lunes, 27 de febrero de 2012

Notas Sueltas para "Memorias de un judío sefardí"

Notas Sueltas para “Memorias de un judío sefardí”, de Santiago Trancón.
Infova Ediciones. Madrid, mayo de 2011

EL LIBRO: Una “heterobiografía” lo llama el escritor. Para mí es una amplia y entretenida aventura que nunca imaginé realizar. Es admirable cómo con la mezcla de géneros literarios y ante una desmesurada sucesión de anécdotas que cuenta un judío sefardí, brille la indagación, el documento y el disfrute artístico. Ello es posible gracias a la pericia investigadora y al sentido del humor con que el autor ha impregnado los 63 años de su protagonista. Si no fuera así, el naufragio estaría asegurado. Puede sentirse con claridad la distribución del tiempo y el espacio, los tramos para vivir y para reflexionar las Vanguardias Artísticas, Sefarad, España, Palestina, el Judaísmo, el Estado de Israel, un mundo y parte del otro sin precipitaciones ni pausas somnolientas, 5 partes y 736 páginas. La superlativa narración de historias puede ejercer una fuerte fascinación como una amable acogida. Ni una cosa ni la otra nos dejarán pasivos ante las provocaciones de este judío ecuménico. Su fortaleza como personaje lo acapara casi todo. Y nada se elude con mayor o menor suerte en la interpretación de los hechos. Ahí está el lector para compartir que “el último africano es tan elegido como el primer rabino” y ahonde en una de las relaciones más complejas en la historia y en el mundo de ayer y de hoy: los judíos y los demás, aunque del tópico el escribano nos ayudará a pasar. Nadie puede rehuir el encuentro fraternal y para ello sólo es posible continuar emitiendo palabras, sencillamente porque estas son más prometedoras que añadir nuevas heridas. Quien rechace esta demanda no cabe en esta trama.

Una narración donde las más de las veces predomina una prosa austera y diáfana, con un riquísimo y accesible vocabulario, expresiones precisas, párrafos abiertos, capítulos cerrados y un contar sin fisuras desde el autor al protagonista dirigido mucho más a la sustantivación que a la adjetivación, a fijar la esencia y adobar lo superfluo, a interpelar, desde los judíos y sobrepasándolos, el mundo que todos habitamos. Tal vez por esas excelencias narrativas y conceptuales no le brinde mucha atención a las ligeras caídas que creo ver en el texto, esas que, consciente o inconscientemente, el escritor ha dejado pasar “sin miedo al riesgo de ser considerado pro israelí” y por el gusto hacia una retórica que "tiene la mirada fatigada y el corazón abatido de la Humanidad entera bajo el manto de la sombría noche". Y acaso se vislumbran estos escasos vaivenes precisamente porque la sencillez y la honradez en que se desarrolla toda la escritura ya nos conduce a la suficiencia del goce estético y analítico en estado puro. Resulta un verdadero encantamiento introducirse en este voluminoso libro y no sentir su peso, sino el placer de llegar al final como si con otras anécdotas regresáramos al principio. Pareciera que la circularidad nos empujara a pensar que todavía cabe un Segundo Tomo. El sobrio poema que se desliza fluye como las aguas del Rhin, “que significa limpiar” y para cuyo convite el creador nos lanza al río alemán porque en el extraño podemos toparnos con parecidas necesidades.

Má allá de situarnos en la lejana Sefarad, el libro nos incita a reflexionar sobre los orígenes y desarrollo de esa idiosincrasia que marca el ser de este territorio peninsular español y allende los mares que hoy mismo puede estar latiendo en múltiples rincones de la Tierra. Y de ahí se adivina, con la frágil novedad de los descubrimientos, que todos somos igualmente de todas partes y que en cualquier sitio puede imperar la persecución del otro sólo por la estimación de que es portador de una verdad mayor que el poder que ocupa.

Infinidad de lugares y personajes pululan por este libro, como en el “Pentateuco” que alude, y muchos terminan deshaciéndose por el camino, salvo aquellos que nos ofrecen el suave contacto emocional con la condición humana que nos engalana o nos distorsiona. Son los que podrían ser para cualquiera de nosotros, tal el padre, la madre, la pareja, los hijos, la familia, los amigos, ni más ni menos. Pero hay dos individualidades “confesionalmente” abiertas en esta obra y que son las que llevan el motivo fundamental del proceso narrativo: el asombrado escritor y el ardiente mensajero de una vida. Ellos dos, con la fuerza del insomnio y la aguda exploración se preguntan “por qué los muertos mueren con los ojos abiertos”. Entre los dos personajes paradigmáticos, Santiago y Dan, se cultivan los secretos de la buena Literatura que pretende saciar, una vez más, el gusto por la milenaria costumbre de la lectura. Por el centro de ellos pasa el lector, abrumado o compasivo, ante tantos conflictos y pensamientos que vierte el protagonista como testimonio de los inmensos contrastes de una vida. Es cuando se agradece muchísimo la adecuada dosis de suspenso que añade el escritor. Es ahí donde los valores de la estructura y el ritmo hacen emerger los acordes de una antigua melodía: “Más importante que el YO inalterable es la conciencia que uno tiene de sí mismo y el propósito que se marca en esta vida.”

