidad gris, la insignificancia humana refugiándonos en una risa controlada?

A veces, muchas veces, nos salva una sonrisa. Es cuando logramos que la comedia no se convierta en tragedia. Amamos mucho más la alegría. Es indiscutible. Que la risa nunca nos falte. Y por la alegría y la felicidad realizamos los mayores esfuerzos. Entonces podríamos afirmar que bien vale la suavidad de la mirada hacia los temas más terribles. Que el camino sea dulce con nosotros.

Y no es que desvaloricemos el golpe, la herida, el dolor, la lágrima, la pena, que se esconden detrás de múltiples sucesos que nos narra esta película. Nunca veremos el drama real, aunque sepamos que está ahí y podamos imaginarnos todas sus consecuencias. Tal vez por imaginarlo y por saber que en gran parte de las veces posee una solución, podremos sonreír y mirar hacia delante con valentía. Es un encanto que ha de encontrar todo ser humano que puede necesitar una ayuda casi milagrosa. Y tenemos que estar listos para realizar el milagro. Todos aprendemos.

Perder el trabajo es un drama terrible. Ser diferente en un entorno agresivo es una verdadera tragedia. Vivir con personas que casi podrían identificarse, en el pensamiento y en la acción, con verdaderas bestias, puede ser un horror cotidiano. Saberse ignorado, excluido, burlado, son aspectos que pueden hundir a cualquiera. A fin de cuentas, somos muy débiles. Pero cuando alguno de esos aspectos se constituye en ardid para librarse de una determinada situación, el dramatismo abandona su lamento y se convierte en arma contra aquellos que propagan el mal.

La historia de un ardid y todas las peripecias que desata viene a demostrarnos, en esta película, que del supuesto mal nadie está libre. Ni la propia víctima, aún en su simulación, cree haber acertado cuando aceptó realizar la excusa que lo libraría de su peligrosa situación. Y con aquel que de burlador pasó a ser burlado sólo sentimos una profunda lástima por las desgracias que le sobrevienen.

Y hay más, la historia es amplia y da para muchas reflexiones: ¿Pueden convivir los fuertes con los débiles? ¿Por qué es necesario el ardid realizado? ¿Qué significa ser tímido, o aburrido, o tener un escaso atractivo? ¿Qué importan los sentimientos reales para formar una familia? ¿Qué sentido tiene excluir a nadie del goce de la vida? ¿Qué hacemos con aquellos que aún no han aprendido que vivir es conocer al otro, comprenderlo y ayudarlo?

Una broma, toda la película es una magnífica broma para tejer un argumento donde, uno tras otro, salen del armario -a pesar de que algunos poseen ciertas ventajas de tolerancia-, muchos de los grandes temas que nos afectan.

Podemos reírnos, y seguir, apurarnos para salir en la fotografía colectiva, porque de la lucha de cada uno de nosotros depende que podamos continuar extrayendo males del armario. ¡Viva la Comedia!

LA DUCHA, UNA BUENA PELÍCULA

Si vamos teniendo un poco más claro el orden que deben tener los diversos valores en la vida, si hemos arribado a algunas respuestas, entonces llega la hora de actuar. Todo esto es la película LA DUCHA: ¿Qué hago con el trabajo de mi padre? ¿Qué hago con mi hermano? ¿Qué hago con mi vida?

Tenemos ante nosotros un mundo que puede parecernos exótico: China. ¿Qué sabemos de este país y de sus habitantes? Mucho o poco, algo nos viene a la cabeza cuando oímos esa palabra. Pero más allá de esa cultura milenaria, que vimos representada en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, la película que ahora presentamos nos trae unos valores que tienen mucho que ver con aquel orden de que hablamos: ¿Qué es más importante, la tradición o la modernidad? ¿Qué nos hace más felices? ¿Qué importancia tiene el cuidado de la familia, del padre, del hermano? ¿Qué es lo que realmente queremos hacer en nuestras vidas? ¿Cuál es nuestro orden de valores? ¿Es posible quedarnos con lo mejor de cada aspecto?

Todas estas preguntas surgen a través de la historia que atraviesa el protagonista, un hombre joven que ha abandonado su ciudad natal en busca de nuevas oportunidades, otra vida donde la modernidad está en auge, dejando atrás a su padre y a un hermano menor con cierto retrazo mental. Pero la película comienza verdaderamente cuando este joven retorna al hogar por una equivocación y debe enfrentarse a una serie de incógnitas. También podríamos hacerlas nuestras, aunque no vivamos en China, porque cosas parecidas pueden sucedernos y sería muy bueno que ya nos fuéramos haciendo una idea de qué haríamos. ¿Qué haríamos nosotros? Ello contribuirá a la definición de la persona que somos o que queremos ser.

¿Adónde nos ha llevado el ansia por el desarrollo material? Uno de sus aspectos principales es la tenencia de dinero, puesto que parece que teniéndolo se puede comprar una isla, un bosque, un río, un país y hasta quizás el planeta completo. Entonces, ¿en qué lugar quedan aquellas cosas que no se pueden comprar con dinero? ¿Es que acaso todo lo que se pueda comprar es para que el comprador haga lo que quiera con ello? ¿Qué papel jugamos nosotros?

La película es bien sencilla. El padre de nuestro protagonista posee un típico salón de baños públicos, algo muy tradicional, donde la gente se ducha al mismo tiempo que se interrelaciona sobre sus diversos problemas. El baño dura mucho tiempo. Algunos creen que tal cosa es una pérdida de adelanto técnico y prefieren la ducha que todos conocemos o algo de ciencia –ficción, que sea bien rápido para poder hacer otras cosas aparentemente más importantes. Todo esto, que tiene que ver con la relación entre el padre y el hijo que ha regresado, se volcará posteriormente, en forma de un valor a tener muy en cuenta, entre los dos hermanos. Ahí ya empezamos a plantearnos, más allá de la importancia de una tradición, el valor de la fraternidad. Ambas cosas se unen y nos piden una respuesta.

Poco a poco el desarrollo de nuestra civilización ha ido creando otro mundo paralelo al de la Naturaleza. A veces ni vemos los colores de un bosque, pero sí apreciamos aquellos que se han creado químicamente. Apenas sin darnos cuenta, vamos eligiendo lo más artificial. ¿Podría sucedernos lo mismo con el ser humano? ¿Llegará un día en que apenas lo veamos para sólo apreciar las máquinas que él mismo ha creado? Seguramente pensamos que eso no sucederá, pero no vendría mal revisar el camino recorrido.

¿De verdad creemos que la felicidad de todos sería el mayor objetivo de la vida? Si no pensamos así y nos quedamos solos con las máquinas entonces sí la vida se convertirá en otra cosa. ¿Queremos sentir, oler, tocar, oír, mirar, pensar, actuar por nosotros mismos, en vez de recibirlo todo ya diseñado para que no hagamos nada? Tenemos que elegir. Siempre es difícil, pero la elección de vida que queremos es aquella por la que lucharemos por lograr.

LA DUCHA es una buena película en tanto nos ofrece un trozo de realidad en la que podemos reflexionar y disfrutar de una buena canción a la vida, casi un himno, una victoria del ser humano. Estas son las películas que, como verdaderas obras de Arte, se introducen en nuestras mentes y corazones para que sintamos la más certera melodía que emana de cada uno de nosotros.

¿Vale la pena salvar a los grillos de un juego absurdo o es mejor salvar el juego que hacemos con ellos? ¿Qué pasaría si sólo seleccionamos el mejor aspecto de la tradición y desechamos otros que no nos gustan? ¿Qué sentido tiene un hermano? ¿Cuál es la mejor elección que podemos hacer? Seguramente influirá en nuestra decisión el orden de importancia que le hayamos dado a los valores con que nos movemos. Y hasta puede que veamos todo el sentido de la vida en el sencillo goce de cantar, cantar… ¿Esto es posible?

MILLONES, LA EXISTENCIA COMPARTIDA

A toda marcha en bicicleta, a través de unos luminosos campos amarillos, van, casi vuelan, dos niños, hasta que llegan a un terreno planificado para la construcción de casas, donde se encuentra el padre revisando los planes. Allí nuestros pequeños protagonistas se acuestan en el suelo y miran al cielo. Curioso contraste entre el aquí y el más allá. Ellos imaginan su nueva vivienda después de la muerte de su madre. Una espléndida visión acompañada de unos colores brillantes y una música contagiosa donde con una fantástica rapidez se alzan las paredes, se cubren los techos, se montan las habitaciones y el césped corre sobre la tierra. Ya se pueden mudar. Todo está lleno de vida, pero, ¿quién contará la historia que tendremos por delante? El guionista y el director de la película ya han elegido: contará el niño más pequeño, Damian, que con su corazón formado en el sentimiento de hacer el bien a los demás, súbitamente, después de hablar en su refugio de cartón con una “santa” que fuma, siente el estruendo de un maletín cargado de dinero que parece caerle del cielo. Enseguida comparte el suceso con su hermano mayor, que tiene otra imaginación, y comienzan las aventuras. Pero nuestro protagonista, por ejemplo, con su manera de ser, puede comenzar a hablarnos sobre unas cosas muy extrañas.

“No sé por qué la gente no dice que la casa es verde en vez de decir cuánto le costó. Es mucho mejor mirar la huerta y el jardín, aunque sólo sean una tomatera y un jazmín, que ocupan justamente el ángulo de visión donde puedo mirar, que estarse mirando la marca de las gafas que se usan. Si alguien me preguntara: “¿Qué dices?”, posiblemente podría decirle muchas más cosas.”

De eso trata la película MILLONES, de las tantas cosas que nos pasan, qué hacemos con ellas y de lo que piensan los demás sobre nosotros. Da igual que lo que nos pase sea real o no, casi es lo mismo. Y de la misma manera sucede si somos niños, jóvenes o mayores. Hasta la ocasión más sencilla nos pide un diálogo.

Hay personas que hablan mucho con todo y con todos; otras hablan poco: y hay quienes hablan con el espejo o no hablan con nada ni con nadie. Pero todos nos imaginamos cómo deben ser las cosas, y de acuerdo a eso intentamos que así sea la vida. También quisiéramos que quienes piensen lo contrario nos comprendan y hasta quizás se dejen convencer por nuestras razones. Ellos también piensan lo mismo. Es un cruce de caminos realmente extraordinario: ¿Cómo nos ponemos de acuerdo? Esa es la fuerza de la vida a la que todos, de muchas maneras diferentes, respondemos.

La regla es la misma para cualquiera, aunque algunos se la salten, o mejor dicho, aunque algunos crean que pueden saltársela. Mentira, más tarde o más temprano tienen que rebobinar el salto. Por ello para todo se necesita una mínima preparación. Si no la tenemos, preguntamos, averiguamos, porque hay momentos en que la respuesta debe ser inmediata. Entonces acudimos a lo que más tenemos a la mano, porque algo estamos obligados a decir y hacer. Siempre se tratará de que seamos coherentes con lo que somos. Pero por el camino vamos todos juntos. Por eso en algunas ocasiones somos nosotros los que preguntamos a otro: “¿Qué dices?”.

Y tratándose de dinero, que es el motor que mueve la acción de esta historia, la relación con los demás puede resultar sorprendente. Es que el dinero en nuestra sociedad ha llegado a marcar todas las relaciones. De ahí que tener en nuestro poder un maletín lleno de millones, que no son nuestros aparentemente, porque sí lo son realmente, ya que no hicimos nada para tenerlos y creemos, -cree Damian- que el buen Dios nos lo ha enviado, así de sencillo, aunque el padre diga que esa no es una especialidad de Dios, pero…, ahí están los millones y es preciso hacer algo con ellos: “ayudar a los pobres”. Pero, ¿quién es pobre y quién es rico? ¿Podría determinarlo el dinero?

Después de esas primeras preguntas vienen un montón. Éstas se convertirán en los problemas que debe abordar nuestro protagonista, incluyendo unos encuentros con los mismísimos “santos del cielo cristiano”, una conversación con su madre muerta y hasta la incógnita que le representa el personaje del ladrón.

Podemos estar ante una película muy sencilla o extremadamente complicada, depende de nosotros mismos. Miraremos a un personaje con determinadas características en una situación que atañe a muchos que lo rodean. Una película para disfrutar su ritmo armonioso y unas cuantas ideas muy actuales. Algunos pensarán que así no es la mentalidad de un niño. Otros creerán que ya casi nadie se plantea esos asuntos. La propia parábola bíblica de la multiplicación de los peces que el risueño San Pedro le cuenta a Damian puede asombrarnos: ¿Es posible que mediante el pequeño aporte de cada uno todos salgan enriquecidos? ¿Se habrá hecho el milagro? Todas las opiniones son válidas, pero indiscutiblemente, si nos ponemos a pensar en el verdadero valor de las cosas, tendremos que elegir dónde se encuentra aquella alegría de vivir que es el principio de cualquier existencia compartida.

martes, 8 de septiembre de 2009

El riesgo de Vivir

La diversidad, la pluralidad, es un hecho, un profundo hecho, en el mundo de hoy. Con la modernidad hemos ganado en la aceptación de esos aspectos, pero hemos perdido en el esencial rubro de la unidad. Y se hace obligatorio encontrar un consenso entre los dos factores, eliminar su antagonismo.

Si ya es difícil que dos personas se pongan de acuerdo, mucho más difícil será que lo consigan 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10. Y aún mayor, cien, mil, un millón, diez millones, cincuenta millones, seis mil millones. Pero evidentemente tenemos que ponernos de acuerdo, porque la Casa de la Tierra es una sola para todos: desde una persona hasta las millones que la caminamos. No sobra nadie. El que pretenda dejar fuera a alguien es el más equivocado. La intemperie sideral no es habitable todavía, aunque ya se hagan esfuerzos científicos para ello, pero aún no tenemos una fecha. Todas las que tenemos pertenecen a esta existencia real llena de contradicciones y amenazas.

