Al terminar los diferentes capítulos donde traté diversos temas de una misma reflexión, me pongo a trabajar un poco más en su redacción final. En cuanto acabe volveré a colocar todo el material, revisado, aquí mismo. No obstante, los que los quieran leer tal y como fueron escritos en su primera y agitada versión, pueden hacerlo en Kaos en la Red, donde se mantienen publicados los 10 capítulos escritos.
Esta última versión cambia su título y posee 9 capítulos:
UNA CARACTERÍSTICA FRATERNAL
A la memòria de Màrius Torres i Joan Sales
1-EL PODER, EL PROGRESO Y EL MEJORAMIENTO HUMANO
Mientras en la existencia cubana, latinoamericana, tercermundista, muchos de sus pensadores, líderes políticos y buena parte de los pueblos mantienen una esperanza en el Socialismo del sigo XXI, por aquí, en Catalunya, como en cualquier otro rincón del Primer Mundo, a pesar de los valiosos movimientos sociales en sintonía con una convivencia global digna, prima su negación más absoluta. ¿Seremos dos mundos irremediablemente antagónicos? Todas las respuestas incidirán en los desafíos y perspectivas que tienen ante sí las luchas revolucionarias a nivel mundial.
Más allá de las convicciones, las consignas, la búsqueda de un mejor ser humano o el hallazgo de las verdades que pueden sostener la necesidad ineludible de un cambio de sistema social, los revolucionarios han de plantearse la realidad para los pueblos, para la gente común y para todos los que sientan que sus vidas valen la pena vivirse. El Nuevo Socialismo debe ser superior a aquel que se incendió por múltiples causas internas y externas, pero también lo debe ser frente al actual modelo capitalista que, a pesar de nacer incendiado, aún en llamas posee un gigantesco atractivo, una bien ordenada solidez y acaso con tremenda fuerza una posibilidad extraordinaria de “vida intensa” para todo el que llegue a sus peldaños más altos. Si bien es cierto que en esas alturas resulta casi imposible creer, sin una pizca de narcicismo, hedonismo o de miseria humana, que la grandeza y la belleza de vivir sólo está en la sencilla relación de amor con todo lo creado y por crear, es innegable que la inmensa mayoría de los habitantes del Tercer Mundo quiere realizar su existencia dentro de unos bienestares muy parecidos a los que hoy ostenta el Primer Mundo. Si dijéramos lo contrario ya no estaríamos buscando realmente una alternativa al absurdo reinante y sólo demostraríamos la lejanía más cautiva de que Un Mundo Mejor es Posible.
Después de la caída del “Socialismo Real” no caben más ingenuidades con la segura victoria de unas razones, por muy buenas que sean, conducidas desde el Poder individual enraizado en un sistema represor del interés colectivo. Ahora sólo caben las realidades mejor descifradas. Resulta la única manera para encontrar las vías indispensables para que el nuevo rumbo no se disipe en las nieblas de la utopía. Es preciso librarnos de una visión pétrea de las ideas. Todo puede ser rectificado y mejorado, entre otras cosas porque siempre estaremos equivocados en la indefinible prueba de estructurar la vida y la sociedad humana.
Por aquí, y bastante también por allá, no tienen el peso suficiente nuestras engorrosas palabras: masacre de los pueblos, colonialismo, neocolonialismo, expolio sistemático, subdesarrollo, abuso de unas élites internas, miseria, desigualdades, injusticias, sufrimientos, inestabilidad vital, asedio completo a los proyectos revolucionarios, etc. etc. Como si ese mundo no existiera en el presente y que tampoco existirá en el futuro. Sencillamente porque para aquí ese mundo representa el mayor fracaso humano frente a este otro que se “perfecciona” cada día más con una acelerada renuencia a reconocer a aquel que se quedó en “la más completa imperfección”. Y no se trata de otro catastrofismo, es el realismo en su mayor transparencia. Por ello los pobres diablos del Sur podrán soñar todo lo que quieran con un Nuevo Socialismo para el siglo XXI, pero mientras ello no forme parte de las preocupaciones de los ricos dioses del Norte, no existe, es parte de la barbarie que debe ser civilizada. Desbrozar tal maleza de desencuentro entre el Norte y el Sur es parte imprescindible del propio proceso de búsqueda y construcción de ese Nuevo Socialismo.
Por aquí se tiende a ver como una contradicción insoluble llevar una buena vida dedicada al “progreso”, la investigación técnica y científica y el cuidado del patrimonio histórico y artístico con la solución de los más apremiantes problemas donde se martirizan millones de seres humanos. No se cree que Cuba haya demostrado que se puedan realizar las dos cosas. Tampoco se cree que Venezuela y otros países latinoamericanos también puedan demostrarlo. Sólo se aviva una generalización de que tales países trasmiten un mensaje demoledor para los desarrollos alcanzados. Y no se soporta que haya que ajustarse a una determinada magnitud humana y compartir.
La falta de unos mínimos para acercar los criterios marca la ausencia de la complementariedad en el camino. No hay bases de generosidad. Cada vez más aumenta el principio solitario del salvaje: que cada cual se las arregle como pueda. Si el robo, la guerra, las conquistas y todas esas vergonzantes cotidianidades que hoy continúan dominándonos surgieron desde la normalidad conseguida en la Edad de Piedra, ¿quién podría arreglar eso? Sólo un iluso se replantearía el camino, se quedaría solo. Porque desde los orígenes comenzó a desarrollarse la bestia que haría posible todo el “progreso” posterior de la especie. Esa es la victoria asumida desde aquí para explicar la civilización desarrollada y la que se pretende que continuemos todos. En cierta medida, no hay alternativas. Decididamente todos estamos apuntados a este desastre. Una de las aportaciones fundamentales del Nuevo Socialismo sería desentrañar la derrota de tal civilización desde ella misma y que sirva igual para el Norte como para el Sur.
Aún reconociendo el progreso material y espiritual que hemos tenido como Humanidad, y que tal parece que no tiene vuelta atrás, al menos por el momento, se trata de un avance donde hasta el día de hoy lo más notable que lo caracteriza, generalmente, es el cruento desarrollo del individuo que ha asumido un poder y con él la asunción del bien necesario para imponerse a todos y a todo lo demás. Por esta desquiciante relación de la individualidad con la vida es que el progreso se ha basado y continúa basándose en la destrucción del Hábitat Natural donde vivimos: todo para un “Yo” que desafiará inútilmente su propia naturaleza mortal.
Múltiples pensadores han concluido que toda la Historia es el camino impuesto por la fuerza del poder individual, que no hubo nunca un estadio sin necesidad de ese poder. ¿Qué ha cambiado? Quizás, en algunas zonas, el refinamiento de las formas. Entonces, aparte de los diferentes enseres obtenidos y la búsqueda constante de nuevos argumentos para el cambio, el gran trazador de caminos sigue siendo el mismo: el poder único. ¿Es válido que continuemos aceptando esa característica como innata en el perenne descubrimiento de la condición humana? ¿Podemos vislumbrar que ese Poder, como señal de fuerza, inteligencia, habilidad, sentido común y acierto tendrá su final y sobrevendrá otra característica en la relación del ser humano con sus semejantes y con la vida?
Evidentemente la incógnita que más nos polariza es si vivimos mejor que antes. Las variantes de las respuestas estarán signadas por el tiempo, el espacio y el poder de quienes respondan, aunque igualmente podríamos observar múltiples sorpresas. Si la población humana ha aumentado es normal que crezca la cantidad de gendarmes y que todas sus dependencias adquieran alguna mejoría, hasta aquellas contestatarias que, de mil formas, impulsan los cambios seculares. Ahora son más personas para participar en la custodia del poder y éste necesita extenderse ante el crecimiento de las apetencias descubiertas. Se dice que estamos en la era más activa del Hombre, pero el accionar tan frenético que llevamos a lo que más se parece es a la total pasividad de las grandes mayorías. Una exigua minoría es la que nos arrastra ciegamente hacia lo que ha elegido. ¿Acaso el propio “progreso” nos ha paralizado? ¿Esa es la validez indiscutible?
No hemos tenido un paso triunfal con la transgresión a las ideas dominantes, pues éstas continúan estrangulando los avances del pensamiento constructor. Pero también puede verse que este camino de construcción, dentro de sus cíclicos vaivenes, ha sido siempre recogido por el Poder para escapar, simular abundantes espejismos transformadores y continuar su carnaval de dominación.
El poderoso gran capital lleva hasta sus grandes empresas a millones de seres humanos, a personas aguijoneadas por la fuerza de vivir en las cercanías del refinamiento, sólo que ahora ha empeorado la relación. Como dice el protagonista del film “Arcadia”, de Costa-Gavras: “Ya sé que mi enemigo es el empresario, pero mi problema es el competidor: debo eliminarlo”. Al desposeído sólo le ha quedado posicionarse contra su semejante, el eslabón más débil, y ambos son los que, en su retroalimentación continua, preservan la cadena en la espiral “progresiva” donde el poder agranda y degrada al que lo ostenta. ¿Ese es el “progreso” con el que nos maravillamos?