SANTIAGO TRANCÓN: El escritor, el narrador, el escriba, el que pinta y musicaliza con letras, palabras y números el papel errante de una existencia que no es la suya y que la tiene frente a sus ojos. Su disciplina no admite subterfugios ni incisivos comentarios, tampoco vagas reflexiones ni diálogos apasionados. Nunca puede pensar en aprovecharse de las infinitas vivencias que oye para diseñar su gran obra literaria. Debe ceñirse al placer de contar bien lo que otro ha vivido, también debe hacerlo con la suficiente responsabilidad y coherencia consigo mismo para ser el investigador que le demanda furiosamente esta historia, igual a la limpia entrega que observa ante el que le habla, y sobre todo, se siente un desbordamiento amoroso ante las posibles verdades que él mismo va descubriendo y que le llegan siguiendo el rastro del desconocido. Antes, en el pasado que todos podemos intuir, y que también se nos cuenta, el escribano tenía señales y hasta demostraciones muy cercanas, pero nunca había llegado a la sutil atmósfera de una explicación rotunda del por qué él es de una manera y no de otra, del por qué también su entorno figura de una forma y no de otra. Era necesario encontrarse con este hombre para interpelarse a sí mismo. Esperemos que, al igual que el protagonista y el lector, salga enriquecido espiritualmente con la inmersión en la atrevida “confesión” que recorre toda la obra. No para otra cosa se enseñorean los libros como éste.

Tal vez sea ello el mayor sentido para lo que ha cedido su tiempo el escritor: plasmar emocionado y contenido las memorias de un hombre que no es él, pero que podría haberlo sido, con la misma impronta que puede serlo el lector. Dificilísima tarea se ha impuesto. Con esta escritura pareciera decirnos que para todos está abierto el viaje, no solamente el de su protagonista y el suyo propio, sino el de cada cual que se introduzca en las páginas del libro como en las posibles rutas de su vida, de su novela, de sus angustias y alegrías, de sus certezas y alucinaciones. El camino es tan válido para un judío como para un cristiano, un musulmán, un budista, un ateo o para cualquiera otra persona con ansias de “limpiarse o corregirse” en las aguas de sus ancestros. No hay barreras en el recorrido humano. Todos vamos en el mismo velero de la Historia con nuestras más contradictorias peripecias. El mar, y los ríos, y las montañas, y los árboles, y la tierra, y las estrellas poseen la exacta definición del triunfo y el fracaso: somos eso que hicieron nuestros antepasados y somos eso que hacemos nosotros, aquí o en la selva, dondequiera que la condición humana nos atrape con todos sus misterios. Y nada significa una derrota o una victoria. Todo vibra en el “diálogo socrático o talmúdico” de haber vivido sinceramente la variabilidad de la existencia.

Un escritor –siempre lo he creído- es escritor porque está consciente de que la palabra sirve tanto como “la llama” que nos calienta en el invierno y que sin darnos cuenta se convierte en una “metáfora cabalística”. Su oficio es de minero horadando las rocas del espíritu, no puede ceder en su búsqueda. Este hombre, además, es un corredor de fondo que sabe que no basta la voluntad para llegar a la meta, sino que solamente con una proverbial serenidad y un goce por la sencillez es posible entrar en las profundidades. Y gracias al Dios innombrable, él es un hombre sereno y sencillo. Está apto para cruzar el Rubicón sin que tenga que violar las normas de la tradición estética a la que le honra respetar. También sabe que con la elocuencia del silencio es posible acceder al conocimiento. Él está adiestrado en las características del “secreto impulso” que lo llevará a desentrañar el sentido del camino emprendido, porque es allí, en esa intuición temeraria que lo empuja, donde atesora su máxima preocupación social: “Lo inquietante es comprobar que hoy, después de tanto tiempo, alguien pueda seguir comportándose como en el siglo XVI”. Esta comprobación, alrededor de un hecho fortuito con una simple dulcera, nos traslada a una enorme paciencia con nuestros semejantes.

DAN KOFLER: El pintor real, el músico verdadero, el atormentado y el satisfecho, el encantado, el protagonista, el que cuenta, el que más aire respira, el elegido rechazado, el que vive, el desconocido que se descubre. Él, como un mensaje salido de la Torá, ha querido emprender el camino de la luz. Va hacia Dios, porque ha hecho de la libertad absoluta su único destino, es una individualidad que ha visto antes de pintarla o musicalizarla, o incluso mucho antes de vivirla y compartirla con los demás. Él se desenvuelve “en otra dimensión”. En su trayecto destacará la sonoridad enigmática de un antiguo instrumento que lo conduce al egocéntrico resplandor de la verdad, aunque allí se encuentra con toda la soledad, pero no importa, “él lo ha disfrutado”. Como otro Leonardo Da Vinci, otro Espinoza, otro Freud, otro Einstein, otro él mismo y muchos más empecinados con su misión en la vida, se siente condenado a entrar en las máximas alturas de la creación y se inclina afiebrado a su soberbia, le ordena el tránsito completo por su existencia. Entiende que si un hombre ha tenido la capacidad para sobrevivir a su tortuosa infancia y que luego hará el amor con una hermosa mujer cabalgando sobre un caballo -algo que se intuye como un goce único para los protegidos de los dioses-, también tendrá la inteligencia para elegir el ruido del camino en vez de aletargarse en el brillo del éxito y del placer. No es eso lo que busca. Sabe que más allá del disfrute momentáneo está la eternidad.