Aquí está el primer camino, tal vez el único, aunque posea una millonaria diversidad. En gran medida se señorean la esclavitud, la exclusión y el rechazo. Pero se abre paso un segundo camino, también con millonarias pluralidades, donde reinan la solidaridad, el compartir y la convivencia. Un Mundo Nuevo, que funciona más o menos como otra intemperie sideral que lucha, en diversas gradaciones, para transformar la realidad. Y algo avanza, poco, pero avanza, en contra casi siempre del primero que, aún asentado en una estabilidad peligrosa, conforma una solidez bastante fuerte.

Las inquietantes búsquedas espaciales se ubican casi por completo en el primer camino, y se imponen por los más poderosos a los más débiles, a costa de un significativo gasto de recursos en detrimento de su destinación a solucionar los gravísimos problemas elementales que prioriza el segundo camino aquí en la Tierra. En gran medida esta posición demerita y posterga el legítimo anhelo del ser humano por extender sus ilusiones hasta el infinito. Todo por una constancia en su preferencia por lo finito, donde también engloba en su batalla otros aspectos del desarrollo científico-técnico, así como determinados modelos de vida, la producción, el consumo y el despilfarro con que caracteriza a la otra posición. Consciente o inconscientemente también intenta imponer su reflexión y su práctica.

Un posible acuerdo entre los dos caminos va alcanzando cada vez más la sensibilidad y el raciocinio de las dos posiciones, pero apenas se pueden contar los pasos en esa dirección. Ambas posiciones ceden muy poco, por lo que divisar una posible unidad se convierte en un espejismo, entonces se da una lucha entre fantasmas: no nos vemos y en algunos casos no queremos vernos.

Para no verse o no quererse ver cada camino adopta su táctica y su estrategia, casi nunca legítimas desde el punto de vista del otro, pero naturalmente justificadas en cada bando. Cada uno sólo ve los desmanes del contrario. Ninguno logra ver la paja en sí mismo. Quien tenga el poder, donde lo tenga, intenta arrastrar a los demás, respetándolos o no, pero los arrastra. Casi todas las vías o manipulaciones que cada rumbo utiliza para satisfacer tales propósitos son aceptadas por los postuladores de ambos caminos. A veces parece que los caminos están igualados, pero todos sabemos que no es así. Otro espejismo, pero ya con mayor claridad.

Una comparación entre los países o multinacionales del Mundo Rico que se benefician con el coltán de los empobrecidos Congo o Ruanda es elocuente para medir los desiguales niveles de vida de sus poblaciones. Posiblemente nadie discutiría esas anormalidades, pero generalmente, si no se es cómplice de alguna de las guerras étnicas en África, se ve con absoluta indiferencia la comparación o se cifra para un largo plazo su solución. Y aquellos que sí observan con atención el problema y quieren arreglarlo con urgencia, necesariamente se ven obligados a tomar decisiones extremadamente radicales hacia sus oponentes. Sin quererlo, o no quedándole otra alternativa, porque sus contrarios no se quedaron con los brazos cruzados y los hostigaron, estos observadores del segundo camino suelen acudir a los principios enarbolados desde siempre por el primer camino.

Ya sea el coltán, el petróleo, la madera, cualquiera otra riqueza natural, o bien las libertades, las dignidades y los más diversos aspectos pueden ser la chispa para el forcejeo entre los dos caminos. Luego todo será explicado, entendido y escrito como la historia de los vencedores. No hay límites. Puede suceder en cualquier asunto de cualquier país, nación, ciudad, pueblo, barrio, familia y hasta en una sola pareja. Dondequiera que se esté y se quiera vivir con autenticidad habrá lucha de caminos.

Así fue, es y será Cuba, igual que Catalunya, cada una en sus correspondientes controversias y situaciones. Mi identidad con las ideas que mueven a la Revolución Cubana es casi absoluta, aún cuando nunca he dejado de ser crítico con este proceso histórico. Con Catalunya me identifico con los grupos sociales que buscan una interrelación entre el Mundo Rico y el Mundo Pobre y por ende, que ponga fin al sistema capitalista. Las reflexiones en ese sentido constituyen la esencia vital de mi esperanza, pero ello no ha impedido que me informe, que pregunte, que averigüe, hasta donde me es posible, sobre las luchas nacionalistas aquí presentes. Comparto la mayoría de sus planteamientos, pero igualmente soy crítico. Muchas veces Catalunya me recuerda a Cuba.

¿Dónde están la verdad, la razón y la belleza del ser humano cuando se ve envuelto en cualquier encuentro de caminos? Todo te incita a participar y un tercer, cuarto, o quinto camino está fuera del espacio real. La abstención, muy a menudo, es altamente peligrosa. Como si todavía, tampoco, estuviéramos preparados para la duda, para la concesión de un tiempo al pensamiento, a la dulce existencia del otro o a ese tremendo hecho de nuestra modernidad: cada persona es un camino y somos más de 6 mil millones. Mientras no aceptemos esta inmensa riqueza, la pobreza de movernos estáticamente entre el bien y el mal, entre lo blanco o lo negro, entre lo positivo o lo negativo, estará interrumpiendo, tanto en el primer como en el segundo camino, millones de posibilidades para acercarnos.

Todo porque somos distintos. Dicen que no hay dos seres humanos iguales. Cuando aprendamos a ver esto y respetarlo, se abrirán, al fin, la verdad, la razón y la belleza del ser humano. Mientras, vivir, en cualquier parte y con cualquiera persona, continuará siendo un riesgo muy importante. A nadie le queda más remedio que disfrutar, si aceptamos que eso es la vida, el riesgo de vivir. Pero una última cosa: cuando asumimos plenamente ese riesgo estamos creando el prodigio de la sonrisa y de la victoria, y no de nosotros solamente, sino de las millonarias existencias donde cada una es una ínfima parte de la gloria.

lunes, 31 de agosto de 2009

ACOMPAÑANDONOS

No tengo rebaños,
no tengo siervos,
no tengo discursos,
y tampoco los quiero.
No tengo toda la victoria
ni toda la verdad
ni toda la vida
ni todas las canciones;
no tengo, en fin, todas las luchas,
pero tampoco las quiero.
Quiero hombres y mujeres
acercando sus caminos.
No quiero ovejas
sino duros oponentes.
No quiero esclavos
sino fortalezas iguales.
No quiero voces altas
sino conversación sencilla.
No quiero ganar la soledad
sino perder el vacío.
No quiero la razón de Dios
sino el desorden de la Tierra.
No quiero destruir a la muerte
sino agotar hasta el colmo a la vida.
No quiero inventar el silencio
sino el riesgo de llenarlo.
No quiero formas, ni sombras, ni sueños.
Quiero hombres y mujeres que se acompanyan
y anudan acuerdos y desacuerdos,
porque es la única manera de abrazarnos.

sábado, 18 de julio de 2009

Jirones del Amor Ridículo

A todos aquellos que han hecho de la violencia un estatuto de la condición humana. A todos los que insistimos en seguir luchando. A todos los que debemos encontrar los caminos naturales de la vida.

¿Es que los seres humanos somos ridículos? Sí, al parecer seguramente que sí, sobre todo cuando se nos muere alguien muy querido, eso, cuando las lágrimas no se asemejan al dolor, sino al infierno. Cuántas ganas de gritar “yo te he amado”. Total, apenas otro diablo parecido a mí podrá escucharme. Nada, de esa muerte nadie podrá librarme del ridículo. Habré de serlo durante un buen tiempo. Es posible que a través del grito diabólico cometa un asesinato. Seguir la ronda. Y será otro el que se vuelva hacia mí con el rostro más ridículo de la Tierra. También amaba. Qué pesado, se dice. ¿Podremos abrazarnos y compartir el fuego adonde nos hemos condenado? Ah, más estupideces, más de lo mismo. Nunca acabaremos. Que triste, señores. No me imaginaba tanta imbecilidad, pero sí, aquí está, como el canto de la alondra que anuncia el final. Increíble. Un ave tan hermosa llevándonos a la burla, al desprecio, a lo inconsistente de abandonar el amor cuando ni Julieta ni su Romeo podían imaginarse que varios siglos después, en una sencilla aldea de Turquía, dos enamorados terminarían bajo el tronar de las balas por un litigio de tierras.

El pájaro de la mañana puede tocar a la puerta de cualquiera. Qué tomadura de pelo a la luz del amanecer.

Eso y no ninguna otra cosa es la violencia y los violentos: jirones del amor ridículo, pedazos de vida insostenibles. La más completa cursilería de manejar un rifle o una pistola para arreglar un conflicto. Aquí, en Palestina, en Afganistán, en Sri Lanka, en Colombia, en África, ya sea por ejércitos perfectos, grupos organizados o simples y pequeños mortales. Dondequiera y por cualquiera que se disparen esos artificios de quincalla barata con capacidad para cortar el aliento. Es lo más absurdo de la historia del ser humano.

Y qué maneras de desarrollar la tienda. Ametralladoras, cañones, cohetes, el copón divino en una jornada de toros. Se escucha el Aleluya de Händel y lo menos que aparece es El Mesías. ¿Quién puede ser el enviado? El ambiente está cundido de carcajadas entre lascas de jamón ibérico y esencias francesas. Al acabar la jornada nadie se acordará de que alguien tenía que llegar: el enamorado legendario ya cadáver.

El gran poder de los que deciden la violencia reside en la irrespetuosidad ante un crepúsculo que nos llega a todos. Sólo es permitido una miserable disyuntiva: elegir nuestros gloriosos ridículos a partir de una diversidad que nadie entiende. Una violencia pedestre nos aplasta a todos por igual y surge el grito, como un espasmo que nos hace la épica de la contemplación y la espiritualidad. Es cuando nos creemos inteligentes, pero todos sabemos que el calificativo es brutal. ¿Es que acaso nunca podremos zafarnos de la barbarie?

Para nosotros el poeta brasileño Thiago de Mello escribió en abril de 1964 “Los Estatutos del Hombre”. Uno de los textos amorosos más estremecedores de la Humanidad. Por esa carga contra todos. Por el ridículo, por la estupidez, por la imbecilidad en que nos coloca cuando no sabemos discernir entre la vida y la muerte. Un terror que continúa persiguiéndonos a tantos años desde su primera aparición pública en forma explosiva. Ahora tengo en mis manos una linda edición cubana. Recuerdo el día que lo compré en mi ciudad de La Habana. Qué tonto soy. ¿Es mío ese ensueño por donde ha pasado y sigue pasando tanta gente? A veces las palabras son engañosas, como tantas otras cosas que parecen muy legítimas, sí, ¿en qué momento me apropié de aquellas tierras? ¿Porque nací allí? Eso fue una casualidad y el azar nunca conforma una verdad rotunda. ¿Porque la quiero? Yo no soy el único con capacidad de amar. Maldita propiedad privada de mi mente, sí, porque se trata de una distorsión mental. Eso es todo. Cuando uno se muda a otro lugar y algún cariño lo aferra a él, la evidencia es abrumadora.

Ningún sitio es de nadie, nada es completamente nuestro, ni siquiera la propia casa de uno si vive con alguien más. Ningún amor es tan solitario. Y está bien así, porque vivir solo debe ser muy aburrido. Pero el sentirnos dueños de algo nos perturba, como si nos pusiera en otra naturaleza que no conoce el lenguaje compartido, como si de golpe y porrazo entráramos en un clima impropio para nuestro organismo y nos otorgara la identidad de unas verdades que nunca son completas. Pero qué poderoso se siente el pequeño cerebro que nos acompaña, y hasta el corazón brinca emocionado. Y todo por creernos propietarios del polvo final que seremos. Ay, Erasmo, tu estulticia o tu locura aún nos hacen dar las vueltas de los mejores saltimbanquis. En fin, en aquella bella ciudad del Caribe, amor de tantos y tantas que la han hecho suya y que con el mismo afecto debo compartir, había frío cuando me acerqué a la librería. Era febrero. Empecé a leer enseguida:

Artículo 1
Queda decretado que ahora vale la vida,
que ahora vale la verdad,
y que de manos dadas
trabajaremos todos por la vida verdadera.

Punto y aparte, pero la estrofa se resiste. ¿Me está pidiendo acaso alguna palabra? Necedad sin límites. La poesía entra en el silencio del alma y sólo desea un diálogo espiritual. Insisto: ¿Dónde está mi interlocutor? Tengo que buscarlo. Gritar si es preciso. Es un derecho de la satisfacción sentimental encontrarse con la carne del otro y que entre ambos hagan los manjares del día. Un acuerdo. Para empezar, lo más importante es la vida, esa que se hace exacta a la piel de los millones de habitantes del planeta. Quién no esté dispuesto a trabajar por ella debe irse hasta del vientre de su madre. Es un gran disparate no nacer cuando todo está preparado, pero si no se viene a respetar el principio de todas las cosas es mejor no venir. Entonces ya se asoma una exclusión, el más grave de los conflictos. Cuando no es por uno es por otro, pero el problema es más antiguo que todos los tratados. ¿Qué hacer? Pues convivir con él mientras vamos tratando de solucionarlo. No hay otra alternativa para vivir todos juntos. El derecho a la vida es individual, pero sobre todo es colectivo y jamás es la verdad de nadie en particular.

Artículo 2
Queda decretado que todos los días de la semana,
inclusive los martes más grises,
tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.

Ah, los martes grises, esos tiempos del Parnaso irredento, pues sí, ni el rincón más herido debe tener la arrogancia de levantar nubes de rabia. La conversación matinal en los aires de la fiesta es una de las mejores conquistas humanas.

Artículo 3
Queda decretado que, a partir de este instante,
habrá girasoles en todas las ventanas,
que los girasoles tendrán derecho
a abrirse dentro de la sombra;
y que las ventanas deben permanecer el día entero
abiertas para el verde donde crece la esperanza.