Cada día vemos como la soldadesca de muchos ejércitos de los países más desarrollados se nutre con mercenarios procedentes de la miseria. Mientras, las grandes minorías, aquellas que buscan alguna fuerza para oponerse y cambiar el rumbo, cuando no son una tolerable diversión para el poder lo tienen bien difícil, pues casi todo el tiempo deben dedicarse a que no las exterminen.
Y dentro de esta complejidad social, tanto aquí como allá, podemos encontrarnos con algunos que, aún reconociendo que sí han vivido mejor y que cada vez vivirán mejor, al hacer recuento de los artilugios conseguidos echan en falta el verdadero significado de la mejoría que buscaron. Pero tal vez no acepten hacerse ninguna pregunta sobre sus existencias y sólo hagan visible lo peor de ellas: no cuestionar el “progreso” conseguido, pues puede resultar hasta peligroso: ¿Para qué remover el absurdo, por no decir la mierda? El mejoramiento humano parece tener que ver más con el dogma religioso que con las reivindicaciones mundanas. La metafísica siempre será una vía de mantenimiento de la situación muy superior a la diafanidad de las concreciones humanas. Ahí, decididamente, no se quiere bajar. Ya se tiene la certeza de que abajo siempre las cosas marchan peor. La barbarie funciona como una regla en la constitución del poder y de todo su proceso “progresivo”.
Y para rematar el asunto muchos luchadores por el cambio se han convertido, con esto del refinamiento del salvaje, en fuertes etiquetadores de las diferenciaciones conceptuales que los animan y se van troceando sin piedad alguna: unos defienden a las ballenas, otros buscan energías limpias y muchos otros más tienen las más disímiles inquietudes por estamentos dispersos. De forma subliminal se ha asumido la categoría impuesta por el poder: la perpetua valía de la individualidad que, aún cuando sea innegable su brillante fuerza, casi nunca se ha enderezado hacia el Bien Común. Por eso existe la pregunta si se vive mejor que antes. Es indiscutible. Muchos, y en numerosas partes, viven mejor que antes a costa de que muchos otros y muchas cosas más arrastren lo peor de la existencia.
No somos los amos de la Naturaleza, aunque poseemos el don de la diferencia más rotunda: alcanzamos y desarrollamos el mayor poder. A él sólo pueden complementarlo el amor, la razón, la ternura, la responsabilidad, el compromiso y el Bien que poseemos con mayor seguridad en un dominio colectivo. Si nos deshacemos de todo esto, como indica el comportamiento del Sistema establecido, entonces sí carece de sentido toda reflexión. Pero sabemos que eso no es así: somos una especie con capacidad para trasladar trascendencia amorosa a toda la existencia. Así es como asumimos las obras de Esquilo, Miguel Ángel, Shakespeare, Cervantes, Beethoven, Balzac, Van Gogh, Dostoievski, Mozart, Kafka, Tagore, Chaplin y de tantos otros que han hurgado en nuestras profundidades y ensoñaciones.
Si juntos, los que ya nos alzamos del animal que fuimos y ansiamos vivir humanamente, convivir, aunque tengamos que hacernos un sin fin de concesiones, nos ponemos en el rol de los catalogados para ser exterminados, entonces sí, y sólo así, podremos afirmar que ahora vivimos mejor que antes dondequiera que nos encontremos. He aquí el verdadero problema: ¿ya se han dado todas las concesiones al Poder y hemos arribado a la mayor resignación en la historia de nuestra especie? ¿Unos mandan y otros obedecen? ¿Unos viven y otros mueren? Ello significaría que se masifica la evolución destructiva por una necesidad intrínseca del “progreso” emprendido: las insaciables ansias de poder ante el abismal misterio de la vida donde sucumbe el individuo. ¿Por qué no creer que todos estamos indisolublemente unidos por una característica fraternal: la realización de nuestras vidas en la más estricta convivencia donde aportamos y recibimos infinitas e irrepetibles vivencias temporales?
2- SEGUIMOS SIENDO ANTROPÓFAGOS
No se nos ha concedido viajar más allá de la muerte. ¿Un error? Deberíamos priorizar el hecho real que nos lo condiciona: somos iguales en la vida. Pero como el reto asumido por la soledad humana resulta demasiado alto, el Poder se ve obligado a marcar distancias. Así la persona y la comunidad son situadas en polos antagónicos, ¿por qué? Existe la remota creencia de que alguien, sólo uno, o unos cuantos, sí podrán cabalgar sobre la muerte. Y para esos elegidos como Dioses están los sacrificios humanos que se han ido disfrazando con el paso del tiempo. La antropofagia, en su incansable evolución, debe garantizar la elección adecuada, la tan temida “selección natural” darwiniana que, en lo social, constituye el imperturbable tránsito con que la modernidad legalizó a la Edad de Piedra: un precio, un contrato y la mesa está servida. Estaba bien claro que con la individualidad no íbamos a interrelacionarnos humanamente. Era necesaria la confrontación para conocer a los más grandes de entre nosotros. Y para darle algún orden a esa batalla “civilizada” había que descubrir una fórmula que pudiera blindar el gran valor del individuo: la ley de la propiedad privada ilimitada: el absoluto personal.
Es una ecuación bien sencilla: sólo valen los vencedores, por ejemplo: yo soy dueño de unas propiedades que me posibilitan una plena participación en la presencia frente al otro. Tengo la comida que necesita el hambriento y tengo medicinas para curar al enfermo. Si a algunos les falta lo que yo tengo, eso no es mi responsabilidad y está muy claro que faltarles era su destino. Si después alguien me compra un ataúd para poner el cadáver yo sólo he realizado una venta con todas las de la ley. Si luego otro me alquila un metro de tierra de mis campos para enterrar el féretro, allí justo debajo del manzano que está creciendo, yo sólo he satisfecho una transacción comercial, la más perfecta de las relaciones humanas alcanzadas. Si al cabo de un tiempo me voy allí mismo a comerme una fruta, sólo estoy disfrutando de las propiedades adquiridas. ¿Quién será el loco que venga a decirme que me estoy comiendo un trozo de carne en forma de manzana? Ese está en el bando de los perdedores que nunca aportarán nada. Está claro, entonces, que este Mundo pertenece a los que tengan las habilidades para apropiarse de cualquier cosa.
Así, la propiedad privada, perfectamente descrita en la mayoría de las Constituciones actuales, se convierte en el implacable garante civilizatorio para salvar las posibilidades del individuo en un Sistema perfecto: el Capitalista. Cuando se es propietario se pueden tener decisiones sobre todos los demás. Es la única salvación en situaciones conflictivas entre individuos. Aunque no sea fácil conocer al inocente y al culpable, uno de ellos, no importa cuál, tiene que dejarse comer.
Cuando el conflicto sucede entre países la solución es más convincente. Son las “víctimas colaterales” que deben digerirse lo más pronto posible y olvidarnos de los infaustos acontecimientos. Es lo mejor para una convivencia pacífica, no vaya a ser que alguien se moleste con nuestra buena digestión. Soportamos la antropofagia hasta el borde de la locura. Lo sabemos. Pero hay que desterrar la memoria si queremos comer tranquilamente. Se dice que cada día mueren 100 mil personas por guerras, hambre o miseria. ¡Qué Dios nos coja confesados en medio de este hartazgo tan enorme!
Irak y Afganistán se desangran. Y en los territorios palestinos ocupados por Israel se levantan muros más criminales que el de Berlín. ¿Qué significan esos musulmanes indigeribles que quieren levantar minaretes en Europa? Es posible que algún día se desate una gigantesca cacería. Con el botín se celebrará el mejor aniversario por la caída de las piedras que dividían a la capital alemana. La gran inteligencia no dejará que pase este hito universal sin el festín más completo que debemos comernos en estado de gracia: el final del Socialismo del siglo XX es una comida sagrada. ¿Quién cometerá el sacrilegio de rechazar tan suculento manjar de historia?
La exaltación del individuo, más que entregarle virtudes, obedece a la lucha contra cualquier intento por compartir los derechos de los poderosos. Con el orden de la ley se confirmaba la instauración del más grande de los totalitarismos: el poder individual, que se disfraza de triunfo colectivo al hacer creer a las personas que pueden elegir y decidir libremente mientras se anatematiza a los pueblos que desean liberarse de la ley. Por ahí se arriba a la conclusión que aquel que posea la riqueza necesaria para comprarnos y luego comernos está en todo su derecho: es una virtud inalienable. Por ello algunos tenemos el destino de dejarnos comer: Cuba, Venezuela, el Socialismo del siglo XXI, etc. etc. Aunque sigan sin aparecer los inmortales. Da igual, lo único imperecedero es el Poder para comer...