En la historia que este hombre nos cuenta podemos comprobar, con todos los datos pertinentes, que con su esfuerzo y su talento podría haber alcanzado la gloria, pero, no, él, además de lo divino, sueña que también puede alcanzar el paraíso terrenal. Por ello prueba a “enterrarse y a desenterrarse”, aunque sabe que corre el riego de no tener a nadie que a la hora final “le diga los rezos sagrados del kaddish”. Y se lo toma muy en serio. Siempre ha desafiado a su propia naturaleza y nunca es mucho si la suerte es buena, al menos para no caer definitivamente después de un fuerte navajazo debajo del ombligo o por la insólita desaparición de los hijos y los amigos. Nada lo separará del ímpetu para iluminarse, aunque sepa con Kafka, “otro judío”, que “el bien no conoce el mal, pero el mal sí conoce el bien”.

¿Por qué tener miedo a encontrarse con la cima del saber y del genio que trota libremente, “sin horarios ni compromiso alguno”, por las tres estaciones del alma judía? “La neshamá, el néfesh y el rúag” –y tantos otros vocablos hebraicos muy bien explicados que abundan en el libro- han de ser habitados, sufridos y gozados. Es su Comunidad, “el árbol genealógico donde mejor canta”. Él puede llorar, pero nunca se desprenderá de su andadura esa tierna sonrisa que le hace vivir las más rocambolescas aventuras. Siente que está obligado a andar, a experimentar, a engullirse el mundo y que todavía no ha acabado. Tal vez en esa osadía resida la posibilidad de su extinción. Sabe que “hay que despojar al judaísmo de la hojarasca racial que se le ha ido pegando a lo largo de los siglos”. Y sabe que viaja desnudo. Los demás se encargarán de vestirlo. ¿Acaso no sabrá nunca que también a él le correspondía vestirse? No, parece no querer saberlo y por ello el niño que lleva dentro permanecerá aferrado a su “memoria histórica”. Cree que la música que puede sacarle al artefacto que ha rescatado del olvido sirve para despertar el sueño de los mortales. Y no quiere compasión. Sólo quiere que miremos su extensa obra pictórica, que le oigamos tocar el bendito zimbal que construyó él mismo y, sin ningún apego al dolor, que intentemos comprenderlo de la misma forma que lo hacemos con nosotros mismos.

EL LECTOR: En este caso, yo, cubano de padre ibicenco y madre india, de abuelo materno catalán y la abuela gallega, tal vez una descendiente de aquellos criptojudíos que habitaron la “Azabachería de Santiago de Compostela”, me veo precisado a decir que, a pesar de lo inteligente y hábil que era mi abuela materna, capaz de hacerle la comida a toda la familia y moverse por la casa con absoluta ligereza siendo una mujer ciega, yo no tengo “cara de judío”. ¿Es que están por todas partes? Realmente nunca he comprendido bien la bondad de saber si mis primeras raíces se enredan entre las tropas de Aníbal que cruzaron los Pirineos o languidecen en el mayor genocidio de la Humanidad: la destrucción de aquel Nuevo Mundo indígena precolombino. Ya nada podré recuperar como legítimo y auténtico legado genético, tampoco nunca lo he querido ni jamás lo intentaré, aunque no deje de abrazar a quien lo haga. Como Santiago, me interesa enormemente continuar con mis palabras esperanzadas, y como Dan, creo que gran parte de mi vida transcurre en la magnitud de la imaginación, y siguiendo mi camino salgo del libro pensando como el peregrino: “Si el pensamiento judío no se renueva, si queda atrapado en la literalidad de los textos sagrados, perderá su fuerza y su sentido”. Lo mismo que puede pasarle a todos los pensamientos, a todas las historias y a todas las búsquedas de lo que hemos hecho o nos han hecho en esta enrevesada civilización.

Otros lectores, con los más diversos orígenes, podrán tener otras sensaciones. Cada ser humano lleva consigo a un Ulises que emprende los más insospechables objetivos. Para humanizar esos aspectos sirve la verdad de una confesión radical y su organizada escritura. Con estas notas sueltas sólo pretendo que otros muchos lectores tengan la misma posibilidad que he tenido: Que levantemos todas las generalizaciones y, despojándonos de toda legitimidad fundamentada en muchos episodios de nuestras vidas, no hagamos nuestra la falacia de que en exclusiva "la envidia es un vicio especialmente español". (Ya se nos advierte de que tal sentimiento podría ser de origen judío y tal vez con ello el escritor nos esté alertando de que su obra no pertenece al universo de la propaganda, sino al de las Artes). Ojalá que podamos desterrar la idea y hasta las pruebas de que el pueblo español es el único perseguidor "porque el español se ha enfocado obsesivamente en el otro, al que teme o desprecia, al que espía y juzga, con el que se compara creyendo estar siempre por encima de él, al que trata de controlar y utilizar para su provecho personal". Pueden atisbarse en el libro las múltiples referencias al pueblo hebraico que hace lo mismo, y con ambos, españoles y judíos, se presiente similar característica para otros pueblos. Quisiera que juntos huyamos de los tópicos que se van quemando en el tiempo. Ya no es posible mantener que somos judíos, o árabes, o chinos, o africanos, o europeos, o españoles, o latinoamericanos, o primermundistas, o tercermundistas, o australianos, o cubanos, o norteamericanos y que los demás siempre llegan a nuestras vidas para acosarnos y destruirnos. Una operación muy simple: los demás somos todos. Ha sido muy complejo, y lo sigue siendo, el abordaje de las experiencias humanas, y seguramente lo es más la clasificación diferenciada de nuestra diversidad. Tal vez por pasajes como ese, lo profundo y lo elemental en “la verdadera historia de Dan Kofler” narrada por Santiago Trancón se sintetizan de forma espléndida en la sentencia con que el escritor comienza el capítulo 56: "¿Quién me arrancó de donde nunca estuve y adonde no puedo regresar?” Y es posible que por las recomendaciones finales de Moy Natenzon, insistiendo en la necesidad de alejar malos sentimientos, pueda accederse a la luz de la “serenidad y la aceptación” de nuestras vidas. Indudablemente, a pesar de los tropiezos que he tenido en la lectura, el poderoso arte de la atracción se extiende por este libro como una fuente inagotable de energías.