Es claro. Sólo vale lo que decidamos ahora, porque si lo dejamos para luego caeremos en otro incendio, y no precisamente de luz, ni para permitir la existencia obscura que nos llama. La posición de todos debe ser de bienvenida. No hay otra desde donde pueda verse el bosque y observar sus colores.

Artículo 4
Queda decretado que el hombre
no precisará nunca más
dudar del hombre.
Que el hombre confiará en el hombre
como la palmera confía en el viento,
como el viento confía en el aire,
como el aire confía en el campo azul del cielo.

Párrafo único:
El hombre confiará en el hombre
como un niño confía en otro niño.

La evidencia parece rompernos los tímpanos. Si no trabajamos por ese encuentro, las bestias nos dominarán, la tierra dejará de girar, el sol no alumbrará y los tiernos infantes que tanto amamos nos dispararán con sus juguetes, ya para siempre convertidos en reflejos del espejo que han mirado.

Artículo 5
Queda decretado que los hombres
están libres del yugo de la mentira.
Nunca más habrá que usar
la coraza del silencio
ni la armadura de las palabras.
El hombre se sentará a la mesa
con su mirada limpia
porque la verdad será servida
antes del postre.

¿Será posible que alguien no entienda que quien está a su lado es su hermano? Habrá que enseñárselo. Para que nadie se atreva a esconderse en el poder de la sombra o en la algarabía hueca que nunca indican la fraternidad necesaria. Cada uno será él mismo y el otro será igual para recibir el sentido de estar juntos, y siempre antes, mucho antes de que ocurra un accidente absolutamente evitable.

Artículo 6
Queda establecida, durante los siglos de la vida,
la práctica soñada por el profeta Isaías,
el lobo y el cordero pastarán juntos
y la comida de ambos tendrá el sabor de la aurora.

¿Se precisa un nuevo argumento, otra explicación, la aproximación a otra idea? ¿Cuántas cartas de navegación son necesarias? Si la tierra tiene serpientes sería muy útil que no las despreciáramos, todo lo contario, es preciso andar con ellas. La oportunidad es única para todos los que estamos. Uno de nosotros habrá de ser el mensajero, el maestro, el que provoque que tú y yo y él nunca nos apartemos de nosotros mismos.

Artículo 7
Por decreto irrevocable queda establecido
el reinado permanente de la justicia y de la luz,
y la alegría será una bandera generosa
desplegada para siempre en el alma del pueblo.

Por las tierras diferentes resulta fácil obtener la brújula de la felicidad. Saben que el camino es uno por ser múltiple, y se salvan porque son los que mejor han aprendido a tener el mismo paso.

Artículo 8
Queda decretado que el mayor dolor
fue y será siempre
no poder dar amor a quien se ama,
sabiendo que es el agua
la que da a la planta el milagro de la flor.

Si arribamos a un malentendido es porque no hemos aspirado lo suficiente. Habría que volver a respirar, y eso es posible siempre que no ocultemos las confusiones anteriores. Se aprende. No hay otro motivo para que estemos siempre hablando de lo mismo.

Artículo 9
Queda establecido que el pan de cada día
tenga en el hombre la marca de su sudor.
Pero que sobre todo tenga siempre
el caliente sabor de la ternura.

Por sobre todas las cosas, hasta por la herida, será necesario no olvidar nunca que la validez de estar juntos se debe a una sencilla observación: es el calor de los cuerpos el gran alimento del camino. Siempre deberíamos estar abrazados.

Artículo 10
Queda permitido a cualquier persona,
a cualquier hora de la vida,
usar ropajes blancos.

No faltaba más. Aquí todos somos puros, transparentes, hechizados por la suave brisa de un instinto que se me antoja infinito. Un milagro de la Naturaleza. La creación ha sido una fuerza de limpieza que nos ilumina a todos y nos produce un efecto de mariposa que ya quisiera el más grande de los inmortales disfrutar ese instante.

Artículo 11
Queda decretado, por definición,
que el hombre es un animal que ama
y que por eso es bello,
mucho más bello que la estrella matutina.

Pero, no, no me lo creo. Y apenas unas 200 personas se lo creerán. Unas 5 mil novecientas noventa y nueve millones estarán en mi mismo caso. No. La idea está desfasada. El hombre, y la mujer, y todas sus variantes, parecemos unos perfectos animales. Oh, Dios, ¿llegaremos a cambiar?

Artículo 12
Se decreta que nada será obligado ni prohibido.
Todo será permitido,
inclusive jugar con los rinocerontes
y caminar por las tardes
con una inmensa begonia en la solapa.

Párrafo único:
Sólo una cosa se prohíbe:
amar sin amor.

Ahora sí volvimos al principio, es más lógico. Vivir sólo tiene el sentido de caminar libremente por el cielo, digo, junto a los demás.

Artículo 13
Queda decretado que el dinero ya no podrá
comprar jamás el sol de las próximas mañanas.
Expulsado del gran baúl del miedo,
el dinero se transformará en una espada fraternal
para defender el derecho de cantar
y la fiesta del día que llegó.

Y no digo más, estrujado en mi burbuja de falsos alimentos, intentaré entregarme al aire limpio del planeta y apasionarme con la sola lectura de estos estatutos. Algún camino encontraré donde la paz del buen amor y el disfrute de la gran belleza se encarguen de someter todas las rabias que la realidad pueda inocularme. ¡Porque son tantas! Pero qué estupidez. Sería como olvidarme de que soy un ser vivo y tengo ganas de que la vida sea verdadera. Es patético. Casi todo invita a la violencia y a ensalzar a los violentos. Como si no hubiera otra salida. Una sensación terrible. La grandeza de la vida se deshace como jirones de carne masacrada en una mirada exhausta. Debería ser inaceptable. ¿Qué hacemos? Luchar sería la más adecuada palabra, aunque parezca que nunca nos salvaremos de la total ridiculez. Pero no dejemos jamás que alguien nos coloque en el infeliz lecho de una violenta muerte enamorada. Tal vez seamos un poco menos ridículos si nos planteamos lo alcanzable. Es posible y el tiempo apremia. Tenemos que insistir en buscar los caminos amorosos de la vida: Los Estatutos de la Verdad, del ser humano y de la Naturaleza.

sábado, 13 de junio de 2009

IV- La Resistencia Cubana, un secreto aún por descifrar (Conferencia en la Universidad de Girona)

IV

“Madagascar”, una sola palabra para entrar en una pesadilla. ¿Cómo salir de ella en un mundo globalizado? ¿Globalizando la pesadilla? Es evidente que la única forma reside en globalizar la salida.

A principios de la última década del siglo XIX, durante el proceso de preparación de “la guerra necesaria” por la independencia cubana, uno de los luchadores de la heroica contienda anterior (1868-1878), Ramón Roa, escribió “A pie y descalzo”, un valioso testimonio sobre las calamidades vividas por las familias y combatientes que participaron de aquella épica. José Martí, el gran organizador de la nueva batalla, estimó que el libro era inoportuno, criticándolo severamente, pues podía desalentar la combatividad que él y otros independentistas estaban levantando. Martí concedía una gran importancia a la Historia que se escribe y gustaba de destacar que ésta nunca se separa de la coyuntura en que se vive. Algo bien difícil para un escritor. De hecho las críticas al libro fueron refutadas por el historiador Enrique Collazo y otros revolucionarios cubanos. Martí aclaró sus criterios y el suceso no tuvo mayor trascendencia. En algún momento escribió: “Me horrorizan las obras que entristecen y acobardan”. Tal vez el hilo sutil que va del fiel reflejo de la realidad a través del Arte y la certera visión del artista para proyectar su obra hacia la esperanza –porque no cabe otra alternativa entre los que luchan-, sea el más duro escollo que deben vencer los que quieran reflejar el tiempo vivido.

Hace unas semanas decía el escritor catalán Juan Marsé: “Creo que toda obra ajusta cuentas con la realidad, en lo que hay en ella de aparente, enmascarado y engañoso. Uno escribe porque no acaba de estar conforme con el mundo tal como se le ofrece, ni con la sociedad en la que vive, ni consigo mismo. La novela nace del desfase entre la apariencia y la realidad, según nos enseñó Cervantes con las andanzas de Don Quijote.” Podríamos deducir que cualquier hecho, hasta los más alejados de la expresión literaria, estarán marcados por esta impronta de ajuste y esperanza y sólo dependerá de la inteligencia o el talento de las personas el que la expresión de su autenticidad pueda aprehender los espacios invisibles de la realidad en todo lo que tiene ésta para encaminarse buenamente hacia el futuro. Es notable el ejemplo de Honorato de Balzac que, siendo incluso un gran admirador de la aristocracia, contribuyó con su obra gigantesca a que la sociedad se viera a sí misma y que ésta se dirigiera al futuro mediante el análisis más despiadado de la realidad de su tiempo.

Si “A pie y descalzo” se publicó en Cuba a fines del siglo XIX, con las correspondientes contradicciones generadas y su magistral solución, pasada una centuria se repite algo parecido con la película “Madagascar”, filmada en la isla por realizadores, técnicos e intérpretes entregados al movimiento revolucionario de 1959. El Arte, otra vez, le seguía los pasos a la realidad. No era algo nuevo en el actual proceso histórico. Diversos dirigentes políticos y culturales se enfrentaron, a veces con una arrogancia y un desprecio realmente intolerables, a numerosas obras artísticas y literarias que reflejaban las complejas transformaciones que ha vivido el país. El conflicto más conocido fue el que pasaron el libro de poesía “Fuera del juego”, de Heberto Padilla, y la pieza teatral “Los siete contra Tebas”, de Antón Arrufat, a fines de los años 60. Sin llegar al dramatismo anterior sucedió algo similar con el film “Alicia en el pueblo de Maravillas”, de Daniel Díaz Torres, a principios de los años 90.

Se trataba de algo casi natural en una realidad que se estaba inventando día tras día. Ahora todo es más complejo. Al iniciarse la última década del siglo pasado todo se ha tornado más grave para Cuba. Un periodo de 20 años bajo el más brutal estrangulamiento que ha caído sobre ella. Súbitamente un país, donde la mayor parte de su pueblo había recibido la máxima educación social y cultural, junto a un decoroso desenvolvimiento material, se veía privado casi totalmente de este último por el derrumbe del campo socialista europeo, con el que el gobierno poseía el más alto intercambio comercial y que le facilitaba escaparse, en gran medida, de las penurias producidas por el bloqueo norteamericano. En un instante la isla perdió su mayor aprovisionamiento económico. Hubo, y la hay, una crisis espiritual, pero no está demás apuntar que las circunstancias que debían enfrentarse podrían provocar un desgaste moral en cualquier lugar que se viera, repentinamente, abocado a vivir una situación material tan dramática. En la modernidad de cualquier país occidental desarrollado pasaría lo mismo, o peor, porque el individualismo, baluarte capitalista, no tuvo ni tiene aún su reino en la isla.

Tal vez, a pesar de la compleja intervención de Fidel Castro al inicio del triunfo revolucionario y las muchas torpezas de aquellos que debían implementarla, a partir de las célebres “Palabras a los intelectuales”, sea la Revolución Cubana, que muchas veces ha favorecido, pagado y promocionado la crítica a la lucha transformadora, la concepción política que con mayor audacia ha practicado una nueva relación entre las expresiones artísticas y literarias y el poder gubernamental.

“Madagascar”, en contra de una más que justificada censura en el país y aún constituyendo uno de los testimonios más desgarradores de la situación, se instala en esa corriente de crítica desde la esperanza que la Revolución siempre ha posibilitado, a pesar de los verdugos internos. La película aborda la convulsa realidad cubana de los años 90, el momento en que el gobierno se vio obligado a decretar un “Período Especial en tiempos de Paz”, algo realmente terrible dentro de las ya largas vicisitudes materiales del pueblo. Y fue exhibida en la isla casi al momento sin apenas contradicciones. La pantalla cinematográfica se convirtió en una reflexión directa de lo que sucedía fuera de las salas de proyección. ¿Qué habían hecho los que instauraron el mal llamado socialismo real? ¿Qué efectos estaban irradiando hacia una izquierda mundial ya de por sí algo edulcorada por aceptar, sin el debido análisis y sacrificio, los bienes que le proporcionaba el capitalismo? ¿Qué infiernos de incertidumbres podían abatirse sobre los cubanos? La paralización del país parecía inminente. Como si los ojos benditos de los que luchaban a pie de obra hubieran quedado vacíos. El Socialismo en la isla era mucho menos que la fecha en que se hundiría en el océano. Y no sucedió. El Arte y la vida se daban la mano para estrechar aún más sus posibilidades de compartir la esperanza.

Cuba se mantuvo y, aún sin haber superado completamente aquella etapa, se mantiene, a pesar de las trabas que su propio sistema le ha creado. Ya es innegable que todo gobierno totalitario impide la contribución masiva y popular, produciendo unos bloqueos internos que daña todas las estructuras participativas en la sociedad y alimenta la hostilidad de los asedios externos. Como si en la propia casa se albergara al enemigo, haciendo crecer la desconfianza e implantando un voluntarismo que termina por adocenar y hasta convertir en cómplices del miedo a gran parte de la población. Cualquier cambio es visto como una amenaza más. Un pequeño dirigente puede volverse un sátrapa. Entonces, liberarse de tan obstinadas condiciones se convierte en el mayor objetivo de la lucha, al menos para aquellos que continúan pensando que la Revolución es posible. Todos se hacen daño. Por eso aquellos tiempos y esta película están ahí como una profunda advertencia o un secreto aún por descifrar. Algo decisivo para la marcha de la Revolución.

Sólo será posible avizorar el futuro sentando al pasado en el más preciso presente. En aquellos despiadados años 90 el país y sus gentes entraron a un túnel demasiado oscuro. Allí el sueño y el despertar se constituyeron en una misma cosa: una horrenda pesadilla. No se podía dormir ni estar despierto. ¿Dónde entonces se existiría? Muchos llegaron a pensar que quizás hubiera algo más allá de la realidad. Todos los horizontes se habían escondido.