3- LOS ADELANTOS CIENTÍFICO-TÉCNICOS
Para discernir entre la buena y la mala comida se logró el mayor descubrimiento: la enorme ampliación del Mercado omnipotente y subyugante. Todo está a sus pies, desde las armas más sofisticadas fabricadas en los grandes centros de poder hasta el ya simplísimo trasplante de un riñón en una clínica de Pakistán. No interesa qué se haga con los armamentos ni las repercusiones en el miserable donante. Si usted se hace rico por patentar un nuevo fármaco que ya usaban ciertos indígenas, usted es un genio; y si usted no adquiere un jet privado, eso es la libre decisión de sus inclinaciones personales. La mercancía se torna infinita. Por ella los adelantos científico-técnicos, más que a sus fines benefactores, han contribuido a cimentar la civilización del más arraigado pensamiento sin contribución alguna a la condición humana. Lo que se busca no es de este Mundo, aunque venga muy bien para unos cuantos en él.
El único obstáculo que se asoma en el horizonte podría ser la agonía de la industria armamentística. Casi todos los logros científicos y técnicos han tenido algo que ver con esa industria, y si ésta falla podría colapsarlo todo. Entonces, algo tienen que hacer los más beneficiados por la evolución de la Ciencia y la Técnica. Seguramente impedir la tan temida agonía de las armas, aunque para ello tengan que oficializar, después de revisar los alcances de la Robótica, los asesinatos a cometer cada cierto tiempo. No es un eufemismo que para ello se deba calcular un escalonado transcurso de las guerras, las hambrunas y las enfermedades. Y si ello pudiera resultar de una crueldad extrema, ya tenemos otro descubrimiento científico, igual que la manzana de Newton: advertir que con el calentamiento global nos libraremos del mal trago. Es la sabia Naturaleza.
Suena a un acusado criterio que nos retrocede a un maniqueísmo ya superado. Es que no somos malos ni buenos, somos grises en todas partes. No hay ningún mérito en los que apenas se han beneficiado con los adelantos científico-técnicos, salvo el que emana de su marginalidad y ésta, si aprendemos a guiarla, podríamos convertirla en una verdad absoluta con grandes posibilidades transformadoras.
Las llamadas educación y sensibilización primermundistas hacia los problemas mundiales, aún cuando se trate de una vía enaltecedora, no parece que resolverá algo. Tampoco será posible resolver mucho mediante las nobles fuerzas del talento individual. Y hasta que no llegue el día de la gran solución, todos, absolutamente todos los que vivimos por aquí lo haremos desde nuestra burbuja: nunca comprenderemos a aquellos que no tienen tiempo para esperar. Y aquellos sólo maldecirán su terrible suerte. La preocupación personal nos imposibilitará a todos cualquier entendimiento integral.
Mientras, las oleadas migratorias hacia nuestros pequeños estancos de prosperidad científica y técnica se incrementan. Cada vez se soporta menos la falta de los necesarios grados de civilización alcanzados por aquí. Las propias invenciones han servido para la correspondiente publicidad exigida por el mercado. La mayor parte del globo terráqueo parece querer vaciarse. ¿Son los nuevos bárbaros que se acercan a Roma? ¿Qué adelanto científico-técnico está por conocer? Se dice que cuando muchos de esos otros seres humanos se aproximen hay que actuar con rapidez: “o ellos o nosotros”, y disparar, disparar con las armas de la última Ciencia, las que no dejan rastros, las que desintegran, y que luego el viento espolvoree todo lo humano. ¿Estaremos locos de remate? Todavía no se han escrito todos los libros de la vida… Y lo más curioso, su escritura puede estar en las manos que están condenadas a su desaparición.
4- LA ESPERANZA DE VIDA ES MAYOR
Podría afirmarse que nunca la Humanidad se había tropezado con un problema tan grave para, efectivamente, vocear a los cuatro vientos, no ya que la vida se haya hecho más extensa, sino para creer como una verdad respetable que la especie humana podrá traspasar una semana o un decenio más con las armas que estamos acumulando. A pesar de que no lo tengamos del todo consciente siempre estamos pendientes. Aunque no creamos en el final, son demasiadas cosas las que nos atrapan con un temor desafiante. Estamos viviendo la época más angustiosa de todas las pasadas. ¿Realmente tenemos una mayor esperanza de vida?
No sólo nos estamos cargando al planeta, nos estamos borrando de la faz del universo. Cada vez queremos más y ensayamos y fabricamos cualquier cosa para glorificar el apetito insatisfecho. Aún en la quimera de que haya vida extraterrestre, lo que le estamos anunciando es que vamos a por ellos. Si no tenemos cuidado de nosotros mismos en este mínimo espacio que nos ha tocado, si realmente nos queremos tan poco, si ya nadie duda de que existe la posibilidad concreta que podríamos exterminarnos sin darnos cuenta, ¿qué podrían esperar de nosotros otros seres vivos colgados de alguna otra galaxia?
Es alarmante el comentario del agricultor catalán Josep Pàmies en cuanto a una planta, la stevia, usada por los guaraníes suramericanos para múltiples dolencias y que la multinacional Monsanto quiere reducir a un producto transgénico: “La industria farmacéutica pervierte a los propios investigadores, de tal modo que si no convierten un medicamento que cura en otro que cronifica la enfermedad no les pagan la investigación. Quieren que continúes muchos años vivo, pero enfermo.”
Si se le otorga naturalidad a las desigualdades reinantes entre las distintas regiones de la Tierra no creeremos en la realidad. Es evidente que si en Europa el promedio de vida se acerca a los 80 años mientras que en África no llega a los 40, algo no natural está sucediendo. ¿Acaso no será que Europa le está robando a África la vida, y una vida para enfermarla? Entonces lo que más se acerca a la realidad es un crimen de magnitud descomunal. ¿Esa es la esperanza de vida, que no creamos en la realidad?
Sin mirar el genocidio, por aquí nos enzarzamos en las más diversas disputas locales. Todavía en la larga marcha europea se dirimen siglos pasados con un rencor inaudito. Las veleidades justicieras de todo tipo han pasado a constituirse en honras nacionales. Podemos movilizarnos de forma bien amenazante para reclamar mayores bienes o alcanzar determinadas reivindicaciones y no se nos ocurre hacerlo con idéntica fiereza por aquellos que les falta lo más elemental. Así lo denigramos todo y en ello perdemos la única posibilidad de una verdadera compañía. Somos incapaces de ceder ni un ápice de lo que ya tenemos. Queremos más es la consigna con mayor poder de convocatoria. Queremos menos debería ser el lema que encabece la manifestación multitudinaria. Queremos menos para que otros tengan lo que les pertenece. ¿Será posible? ¡Podríamos romper, al fin, el hechizo del absurdo que nos mantiene a unos en el Norte y a otros en el Sur!
5- LA ÉTICA ACTUAL: “¡VIVA ESPAÑA, VISCA CATALUNYA!”
Que todavía hoy día, después de un año del fatal seísmo que se llevó más de 200 mil vidas, la población haitiana damnificada siga viviendo en pésimas condiciones, expuesta al cólera que ya les llegó, podría hacernos ver hasta qué punto nos hemos desprovistos de principios éticos. Si la consideración al semejante debe colocarse entre las principales características de la ética, entonces nos cabría la reflexión sobre nuestras faltas de consideraciones. Que nos enteremos del hecho trágico, que ayudemos en algo, siempre mínimo, y continuemos con normalidad el día a día termina por despojarnos del buen sentimiento con el que acudimos a la cooperación. Como si la ética tuviera, como todas las cosas actuales, una relatividad a prueba de cañones donde más vale estar al tanto de lo que puede costarnos la sensibilidad.
¿De qué hablamos? Vivimos en un sistema donde todo se capitaliza para llenar las arcas del Poder. Por mucho que los medios, dominados por los poderosos, nos muestren el magnífico altruismo de personas y grupos que, sensibilizados ante tantas calamidades, suavizan las atrocidades con el sacrificio particular, sabemos que esta vía no resolverá los sufrimientos de los excluidos. Igual pasa con dos organizaciones muy destacadas en la concientización ciudadana: Amnistía Internacional y Greenpeace. Si bien esos esfuerzos son buenas intenciones, por el embellecimiento de sus mensajes, tampoco podrán horadar lo suficiente los muros del Poder. ¿Su actuación está por encima del bien y del mal, son independientes de la ética caritativa que el Sistema puede asumir sin que peligre su demoníaca estructura de vasallaje? Para todos es muy claro quiénes definen los perfiles de las Naciones Unidas. Si esa organización no ha podido escapar a la máscara, ¿qué esperar de las demás? De otra forma se comportan los medios con aquellos que sí alzan un compromiso liberador y de raíz. A esos se les minimiza, se les desvaloriza, se les estigmatiza o sencillamente se les saca de la circulación informativa. Cuando nos dicen algo hacen el comentario más favorable al sistema: “para que haya mundo tiene que haber de todo”, o el más popular “cada loco con su tema”. En esas frases bien sencillas han arrinconado a los éticos.
