Reflexiono sobre el vacío que Dios provoca en mí para que yo lo acoja; y ahí siento el misterio de la fe con que me entrego a este proyecto de la Agenda Latinoamericana: un intento para hacer tangible el cálido espacio donde comparto mi creencia religiosa.
Mi vivencia en Cuba, tempranamente comprometida con los más desfavorecidos del pueblo, se inició cristianamente. Pero en 1959, cuando triunfó la Revolución y rápidamente se declaró socialista, sentí con mucha fuerza la aproximación de otro camino.
Estaba estudiando en la “Escuela para niños pobres de la Iglesia del Cristo”. Había manifestado mi inclinación al sacerdocio. Todo parecía muy natural hasta que el gobierno cubano planteó al país entero la realización de una Campaña de Alfabetización. Enseguida me animé. Y una mañana, antes de la celebración eucarística, acudí al acostumbrado confesionario. Pregunté en qué pecados incurriría por dejar de asistir a la iglesia, ya que aquel trabajo educacional se desenvolvería principalmente en áreas rurales donde no había templos, pero sí la mayor cantidad de personas analfabetas. La respuesta fue inmediata: “múltiples, no vayas.”
La toma de conciencia me la ofreció aquel año de misas diarias y el creciente pesar por no haberme decidido a ayudar a aquellos que, como yo un tiempo atrás, no pudieron acceder a una escuela. A los 12 meses Cuba se declaraba “Territorio libre de Analfabetismo” y yo abandonaba mi presencia constante junto a los altares. Abracé todas las obras de vida que planteó la Revolución. Ello me lanzó a un pensamiento que no conocía: La Teología de la Liberación y su opción junto a los pobres, los explotados, los excluidos y todos aquellos llamados a revitalizar el Evangelio de Jesús.
No obstante, seguí rezando, mantuve el crucifijo al cuello y de vez en cuando entraba a alguna iglesia. Nunca sufrí ninguna persecución por mis creencias, aunque sí supe de algunos que padecieron por seguir las orientaciones del clero. La explicación era muy sencilla: el gobierno cubano tuvo que defenderse de quienes obstaculizaban su obra liberadora, y uno de sus oponentes principales era la jerarquía católica existente que, en general, siempre había estado al lado de los opresores. Para esa actitud, que se radicalizaba al ritmo de los cambios en la isla, surgieron espontáneamente algunos revolucionarios que confundieron sus tareas, como sucede en cualquier situación conflictiva, y muchas veces relegaron a los religiosos, pero jamás la oficialidad gubernamental interfirió en los caminos de Dios, al contrario, siempre procuró su acompañamiento. En las propias filas guerrilleras había un sacerdote católico que apoyó a la Revolución en todo momento. Igualmente hice yo mientras estuve en Cuba.
Aquí en Catalunya mi vivencia con la fe siguió enriqueciéndose con el acercamiento a los más débiles: ancianos internos en residencias geriátricas, discapacitados mentales e inmigrantes africanos. Junto a otros compañeros creamos la Fundació Vivint para la realización de encuentros socio-culturales entre diferentes generaciones, capacidades y culturas. Así me acerqué a la Agenda Latinoamericana. Su proclama “Agenda es lo que hay que hacer” me condujo a pensar que, sin dejar la ayuda directa, había que enfatizar el tocar a las conciencias, porque no es posible la existencia de un Primer Mundo con unos niveles de bienestar insultantes mientras un Tercer Mundo es humillado, oprimido y expoliado. La lucha contra el sistema capitalista que sostiene esas diferencias se me hizo impostergable. Así se me engrandecía la opción cubana. Puedo verlo en la Agenda 2011, que en la página neobíblica “Jesús los envía en misión”, nos dice claramente: “El Reino de una mejor Humanidad ya se está construyendo y será bueno que todos participemos”.
Me impliqué en todas las tareas de la Agenda, aprendiendo, debatiendo y dialogando a partir de los diversos temas que anualmente propone este libro. Así se sucedieron los análisis sobre el Imperio, los Medios de Comunicación, la Democracia, la Política, el Socialismo, la Ecología y casi como un cierre a los 20 años de edición, Dios y la Religión. La mayor apertura para los creyentes. No tocaremos temas, sino que ahora entramos a la esencia de nuestras vidas: Nos pregunta de qué Dios hablamos.
Refiriéndose Pere Casaldàliga a un pequeño poema de Santa Teresa de Ávila, escribe: “Sólo Dios basta, Teresa/ siempre que sea aquel Dios/ que es Él y todos y todo/ en comunión.”
Así, de la mano de Frei Betto, leo: “Imprime a tu Comunidad un carácter social: Combatir la miseria; solidaridad con los pobres e injusticiados; defensa de la vida; denuncia de las estructuras de muerte; anuncio del Otro Mundo Posible, más justo y libre, donde todos puedan vivir con dignidad y felicidad. Acuérdate, Dios no tiene religión. Tenemos el derecho de hacer de la Humanidad una familia. Dios es amor. Religión que no lleva al amor no es de Dios. Más vale un ateo que ama, que un creyente que odia, discrimina u oprime.”
Siento que mi fe encuentra el abrazo definitivo con el misterio de la salvación. Y lo experimento dulcemente en la reflexión que hace el capellán Pere Torras: “Cada persona que se hace presente en nuestra vida, si la aceptamos y nos abrimos a ella, crea en nosotros como un vacío que nos permite acogerla. Y aquí está el inicio de todo: en la presencia del otro.” Si así lo asumo, el espacio de mi Dios siempre estará vacío para acogerlo. Nunca me faltará. Esto ha sido y es para mí la Agenda Latinoamericana.
2 de octubre de 2010 (Para la revista Paraules i fets de Dones)
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