“Madagascar” es una palabra que, más que un lejano y desconocido país, se erige en el mayor símbolo de una demanda urgentísima de ayuda. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible que unas ideas y unos proyectos -los asumidos por la inmensa mayoría de los cubanos- hubiesen llegado repentinamente a un inexplicable vacío? ¿Cómo casi nadie en el mundo corría a ayudar a aquellas personas embelesadas por una historia que creían la más justa, la más hermosa, la más natural? Esto sería otro enigma aún por conocer. Como si nadie se percatara todavía que todo no es tan hermoso. Mientras que existan los que, como una mueca de una aristocracia decimonónica, repiten desde sus eufóricas libertades: “aliento, cubanos, porque vosotros sois la dignidad”, y disfruten conduciendo sus coches por las avenidas casi desiertas de Cuba gracias a que el pueblo, muy extenuado, camina o va en bicicleta, existirán y se reproducirán aceleradamente aquellos que, aún pasivamente, ya están preparando el fin de la concordia y de los ideales compartidos. Al percatarse de esta realidad, muchos cubanos encarnaron esa palabra, Madagascar, que más bien constituye el viaje a ninguna parte, al mundo inexistente que le había tendido una trampa ilusionista con las ideas de una redención universal.

Había que buscar otro sitio si los líderes que amaban carecían de la brújula necesaria. Ese lugar sólo podía estar en la imaginación, y ahí, en el “Madagascar” de una desconocida solución se instaló una buena parte del pueblo. Era una forma de lucha, de esperanza y de compasivo discurso contra sus propios dirigentes e ideales.

Tiempos muy tristes donde la inmensa mayoría de los cubanos demostró un aprendizaje de paciencia más alto que los picos de los Himalayas. Parecía que recordaban con máxima claridad el final del famoso cuadro XIV de la pieza teatral Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, donde el alumno le espeta al maestro: “Desgraciado el país que no tiene héroes”, a lo que el sabio le responde: “No, desgraciado el país que necesita héroes”. El pueblo cubano no se rebeló contra su gobierno, como tampoco lo hace ahora, porque sabe muy bien las características de la sabiduría. Mientras la izquierda mundial, y la nativa, no asuman el cansancio de caminar o pedalear, como el pueblo, su reino se dirige a su propia destrucción sin necesidad de un heroísmo popular. Desde luego que será muy triste ver esa tragedia, pero tal visión se está erigiendo como la única posibilidad de que los propios pueblos no sean los que se destruyan. La señal de alerta está en pie, peleando con la vida. Esto podría ser una de las mayores enseñanzas del proceso revolucionario cubano. Así también su auténtica capacidad para sortear las pésimas predicciones que lo amenazan. Y estas sí constituyen un fulminante disparo al corazón. Nadie está exento del más riguroso cuestionamiento, desde el grande, mediano o pequeño dirigente hasta el más humilde de los seres humanos.

Mientras no llega el derrumbe, se sobrelleva la tormenta. Es ciencia vulgar. El tiempo es muy torpe para ofrecer alguna respuesta. Se lucha y se espera. Así fue la vida, la más angustiosa y escalofriante vida en aquellos turbulentos años 90. La pesadilla había tocado a las puertas de toda la isla y sus habitantes, lejos de sentir la poderosa luz tropical, se convirtieron en absurdos protagonistas de un abismo que, por primera vez en la historia revolucionaria, se abría paso por las calles de las ciudades y por los senderos del monte, entraba a las casas e iba trastornando el alma de las personas. La película es un fiel reflejo de esta desesperada paciencia que creó el más exquisito lenguaje de la supervivencia.

Tanto los dos personajes principales del film, como el resto de los que intervienen en la trama, podrían ubicarse en diversos espacios de resistencia a la tortura física y psíquica en que se ven envueltos.

Los espacios del vacío se abren en la consulta psiquiátrica con que comienza y termina la película. Y se extienden. Están en las 24 horas del día, en el no poder dormir, en la unión entre el sueño y la realidad, en el trabajo, en el estudio, en el camino detrás del tren, en el homenaje universitario, en los quehaceres maniáticos de los profesores, en las bicicletas, en la búsqueda de uno mismo en la concentración popular, en la fotografía sin rostro, en el túnel, en el cansancio, en el descanso, en el silencio con que se observan los barcos que no tienen destino.

Los espacios del intento redentor o la célebre resistencia ignota aparecen sobre todo en el amor con que la madre defiende a su hija sólo por ser su hija. Y surgen a borbotones en las continuas mudanzas de la familia, en las sucesivas transformaciones de la joven Laura, que se entretejen entre la música de rock, la fe religiosa, la solidaridad incuestionable y el lirismo más suicida. Intentos. Ninguno se afincará en la realidad, aunque entre ellos la están sosteniendo. Todos participan de la expectación del no saber qué hacer; o cuando más –porque todo es posible-, por amor, siempre el amor, se renuncia a todo lo soñado y una de las más talentosas profesoras se marcha al campo a ordeñar cabras.

Los espacios anodinos, mecánicos, robotizados, sin ningún camino de fe, pero suficientes para saltar la asfixiante cotidianidad, se mueven entre los comecoles, los ratones, el juego de monopolio, la pintura de un lienzo, el grito ahogado y ciego de muchas personas, subidas a lo más alto de la ciudad, pronunciando suavemente la terrible palabra con los brazos abiertos. Nadie acudirá para ayudar. No existe el abrazo mundial. No está hecho todavía.

Los espacios que, aún amenazando, no cuentan para no avivar la desesperación, porque están restringidos a los instantes de miedo, están en la comida quemada, en la postal de París, en el policía demandándole a la madre que cuide a su hija, en la lluvia, en ese quiéreme mucho final y el tren viajando a quién sabe dónde.

Y queda, entre muchos otros, el espacio intrascendente de la muerte que no sucede. Ese trágico pensamiento de que todo salte por el aire a través de una bomba que no encuentra explicación para contenerlo a uno mismo.

Todos los espacios, en su fértil combinación, poseen una validez extraordinaria. ¡Qué pueblo tan grande habita esa pequeña isla! No es un rebaño de corderos ni un montón de cobardes. Por la propia Revolución, que abrió para todos la mayor cantidad de conocimientos vitales que algún gobierno ha abierto en otro país, pudiera Cuba formar la gran esperanza para la salvación de la especie humana. Y esto constituye también un secreto, tal vez el más considerable.

La resistencia del pueblo cubano desborda la historia numantina o el sitio de Leningrado. No es casi nada en sí misma. El aguante de África sí es verdaderamente espeluznante. La resistencia de la isla se encierra en los sueños que se hicieron posibles, en la intensidad de la vida que pudo plantearse, en la profundidad que sus ojos adivinaron. Su enigma está, entonces, en las múltiples resistencias que se derivan de su singular trayectoria.

La película es una ficción. Bien podría ser un documental. Da igual. El Arte dejó de ser una interpretación individual para convertirse, como todo realismo con ímpetu revolucionario, en la fiel captación del espíritu de un pueblo en una situación muy bien determinada en el subconsciente colectivo. El gran Arte de metaforizar el paso del tiempo y de ofrecer momentos de atención a las vanguardias.

Los cubanos, más tozudos que el mismo diablo, poseen la gracia, el perfume y hasta el ritmo del por qué puede resistirse una embestida de la realidad, tanto los que están a favor de la Revolución como los que están en contra. Todos se han humedecido por el escandaloso rocío de la fraternidad. Todavía sorprende cómo fue posible que la gente continuara acudiendo a trabajar, en agotadores desplazamientos hacia sus centros de labor, que algo hiciera en ellos, que luego volviera a sus viviendas donde seguramente no tendría agua para el aseo y la comida sería tan mínima que apenas la sentiría. Es probable que el pensamiento del Ché, en su magistral carta “El Socialismo y el hombre en Cuba”, nos aproxime a alguna certeza: “El esqueleto de nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje; los crearemos.” Aquí se abre otro misterio: ¿podrán crearlos fuera de los sepulcros?

Si ahora Cuba puede parecer un mayor enigma en la más disparatada algarabía, es el resultado de la influencia decisiva de aquellos años que se vivieron como un violín desafinado, tal como se siente a sí misma una de las protagonistas del film. ¿Cuál es la medida o la calidad de la resistencia que puede darnos alguna respuesta sobre la efectividad de la Revolución? ¿Está bien compuesta la orquesta? ¿Cuántos están tocando unos instrumentos que no pertenecen a esta partitura? Todo tiene un clamor extraño, complejo y de difícil definición. Tenemos muy bien protegidas las historias que constituyeron el milagro vivido antes de esta infernal crisis. Aquello tan simple como ir a la escuela, a un hospital, a un teatro, a un puesto de trabajo seguro, a una sencillez material decorosa y digna para poder ser solidario con otros pueblos, a obtener una licenciatura universitaria, a reír, a pensar en criticarlo todo y seguir adelante con la fiesta de la vida. Todo eso, llamado por muchos la Revolución o la modernidad general, llegó a Cuba y no a Latinoamérica, que permaneció con el silencio del indio, del negro, del criollo pobre que se debatían ante la soberbia de unos pocos nativos y extranjeros que los exprimían. Es indudable que la isla fue pionera en gritar colectivamente y avanzar hacia otro mundo muy diferente al que vivía el continente. Pero, ¿dónde está ahora ese lugar que se nos tuerce hacia el porvenir? ¿Acaso también Cuba, después de tantas luchas y dignidades, habrá de regresar al desastre cotidiano de los siglos latinoamericanos?

“Nunca seremos felices”, dijo el Libertador, Simón Bolívar, poco antes de morir. Toda la América Latina intenta conjurar esa desdicha y hoy empieza a mostrarse con un nuevo rostro muy distinto al de hace cinco décadas, cuando uncida al carro imperial se separó de Cuba. Ahora, en vez de hacerse más rica y europea o norteamericana, se ha hecho más pobre y más autóctona. Está abriendo su inmenso tesoro: puede combatir unida por la sustancia proteica de que habló el Ché. Ya son varios los países con posiciones bien radicales frente al antiguo coloso imperialista que, viendo agonizar su sistema e incapaz de sostener tantos frentes de ignominia, se ha visto obligado a cambiar su imagen y hablar de otra manera, pero no nos engañemos, es el mismo, sólo que, dada la magnitud con que la crisis actual podría echar por tierra todo el sistema, él mismo se está moviendo por diferentes posiciones de salvación. Resulta imprevisible saber cuáles intereses saldrán adelante. Ahora está probando el camino del buen hombre que seduce a las multitudes. Pudiera América Latina aprovechar la ocasión para alcanzar su definitiva independencia. Todo dependerá de esa descomunal potencia que aún tiene el sistema capitalista y la verdadera educación para la vida que puedan forjarse los latinoamericanos y el mundo en general.

En Cuba hay una memoria imprescindible para ella y para los demás. Si ésta es destruida, como una nueva versión de la geopolítica, sucederá lo que le ocurrió a algunos países europeos, sobre todo a Italia y a Grecia, al terminar la Segunda Guerra Mundial. Unos pueblos se situarán en la órbita de la regeneración y otros tendrán que conformarse con lo estipulado por el bien de la civilización, si es que no se produce un choque de barbaries según lo estudiado por el libanés Gilbert Achcar. Porque ya no estamos en 1945. Ahora los griegos y los romanos son los haitianos.

Si el sistema capitalista logra superar su actual crisis, es claro que tendremos que esperar otra época en que los trabajadores, por puro instinto de conservar sus puestos de trabajo, no tengan que defender a las multinacionales. Y lo mismo mientras no sea entendido la vacuidad consumista y la banalización del saber que azotan al espíritu de las personas. Entonces, aquel milagro al que Cuba se acercó con sus ciudadanos, haciéndolos buenos profesionales y firmes defensores de su dignidad al tiempo en que los libraba de un destino de parias inservibles, será postergado por otro número de años o de siglos. La situación mundial que estamos viviendo puede ser testigo de la continuidad depredadora del sistema o igual de su desaparición y un nuevo emprendimiento de los sueños.

Los vientos están ensortijados. Igual van de un lado que de otro. No es una casualidad que al final de la V Cumbre de las Américas, celebrada recientemente en Puerto España, el presidente venezolano, Hugo Chávez, le regalara a su homólogo norteamericano el libro de Eduardo Galeano “Las venas abiertas de América Latina”. Puede el enviado del gran capital guardar el texto en cualquier estantería irreconocible. Pero dice gustarle leer, aunque no conoce el idioma español. Dice también que no quiere hablar sobre el pasado, sino que prefiere pensar en el futuro. Perfecto, si entiende que al porvenir sólo se llega revisitando en el presente las huellas del pasado. Y si lo entiende, esperemos que no ocurra un magnicidio, aunque parece bastante evidente que la misión que tiene encomendada es retornar a su rebaño a los países latinoamericanos y preparar la definitiva desaparición de Cuba. No puede verse de otra manera esa actitud formalmente conciliadora que, agazapándose en la gran necesidad de esperanza que tenemos todos, busca la ayuda “pública” para que América Latina fuerce el fin de las posiciones cubanas. Incluso ya desde su trono de poder algunos de sus colaboradores están dando a la opinión internacional la noticia de la pronta caída de la isla. Se preparan para ello e intentan que los demás hagan lo mismo: que se cumpla el pronóstico sin que se desarrolle la enfermedad que han inoculado en Cuba. El colmo de la insolencia y el desprecio de la Doctrina Monroe del siglo XIX. Apenas han cambiado. Ya veremos si los pueblos, incluido el cubano, también se preparan y luchan para el gran triunfo sobre el gigante malherido.