Sin el menor pudor se crean las campañas más repugnantes contra Cuba, Venezuela, Bolivia y contra cualquiera que ose imaginarse otro Mundo. Resulta increíble que en 9 años el Parlamento Europeo haya concedido, en 3 oportunidades, su Premio a la Libertad y a la defensa de los Derechos Humanos, a disidentes cubanos, como si esa isla fuera el sitio más vergonzante del planeta. Indudablemente el Primer Mundo nos tiene en el Infierno de Dante para excluirnos de toda esperanza. Urge “resolver” ese paso de la Divina Comedia.
Urge entrar en la Historia, la tumultuosa historia que hemos hecho entre todos, con nuestras fortalezas y con nuestras debilidades. Nada purificados. Nunca lo vamos a estar. Y el primer paso está en el reconocimiento de la enajenación en que vivimos. No por ello estamos rodeados de lacayos del Capital. Todos somos hermanos y no podemos escondernos en las mejores iluminaciones de la ética. Hay que meterse en la realidad. Es dónde únicamente aparece la vida con sus reales posibilidades históricas para trasformarse. Sería como si estuviéramos adentrándonos en los posibles caminos éticos que la actualidad nos demanda.
Basta un ejemplo muy reciente: la celebración del Mundial de Fútbol de Sudáfrica. ¿Podría ser el magnífico sentimiento de la alegría una nueva visión de la ética? Habría que hurgar en este fenómeno más allá de la manipulación con que nos tratan en celebraciones como estas. Ha ganado España. Llegan a Madrid los jóvenes campeones de Johannesburgo y se despliega la pasarela de la ética actual con miles de participantes y un grito de “felicidad” unánime: “¡Yo soy español, español, español!”.
Mientras, dos días atrás, en Barcelona, parte del pueblo catalán, en semejante cuantía al de Madrid, realizaba una manifestación por la dignidad de unos acuerdos políticos sobre su Estatuto de gobernación al que, aunque ya había sido consensuado su articulado en los distintos pasos de legalidad, súbitamente le aparecía otra instancia llamada Tribunal Constitucional para sentenciarle un recorte a la pacífica soberanía del pueblo que votó en referéndum aquel Documento. ¿Fue ingenua la convocatoria popular, tanto la del referéndum como la de la manifestación? La empresa Lynce, que reconoce no tener competidores en su profesión, parece decirnos, con sus datos sobre la cantidad de manifestantes, que esto se ha manipulado. ¿Cuándo y dónde el Capitalismo no manipula?
Parecía que el pueblo catalán ya se hubiera decantado por el derecho a alzarse en su inalienable voluntad: son una nación y tienen el derecho a decidir su destino. Así se había organizado anteriormente a través de consultas populares que escasamente tuvieron un 25% de asistencia. ¿Dónde estaba la otra parte de los que viven en Catalunya? ¿Se sentía excluida del esfuerzo nacionalista? La increencia está diezmando a todas las llamadas democracias. Por mucho que una parte del pueblo quiera que toda la Comunidad sea la verdadera protagonista de las acciones políticas, la otra parte no se lo cree. La participación, con toda la nobleza de las identidades en el camino múltiple de la Humanidad, parece estar desgastada. En la vorágine de la prosperidad, que crece como una cuenta más del Capital, el mantenimiento de una cultura, una lengua y una idiosincrasia no cotizan en la Bolsa, y cuando cotizan es porque sus valores están al alza de su depauperación histórica.
Catalunya independiente, contando con los políticos que siempre han jugado con su identidad para preservarse la clase al lado del capital, habría hecho lo mismo que España si su selección deportiva hubiera sido la campeona del estadio de Soccer City. Sin haber visto los grandes problemas de África y estar ganando los insultantes salarios que perciben en el Barça, los jóvenes jugadores, junto a sus seguidores enardecidos, también gritarían con idéntica vehemencia en su ciudad engalanada: “¡Jo sóc català, català, català!”
Conversando con un gran amigo catalán, independentista a corazón abierto, le manifestaba que no creía en nuevos Estados que se formaran alrededor de normas capitalistas, pues sólo creo en los nuevos Estados Socialistas. Repetir la historia no eliminaría ninguna arista esencial de dependencia, puesto que al constituirse el nuevo país, después del primer abrazo por haber conseguido lo que parecía imposible, sólo conduciría a la creación de otra maltrecha España contra otro Senegal herido y otra Gambia agonizante. El capital es muy listo para apagar el fuego de los pueblos.
Los pueblos sólo pueden recuperarse cuando se ven a sí mismos y reconocen que tienen el mayor poder para influir en su verdadera transformación y en la del Mundo. Ninguna defensa de la identidad nacional puede estar en línea directa con los intereses de la prosperidad capitalista. Si eso no se hace presente de nada valdrán los valores propios ni ninguna merecida justicia. Todo se irá a la pasarela donde dará igual gritar ¡Viva España o Visca Catalunya!
¡Nos han secuestrado a todos la profundidad de la ética! Pero creo mucho más en la capacidad de los pueblos para enamorarse que en la desenfrenada competencia donde el mercado los obliga a enfrentarse. No hay otra posibilidad para andar con la Historia. O se está en ella o, como en el barco ebrio de Rimbaud, uno se pierde “en los furiosos chapoteos de las mareas”. Y sería una lástima cuando se tiene la oportunidad de ser: ¡Puedes ser inmensamente feliz en cualquier rincón de la Tierra!
6- LA DESINTEGRACIÓN DE LA LIBERTAD Y DE LA IGUALDAD
Como en la Bolsa, igual que se reúnen las fortunas del mercado, allí se depositan los valores humanos de un mundo diseñado para ello. Y estos grandes, dirigidos por la ceguera del poder especulativo, están en bancarrota después de los múltiples pasos históricos en que fueron acercándose a una Casa Común que se descompone más rápidamente de lo que el salvajismo primitivo hubiera imaginado.
Con la conocida división en clases sociales, donde el poder económico signa cualquier aspiración, ya tenemos una limitante enorme a que podamos alcanzar un consenso sobre las propias aspiraciones. Hay quien sólo aspira a comer, y hay quien aspira a encontrar entradas para el último estreno operístico en el Festival de Salzburgo. Entre estas dos líneas de querer hay múltiples matices, desde el que ya comió y ahora busca dónde dormir hasta el que ya tiene un palco en el teatro y después intenta en la cuna de Mozart un do de pecho inconcebible. Pero, con conciencia o sin ella, cada cual conoce sus medidas. El “ni se te ocurra aspirar a tal cosa” nos marca a todos, hasta en la implicación en las luchas sociales.
Ante la perfecta diferencia en la constitución de los seres humanos, que esperemos que las Ciencias Médicas no nos quiten esa bondadosa naturaleza, arribamos a otra limitante en las aspiraciones humanas. El pobre podría cantar -no lo sabemos y será bastante difícil que lo sepamos-, pero sólo podrá hacerlo bajo su cielo mendigante donde, en una buena medida, se pierden miles de talentos creativos y genios insospechados. Mientras, el rico, aburrido de ensayos, tornará a la lámpara maravillosa de su cartera y escogerá otro deseo. ¿Cuál de los dos es más feliz ante Aladino? Toca entonces abrir una de las más sagradas palabras.
La libertad, palabra que muchos denominan la primera, es como la mayor ansiedad de todo ser vivo, una sobrecarga de los instintos. ¡Bienamada palabra! A pesar de sus durísimas condiciones en determinados sitios resulta casi imposible dejar de soñarla. Libertad, ¿qué cosas tiene la vida? Hay que ejercerla apenas con el primer grito al nacer. Rápidamente deben cortarnos el cordón umbilical. Curioso: lo cortan otros. Queremos investigar hasta la saciedad la trayectoria completa que nos vamos a plantear. Es nuestro absoluto, la entera disposición para comprobar que existimos, y en esta soledad, decidir.
Podríamos quedarnos solos toda la vida y tal vez no importaría mucho. Pero casi nunca lo hacemos. Buscamos a otra existencia. Entonces le robamos su vida o tratamos de compartir la de ambos. Aquí comienzan los problemas. No es nuestra enteramente la libertad. No somos animales salvajes. ¿Compartirla nos hace menos libres? Si junto a otra vida podemos alcanzar mayor plenitud en todos los aspectos, entonces no tiene que ser válido el rechazo al acompañante. Los problemas que surjan son parte del placentero encuentro. ¡Bienvenidos sean! Sólo serían conflictos irreconciliables si se efectúa el robo vital. La propia libertad señalaría que algo fuera de la naturaleza de la vida humana no puede ser realizado. Compartir la existencia se vuelve entonces una necesidad para el total despliegue del goce de la libertad.