viernes, 3 de febrero de 2012

Ah, el mundo indignado... Y el pueblo cubano el mayor de los indignados

La inmensa mayoría de los llamados “disidentes” cubanos, dentro y fuera de Cuba, tienen sus blogs en internet dirigidos principalmente a la Comunidad Internacional, la misma que sobreponiéndose a la indignación por su Sistema, empieza a trazarse nuevos caminos de independencia del apetito de los Mercados. Saben que los valores mercantiles necesitan más mercancías para seguir pujando en la ruleta de la riqueza y curiosamente las más apetecibles son los pueblos. Dentro del marasmo del Sistema Capitalista se cotizan más alto las masas embaucadas por la Democracia y los Derechos Humanos que creían tener. Y usan internet. En Cuba, la llamada “disidencia” se cree pertenecer a este movimiento de indignación mundial y también usan internet. Incluso la madre del “disidente mártir” Zapata, que evidentemente lo menos que posee es conocimiento sobre la Red, tiene el suyo propio. Es más que natural pensar que su presencia como bloguera ha sido fabricada. Y así, las páginas de otros muchos “periodistas independientes” que lanzan al espacio virtual las peores noticias sobre la situación en Cuba. Y si se sabe, como lo afirma el mismo gobierno norteamericano, que en los presupuestos de Washington se dedican cada año millones de dólares a la “disidencia” cubana, poniendo especial énfasis en el uso de internet y las redes sociales, ya tenemos al responsable máximo de las catastróficas informaciones que sobre Cuba saturan la Red. En Estados Unidos reside la fábrica de la “disidencia” cubana y los innumerables blogueros engrasan la maquinaria. Triste destino el que se hacen estos “patriotas”.

Sabemos que son los Estados Unidos el país que mantiene contra la isla un férreo bloqueo económico, comercial y financiero, bloqueo que anualmente es condenado por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Podemos intuir con gran facilidad la burla y el terrorismo mediático que se fabrica contra Cuba sólo porque esta nación no quiere seguir los dictámenes del autoproclamado Amo del Mundo y resiste a todas las embestidas del Imperio casi por puro milagro. No es tal milagro, es sencillamente que la fabricación de catástrofes contra la isla no posee la suficiente indignación con que vive el pueblo cubano. Una indignación aumentada por la existencia misma de esa fábrica. Es demasiado grande la mediocridad de esta manipulación donde se cuecen los peores sentimientos y se traman las más descabelladas aventuras.

Es relativamente fácil encontrar el primer descalabro: el significado del bloqueo norteamericano contra Cuba. Cuando se conocen sus crueldades se lucha contra él sin descanso. Los cubanos que defendemos a nuestro país estamos hartos de hablar del bloqueo, pero no cesamos de condenarlo. Cualquier persona en cualquier parte del mundo podría imaginar las consecuencias de vivir en un país bloqueado por la Primera Potencia del planeta, excepto la “disidencia” cubana. Para ella “el bloqueo no significa nada, no existe”. Entonces, ¿por qué es condenado cada año en las Naciones Unidas y en múltiples foros internacionales? Nada, a la “disidencia” no le parece bueno creer que más de 180 países, aquellos que contradictoriamente en su gran mayoría no han elegido la vía socialista de desarrollo, apoyan las demandas cubanas de poner fin al bochornoso atentado contra una nación soberana. Creen los “disidentes” que esos países son tontos por discutir este asunto. ¿Quién es tonto o se ha dejado fabricar como tonto?

Aunque ya nos aburra decirlo, hay que insistir. El bloqueo norteamericano contra Cuba es responsable de la mayor cantidad de penurias, insensateces, absurdos, corrupciones y otras lacras no menores que se mueven en la sociedad cubana. El gobierno cubano puede arreglar numerosos problemas que confronta el pueblo, pero siempre serán paliativos, porque desgraciadamente, para lograr un arreglo efectivo, éste pasa por la erradicación del bloqueo. La solución raigal a los mayores problemas por los que atraviesa el país está determinada por la existencia de esa enorme agresión mundial que conlleva el bloqueo. Decir otra cosa sería pedirle peras al olmo. El bloqueo nos oprime, nos apretuja, nos denigra, nos aplasta, nos mata. Y aquella “disidencia” que recibe ayuda del opresor o utiliza alguna de las formas con que nos oprime no puede llamarse disidencia, sino mercenarismo al más puro estilo de las empresas privadas de seguridad.

Otra de las armas de la “disidencia” es que Cuba estaba mejor antes de la Revolución que después de ella, y resulta significativo ver los contrastes que realiza el blog “Cuba Noticias Disidentes”. En él se colocan fotografías de ambos periodos. Mientras antes de la Revolución se sucedían las fiestas y la alegría, los éxitos y la prosperidad, después de la Revolución se suceden las golpizas y los sufrimientos, los fracasos y la miseria. ¿Quién y por qué, entonces, apoyó el triunfo de la Revolución? Es clarísimo para todos que el apoyo surgió del pueblo entero por la orgía de atropellos que vivía. Otra tarea de tontos tal indagación, argumenta la “disidencia”. Para ella lo realmente imprescindible es que la Revolución termine como les manda su amo y con los dividendos que esperan obtener realizar su particular aquelarre de disfraces. ¿No saben que cuando los mercaderes logran sus propósitos se alejan de su servidumbre como de la peste?