No obstante la profunda convicción del engaño con que el gobierno norteamericano ha hecho ver que, a partir del levantamiento de unas mínimas medidas contra Cuba, es la isla quien debe cambiar, preferimos seguir insistiendo que, como todos los que se acercan al proyecto de la Agenda Latinoamericana lo hacen por tener esperanza y para trasmitirla a los demás, las palabras de la paz y la concordia deben ser las que nos dominen, aún dentro de la inexplicable pesadilla que vemos en la película “Madagascar” y en la vergonzante máscara escogida por el imperio. Es que hemos sido tan inocentes con la creación de otra humanidad que ahora, cuando alguien de nuestro color, con un discurso hermosísimo, es colocado al frente de la Gran Potencia, llegamos a pensar que todo está solucionado y que sólo hay que cuidar a este hombre. Ni nos pasa por la cabeza que el capitalismo es capaz hasta de darnos la razón con tal de que sigamos creyéndole. No imaginamos que detrás de tan buenas intenciones puede estar escondido el mismo animal que siempre nos ha chupado nuestra sangre generosa. Por ello seguimos con las venas abiertas.

Claro que Cuba debe cambiar si no quiere desaparecer. Igual que el resto de los países latinoamericanos. Pero es el Mundo Todo el que debe cambiar, porque es él principalmente el más amenazado con su desaparición. Sólo mediante el convencimiento y el respeto de unos hacia otros podrá efectuarse un cambio verdadero. Preciosas palabras. Pero si no luchamos con inteligencia y sin ingenuidades, olvidémonos de la victoria. De ahí que terminemos con una reafirmación en la creencia de que ya arribamos al tiempo en que todos obligatoriamente tenemos que salvarnos. Claro, si aceptamos “Los Estatutos del hombre”, escritos por el poeta brasileño Thiago de Mello y que en su Artículo I nos dice:

“Queda decretado que ahora vale la verdad,
que ahora vale la vida
y que, tomados de las manos,
trabajaremos todos por la vida verdadera.

jueves, 4 de junio de 2009

III- Cuba, utopías, rupturas y sacrificios (Conferencia en la Universidad de Girona)

III

Nunca habrá nada más humano y enaltecedor que, regresando de la historia, asumir lo que somos.

Todos los procesos revolucionarios europeos y sus pensamientos filosóficos inundaron el Nuevo Mundo. No podía ser de otra forma. Quiérase o no, y a pesar de la gran mezcla de culturas efectuada en esa parte del planeta, las corrientes europeas más progresistas siempre encontraron allí los puertos bien abiertos. El Universo Latinoamericano era el que estaba obligado a la adaptación de lo que llegaba, como pedía Mariátegui, pero en todas las etapas históricas el recibimiento se llenó de un gran regocijo. Si alguna región de la Tierra no conoce ni un ápice de rechazo a lo europeo esa es América Latina.

Parece que en la Revolución Cubana de 1959 convergieron todas las revoluciones e ideas que se sucedieron en el continente. Allí se fundieron en abrazo fraterno todos los luchadores latinoamericanos.

Por las presiones de los Estados Unidos de América, la isla cayó bajo la influencia marxista más radical, aquella que había tomado el Poder en la Unión Soviética. Era la reacción más orgánica a aquel “Destino Manifiesto” que el imperio había impuesto con sagaz altanería y desprecio a toda la región desde el siglo XIX. Era una respuesta de las revoluciones mestizas al gigante interminable. Hasta ese momento nadie pudo hacer nada contra él. Las osadías magnánimas que en diferentes rincones alzaron los pueblos dispersos fueron ahogadas rápidamente, y de pronto, como un fermento acariciado por los siglos, emergía la alternativa socialista en la forma de la hoz y el martillo de la Europa Oriental frente a los ojos del coloso.

Este radicalismo sólo podía darse en la isla antillana, apenas sin una población originaria, que fue prácticamente exterminada durante la colonización española. También la tardía independencia de la metrópolis posibilitó el surgimiento de una fuerte capa de nativos que fueron articulando unos elementos decididamente diferentes a los europeos. Ello le otorgó con prontitud una vocación latinoamericanista completa. Casi una tarea fundacional. Todos estos factores convirtieron a Cuba en un auténtico foco de transparente rebeldía ideológica y social. Al final de la guerra de independencia, Estados Unidos no se la pudo anexar, como hizo con Puerto Rico. La nación cubana ya había sido esculpida gloriosamente por sus bravos criollos en los campos de batalla. Aquellos blancos, negros y mestizos que forjaron el alma nacional, tanto con las armas como con las Artes y la Literatura, poseían un clamor diferente. Del conjunto de todo el gusto surgido entre las palmas insulares emergió un pueblo con ganas de existir soberanamente en la diversidad terrestre. Así nació el 28 de enero de 1853 en La Habana, de madre canaria y padre valenciano, el mayor de los cubanos, José Martí, aquel que habría de sintetizar en su palabra y en su acción toda el ansia libertaria del continente. El 10 de enero de 1891 publicaría para “La Revista Ilustrada”, de Nueva York, el documento más importante de las luchas latinoamericanas: “Nuestra América”, que casi deberíamos saber de memoria. Resulta indispensable citarlo extensamente:

“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras.

Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes.

¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América?

Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.

Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.

Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.

El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.

Con los oprimidos había que hacer una causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores.

Éramos una visión con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella.

Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa e inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura del sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación.

Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos.

Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.

Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña.

El deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.

No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!”

Con el abono de tanta dedicación a la causa revolucionaria, el pueblo cubano parecía ser el más preparado para iniciar la definitiva emancipación continental. La neocolonia que Estados Unidos implantó después de la derrota española no pudo, a pesar de sus intensos escarceos, horadar el espíritu libre del cubano. Son numerosas las historias que lo atestiguan durante toda la mitad del siglo XX. El colofón de esas luchas sería el 26 de julio de 1953, en que un grupo de jóvenes asaltan el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. Gran parte de los asaltantes fueron masacrados y el resto quedó prisionero. En el juicio celebrado a Fidel Castro, el jefe de aquella acción, él mismo, como abogado, asumió su defensa, esgrimiendo un alegato contundente sobre la situación del país: “La Historia me Absolverá”, que luego se convertiría en alma del Movimiento Revolucionario. Se había declarado a José Martí como el autor intelectual del asalto. Nunca la historia había podido engarzar mejor sus eslabones de continuidad. Cuando la Revolución triunfó y entró en la misma ciudad el 2 de enero de 1959, Fidel diría desde el balcón del Ayuntamiento: “Esta vez no será como en 1898, en que el ejército norteamericano, después de la derrota de España, impidió al Ejército Libertador cubano, lleno de hombres descalzos y harapientos, entrar a la ciudad. Esta vez sí entramos y nos vamos a quedar aunque no les guste esta tropa”. Y claro que al imperio no le gustó nunca y rápidamente comenzó su vergonzoso asedio.

Los datos son simples, rápidos y precisos: En mayo de ese mismo año el gobierno revolucionario decretó la ley de Reforma Agraria. Enseguida los grandes latifundistas pidieron al gobierno de Estados Unidos que interviniera. Así fueron confiscados los fondos cubanos depositados en bancos norteamericanos y se redujo el suministro de petróleo a la isla. Casi a punto de ahogarse aquella Revolución con menos de un año en el poder y no teniendo a nadie en el mundo que le ofreciera ayuda, acudió a la Unión Soviética. En febrero de 1960 Cuba recibe un crédito de 100 millones de dólares y un tratado para la llegada del combustible necesario. Siete meses después, en octubre de 1960, Estados Unidos prohibió toda exportación a la isla. En menos de medio año, en abril de 1961, Cuba es invadida por Playa Girón por cubanos residentes en Miami organizados y apoyados por el imperio. Los revolucionarios los derrotaron en tres días y empezaron a prepararse en espera de otra posible invasión. En enero de 1962 Cuba es expulsada de la Organización de Estados Americanos y toda América Latina, con excepción de México, rompe relaciones diplomáticas con la isla. Pasado un mes el presidente norteamericano firma el bloqueo contra Cuba. Seguiría la alocución de dignidad que, como un eco de la semilla sembrada por José Martí, realizó Fidel Castro el 4 de febrero de 1962, conocida como la Segunda Declaración de La Habana, donde podemos ver, en unos fragmentos, el brillante lazo con “Nuestra América”:

“Con esta humanidad trabajadora, con estos explotados infrahumanos, paupérrimos, manejados por los métodos de foete y mayoral no se ha contado o se ha contado poco. Desde los albores de la independencia sus destinos han sido los mismos: indios, gauchos, mestizos, zambos, cuarterones, blancos sin bienes ni rentas, toda esa masa humana que se formó en las filas de la “patria” que nunca disfrutó, que cayó por millones, que fue despedazada, que ganó la independencia de sus metrópolis para la burguesía, esa que fue desterrada de los repartos, siguió ocupando el último escalón de los beneficios sociales, siguió muriendo de hambre, de enfermedades curables, de desatención, porque para ella nunca alcanzaron los bienes salvadores: el simple pan, la cama de un hospital, la medicina que salva, la mano que ayuda.

Pero la hora de su reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido, la viene señalando, con precisión, ahora, también de un extremo a otro del continente. Ahora, esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o en el tráfico de las ciudades o en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. Ya se les ve por los caminos un día y otro, a pie, en marchas sin término de cientos de kilómetros, para llegar hasta los “olimpos” gobernantes a recabar sus derechos. Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando las tierras, afincando sus garfios en la tierra que les pertenece y defendiéndola con su vida; se les ve, llevando sus cartelones, sus banderas, sus consignas; haciéndolas correr en el viento por entre las montañas o a lo largo de los llanos. Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más mayoritarios en todos los aspectos, Los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron.

Porque esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia.”

Resulta hermosa la semejanza entre ambos documentos, aunque sólo pruebe la exclusividad del grito cubano frente al resto de los países latinoamericanos a mitad del siglo XX. A comienzos del XXI la realidad continental es bien distinta. Sólo han pasado 50 años y el latinoamericanismo es cada vez más fuerte. La influencia de la Revolución Cubana ha sido determinante. Pero todavía nos queda un importante tramo de historia que definió la total posibilidad de Cuba para constituir una pieza clave en la unidad de América Latina: La crisis de los misiles en octubre de 1962.

Son innumerables los estudios sobre aquellos días. Uno de los cuentos es de una simpleza proverbial. Después que un avión norteamericano fotografiara el emplazamiento de cohetes nucleares en Cuba, Kennedy decretó un bloqueo militar para impedir que nuevos barcos soviéticos arribaran a la isla con más armamento, pero desconocía que ya en el Caribe había varios submarinos atómicos de su enemigo. Estos navíos tenían la orden de lanzar sus torpedos si eran atacados. Los destructores norteamericanos que, a su vez, custodiaban las costas cubanas, tenían la orden de atacar a cualquier embarcación soviética si no se detenía antes de llegar a la isla. Cuentan que dos submarinos, expuestos sus militares a altas temperaturas y con escasez de agua y alimentos por su larga estadía en el lugar, se vieron obligados a salir a la superficie y ver a las otras embarcaciones. Fue el momento cumbre de unos sencillos hombres en uno y otro bando. Podrían haber iniciado los ataques. Tenían esas órdenes. En un segundo se generalizarían los misiles sobre ciudades norteamericanas y soviéticas, ahogando todas las gestiones diplomáticas que se estaban efectuando entre las dos potencias enfrentadas y que aquellos militares que se estaban mirando en las aguas del Mar Caribe desconocían. El buque norteamericano decidió no disparar y los soviéticos decidieron volver a sumergirse. Ambos lo comunicaron a sus gobiernos y por primera vez en la carrera nuclear se conscientizó su inmensa fragilidad. La Tercera, y posiblemente última, guerra mundial había estado a escasos pasos de desencadenarse.

Es notorio que Nikita Kruschev hubo de utilizar la sintonía pública de Radio Moscú para informar al gobierno norteamericano de que aceptaba el acuerdo que secretamente los dos países estaban negociando. La Unión Soviética sacaría sus misiles de Cuba y Estados Unidos se comprometía a no invadir la isla rebelde al mismo tiempo que sacaba sus cohetes de Turquía.

Otra vez, como en 1898, los cubanos habían quedado fuera de las negociaciones. Pero la historia se encargaría de solucionar estas cuestiones. Con los misiles soviéticos Cuba no pudo hacer nada, salvo el no aceptar una inspección en territorio cubano como había exigido Estados Unidos. No se consiguió todo, pero algo se impuso: la dignidad de unos dirigentes, de un pueblo y de una causa frente al imperio del norte empeñado en desconocer la nueva realidad.

Cuba no fue invadida y se convirtió en la balsa de ayuda para todos los movimientos revolucionarios en el mundo, llegando hasta la lejanísima África. Fruto de la colaboración militar con el gobierno que surgió de la independencia de Angola, se produjo el hecho más destacable para la importancia de la isla en las luchas revolucionarias: Cuba se sentaría en la mesa de negociaciones sobre el conflicto africano, junto a Angola, Sudáfrica y Estados Unidos. Por primera vez el imperio tuvo que sentarse junto al pequeño país que lo había retado en 1959. Es significativa una declaración de Nelson Mandela sobre la grandeza de la ayuda cubana: “La contribución de Cuba constituyó el viraje para la lucha de liberación de mi continente y de mi pueblo del flagelo del Apartheid.”

En sus “Memorias”, el secretario adjunto para África en el gobierno de Ronald Reagan, Chester Crocker, relata en una carta que le envió al Secretario de Estado George Shultz el 25 de agosto de 1988: “Descubrir lo que piensan los cubanos es una forma de arte. Están preparados tanto para la guerra como para la paz. Hemos sido testigos de un gran refinamiento táctico y de una verdadera creatividad en la mesa de negociaciones. Esto tiene como telón de fondo las fulminaciones de Castro y el despliegue sin precedentes de sus soldados en el terreno.”