Así arribamos a otra palabra sagrada: la igualdad. Y aunque todos no somos iguales en constitución, sí lo tenemos que ser en libertad para compartir el mundo. Pero si no somos libres porque estamos divididos en dominadores y dominados, ¿de qué igualdad podemos hablar? La sacralización suele ser mundana. La desigualdad arrastra por los suelos a la libertad. Sólo los poderosos, sus sicarios, y algún que otro de sus allegados, en nuestro sistema capitalista, tienen acceso a los mayores dominios del conocimiento y al extraordinario disfrute de la vida y del que muchos han abusado con marcado salvajismo. Los débiles, abrumados cada vez más por el modelo de existencia que llevan, apenas pueden alcanzar los niveles de educación para conocer cuál es su derecho a la vida. Y cuando el esfuerzo o el azar les abren las puertas del saber son manipulados hasta convertirse, la mayor parte de las veces, en dóciles contribuyentes del poder. Deben desarrollar su obra para que la gran mayoría restante se olvide de preguntar: ¿La vida es para disfrutarla entre todos o para que unos se la hagan disfrutable a otros?
A pesar de este Primer Mundo donde, en cierta medida, la mayoría de sus ciudadanos alcanza determinados grados de igualdad, ni ellos mismos se creen que todos pueden ocupar ese reino, siempre reservado a unos pocos en pugna constante. Allí hay que olvidarse de Fuenteovejuna. ¿Qué decir sobre ese otro mundo llamado Tercero donde la esclavización, el pillaje y las matanzas, casi siempre promovidas desde el Primero o por sus acólitos internos, pululan como una fértil igualdad de la desigualdad más vergonzosa?
El sistema actúa como un pulpo perfecto. La vida no es un bien para todos, pero algo llega a todas partes. Con la amplitud del mundo se justifica el tema de la igualdad. Y, ¡gracias a Dios!, pues las minas europeas ya casi están agotadas y por allá todavía hay mucho por extraer, además, ¿qué sería del desarrollo tecnológico y científico que “impulsa” a la Humanidad a cimas impensables sin esos recursos naturales que los nativos no saben administrar? Muy bien hubieran podido llegar a un acuerdo. ¿Acuerdo? Esta palabra ha sido rediseñada por los fuertes. Impera el negocio, a las buenas o a las malas, ¿de acuerdo?
No se puede olvidar que el aporte verdadero del gran capital son las maratónicas cuentas financieras. La conquista de las Américas es el ejemplo que no caduca. Aún se encuentran tesoros hundidos en el mar que pasan a ser faena de los tribunales del Norte. Nunca se llama al pueblo expoliado, ni siquiera para el reconocimiento de su asesinada cultura. Aquella empresa sí constituyó una gran piedra para forjar el súmmum de la más grande de todas las civilizaciones. A la antiquísima herencia de las concepciones salvajes se unieron todas las características posteriormente desarrolladas para el robo. Se robó todo lo que se pudo. Y aún se sigue robando. Es como haber accedido a la catarsis que nos deparaban los dioses. Hacer empresas como quien hace imperios, pueblos, naciones, países, comunidades privilegiadas por el más fuerte e individuos dispuestos a los más bajos procedimientos, porque la vida no es más que el dinero que lleves en el bolsillo. No importa cómo lo consigas, lo importante es tenerlo, pues para ello se ha levantado el máximo nivel del Sistema. No de otra forma puede explicarse que sólo un 20% de la actual población mundial disfrute de aquella palabra que se asemeja a las aves por el cielo, la libertad, la libertad de robar y exterminar, sea como sea, a ese 80% de seres humanos que viven apenas sin enterarse de que todavía están por dar su grito de nacimiento.
La libertad juega con cualquier sentimiento para su plenitud virtual. Una verdadera carnicería de personas entretenidas. Es la libertad de que el que tenga poder puede servirse de todos los demás. Son los conquistadores de la modernidad. Y sus conquistados, en su inmensa mayoría, se van apagando en una ancianidad prematura que nunca les permitió disfrutar el “divino tesoro” de la juventud al que cantó Darío. Arrastran un gran peso: son los grandes sostenedores de la escurridiza igualdad que nunca los alcanzará.
Empezamos a demostrarnos a nosotros mismos que todos caemos un poco en el falso vuelo de las aves. Los poderosos nos han inoculado el veneno: que los que pensamos diferente y queremos vivir de otra manera lo seamos con total tranquilidad: no podemos unirnos. Nos lo impide nuestra sagrada individualidad. Digamos que ellos, más que nosotros, están muy interesados en que seamos personas de bien y que adoremos la utopía del futuro, porque el presente está demasiado nublado y siempre puede tener una trampa de decepción.
Decidimos ser implacables en nuestros grupos de buena conciencia. Rechazamos a Maquiavelo y a su retorcido Príncipe, ya que en realidad nuestra libertad es para oprimirnos el corazón como malditos perdedores de una concepción de la igualdad que nació y se desarrolló para encerrarnos en las cárceles de la ilusión, allí donde de forma salvaje la manada de fieras ejerce todos sus instintos.
Y todavía los poderosos nos tienen otra oferta: que juguemos con las conquistas sociales. Toda la retahíla de Declaraciones sobre la Convivencia. Así, los famosos Derechos Humanos, ellos los manejan a su antojo; los artículos de nuestra ardorosa Constitución, son la clave para tenernos dominados; los distintos Códigos llamados a protegernos, mentira, nosotros vamos a la cárcel por robarnos un pan, ellos no las llegan a conocer ni por aplastar a un pueblo; el sucio trabajo parlamentario, a pesar de los altos sueldos de los Diputados que siempre están riñendo, una burla, se eligen ellos, porque el abstencionismo o las divisiones de la izquierda en las contiendas electorales se los facilita, y si no, ellos mismos harían las trampas necesarias, aunque siempre dejen que los acompañen algunos honrados, saben que unos pocos no podrán medirse con sus mayorías, y además de que siempre los instrumentos de la corrupción, del chantaje o de la tortura estarán listos para el que se pase mucho de la raya; los respetados Partidos Políticos tradicionales que intentan representarnos, el mayor cinismo, existen por el dinero que tienen sus miembros más prominentes y esperan las elecciones para mostrarse en campañas publicitarias que les produce un buen gusto con la imagen. Es increíble el gran montaje que nos ha hecho asumir nuestro derecho a la paz.
Si predicamos mucho nuestras ideas, ellos dicen que estamos adoctrinando y eso es negativo hasta para nosotros mismos. Hemos creído en los pensamientos que más nos perjudican. Nos dicen incluso que cualquier lucha por la identidad de un pueblo es un empobrecimiento cultural que sólo nos llevará al terrorismo y el miedo se apodera de los más legítimos sentimientos que nos unen. Y volvemos a pelearnos. Casi siempre somos nosotros mismos los que impedimos acuerdos importantes. A la sombra de todas las desesperaciones del camino hemos creado un perfecto lenguaje de supervivencia mundial muy conveniente para los poderosos.
¿Por qué funciona todo esto? Es de una simpleza extraordinaria: somos las piezas más laboriosas del engranaje del Sistema Capitalista, el mejor sistema de toda la Historia que consiguió, con un descaro sorprendente, la desintegración de la libertad y de la igualdad en un pequeñísimo trozo de tierra soberano: nuestras posibilidades individuales en la selva del deseo. Siempre que apostemos por ellas estamos engrasando la estructura de opresión para nosotros y para toda la Humanidad.
No es fortuito que un buen amigo me dijera que yo estaba tan preocupado por el mundo que no alcanzaba a entender dónde estaba viviendo. Es cierto. Vengo de Cuba, un lugar donde interesaba mucho que la libertad se desenvolviera hacia la realización creadora de las personas en igualdad de oportunidades. El país entero se llenó de instituciones culturales y educativas para que el estudio y la creación artística y literaria fueran uno de los más apreciados bienes. Y por ahí empezaría el largo camino de humanización. ¿Qué nos ha pasado?
Los valores de Cuba y de ese Socialismo del siglo XXI que convulsiona a Latinoamérica no caben en los Bancos del Capital. Por esos valores que aún no pueden controlarle a Cuba, le mantienen un bloqueo y un sinfín de otras agresiones, porque, según ellos, padece de inmovilismo, ¿es que acaso los otros países se mueven mucho para que todos sus ciudadanos tengan los mismos derechos? No, ellos saben que no, pero sólo reconocen los derechos de aquellos que entienden correctamente lo que reflejan las Constituciones, porque sólo ese grupo es el que a la larga puede cumplir estrictamente con los valores que los Bancos quieren recibir puntualmente. Entonces Cuba y Venezuela cambiaron sus Constituciones. ¿Qué no se podría hacer desde aquí, donde hay tanto poder junto a tanta vergüenza acumulada?