La Revolución Cubana no inventó ninguno de los males contra los que combatió, estaban ahí, como se puede observar hoy en la mayoría de los países pobres, que no deberían serlo, dada la magnitud de riquezas en recursos naturales que posee la mayoría de ellos. Los Índices de Desarrollo Humano elaborados por organismos de las Naciones Unidas sitúan a la Cuba actual, a pesar del bloqueo, muy por encima del resto de los llamados países “subdesarrollados”. Pero para nuestra “disidencia” estos “índices” no son de gran importancia, sencillamente porque para ella lo más importante es “un cambio de gobierno” que facilite una Democracia como la existente en todo el mundo. ¿Pero, qué dice esta gente, si el objetivo mayor de una Democracia es alcanzar los más altos Índices de Desarrollo Humano, precisamente en lo que más se esfuerza el gobierno cubano? Por supuesto que estamos plagados de errores e imperfecciones, que hay que elevar esos Índices, pero, ¿qué país no tiene que esforzarse en esa dirección? Parece que hay que decir que no somos los únicos habitantes de la Tierra y que resulta imposible cualquier valoración si no nos situamos en el conjunto de la Humanidad. Es evidente que para nuestra “disidencia” estos Índices también los elaboran unos tontos y es ella la más inteligente de las visiones. ¿Es posible que tengamos una oposición tan decrépita? Tal vez por ello tenemos que avanzar tan lento.

Uno de los aspectos que más destaca nuestra “disidencia” es el respeto a los Derechos Humanos: “en la isla se cometen las más severas violaciones de esos derechos”. Según Amnistía Internacional, uno de los países que menos viola los Derechos Humanos es Cuba. De nuevo hay que decir que no estamos solos en el mundo. No, no lo estamos, y sobre todo el bloqueo nos lo recuerda todos los días. ¿Y sólo son Derechos Humanos aquellos que nuestra “disidencia” enarbola, como el derecho a viajar y la libertad de expresión? ¿Qué significan los otros Derechos Humanos, quizás los más importantes, como el derecho a la naturalidad del nacimiento y el cuidado de la infancia? ¿Cuántos ciudadanos del Mundo Pobre viajan como un derecho fundamental y viven con entera confianza su derecho a nacer y a ser niños? ¿Cuántos ciudadanos del mundo entero tienen acceso a los Grandes Medios de Formación de la Opinión Pública y al mayor conocimiento para participar en ellos? Nada, a nuestra “disidencia” no le apetece responder a esas preguntas. Para ella también eso es pura tontería anclada en un discurso ideológico. Parece que pregona gustosamente que las ideas pertenecen a la superchería de los necios y que el gran impulsor de la civilización está en los apetitos comerciales donde el pueblo debe dejarse comer.

Está muy claro el gobierno y el país que quieren nuestros “disidentes”: libre mercado, el mismo que mantiene en la extrema pobreza a millones de seres humanos en el Mundo Pobre, el mismo que está acabando con las conquistas sociales en Europa, el mismo que no deja de enriquecer a unos cuantos y empobrecer a muchos, el mismo que, oculto en el Estado de Derecho, sólo permite ese estado a las clases más pudientes y las demás que se jodan: “quién les manda a no ser ganadoras, quién les manda a ser perdedoras”. ¿Es que acaso toda la riqueza acumulada por las clases ricas no la produjeron las clases trabajadoras? Pues, no, para la “disidencia” cubana sólo importa que la riqueza tenga nombres y apellidos y que esos hagan lo que quieran con ella. Demás está recalcar que espera ver los suyos entre los privilegiados.

Ah, el mundo indignado… Y el pueblo cubano el mayor de los indignados. Es muy posible que no haya pueblo en todo el planeta donde esté en mayor efervescencia la indignación que en esa isla del Caribe. Puede verse el análisis crítico en la inmensa polémica desarrollada en los círculos más elitistas y en los más populares. En casi todos los casos predomina la reflexión comprometida con la solución a los problemas desde el Poder de la Revolución. Así se debate en los más disímiles lugares y en todos llegan a consensuarse múltiples exigencias al gobierno cubano: La lucha más decidida contra la arrogancia, la corrupción, la burocracia y el abuso de poder en determinados sectores; la aceleración, sin voluntarismos ni improvisaciones, de las reformas necesarias; la mayor entrega de los Medios de Difusión a las realidades internas y a los criterios más diversos; la amplia pertenencia de la población al Partido Político existente, al de todos, donde sólo la decencia sea el requisito de entrada y la participación y voto de sus miembros rompa el secretismo y la marginación de las decisiones; el serio estudio de las crecientes propuestas de cooperativismo y autogestión en el modelo económico del país; la concesión del lugar idóneo para las posiciones de izquierda que están representando un notable empuje al pensamiento socialista; la instauración de una nueva manera de relación entre las personas, entidades y la oficialidad gubernamental; el aumento de la participación de la sociedad en el control del Estado; la comprobación de que las propuestas mayoritarias de los ciudadanos se cumplen y cuando no puedan cumplirse que se expliquen abiertamente; etc. etc. Si todo esto, que nace espontáneamente a la vuelta de cualquier esquina y que muchas veces hasta duda de que la actual dirigencia pueda cumplir su rol de dirección, no es capacidad política de un pueblo entero y verdadera oposición, silencio, que no nos tupan con el cuento de que los diferentes son los “disidentes” que no se tienen en cuenta. Los diferentes somos los que pensamos distinto en el camino múltiple de la Revolución Cubana y que todavía no hemos podido alcanzar las vías adecuadas para implantar las diferencias, pero que estamos seguros de estarlas adelantando. No le cabe otra opción al Poder imperante: es nuestro y se necesita hacerlo más nuestro.