La Revolución Cubana ha demostrado con creces que, aún en las más adversas circunstancias, y hasta sirviéndose de ellas, son posibles los pasos hacia el cambio del mundo. La ley del capitalismo en Occidente había empezado a resquebrajarse por obra y gracia de un sacrificio. La solidaridad internacional desplegada por Cuba, algo tan necesario para que las personas adquieran el derecho de su individualidad al reconocer la igual posibilidad a los demás, constituye el factor de mayor peso que la isla aportó al nuevo camino: el intento para que los pueblos se conocieran y asumieran juntos todas las consecuencias de su lucha.

Es sabido que lo principal del cuerpo legislativo de cualquier país capitalista está conformado para que las luchas revolucionarias puedan llegar hasta un punto. Por ley, desde la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobada por la Revolución Francesa de 1789, el derecho a la propiedad privada constituye el celo principal de los poderosos. Y no se trata de un derecho para disponer de los bienes necesarios para la vida de una persona, un grupo o una comunidad. Se trata de que mediante el Cuerpo Legal Internacional se ampara la propiedad de tierras, ríos y recursos naturales a favor de un país poderoso en contra de otro debilitado. Cualquier movimiento social que intente virar esta situación se las verá bien complicado. Por ello el reto cubano alcanza tanto significado y su recorrido se reviste de una trascendencia verdaderamente asombrosa.

Es curioso que una de las primeras medidas de la Revolución Cubana, y que se hizo efectiva por el desborde del pueblo, fue la eliminación de los casinos de juego. Hasta la vulgar lotería popular fue erradicada. Se planteó que era una mortífera máquina de mantener sueños para hacerse rico y no creer en los frutos por el esfuerzo del trabajo honrado. Una creencia que dejaba a un lado la primacía de pensar en colectivo que tanto daño ha producido en la humanidad. Había que desterrar el pensamiento que tenía sumido al pueblo en unas manifestaciones culturales paralizantes para cualquier cambio revolucionario. Y con todo el riesgo que ello significa, el gobierno cubano acometió unas transformaciones tan complejas que resultaría imposible pensar que no tendría sus detractores. Estaba actuando contra unas costumbres entronizadas durante demasiado tiempo en las capas más humildes del pueblo. Sobre el camino se puso el cambio cultural de un pueblo. Esto, lógicamente, tenía que producir graves quebraderos de cabeza en la creación de la nueva sociedad. Y con un enemigo cercano tan furioso era también imposible que la Revolución no sufriera miles de obstáculos y se embarcara en un navío donde aún no estaba definida una alternativa coherente al salvajismo capitalista.

El Socialismo desplegado en los países del este europeo apenas había cambiado los cimientos del sistema. La expropiación estatal de las riquezas no avanzó hacia una plena conquista de nuevas relaciones económicas, políticas, sociales y culturales. Prácticamente la esencia permaneció igual. Y Cuba se colocó aproximadamente en la misma propuesta. El mayor valor a destacar sería su apego a la dignidad humana, a pesar de su violación por instinto defensivo. Gracias a este aspecto, aún aquellos que condenan a la Revolución llevan en sus más legítimos ataques un decoro extraordinario.

No menos, o quizás más, representan una incógnita en el devenir cubano aquellos factores que por la radicalización del proceso ideológico de la Revolución se han constituido en frenos del libre desenvolvimiento del propio movimiento revolucionario. La dictadura instaurada y todas las incoherencias derivadas de ella han imposibilitado el despliegue de una auténtica democracia. De tanta participación que se proclamó, que bulle en los más amplios espacios privados y públicos, unida a una inconsecuencia práctica por el sector dirigente, se ha llegado a la incredulidad que desvirtúa el impulso transformador, pues si bien es cierto que éste puede estancarse, es aún más certero que jamás puede ser paralizado. Tal vez ahora, con tanta cercanía al gigante asiático, se conscientice lo dicho por Confucio: “Se puede arrebatar a un ejército su comandante en jefe, pero no se puede privar al hombre más humilde de su libre albedrío”. Se trata de un enunciado muy peligroso en las luchas revolucionarias, pero tajantemente verdadero. Hasta los proyectos más altruistas tienen que pasar la medida con que los pueblos se hacen.

El gran logro de los Estados Unidos contra Cuba está dado, en primer lugar, en haber erradicado, al final de la guerra por la independencia de la isla en el siglo XIX, aquel principio establecido por los luchadores cubanos en la asamblea trashumante de Guáimaro y en las sucesivas reuniones de electores para la formación de un gobierno revolucionario. Era una forma salida de la lucha que poseía una altísima cuota de poder democrático y un amplio control de las instancias electas. Destruido este principio asambleario e impuesta la abstracción del voto universal presidencialista, que formaba una capa muy distinta de electores, a los verdaderos luchadores sólo les quedaba marchar siempre a la zaga. A partir de ese gran logro de los Estados Unidos sobre Cuba, la Revolución de 1959 ya caminaba sobre un sedimento bastante punzante y muy difícil de vencer. Ésta ha sido la historia que en estos últimos 50 años, agravada por el perenne asedio norteamericano, la que no le ha permitido al gobierno cubano recuperar popularmente lo mejor de aquellas formas autóctonas de poder ni adaptar las ideas marxistas a la realidad del país, a su cultura enteramente propia y a buscar esos elementos nuevos que debían sustituir al sistema aparentemente derrotado.

Podría pensarse que la isla se acomodó a las agresiones, al famoso bloqueo. Algo ha habido, indudablemente, pero no cabe ninguna duda de que la guerra sucia realizada contra Cuba ha sido el motor principal de sus faltas. El no tener muchas otras alternativas que defenderse la llevaron a la más que justificada frase de que “ya vendrán tiempos mejores”. Como si a tan bravos luchadores no les hubiese quedado más remedio que también ensuciarse con su pueblo y ahora no tuvieran más camino que indagar en la limpieza. ¿Pero qué gobierno y qué pueblo del mundo están limpios? Ninguno. ¿Podemos esperar que Cuba lo logre? Es evidente que los cubanos no pueden continuar como están frente a una gran parte del mundo que insiste en un bienestar absoluto sin importarle quienes lo logren. Tampoco la desideologización aportará un descanso sostenible. Pareciera que el país está abocado a algún acomodo relativo, a una indiferente traición o a un lamentable suicidio. De lo que no hay ninguna duda es que se pueda soportar por mucho más tiempo una solidaridad indiscriminada y solitaria junto a una indignidad en cualquiera de los aspectos que la vida reclama.

Es algo bien sencillo, como la máxima confuciana, o redimimos el desierto para todos o cada cual buscará su oasis primaveral. En esa espera estamos. Es posible un final glorioso como también puede serlo desencantador. La esperanza no parece del todo derrotada. Todavía la historia cubana se está haciendo y su capacidad de renovación siempre ha sido sorprendente.

Lo que en enorme medida sí es del todo claro es que América Latina tendrá que recoger toda la experiencia de Cuba y realizar las pertinentes rupturas. Ya veremos si nuestro continente mestizo está preparado para ello. Si recordamos que las luchas latinoamericanas no pueden buscar la salvación de un solo país o de un solo pueblo, sino la redención del conjunto, la múltiple existencia de unos territorios y unos seres humanos con una identidad suficiente, nos percataremos de que Cuba sólo es una porción que habrá de salvarse junto al grupo de países y pueblos que enarbolan la integración continental soñada por los patriarcas. Por esa vía la isla habrá de encontrar nuevamente el camino, aunque le vaya sacrificar el sueño de una buena parte de sus tantas batallas en busca de un mundo mejor para todos.

No pudieron los dirigentes cubanos, en medio de unas coyunturas sobrehumanas, llevar a la práctica el titánico legado martiano: “El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador. Es el único modo de librarlo de tiranías”. Resulta bien fácil repetir este fragmento, y de tan fácil puede olerse el tufo de la ingenuidad. Si Cuba cayera, por efecto de nuestras propias debilidades humanas, sólo nos queda a los que seguimos creyendo en las luchas revolucionarias entregarnos con humildad a estas utopías, rupturas y sacrificios. El propio Martí, en su prólogo al libro “Los poetas de la guerra”, como si intentara no ser pasado, sino sangre viva en esta contienda tan larga de los cubanos, parece decirnos que no perdamos el recuerdo, porque por él resurge fortalecida la historia de un pueblo:

“¿Y quedará perdida una sola memoria de aquellos tiempos ilustres, una palabra sola de aquellos días en que habló el espíritu puro y encendido, un puñado siquiera de aquellos restos que quisiéramos revivir con el calor de nuestras propias entrañas? De la tierra, y de lo más escondido y hondo de ella, lo recogeremos todo, y lo pondremos donde se le conozca y reverencie; porque es sagrado sea cosa o persona, cuanto recuerda a un país, y a la caediza y venal naturaleza humana, la época en que los hombres, desprendidos de sí, daban su vida por la ventura y el honor ajenos.

Rimaban mal a veces, pero sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara: porque morían bien.

El hombre es superior a la palabra. Recojamos el polvo de sus pensamientos, ya que no podemos recoger el de sus huesos, y abrámonos camino hasta el campo sagrado de sus tumbas, para doblar ante ellas la rodilla, y perdonar en su nombre a los que los olvidan, o no tienen valor para imitarlos.”

miércoles, 20 de mayo de 2009

II- Civilización y Barbarie entre las olas del mar (Conferencia en la Universitat de Girona sobre la Agenda Latinoamericana)

II

No habrá humanidad mientras los cuatro puntos cardinales no alcancen la unidad que legitima su diversidad.

Desde su Pedagogía del oprimido, _porque de alguna manera todos tenemos esa condición_ en la espiritualidad y la práctica que nos dejó, Paulo Freire sigue insistiéndonos en la necesidad de instruirnos, de aprender todo lo que nos puede enseñar la obra humana, pues además de “la buena vida” que el conocimiento es capaz de completarnos, sólo él puede situarnos en las mejores oportunidades de saber cómo armarnos y amarnos para cambiar el mundo. Mientras las Universidades y los Centros Superiores de Estudio e Investigación no se pongan a las órdenes del mercado, es una emergencia mundial que las grandes mayorías accedan a ellos para encontrar las esencias de la Humanidad. Si sólo se quedan para unos pocos que aprenderán más a dominar a los pueblos y a encajarlos aún más en la enajenación en que los han situado, entonces sí es muy probable que nuestro hermoso planeta azul desaparezca por la barbarie de la civilización. Una Humanidad que no ha sabido reafirmarse en la belleza que le fue dada y en la que ha hecho.

Cuando José Martí, el más grande de los hombres de “Nuestra América”, escribió su texto del mismo nombre y nos dijo que “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana”, sólo nos estaba anunciando el gran tronco del saber que constituía el mundo injertado en unas tierras ya de vasta cultura. El sitio de la mezcla cósmica, como podría inferirse del discurso del gran mexicano José Vasconcelos, era el mismo que prendió en el venezolano Simón Bolívar cuando dijo sobre los pueblos nuevos, en su “Carta de Jamaica” de 1815, que éramos “un pequeño género humano”. El aprendizaje constante ha de ser el mayor signo de todo el que quiera acercarse a un continente tan castigado y sin embargo tan lúcido y estremecedor.

Dicen todas las historias, las leyendas, los pensamientos y todos los manuscritos, los libros y los comentarios que en cualquier parte hay hombres y mujeres refinados y vulgares, inteligentes y estúpidos, honestos y aprovechados, limpios y abusadores, los que hablan alto y los que hablan bajo, los que se ríen con suavidad y aquellos que lo hacen a carcajadas, los que razonan y los irracionales, los que construyen y los que destruyen, los buenos, los regulares y los malos. Y también como decía Brecht: “Hay los que luchan un día, y son buenos; hay los que luchan un año, y son mejores; y hay los que luchan toda la vida, y son los imprescindibles”. O igualmente cuando el alemán nos dijo: “Nosotros, que predicamos la amabilidad, no hemos sabido ser amables entre nosotros mismos”. El ser humano es el mismo de todas partes y la sencillísima compleja humanidad que lo hace único entre millones de unidades. Ambos tienen derecho de admisión. Mucho influirá el entorno, pero nunca determinará el grado de civilización o de barbarie. Ambos significados pueden estar en cualquier sitio, si no es que siempre están juntos, porque como dijera José Martí en “Nuestra América”: “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.

Los asuntos diversos que siempre estarán en uno u otro sitio nunca corresponderán a una conceptualización valorativa del grado del ser, ya que la gradación de las diferencias sólo indicará la amplitud de humanidad del propio ser humano y muchas veces, _hay que aceptarlo así_ las valoraciones más altas han conllevado mayores dosis de infelicidad. Entonces también tendríamos que aceptar que no se trata de una batalla entre civilizaciones, sino de un encuentro dentro de la misma civilización que nos separó de la barbarie en el largo desarrollo humano. De ahí que no sea nada de esto lo que diferencia al Mundo Rico del Mundo Pobre, a la ideología del capital con aquella que todavía no tiene nombre. El punto esencial nos lo señala el revolucionario cubano Julio Antonio Mella: “Entre el hombre y la naturaleza se interpone el capitalismo”. Si quitamos al intruso aparecerá la verdadera existencia humana. Y ello no indica que este sistema nos cayó por alguna maldición divina. Lo hicimos nosotros mismos. Es la mejor garantía y certeza de que igual a como lo asumimos, tenemos capacidad y juicio para desterrarlo.