7- LA PERVERSIÓN DEMOCRÁTICA
¿Sería válida alguna argumentación sobre la democracia? Remontarme a la Atenas del siglo V a.d.e., en los orígenes del término que 2 mil años más tarde Abraham Lincoln definió como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” sería enunciar ya un nacimiento mentiroso. Seguir apuntando definiciones, frases y otras ideas de las más diversas épocas, regiones y personalidades, recordando que en la ciudad del Mar Egeo sólo el 10% de la población disfrutaba de los privilegios “democráticos” y que Lincoln fue asesinado antes de practicar su discurso, sería una petulancia más en el seguimiento del conocimiento impotente. Más bien inservible, dirían los señores del Club de Bilderberg recientemente reunidos en Barcelona: Los pueblos no están aptos para tener las llaves del Poder.
Así prima por aquí el más absoluto derecho individual que, se supone, no aceptaría jamás una definición de la persona humana. Cada cual es como es y nadie está legitimado para emitir juicios o para incitar prácticas de cómo debe ser ningún otro. Pero, ¿el individualismo, o la individualidad, para no ser grosero, ya no es una definición de la persona que, de acuerdo a la posición que ocupe en la sociedad, puede emitir juicios bien cerrados sobre los demás y obligarles a prácticas aún más cerradas?
Aquí sí existen algunos que, con el mayor poder del planeta, llevan adelante una definición, y que va más allá de la persona, pues define cómo deben ser los países: democracias representativas, ¿de quién? Por supuesto, de quien las impone; y mientras, los pueblos son las almas muertas de Gogol que las elige. Habría que recobrar el derecho a la grosería, porque los juicios y las prácticas que manifiesta esta denominación podrían muy bien considerarse los más execrables del mundo: sencillamente, aparentando la defensa de la personalidad, encierra a la persona en una soledad individualista que la devuelve al animal supuestamente superado. Le imponen la magnificencia del timón individual, el eco más ingenuo del aviso al disfrute de la felicidad que publicita el mercado, aunque jamás se acceda a la realización personal. Pero el voto democrático está asegurado.
¿Por qué se mantiene la formula de “una persona, un voto” que define una de las conquistas sociales? ¿Realmente se mantiene para que los pueblos sean los dueños de sí mismos? Por más que se intente pasar como el valor esencial del derecho y la responsabilidad del individuo, se nota que algo falla. ¿No será acaso precisamente ese falso valor individual poderoso superpuesto al valor colectivo? Finalizadas las elecciones, la persona desaparece y apenas hay formas de que acceda a aquel a quien entregó su voto. Podría ser un buen instrumento para el individuo si éste no estuviera condenado a recorrer todas las etapas diabólicas del Sistema individualmente.
Para contrarrestar a los que no acepten el viaje promulgado están funcionando a la perfección los Derechos Humanos. Se lanzan miles de campañas sobre la situación de éstos en Cuba y en el resto de los países luchadores. Lo que no esgrimen en los países que ya acusan bastante cansancio con sus estadios “avanzados” lo levantan contra los que hablan de un Socialismo del siglo XXI. Sólo hay una oferta: “o eres lo que te decimos o seguiremos haciendo cualquier cosa para que no consigas transformarnos a nosotros”. La más clara demagogia del engendro de la democracia: un juicio y la obligación de una receta a punta de pistola. Igual a como se impuso la evangelización que ya sabemos su historia entre la cruz y la espada: exterminación de los pueblos originarios y saqueo de sus riquezas. Ahora se plantea lo mismo con los pueblos que trabajan en sus transformaciones. Si en el fantástico Primer Mundo se incumplen reiteradamente los Derechos Humanos, que se han “votado” pacíficamente en todas las lides electorales, ¿cómo se dignan a exigirles a otros el más estricto cumplimiento? ¿Qué sentido han tenido para los pueblos esos Derechos y ese voto universal que, como migajas del Poder, han venido a representar casi siempre la defensa de una individualidad que legitima los intereses de los poderosos? ¿O es que la responsabilidad individual aún no ha tomado conciencia de sus deberes con la colectividad? Está tan sola…
Buena cuenta de un estudio comparativo ha hecho el francés Salim Lamrani, haciendo notar que a Europa ni siquiera le importa el Informe de una de sus entidades más aclamadas, Amnistía Internacional, que hace constar las constantes violaciones de los Derechos Humanos en Francia, Alemania, España, Reino Unido, Chequia y prácticamente en todos los demás países de la Unión. Violaciones muchísimas más graves que las que esta misma organización reconoce en Cuba, Venezuela o Bolivia. Pero la jugada de los poderosos sólo piensa en términos dominadores.
El mensaje es universal: Comprando tierras “desérticas” a unos pobres palestinos que se fueron “muy contentos” se levantó el Estado más democrático del Cercano Oriente: Israel. Mediante la relación empresarial sacralizan un término que, sin pizca de miramientos jurídicos, filosóficos o religiosos, puede extenderse a cualquier hostilidad.
La democracia igual sirve para fundar países que para controlarlos o deshacerlos. La variabilidad de su ejecución sólo depende de los espurios intereses del Poder. Es de sobra conocida la desintegración efectuada en los Balcanes. Había que romper Yugoslavia, pero cuidadito con el derecho a la autodeterminación de los pueblos de España. Cualquier movimiento ha de responder a las estrategias del gran capital. Así sucedió con el reciente golpe de estado en Honduras por el acercamiento de este país al ALBA, esa alternativa promocionada por Venezuela en contra del explotador ALCA norteamericano. No hay día en que los grandes medios no destaquen algo para subvertir el orden en los países del ALBA. ¿Alba? Están locos los que quieren despertar de la lotería democrática.
El sábado 17 de julio de 2010 se pasó por la televisión española un reportaje sobre la formación del nuevo ejército somalí en Uganda. Después de que el país africano pasara casi 20 años en guerra sin que aquello le importara a nadie, la cosa cambiaba, pues habían surgido unos “energúmenos piratas” que secuestraban a grandes navíos que pescaban en sus costas. ¿Quiénes les proporcionaban las armas a estos hombres desnutridos que eran reclutados mientras buscaban un trabajo en la turbulenta Mogadiscio? Tampoco importó, pero sí se hizo necesario estabilizar el Estado en ruinas de Somalia para que su pescado pudiera volver tranquilamente a las mesas de Occidente. Y estabilidad quiere decir democracia, que en ese atribulado país sólo quiere decir pescado seguro para el Norte.
El asco democrático es avasallador. Es una denuncia perenne entre los valientes luchadores del mismísimo Primer Mundo. Veamos cómo está montada esta sociedad y veremos que lo está para su extinción. Pero si la desmontamos aprendamos el término fundamental: grupo, colectivo, acuerdo. Partiendo de esa prioridad natural cada individuo participa de la solución a los conflictos en tanto es grupo. Es como la “sal de la vida”. Y es el verdadero Poder. De ahí que el grupo, analizando una voluntad colectiva, ha de sostener un poder donde se refleje cada individuo. Este reflejo engloba la toma de unas decisiones para la existencia de miembros iguales. Es la única manera para que los individuos puedan ser enteramente libres y en estas condiciones puedan convivir armónicamente en una comunidad. Es tan simple como las luces de un semáforo: ¿democracia? No lo sé. Quizás lleguemos y aceptemos el término, o pondremos otro. Lo importante es que valga para todos la imperiosa necesidad de esta búsqueda. Hasta ahora hemos vivido una perversión democrática: la inoperancia del colectivo donde se esfuma el propio individuo.
8- A LA IZQUIERDA DE LA IMAGINACIÓN
A propósito de la realidad de este país, me dijo mi bondadoso amigo Joan: “Falta pensar. Vés a Barcelona, qualsevol dia, no cal que et gastis ni un cèntim. Mira el personal que passa pels carrers i places, de la manera que va, com es comporta…, quina pena! No hi ha dialèctica perquè ens han fet creure que ens ho regalen tot fet. No cal pensar perquè altres pensen per nosaltres. El dia que una majoria pensi, canviarem el sistema.” Le respondo que si bien es cierto lo que dice, también lo es que nosotros, los que pretendemos luchar contra eso, nunca logramos ponernos de acuerdo en nuestros pensamientos, por lo que nuestro comportamiento es semejante al de aquellos que no piensan. Si queremos que ellos cambien, primero debemos cambiar nosotros.
Después del desplome de la hoz y el martillo del KOMINTERN, los grandes Movimientos Comunistas y Socialistas de Francia, Italia, España y de toda Europa se han dividido a una velocidad de vértigo, y las sucesivas multiplicaciones ideológicas se han disparado con más fuerza que la luz. La atomización de la izquierda es aplastante, y su “claridad” no lo es menos: impacta como “las terribles pruebas que Dios envía” con que Juan de Yepes nombró también su Noche Oscura.