Todavía los cubanos, más allá de esa “disidencia” fabricada, poseen la pasión por resolver sus problemas desde sus propias realidades, tal vez las más complejas de este mundo tan chiquito, precisamente por el soplo de tanto conocimiento y de tanta libertad que fluyen en esa tierra conquistada por los aires de una verdadera Revolución. ¿Creen los “disidentes” oficiales, los de la lealtad absoluta a los intereses norteamericanos, que esos hombres y mujeres que discuten sobre su país apasionadamente y se estrujan el cerebro buscando nuevas propuestas y diversas soluciones no están más indignados que ellos? En todos vibra la conciencia de que por algo se tiene una Revolución, se resisten a perderla y por ello exigen las renovaciones pertinentes, con bloqueo o sin bloqueo, aunque sería más viable cualquier avance sin él. Definitivamente nuestra “disidencia” reconocida es tonta, demasiado tonta, tanto, que puede pasar por “valiente y corajudo” su accionar de teclas en una computadora. Todos conocemos la historia.

A pesar de las contrariedades que nos trajo, si no hubiera sido por la colaboración soviética y demás países del extinto Campo Socialista nuestra Revolución no hubiera podido subsistir. A pesar del turismo masivo y otros caminos que no nos gustaban y que nos han traído numerosas confusiones, si no tomamos aquellas medidas sería impredecible adónde nos hubiera llevado la Opción Cero que nos cruzó por la mente. Ya han pasado más de 20 años de andadura con enormes dificultades para un pueblo que se educó con el conocimiento de que le pertenecían todas las dignidades de la vida, desde la mejor enseñanza y sanidad hasta los más altos peldaños del disfrute artístico y literario. A pesar de todos los dolores de cabeza para sobrevivir y aunque a muchos se les aflojen las piernas, se tambaleen, y entre todos hayamos hecho lo bueno y lo malo, la Revolución nos puso en pie para no tener que arrodillarnos por lo que hacemos. Un pueblo de rodillas vale menos que hasta la más pequeña cosa que reclame. En el mundo globalizado e impermeable a la voracidad de los Mercados se nos pueden ocurrir infinitas posibilidades para salir adelante. Con todas habremos de saber andar si no queremos despeñarnos por el precipicio o madurar la fruta que nuestro vecino del Norte espera desde hace más de un siglo. Otra vez se nos agiganta el desafío para mantener lo que es nuestro y que ganamos con el esfuerzo de tantos años. Ojalá que sepamos sopesar la realidad en toda su compleja urdimbre de visiones y sepamos ver nuestra sabiduría más allá de nuestras ególatras narices. La valentía y el coraje nos han acompañado siempre. Ojalá que ahora también sepamos ejercer esos atributos que le arrebatamos a la Historia.

CUBA contra sus "DISIDENTES"

Podría parecer que muchos cubanos piensan y actúan contra la visión de los llamados “disidentes” públicos en la isla porque apoyan fanáticamente al gobierno revolucionario y su lucha está despojada de toda crítica a la situación que vive nuestro país. Nada más lejos. Puede verse el análisis crítico en la inmensa mayoría de las obras de filosofía, ensayo, cine, narrativa, teatro, danza, artes plásticas, música y en tanta polémica desarrollada en los círculos más elitistas o más populares. En casi todos los casos predomina la reflexión comprometida: la condena a la corrupción, la burocracia y el abuso de poder en determinados sectores, el continuo planteamiento sobre la lentitud en las reformas necesarias, una mayor entrega de los Medios de Difusión a las realidades internas, la amplia pertenencia al Partido Político existente, la bienvenida a una nueva manera de relación entre las personas, entidades y la oficialidad gubernamental, el aumento de la participación de la sociedad en el control del Estado, la comprobación de que las propuestas mayoritarias de los ciudadanos se cumplen y cuando no puedan cumplirse que se expliquen abiertamente, etc. etc.

En estas actuaciones apenas aparece la retahíla de conceptos apañados en el dogma apologético, pero sí es posible observar el intento por avanzar de forma responsable y coherente con la gran historia que le ha tocado vivir al pueblo cubano. Sabemos que cualquier otro avance estaría dictado por espurios intereses. Por ello es fácil atisbar, aunque no se hable tanto de ello, una posición en contra de los llamados “periodistas independientes” que, agrupados libremente en espacios supuestamente beneficiosos para todos como Generación Y, Estado de Sats u otros sitios, sólo se aprovechan de cualquier suceso que pueda denotar el mal estado de la nación, como el derrumbe de un edificio o la muerte de un ser humano, para arremeter contra toda la generosidad, equidad, iluminación y dignidad que significó y sigue significando el proceso histórico de la Revolución Cubana, aunque sea bastante evidente que no pudo llevar todo su buen hacer a una buena parte de nuestro pueblo. Por ello y por muchos otros asuntos la lucha continúa sabiendo que sólo desde la Revolución podrá avanzarse en los más disímiles aspectos.