La principal ideología del sistema que quiere perpetuar la existencia armónica entre dominadores y dominados, entre depredadores y conformistas, es la del capital y la que divulga su eterna vigencia. Por esta vía jamás habrá comprensión y entendimiento. Imposible tender puentes de acercamiento y mucho menos de unidad. Cuando el coto de la propiedad privada se ha vulnerado se ha llamado a Dios. Muchos seres humanos lo han asumido desde el comienzo de los tiempos. Los errores son interminables, pero ellos nunca han agotado la increíble paciencia humana. A lo divino siempre se ha impuesto lo terrenal. La historia nos demuestra continuamente los tropezones y las alzadas, el eterno paso, insistente y demoledor, de unas ansias indetenibles hacia la felicidad. El pensamiento capitalista destruye posibilidades, visiones y cualquier esperanza de feliz armonización en un universo ansioso de ello.

Si pueden realizarse los caminos de ida y vuelta entre una y otra parte del mundo, preconizados por el proyecto de la Agenda Latinoamericana, es precisamente por la lucha continua, constante, imprescindible, contra esa ideología. La toma del poder para erradicarla es el asunto donde más solemos enredarnos. No parece estar a la vista, de forma transparente, el surgimiento espontáneo de ese poder en manos imparciales, justas y naturales. Por ahora no se puede pensar en ello si no es desde las mismas estructuras del poder establecido y sin ningún miedo a contaminarnos. Ya lo estamos. A pesar de que los grandes cambios históricos se han sucedido a partir de la solidez paulatina de la fuerza contraria que controlaba el poder, también es notable la ayuda que le han significado las alianzas con alguno de los factores dominadores. Se hace evidente que esta última posibilidad es la que con mayor fuerza se impondrá en nuestra época.

El capitalismo ha logrado exprimir el sustancioso jugo de todas las contiendas anteriores, desarrollando al máximo las vías de dominación. Y hasta para él mismo parece funcionar la maquinaria de la perenne regeneración. Nada le es ajeno ni le asusta. Puede apropiarse de cualquier cosa. Pero si es verdad, como sentimos que es, que la idea del dominio de la naturaleza no tiene fundamento y que la que debe primar es la integración en ella tal como ella misma se desenvuelve, entonces sí estaremos descubriendo un inmenso camino de poder nuevo. Si el interés capitalista penetró en las conciencias del mundo feudal como algo inevitable, rigurosamente necesario para la supervivencia; ahora pueden ser, con toda la fuerza que les otorga la actualidad, los motivos ecológicos, solidarios, de armonía, de compartir, de acercamiento y de entendimiento, de unidad en la justicia y en la belleza de los principios humanos, los nuevos intereses que penetren en las conciencias del mundo capitalista.

Si esto es así, lo más natural sería que Europa y América Latina, iniciadoras de un nuevo mundo, se lo replantearan y lo recorrieran juntas. El interés social que nos anima habrá de penetrar en las conciencias de nuestras sociedades, horadar sus poderes arcaicos, impulsando el cambio determinante, estrictamente obligatorio para la continuidad de las especies. Cuando ello pueda ser sustentable, el Nuevo Mundo será posible.

Demás está decir la situación de pobreza bastante generalizada en que se encuentran amplias zonas al otro lado. En comparación con Europa, America Latina está necesitada de mejorar su estatus de vida, sin el absurdo calco de aquí, pero sí con algunas referencias necesarias de lo conseguido por acá. Para una colaboración en los aspectos que se estimen pertinentes, entre ambas partes, no se puede realizar el camino dando a los necesitados lo que sobra, lo prescindible, lo que no cambia en nada al que da y mucho menos al que recibe. Es preciso ofrecer aquello que puede cambiarlos a los dos. No se trata tampoco de disminuir ciertos paliativos que colaboran a la normalización progresiva entre las dos regiones, pero lo verdaderamente decisivo está en el despliegue de las armas que extiendan la actuación de la nueva conciencia. Esto es lo que intenta la Agenda Latinoamericana y su proyecto de ida y vuelta.

La ida a las Américas debe representar un desnudo de todos los prejuicios y los poderes con que se han llenado las naciones europeas. El asunto de las razas, pueblos y mentes superiores es una vulgar falacia y un arma muy eficiente que siempre ha usado el Poder establecido, en todas partes, para imponer sus intereses. Ahora, tal vez como un símbolo de la nueva actitud, el taparrabos será la prenda mejor llevada por los caminantes. En el diálogo franco y fraterno entre las propuestas de uno y otro lado se confeccionarán las nuevas vestiduras. Creerse hidalgo en busca de escudero sería la mayor falta a la historia. No por una situación de Primer Mundo o la de un país llamado desarrollado y la otra parte en todo lo contrario se tiene la razón determinante. Esta sólo aparecerá durante el encuentro. Y éste posee un pasado lleno de tantas raíces de separación, impuestas por la ideología dominante, que sólo podrá abrirse al futuro si se está plenamente dispuesto al descubrimiento de uno mismo, tanto aquí como allá.

En reciente entrevista al filósofo francés, Alain Badiou, nacido en Rabat en 1937, leemos: “Los occidentales satisfechos tienen cada vez más innombrables enemigos, porque son los adversarios de la Humanidad Genérica, ya que construyen murallas para distanciarse de los demás. Ellos estiman que les corresponde a ellos definir qué es el ser humano y qué es la civilización. Es una calamidad, porque nadie puede autotitularse como el gran poseedor de la verdad, ya que hay un solo mundo donde estamos todos. Su posición es un principio absurdo para sostener el funcionamiento de las metrópolis occidentales.” Con Badiou podemos interpretar que las verdades necesarias para la continuidad de la vida han de encontrar posibilidades de expresarse y comunicarse en todos los puntos de la tierra. La visión es, por tanto, amplísima y maravillosamente enriquecedora.

Resulta curioso que donde mejor se ve la línea del horizonte es en el mar. Hacia él, andando, se vislumbra la utopía. El gran asunto a resolver es que tal final siempre se muestra extático y lo que apreciamos en movimiento son las olas que incansablemente vienen hacia nosotros. Podría ser el mejor símbolo de que el horizonte, o la utopía, están chocando con insistencia en nuestros cuerpos asediados por tantas incertidumbres sobre un quehacer que no tenemos claro. Es evidente que tal acto comienza por nosotros mismos, donde el horizonte y la utopía pueden palparse, como las olas, si nos transformamos en caminos de lucha.

Sólo con el estudio, la reflexión y la profundidad del análisis aparecerá el accionar adecuado. Múltiples pueden ser las señales en el acerbo cultural, incluso muchas aún ni expuestas ni exploradas, pero ya tenemos unas cuantas. Podríamos afirmar que sobre el continente mestizo han caído todo tipo de diatribas para caracterizarlo y éstas permanecen en el imaginario de sus pueblos como un tratado que siempre habrá que tener en cuenta, como una existencia en perenne defensiva. Ya es tiempo de pasar a la ofensiva contra todos los aspectos en que se asienten tales ideas. Precisamente en nuestra actualidad se debate sobre el Plan Bolonia en las universidades. Fue allí, a principios del siglo XVI, donde se doctoró Juan Ginés de Sepúlveda, aquel que entre otras barbaridades expresó ésta: “Es lícito y justo que los mejores y que más sobresalen por naturaleza, costumbres y leyes imperen sobre sus inferiores. (…) con perfecto derecho los españoles ejercen su dominio sobre esos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, los crueles e inhumanos a los extremadamente mansos, los exageradamente intemperantes a los continentes y moderados, finalmente cuanto estoy por decir los monos a los hombres.” De aquí sólo debe quedarnos la lucha contra este Plan Universitario que lleva el nombre de la ciudad italiana donde Sepúlveda concibió las tesis doctorales de su barbarie.

El pensamiento latinoamericano ha encontrado una gran riqueza para la investigación en la pieza teatral “La Tempestad” de William Shakespeare. Uno de los libros fundamentales para acercarnos a esta gran aventura es “Caliban” del cubano Roberto Fernández Retamar. Además del agudo criterio, que él mismo ha ido ampliando y que aquí se citará con toda la extensión que merece, también nos posibilita el acercarnos a otros libros e investigadores que han tratado al personaje como una marca sobre la identidad latinoamericana. La primera huella que este erudito observa con vehemencia está en la misma palabra con que sostiene que América Latina se presenta al mundo europeo: Caliban, el esclavo salvaje y deforme de la última obra del poeta inglés, anagrama que éste realizó con el término caníbal, procedente del autóctono americano caribe y que tomó de otros cronistas.

En la obra de Shakespeare el milanés Próspero, en compañía de su hija Miranda, le robará su isla, muy cerca de las Bermudas, al nativo Caliban, lo esclavizará y le enseñará su idioma. Allí mismo tomará a Ariel para ponerlo también a su servicio. Dos esclavos. En una escena es referido cómo Caliban, con el propósito de llenar el lugar de descendientes, intentó violar a Miranda, por lo que Próspero lo condenó a vivir en una roca desierta. Se produce entonces, por parte del esclavo, una de las imprecaciones más rotundas del dominado al dominador: “Me enseñaste a hablar, y el provecho que me ha reportado es saber cómo maldecir. ¡Que caiga sobre ti la roja peste por haberme inculcado vuestro lenguaje!” (Acto I, escena 2).

Siempre rebelde, Caliban agrede para refugiarse luego en una súplica astuta ante un amo más fuerte que su Dios Setebos. Ariel, concebido como un ingenio artístico, pide insistentemente su libertad al poderoso Próspero, pero su delicadeza no le permite ir más allá de su paciente esperanza y continua realizando las acciones solicitadas por su dueño. Los dos esclavos, en su convivencia con el ocupante extranjero, aún situados en polos opuestos de resistencia, constituyen la dualidad de una historia al parecer interminable: las dos variantes de situación con respecto al poder. Aunque es en la rebeldía contra el señor donde se sigue viendo el mayor símbolo de destrucción para la consagrada humanidad occidental. Y podría parecer que los términos son otros, pero no nos engañemos, siguen siendo los mismos: la barbarie amenaza a la civilización. Así lo entiende muy recientemente un premiado historiador español en artículo publicado en el diario ABC el pasado 12 de abril: “No hay nada más repetido a lo largo de los siglos que el lamento pronunciado por Próspero: -No he acertado a ver la vil conspiración del bruto Caliban contra la vida-”. Una idea que refleja, sin el menor recato, que sólo con la obediencia del oprimido es posible la construcción de un mundo en paz y sin ningún miedo. Por supuesto, entendiéndose que quienes construyen para la vida están constantemente amenazados por la “brutalidad” de aquellos que han esclavizado y a los que no se debe descuidar ni un segundo mientras trabajan. Encima de que han sido casi anulados, estos “brutos” deben cargar con la culpa de todo lo que les salga mal a “los inteligentes”. Es la tragedia de la aceptación de la indignidad natural en la especie humana.

Numerosas investigaciones del ensayista caribeño lo llevan a recorrer históricamente el símbolo shakespeareano desde principios del siglo XVII hasta hoy, en que continúa surgiendo la pregunta sobre la existencia de los latinoamericanos. Y no duda en recurrir a Bolívar, en su mensaje al Congreso de Angostura de 1819, como síntesis de su planteamiento: “Tengamos en cuenta que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte; que más bien somos un compuesto de África y América que una emancipación de Europa, pues hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado; el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y este se ha mezclado con el indio y con el europeo.”

Entre la argucia del esclavo y la proclama del Libertador se realiza, como podría decir Paulo Freire, la tortuosa defensa del oprimido. Este usará el lenguaje y los instrumentos con que lo dominaron para combatir la dominación. Creará, a partir de todo lo que pudo significar su exterminio, no una infructuosa venganza ni una ocultación victimista, sino una obra nueva para colocarse en la vida. De esta manera, la historia entre el colonizador y el colonizado comenzará a ser la eterna dualidad entre el uno y el otro que, lejos de la desunión impensable, nos enfrentará a la invariable fuente de la existencia en su decursar hasta nuestros días. Ariel será el punto intermedio entre los dos extremos.

En su “Diario de Navegación”, Colón había apuntado que “había gente que tenía un ojo en la frente y tenían hocicos de perros, porque se dice que comían hombres”, así como otros eran “pacíficos y mansos”. De esta última visión surge “Utopía”, de Tomás Moro, en 1516, que Francisco de Quevedo interpreta como “no hay tal lugar”, llevando a Fernández Retamar a ironizarlo como que entonces “no hay tal hombre”, por lo que la situación del salvaje nos es más cercana. En definitiva resulta la más coherente con la degradación que para todo un continente y lo que en él se ha desarrollado se plantea desde los centros colonizadores. Sin ningún atisbo de preocupación Retamar habla como Caliban, pero ya más libre que el mismísimo Ariel y totalmente convencido de su buena obra:

“No conozco otra metáfora más acertada de nuestra situación cultural, de nuestra realidad. De Tupac Amaru, Tiradentes, Toussaint L´Ouverture, Simón Bolívar, José de San Martín, Miguel Hidalgo, José Artigas, Bernardo O´Higgins, Juana de Azurduy, Benito Juárez, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Eloy Alfaro, José Martí, Emiliano Zapata, Amy y Marcus Garvey, Augusto César Sandino, Julio Antonio Mella, Pedro Albizu Campos, Lázaro Cárdenas, Fidel Castro, Haydee Santamaría, Ernesto Che Guevara, Carlos Fonseca, Rigoberta Menchú, El Inca Garcilaso de la Vega, Sor Juana Inés de la Cruz, el Aleijadinho, Simón Rodríguez, Félix Varela, Francisco Bilbao, José Hernández, Eugenio María de Hostos, Manuel González Prada, Rubén Darío, Baldomero Lillo, Horacio Quiroga, La Música Popular Caribeña, el Muralismo Mexicano, Manuel Ugarte, Joaquín García Monge, Heitor Villa-Lobos, Gabriela Mistral, Oswald y Mario de Andrade, Tarsila do Amaral, César Vallejo, Cándido Portinari, Frida Kahlo, José Carlos Mariátegui, Manuel Álvarez Bravo, Ezequiel Martínez Estrada, Carlos Gardel, Miguel Ángel Asturias, Nicolás Guillén, El Indio Fernández, Oscar Niemeyer, Alejo Carpentier, Luís Cardoza y Aragón, Edna Manley, Pablo Neruda, Joao Guimaraes Rosa, Jacques Roumain, Wifredo Lam, José Lezama Lima, C.L.R. James, Aimé Césaire, Juan Rulfo, Roberto Matta, José María Arguedas, Augusto Roa Bastos, Violeta Parra, Darcy Ribeiro, Rosario Castellanos, Aquiles Nazoa, Frantz Fanon, Ernesto Cardenal, Gabriel García Márquez, Tomás Gutiérrez Alea, Rodolfo Walsh, George Lamming, Kamau Brathwaite, Roque Dalton, Guillermo Bonfil, Glauber Rocha o Leo Brouwer, ¿qué es nuestra historia, qué es nuestra cultura, sino la historia, sino la cultura de Caliban?”