Sobre la izquierda primer mundista, véase como se vea, pesa el turbio fardo de la posición a que arribó con la instauración triunfal del Capitalismo. Le sobrevuelan todas las sangres tercer mundistas que posibilitaron su privilegiado bienestar material, y con éste, una apertura del pensamiento un tanto separado del compromiso con un sindicalismo igualmente por encima de la clase obrera como tal. Alcanzaron otra condición social. No podía ser de otra forma. Todos arribaron a una situación que, ajena a los sucesos de los países expoliados, los impregnó de una concepción de la vida y de los sistemas sociales, económicos, políticos y culturales donde, en gran medida, el pensamiento de derecha y el de izquierda podían convivir perfectamente sin ninguna ruptura social. La consiguiente constitución del “Estado del Bienestar” llegó para engañarlos a todos con el botín de los pueblos descompuestos. La concepción política bañó todos los sedimentos ideológicos de Europa. No se trata de un pecado, pero sí de algo a tener en cuenta para que sus ciudadanos enriquezcan sus saberes con la experiencia de los despojados.
A medida que la actual crisis sistémica del capitalismo se agiganta en sus más descollantes territorios, la izquierda europea y todos los ciudadanos primer mundistas vislumbran, por primera vez de manera torturante, la magnitud de la desesperación en el resto de los trabajadores del mundo. ¿Se trata de la misma clase obrera? Entre allá y aquí habrá que buscar la identidad bastante destrozada por los procesos de la civilización.
Así, la militancia social más radical, llámese Izquierda Anticapitalista, En Lluita, o cualquiera de las denominaciones que conocemos por aquí, habrá de centrarse en la ciudadanía común mucho más que en sus aguerridos lemas o en sus cerrados proyectos e identidades. Todos los proyectos y todas las identidades caben. Sencillamente porque ya nada puede detener la necesaria confluencia de todas las militancias sociales. Lo único que no cabe es la exclusión de ninguna.
Nos hemos ido expulsando casi todos, poco a poco, y después del primer encontronazo volvimos a otro y a otro y a otro más. ¿Estamos adelantando la lucha o sólo pretendemos que cada cual se sienta complacido con la falsa libertad del compromiso individual? ¿Eso nos es suficiente? Esa es la coherencia que nos aísla. La nueva izquierda, llámese como se llame y aunque acuse la máxima rabia contra el capitalismo, no obtendrá el rédito electoral que busca. Sólo conseguirá una mayor alienación, justamente lo que tanto desea la derecha. Así la gente común se enterará, de una vez y para siempre, que nosotros, los revolucionarios, sólo servimos para recrear infinitamente nuestras derrotas.
La verdadera claridad está en la calle que todos compartimos. Si con Chomsky no llevamos “una piedra, porque el sistema traerá un tanque”, y volvemos a las elecciones que detestamos, pero que son las que “conquistamos” y a las que hemos querido someternos, habrá que repensar si por estar cansados de “votar por éste porque el otro es peor” será mejor no votar por ninguno y hacerlo por los nuestros que todavía no se han asentados en el murmullo de la gente. Mientras no nos hagamos presentes en ese sonido, seguiremos volando entre las flores muertas de la más absurda individualidad.
El eminente pedagogo brasileño Paulo Freire decía: “No es posible a nadie ir más allá de sí mismo y de la situación en que está a no ser asumiéndose como tal. Nadie está fuera de la estructura del poder. Hay que desocultar las verdades. Hay que rehusar a la desesperación, pero hay que hacer posible lo imposible. Hay que mapear ideológicamente nuestro entorno para saber qué se puede hacer sin perder los sueños. La pelea fundamental no es con el diferente, sino con el antagónico. Sólo hay influencia cuando el influenciado tiene en sí la posibilidad de ser influenciado y cuando éste recrea al que lo influenció. Se puede estar en la estructura del poder y no ser captado por él”. Paulo sabía que sólo en la participación extensa, arriesgada y decidida podría hacer algo, porque fuera sólo se está simplemente fuera. Y si no participamos de una táctica responsable, por mucho que deseemos instalarnos en la aurora, siempre tendremos que saludar al crepúsculo.
¿Cómo es posible que viviendo el momento más difícil de la derecha seamos tan débiles? La izquierda se multiplica o se suicida. Le es imposible repetir las palabras del cineasta Woody Allen: “Si veo que alguna de mis películas tiene éxito de público salgo corriendo para ver qué hice mal”. Podremos revisarnos constantemente, pero en política los programas de la izquierda, aunque no se correspondan con la malsana publicidad del mundo perfecto de Orwell para atraer a “Grandes Hermanos”, tienen que tener un aliento multitudinario. Ahí volvemos a repetir las palabras de la derecha: “Eso es populismo y no democracia”. Y nos negamos el viaje, como en tiempos de Platón, para quien la democracia era “el gobierno de la multitud” descabellada. Ya sabemos de las truculencias del término, pero con él está jugando la derecha y nos sigue ganando la partida. La pirámide del sistema capitalista sólo podremos echarla abajo con nosotros dentro. Desde fuera se pierde la visión de las fisuras y hasta podemos volver a caducas elucubraciones que más tarde o más temprano volverán a dispersarnos. No somos el caballo de los reinos griegos unidos, pero hay que vivir en Troya, saber quiénes son Aquiles y Menelao y conocer a la perfección el territorio del anciano Príamo. Todo suele ser lo mismo y cambiarse de mil maneras.
Gandhi, por quien sentimos una gran devoción, dada su hermosura de la no violencia, y aún cuando rechazamos “llevar la piedra”, no es el hombre de nuestra época. Mandela tampoco, aunque su espíritu contenga la suprema belleza del perdón. Y el Ché Guevara, el ya santo de La Higuera, aunque lo sigamos llevando en nuestros actos, sólo es un compañero más, igual que Gandhi y Mandela. El día que aceptemos ser uno más en la militancia social del grupo, ese día, en un magistral momento del conocimiento y del pensamiento globalizado, dejaremos de estar en las danzas invisibles del ego que los pueblos rechazan tanto. Aunque sólo signifique, en un principio, situarnos a la izquierda de la imaginación.
9- LAS REVOLUCIONES FRATERNALES
Casualmente acabo de recibir un texto que dice lo siguiente: “La mayoría de las noticias que el mundo recibe provienen de la minoría de la humanidad. Un monólogo del Norte. Las demás regiones reciben poca o ninguna atención, salvo en caso de guerras o catástrofes cuando allí se originan o cuando, como en Cuba, se trata de destruir un intento de liberación. Con frecuencia los periodistas, que trasmiten lo que ocurre, no hablan la lengua del lugar ni tienen la menor idea de la historia ni de la cultura local. 2 de cada 3 seres humanos viven en el llamado Tercer Mundo, pero 2 de cada 3 corresponsales de las agencias noticiosas más importantes del mundo hacen su trabajo en Europa y los Estados Unidos. Lo que actúa con más fuerza sobre el corazón y la conciencia de la humanidad entera se trasmite desde el Norte.” Y finalizaba el texto parodiando a Winston Churchill: “Nunca tantos han sido tan manipulados por tan pocos.”
El gigantesco monólogo del Norte ha creado su Poder, su Progreso, su Bienestar, su Antropofagia, su Esperanza de Vida, sus Adelantos Científico-Técnicos, sus Principios Éticos, sus Aspiraciones a la Libertad, la Igualdad, la Democracia, la Armonía Universal y a un nítido Pensamiento de Izquierda sin contar con la mayoría de la humanidad. Lo más curioso de todo esto es que se trata de una imposición de los más poderosos a sus propios pueblos, aunque los poderosos no tengan pueblo, pero se han adueñado de ellos a partir del dominio que, como chantaje económico, ejercen sobre las necesidades que les han creado a partir del aumento de las suyas. Así los habitantes del Peñón de Gibraltar desean seguir perteneciendo a la corona británica o los de las Islas Canarias no quieren pensar que están en África. Se trata de un doble rasero que implementa el mensaje que conviene a los poderosos para emitir desde el Norte. Una buena parte de estos pueblos, de cierta forma, acepta la diferencia con los países del Sur y quedan al margen.
Lo que no explican los poderosos es que los pueblos siempre han estado al Sur, de las pirámides, del Partenón, de los palacios, de los castillos, de las mansiones y de los centros de poder, aún estando en el Norte y a pesar de haber sufrido todas las calamidades, físicas y mentales, que cualquier mortal nacido y desarrollado en el eterno vulgo de la Historia. Y ahí llegamos a un aspecto fundamental que deben tener en cuenta los que luchan por el Socialismo del siglo XXI: hermanar a todos los pueblos. Nunca, ni en los tiempos de Oliver Twist, el genial Dickens pudo imaginar a Los Olvidados de Buñuel. ¿Cómo, se hubiera preguntado el escritor inglés, la humanidad toleraría un mayor calvario disfrazado de civilización para su humilde peripecia? Si los recursos que hoy se poseen, los que podrían evitar el incremento del horror, sólo se destinan a la fatua vanidad del consumismo y del derroche en el Norte, en vez de en un mejoramiento de la vida para todo el planeta, lo que la modernidad ha conseguido es el mayor despliegue de recursos para la instalación del principio del fin.