Todos sabemos que se precisa la más amplia crítica con todo aquello que nos daña, pero si ello se practica bajo el prisma de la selección más venenosa hacia la realidad, sólo encontraremos el fango del camino y jamás la razón necesaria para “cambiar todo lo que debe ser cambiado”. Y se entiende así porque, probablemente, no haya ningún otro lugar como Cuba, en estos momentos tan difíciles para la Humanidad, donde pueda vislumbrase un verdadero cambio en las relaciones humanas, entre los fuertes y los débiles, en la verdadera distribución de las riquezas, entre la catástrofe y la esperanza. En las manos de todos están los cambios que podrían sucederse uno detrás del otro, tal como ha venido sucediendo a lo largo de toda la historia revolucionaria con mayor o menor celeridad. Todo depende de la correlación de identidades que hagamos surgir para el beneficio de todos y no para la instauración de un pensamiento que sólo servirá para que unos cuantos se enriquezcan aprovechando las grandes sumas de dinero que múltiples entidades extranjeras destinan a la subversión en la isla.

Muchísimos cubanos no critican, cuando podrían criticar, a los voceros de que en Cuba se cometen las mayores atrocidades. Pero sí que los critican, no porque piensen diferente, sino porque saben que están mintiendo sobre la realidad cubana en contraste con sus inmensos logros y el estado del mundo actual. No los critican, cuando podrían criticarlos, porque se asocien a las Campañas Mediáticas que los Grandes Medios de la Información Mundial ejercen contra Cuba sin importarles lo que acontece en otros países. Los critican porque entienden que esa no es la dignidad encontrada en tantos años de noble aprendizaje del pensamiento propio. No los critican, cuando podrían criticarlos, porque acepten felizmente relaciones de colaboración con entidades afines al gobierno norteamericano, el mayor enemigo del pueblo cubano y de tantos otros pueblos. Los critican por no querer saber nada de la historia de nuestro país, de nuestro continente y de otras partes del mundo donde las tropas estadounidenses sólo han llevado abusos, destrucción y muerte. No los critican porque estimen que están siendo ingenuos o injustos con los comentarios que ofrecen. Los critican porque están manipulando la compleja situación que vive el pueblo cubano. No los critican porque piensen que sus propuestas son espejismos trasnochados. Los critican, díganlo o no, porque, como está nuestro país y como está el mundo, sólo valen los aprovechamientos públicos que ofrezcan las reales posibilidades de mejorar la vida de todos. Y con esto no están otorgándole a nadie el don para decidir quiénes deben ser los encargados de saberlo ni el cómo deben practicarse. Sencillamente están pensando en la responsabilidad y coherencia que cada ser humano debe tener con los demás en el contexto preciso donde están conviviendo y mucho más si se trata de, a través de la información pública, trasmitir valores colectivos para las luchas en que todos debemos salir beneficiados. En definitiva, son muchos los cubanos que pasan de estos informadores, compatriotas, que siguen sin plantearse la enorme responsabilidad y coherencia con que deben asumir nuestra historia y nuestra realidad a la hora de analizar cualquiera de sus acontecimientos.

Todos debemos criticar todo lo que queramos, todos debemos escribir todo lo que queramos, -y de hecho lo hacemos-, pero también todos debemos colaborar a la solución de los diversos problemas que criticamos con la máxima entrega que tanto demanda nuestro pueblo: honestidad y desinterés personal. Ello no sucederá, claro está, si se hace como lo hacen estos llamados “disidentes”, que exclusivamente ven los sucesos de la vida cotidiana que más se acerquen al aprovechamiento de sus visiones individuales. Es vileza de superior magnitud buscar la mayor desacreditación de nuestro país, un país que con un sinfín de problemas por resolver, también posee una de las historias y una de las realidades más ricas que nos han legado las luchas por el mejoramiento humano. Cuba es uno de los pocos países del mundo absolutamente dueño de sus recursos naturales. Estas riquezas, conquistadas por la Revolución y puestas en manos del país y no en intereses privados, son la mejor carta de triunfo en el mundo actual. Nuestra salud pública y nuestra educación, garantizadas gratuitamente para todos los cubanos, y a pesar de su deterioro, nos han llevado a poseer uno de los mayores capitales humanos de larga duración con los que hoy día cualquier pueblo se sentiría privilegiado. Las posibilidades para la felicidad que tenemos los cubanos pueden situarse entre las más altas del planeta. Todo dependerá de cómo cuidemos y hagamos avanzar esas posibilidades.

Aquellos que exponen públicamente sus opiniones sólo para que éstas sean reproducidas por los Grandes Medios Internacionales, los mismos que siempre han preferido divulgar nuestras desgracias, están colaborando directamente para que se agudicen los problemas. Además de que es indigno y tal vez el mayor escarnio contra la suerte de nuestra nación. Sabemos a quiénes pertenecen esos Medios y también sabemos lo que buscan: que empecemos de cero, que olvidemos lo que hemos hecho en estos 53 años de Revolución. Es verdad que no alcanzamos el paraíso, pero ni remotamente nos acercamos al infierno donde ellos dicen que estamos. Hemos hecho, como seres humanos, lo que los grandes poderes mundiales no pudieron evitar que hiciésemos. El volver a cero que preconizan es que renunciemos a todo lo bueno que pudimos hacer. Y todos sabemos lo que hemos hecho, incluso estos súper críticos, porque difícilmente la mayoría de ellos tendría la educación que tiene si no hubiera sido por las luchas de todos estos años. Casi podría decirse que muchísimos le debemos a la Revolución hasta esa hermosa posibilidad de usar la palabra. Y no se trata de entronizar el eterno agradecimiento incondicional a los que nos dieron esa enorme ventaja, pero no caben dudas de que debemos tener la valentía histórica de exigirnos la máxima responsabilidad en su uso y el adecuado respeto hacia los que nos la dieron.

Sé que estos “disidentes” no sienten ninguna confianza en el Partido Comunista de Cuba, pues para ellos ya este partido está podrido y debe dar paso a cualquier otro de los múltiples que anuncian y que se afirman en su decidida voluntad de que no hay que pensar más en las diferencias entre los Sistemas Políticos, Económicos y Sociales, sino volver a ser “el país ese” que, como cualquier otro, sin que definan cuál, no sea el que tenemos. ¿Pretenden que el carnaval electorero donde se despedazan tantos bienes materiales y morales vuelva a ser en Cuba el eje de tantas sinvergüencerías en que se ha convertido la política de casino entre los partidos? Es hora ya de que estos “señores”, -que quisiera llamar “compañeros”, y que no los llamo porque ellos no usan esta palabra, sino la anterior-, se enteren de que el juego politiquero con la historia y la realidad de nuestro país fue desterrado de Cuba desde 1959 y que a partir de esa fecha fue fijado el camino para la continuidad de nuestra soberanía como nación. Desviarnos de esa victoria que tanto nos costó y nos sigue costando puede conducirnos a la desaparición de todas nuestras conquistas revolucionarias y para que se desarrollen en el país las tendencias más retrógradas que se están imponiendo con el Neoliberalismo Capitalista a escala mundial: que la brecha entre pobres y ricos sea cada vez más amplia, que la esclavitud retorne al presente, que toda persona sea susceptible hasta la denigración cuando haya cumplido el rol para el que fue manipulada.

Tanto Generación Y como Estado de Sats, que dicen estar muy preocupados por la suerte de nuestro pueblo y que por ello divulgan gustosamente lo peor que tenemos, también deberían divulgar la entrevista que la madre del “disidente” convertido en mártir ofreció al canal Tv 41 de Miami hace unos días, entrevista donde la pobre anciana manifiesta sentirse traicionada por los que la manipularon a su llegada a esas tierras de “libertad”. Es una entrevista triste, pero certera, ya que en la desesperación de esta mujer mayor y enferma es posible advertir cuál es el cambio, dirigido por esos partidos políticos “no podridos”, que se nos puede venir encima cuando sólo somos válidos como seres humanos mientras juguemos a la carta de sus mezquinos intereses contra Cuba. Depositadas las cenizas de su hijo en el mausoleo de los mercenarios de Playa Girón, a esta señora “dama de blanco” refugiada en Miami sólo le queda exhibir su dolor y su tristeza para ver si todavía sirve para la manipulación contra los que derrotaron aquella invasión imperial en los principios más gloriosos de la Revolución Cubana.

Igual en Generación Y como en Estado de Sats deben saber que el destino de esta madre cubana en Miami es parte de nuestra historia. También lo son aquellos cubanos abandonados desde hace más de 25 años en Perú después de las escaramuzas en la embajada de ese país en La Habana. Y como esos verdaderos dramas de cubanos en el exilio debe de haber muchísimos. ¿Por qué estos espacios no les dedican ningún comentario? ¿Qué temen, que se derrumben todas sus líneas editoriales? Si tanto es su esfuerzo, como pregonan, por construir un país próspero y feliz, deberían ser, al menos –no se les pide mucho-, consecuentes con todos los matices de su intento. Divulgar estos hechos ofrecería a muchos lectores o televidentes de esos espacios la posibilidad de que supieran que no vivimos en el limbo, sino en un mundo donde resulta imposible juzgar bien si no nos ubicamos en todas sus entrañas.

Si nuestros “disidentes” no saben cómo enfocar sus análisis, que corran a enterarse, a averiguar, a estudiar, a valorar, y después, sólo después, la historia y la realidad del pueblo cubano les facilitarán, con gran gusto, el acceso a la responsabilidad y a la coherencia en sus propuestas. Entonces, y sólo entonces, sus visiones y sus escritos, sus declaraciones y sus entrevistas, sus posiciones y sus propuestas podrán entrar, con la sabia necesaria, al bosque completo que ellos mismos demandan, sin exclusiones, para que todos podamos seguir sembrando nuestros árboles personales en esa isla de las infinitas imaginaciones que es Cuba. Mientras no lo hagan y sólo estén pendientes de los últimos maderos en el próximo naufragio que vislumbran para nuestro país, ellos mismos se estarán negando el derecho a entrar en el bosque transformador de la realidad cubana. Les estará vetado el decoro y la identidad con nuestro pueblo. Siempre serán los derrotados por su propia “disidencia” y así los recogerá la Historia.

Ya está más que probado que, a pesar de todas las Campañas Mediáticas que se fraguan contra Cuba a partir de lamentables sucesos, esa tierra continúa siendo el bastión donde se guarecen las mejores aspiraciones para un mundo distinto a ese donde sólo somos meras mercancías. Ya resulta repetitivo que los Mercados, económicos, políticos o sociales, se encargan de martirizarnos cada día, cada minuto y cada segundo de la vida en que nos manipulan. Está más que sabido que en ese Sistema de valores la persona y los pueblos no tienen una existencia real. Tal vez por ello de Cuba se estime tanto lo que lucha por alcanzar a definir y encontrar: la esencial plenitud del ser humano.