La lista sería más larga, porque habría que agregar muchos más hermanos que le faltaron de su tronco escogido y aún aquellos del árbol de Ariel como los de Miranda. Todos son de la isla que Próspero se robó. Todos se mezclan por la fuerza de los vientos huracanados, el retumbar de los volcanes o el acoso telúrico de una historia que todavía no ha alcanzado la dirección del viaje, casi como el esencial Ulises de James Joyce. América Latina ya no podrá escapar jamás de ese encuentro de mundos tan dispares que en ella han engendrado a tantos calibanes, arieles, mirandos y otros más. Todos forman la sustancia laberíntica de esos caracteres con que Retamar se identifica y que unen, en singular crisol de acciones contrastadas, la transparencia y firmeza de un Eduardo Galeano junto a los desafiantes pasos de un Gaspar Rodríguez de Francia, un Domingo Faustino Sarmiento, un Mario Vargas Llosa y hasta ese “Manual del perfecto idiota latinoamericano… y español”. De alguna manera, como introducción y transferencias mágicas del colonizador Próspero, contaminado de nuevas esencias por su contacto con la isla, podríamos advertirlo en la teoría “De lo Real Maravilloso” del escritor cubano Alejo Carpentier. No puede verse de otra forma el cosmos inconmensurable, todavía no descifrado totalmente, que impera en sus novelas “El reino de este mundo” o en “los pasos perdidos”, así como en “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, en el “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, en los “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez y en tantas obras más de esas inagotables minas que significan los encuentros culturales efectuados en América Latina. Pero esto amerita otra investigación.

Algunos elementos del contraste entre los dos mundos ya son fácilmente verificables. Si revisamos el prólogo que escribe Luís Astrana Marín a su traducción de la obra de Shakespeare podemos ver, mediante la comparación de los textos, cómo el dramaturgo inglés copia fragmentos de los Ensayos de Montaigne sobre el Mundo recién visto, que fueron traducidos al inglés en 1603 y que tuvieron una gran resonancia en Europa. El poeta de Stratford, en boca de otro personaje, repite al ensayista francés, se identifica con él cuando dice: “nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones. Lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres.” La Tempestad es una obra de final de una vida, cuando ya el genio poseía una mayor hondura filosófica y un realismo bien afincado en su escritura. En ella puede visualizarse la medida de hasta dónde el nombre asignado a un personaje, “Próspero”, trascenderá su época. En 1950, en París, el símbolo shakespeareano dará pié a la concepción del “Complejo de Próspero”. Una teoría psicoanalítica del francés Octave Mannoni, planteada en su “Psicología de la Colonización” a partir de sus vivencias en la isla de Madagascar. Y así vierte la definición: “es el conjunto de disposiciones neuróticas inconcientes que diseñan a la vez la figura del paternalismo colonial y el retrato del racista cuya hija ha sido objeto de una tentativa de violación por parte de un ser inferior”. Con esto se le achaca a Caliban la culpabilidad de su condición colonial, algo que más tarde será fuertemente rechazada por Frantz Fanon en su libro “Piel negra, máscaras blancas”, de 1952. El notable autor de “Los condenados de la Tierra” sabe que, sobredimensionadas la debilidad y la humillación del colonizado, el capitalismo haría de éste el mayor lastre de la historia, precisamente porque tiene que divulgar la teoría de que el conquistado necesita del conquistador. Le es apremiante reducirlo al salvajismo que justifique cualquier acción contra él. No es casual que algunas misiones de evangelización católica durante la colonización americana trataran de convencer a los negros esclavos de la suerte que habían tenido con la esclavitud, ya que mediante ella conocerían al Dios verdadero. Pensar que los negros esclavos llegaron a creer alguna vez ese discurso sería una blasfemia contra la misma inteligencia del conquistador. Igual podría decirse sobre la estupidez del conquistado en cuanto a su libre elección para sobrevivir. Ambos están enredados en la misma trama que los fundió como fundadores de un Nuevo Mundo que aún no se ha descubierto y del cual sólo tenemos algunas noticias para indagarlo.

Shakespeare funda su metáfora-concepto de La Tempestad a partir de las dos visiones dadas por Colón, pero, como todos los grandes, no se pierde en la tormenta que él mismo ha desatado, reflejando el propio desorden social que vive y para el que en boca de Próspero, finalizando la obra, y después de conseguir todos sus objetivos, intenta una esperanza. El personaje se dirige a Ariel y le dice: “¡Inmediatamente recobra en los elementos tu libertad y adiós!”. Como si fuera este genio del aire, por su firme colaboración con el poder, quien únicamente podrá acceder a la libertad. De Caliban no sabremos más, o sólo unas palabras de arrepentimiento por su desorden muy parecidas a su astucia para sobrevivir. Su desgarramiento apuntará al futuro. No podía ser de otra forma. Aún cuando los reinos ibéricos poseían las mejores condiciones, según algunos historiadores, dentro del régimen feudal europeo, para lograr su proceso de conquista o reconquista peninsular frente al Islam y dominar la conquista y colonización de América, su entrañable decadencia imperial no le permitía sostener la organización y extensión al Nuevo Mundo de la conocida Comuna Castellana, aunque su implantación allá, igual que aquí, tampoco hubiera podido superar las limitaciones de la época. Shakespeare refleja la arrogancia del bienvenido mundo burgués que, prendiendo su gran llama en Inglaterra, hubo de servirse de las riquezas amasadas por España en América. El imperio de los Reyes Católicos, después de llevar su estandarte más allá del mundo conocido y crear el Derecho de Indias, que según el eminente historiador cubano Manuel Moreno Fraginals es “el cuerpo jurídico más importante creado por la cultura occidental después del derecho romano”, le fue imposible liberarse del gran regalo que le significó América. Poco a poco el resto de los países europeos se encargaron de realizar su empresa capitalista. Y para ello necesitaban del mito del salvaje americano por encima de cualquiera otra estimación, y lo necesitaban para América y para el resto del mundo, incluyendo hasta a la misma España, con los que habría de forjarse la acumulación originaria del capital. Así se estaba imponiendo el establecimiento mundial del sistema.

El gran pensador uruguayo José Enrique Rodó escribió “Ariel” en 1900, constituyendo una de las obras de mayor influencia en la educación latinoamericana. Gran parte de los mejores luchadores del continente bebieron en esas letras. Para Fernández Retamar “nuestro símbolo no es Ariel, como pensó Rodó, sino Caliban”. Y es cierto que es de este último de donde procede la más dura realidad continental. Y también fue este el que más atrajo a numerosos estudiosos, de buenas y malas intenciones, desde Shakespeare hasta nuestros días, y que con tesonera investigación ha rastreado el eminente ensayista cubano. Para Retamar “Rodó equivocó los símbolos, aún cuando supo señalar con claridad al enemigo mayor” que significaba la América del Norte. Pero, ¿acaso tanto Caliban como Ariel no son los seres que, aún procedentes de otros confines, se hicieron originarios de la isla conquistada por Próspero? Las investigaciones en el imaginario latinoamericano y su proyección mundial sólo acaban de empezar. Los estudios del sabio cubano nos serán una de las guías más recurrentes, pero no tenemos por qué poner un punto final que ni al mismo investigador encantaría.

El mismo escritor nos recuerda que en 1878 el humanista francés Ernest Renan escribe su drama “Caliban”, una continuidad de “La Tempestad”, donde identifica al personaje con el pueblo que él subestima. Siguiendo la huella del francés, Retamar nos dice que en 1881 rectifica algunas ideas para considerar a este personaje como alguien que “nos puede prestar mejores servicios”.

Volviendo al siglo XX leemos que en 1950 el antillano Aimé Césaire, que también había escrito “Una tempestad”, publica “Discursos sobre el Colonialismo”, donde, además de ir contra la visión del “complejo” creado por Mannoni, regresa al pasado para extraer las raíces que, como una generalidad del pensamiento despreciativo del colonizador hacia todo el mundo por conquistar, se encuentran en estas palabras de Renan: “La naturaleza ha hecho una raza de obreros, es la raza china, de una destreza de mano maravillosa, sin casi ningún sentimiento de honor; gobiérnesela con justicia, extrayendo de ella, por el beneficio de un gobierno así, abundantes bienes, y ella estará satisfecha; una raza de trabajadores de la tierra es el negro; una raza de amos y de soldados, es la raza europea. Que cada uno haga aquello para lo que está preparado, y todo irá bien”.

Se podría pensar que las distintas regiones colonizadas han venido a la vida sin la menor dignidad, pero nuevamente estaríamos hablando de un pecado original que muy bien podría pertenecer a toda la especie. Como ya ha sido desterrado, no deberíamos tenerlo en cuenta, pero sería un error. Y hay que subsanarlo cada vez que se presente, porque seguirá presentándose, aquí y allá. América Latina _ y todo el llamado Mundo Pobre_, fue marcada y ella misma se ha encargado de enorgullecerse de esta marca, limpiándola con la sangre numerosa de sus tantas revoluciones y embelleciéndola con sus portentosas singularidades. Europa, también marcada por sus actos allende los mares, todavía no tiene asimilada la influencia de su marca. El tal Complejo de Próspero afecta al colonizado y al colonizador. Cualquier discusión sobre civilización y barbarie debe situarse en esa premisa de dependencia mutua que puede existir en cualquier sociedad. Se ha de tener en cuenta, pero no para diferenciarnos en superiores e inferiores, sino para encontrarnos y entendernos en el largo camino de la historia que nos ha tocado recorrer juntos.

En “Autores americanos aborígenes”, de 1884, escribía José Martí: “Se viene de padres de Valencia y madres de Canarias, y se siente correr por las venas la sangre enardecida de Tamanaco y Paramaconi, y se ve como propia la que vertieron por las breñas del Cerro del Calvario, pecho a pecho con los gonzalos de férrea armadura, los desnudos y heroicos caracas.” Podría pensarse como algo exagerado este pensamiento, pero si lo tomamos en términos de elección identataria, o como sencillamente todo lo que un ser humano puede acumular en su más plena libertad, tendríamos que reconocerle la más completa legitimidad. Nadie es en tanto a origen, porque todos somos una mezcla de eso y de lo mucho más que cada cual se labra en absoluta fidelidad a su naturaleza y a la obra de amor que siempre llevamos dentro para ser y hacer.

La América mestiza, más allá de sus marcas de conquista, colonización y neocolonización, e incluso de los serviles representantes de mentalidad diferente _porque tenía que tenerlos_, no habrá de significar nunca nada extraño para nadie, salvo esa desbordante imaginación que la caracteriza por la desmesura de su búsqueda de arraigo en cualquier sitio del mundo. Porque es que todo el mundo, y acabemos de creerlo, ha ido a ella y en ella ha encontrado casa propia.

La ideología más reaccionaria ha llegado a popularizar la idea del menosprecio, ya no sólo al latinoamericano, sino también a todo lo latino, lo hispano, tratándolos como provenientes de una encrucijada cultural inferior, malsana y con pocas probabilidades de situarse junto al esplendor anglosajón. ¿Qué se podría argumentar desde aquí a semejante delirio? Seguramente también por estas tierras encontraremos a serviles representantes del coloniaje más actual, ese que a partir de 1898, con sus cañoneras y sus dólares, ocupó la isla de Cuba e inició la última y verdadera tiranía en el mundo. Aunque no sea necesario, siempre es bueno repetirlo, la referencia es para los Estados Unidos de América y su absurda pretensión imperial en tiempos de tantas liberaciones.

Así dijo otro de los grandes de aquellas tierras, Fidel Castro, en 1971:
“Todavía, con toda precisión, no tenemos siquiera un nombre, estamos prácticamente sin bautizar: que si latinoamericanos, que si iberoamericanos, que si indoamericanos. Para los imperialistas no somos más que pueblos despreciados y despreciables. Al menos lo éramos. Desde Girón empezaron a pensar un poco diferente. Desprecio racial. Ser criollo, ser mestizo, ser negro, ser, sencillamente, latinoamericano, es para ellos desprecio.”

Son exactas las palabras del líder cubano, pero como América Latina, la Agenda Latinoamericana y el propio proyecto de ida y vuelta son puntos de encuentro, lugares de reposo para el entendimiento, no demos mayor significado del que ya tienen las palabras del gran luchador y abramos, con toda la civilización que pretendemos descifrar, los brazos de bienvenida a todos los que se nos acerquen. Y esto, de ninguna manera, quiere decir que aceptamos ser los herederos completos de Ariel. No. Sólo estamos asimilando su cercanía muy, muy efectiva, y hasta seguramente su mayor rebelión en sus aproximaciones a Caliban. Es este el espíritu del más germinante de entre nosotros, José Martí, que pocos días antes de morir le escribe a su madre:

Montecristi, 25 de marzo de 1895.

Madre mía:

Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Ud. Yo sin cesar pienso en Ud. Ud. Se duele, en la cólera de su amor del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre. Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Ud. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.

Su
José Martí

Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Ud. pudiera imaginarse.
No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca.


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