¿Querría este Norte encerrarse en la tinaja de Diógenes de Sínope? Algo escogerán los poderosos. Como hacen con todo, manipulan al hombre y toman lo que les dé mayores beneficios a su separación civilizada. Dictar normas para todos los demás, desde la palangana de sus casas, les garantiza no ser molestados por ningún impertinente con ansias de descubrir el objetivo final de las riquezas aportadas por los seres humanos. Pero el culto a la naturaleza y a la austeridad que preconizaba Diógenes lo desechan, no les reporta ganancias, y mucho menos aceptarían quitarse el vaso de beber agua que el filósofo sí supo ofrecérselo al más necesitado mientras caminaba por las calles de Atenas buscando hombres honestos.
Como la honestidad ya pasó a ser una más de las banalidades de la sociedad erigida en pautas de consumo, muchos en el Norte piensan que, más allá de las revoluciones, que crean en su infinita violencia un paso incontrolable que puede constituirse en un retroceso, debemos priorizar un avance inteligente, paso a paso, sin prisas, sin saltarse las etapas necesarias, aunque sean monstruosos determinados sucesos de la realidad y la brecha entre los poderosos y los desposeídos sea aún tan espectacular. ¿Qué pretende este Norte, que el Sur Latinoamericano no participe en la concepción de la vida? Desde el Popol Vuh hasta Eduardo Galeano, pasando por José Martí, Heitor Villa-Lobos, Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Frida Khalo, Pablo Neruda, José María Arguedas, Juan Rulfo, Fernando Solanas, Fidel Castro y tantos otros, este Sur visita hondamente la esencia del Ser Humano. Que ahora proponga un Nuevo Socialismo para el siglo XXI es parte de sus preocupaciones históricas. No obstante, el Sur recoge la lección enviada y plantea otra concepción de las revoluciones.
El gobierno venezolano ha adquirido, bajo las leyes del mercado capitalista, una cantidad de acciones en la cadena de televisión local Globovisión. Enseguida los medios europeos han reaccionado en su contra, aduciendo que así el presidente Hugo Chávez, “el gran desestabilizador de América Latina, después de Cuba”, incrementa su influencia con la posesión de los medios venezolanos. ¿Qué quieren, que sigamos mirándonos a través de los ojos que desprecian nuestras luchas? ¿Qué pretenden, que sigamos conteniéndonos en nuestros procesos liberadores aceptando solamente el paso que ellos nos señalan? ¿Es que no se ha percatado este Norte que este Sur ya no aceptará más ser su cola de lástima? Venezuela, y el Mundo Pobre en general, a pesar de la mala imagen que tienen, sí han captado el mensaje del “poco a poco inteligente”, sólo que esta vez están queriendo que la inteligencia venga de ellos.
Igual pasa con Cuba, después de la liberación de los llamados “presos políticos del castrismo”. La reacción de los medios ha sido inmediata: “En Cuba no ha cambiado nada. La Posición Común Europea contra la isla, junto al bloqueo norteamericano, no debe cesar.” El señor Aznar, a quien han ido a ver los recién liberados al llegar a España, ya nos da por liquidados. ¿Qué quieren, que arrojemos por la borda toda la defensa del país? ¿Qué pretenden, que también nosotros aceptemos los dólares destinados al derrumbe de la Revolución junto a nuestra actual “disidencia” que no tiene reparos en reconocer que los recibe? Cuba, después de su auténtica revolución armada, captó el mensaje de actuar “sin prisas” y lo está ejecutando por ella misma. Pero que los dominados hablen y actúen por sí mismos es un derecho que los dominadores no han reconocido jamás, ni siquiera en su propia casa del Norte, ¿cómo podrían soportarlo con los “tarados” del Sur?
A los poderosos del Norte no les interesa que el Sur aprenda ninguna lección. Buscan revoluciones como los ríos arrasadores, para devastarlas de un plumazo, y cuando no las hay, las barbarizan. Su mensaje es claro: ¡La única revolución es la del Mercado, un problema de negocios y no de escuela! El gran capital no cree en la paz de las palabras. Su brutalidad ha superado siempre cualquier interrelación.
Como Cuba y Venezuela no tienen que recurrir a ningún otro tribunal que no sea el de sus pueblos, el capital tiene que buscar alguna solución que los ate a sus sentencias. Ni uno ni otro país tienen alguna atadura que pueda imponerles que son “una nacionalidad integrada en la indisoluble unidad de la nación española”, como está sucediendo en Catalunya. A ellos no les pueden decir que sus naciones no tienen “alcance jurídico hasta tanto no se realice una oportuna e inexcusable reforma de la Constitución”. Cuba y Venezuela ya lo hicieron desde la soberanía alcanzada, cuando elaboraron sus propias constituciones para liberarse del gran capital, que es la única forma de independencia verdadera. En alguna medida los pueblos del Norte están viendo que sus otrora benefactores pueden llevarlos al Sur. Y aquí se daría una nueva lección de historia. ¿Con quiénes se identificarán los pueblos del Norte? Hagan lo que hagan, también serán responsables de esas decisiones los pueblos del Sur. Ya está más que demostrado que solos no llegaremos a nada.
En el basurero La Chureca, de Managua, Nicaragua, que “no es un hospital, aunque hayan muchas enfermedades, ni un parque, aunque hayan muchos niños, ni un zoológico, aunque hayan muchos buitres y otros animales”, no está la vida de los pueblos del Sur. Allí están esos “monstruosos sucesos de la realidad”. Allí no tiene pensado ir el Norte, como harían todas las familias humanas, para compartir su pan con los que lo buscan entre los gases de los alimentos descompuestos. Allí está el Sur solamente, donde, en contraste con los grandes niveles de consumo y los altos negocios especulativos del Norte, puede palparse la asquerosidad de “la brecha entre los poderosos y los desposeídos”: la peor de todas las guerras y donde la trinchera enmudece con la más repugnante mirada.
En 1933 Karl Kraus, presintiendo el infierno que se acercaba a Alemania, escribió “La tercera noche de Walpurgis”. Ahí “acusa a todos aquellos que, mediante el uso perverso de la palabra, -por el servilismo de los periodistas-, sacrificaron su intelecto para ponerlo al servicio de Hitler, favoreciendo con ello la implacable instalación del nazismo en los espíritus y alentando y legitimando los horrores del Tercer Reich.” Había mucho silencio por entonces y la responsabilidad no cotizaba en el mercado. Igual puede pasarnos ahora, en pleno culto a la civilización del absurdo.
Mientras Cuba, o Venezuela, o cualquier otro país del Tercer Mundo que esté buscando ayuda para sus luchas necesarias, no reciba la comprensión de la minoritaria parte de la humanidad que gobierna el planeta, y solamente encuentre agresiones, mentiras o noticias distorsionadas, oportunistas y malintencionadas, seguramente nunca se dará el mensaje dialogante ni la sabiduría que debe compartirse entre el Norte y el Sur. El Nuevo Socialismo del siglo XXI tiene que avivar esa interrelación. Entonces urge establecer las vías de cooperación entre los pueblos de uno y otro lado, ya que los dos lados son igualmente pueblos lanzados a la rapiña entre ellos por los intereses del Capital. Sólo juntos se contemplará la mejor alborada.
Por mucho que se repita que la Humanidad será siempre un combate, éste no tiene por qué ser eternamente por los senderos del odio, la exclusión y la indiferencia de cuerpo contra cuerpo, entre piedras y tanques, todos debajo de los hongos nucleares. Al infinito nos empuja la vida, aunque no sea mío, ni tuyo, ni de ningún otro. Todos moriremos un día, desde luego, pero no como se está ejecutando ahora, sino en la bellísima traslación de la finitud donde puede vibrar la eternidad de la especie que somos. Y es así porque todos seremos amados por muchos a través de ese cuerpo tan bondadoso que constituye la limitación humana. Como una solidaridad absoluta. Ahí estamos sin el egoísmo de que toda la hermosura es nuestra ni de que somos exclusivos en gozarnos. Cuando esto se comprenda el mundo empezará a cambiar.
En esta hora brutal, antes que todos volemos por los aires como minúsculas partículas de basura cósmica, casi igual a lo que sucede en los millones de basureros atrincherados en el Sur, las revoluciones fraternales pueden ser el cauce definitivo de los pueblos y el principio del hallazgo de la condición humana. Ya sabemos que mantener la trinchera del Sur es indispensable, pero hay que abrirla al Norte, porque quedarse solo en esa trinchera sería terrible. Si estamos suficientemente acompañados podremos reescribirlo todo.
Calella, Catalunya, 19 de enero de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario