Para "Univers Galeano a Calella"
Mi experiencia con Eduardo Galeano se produce a través de las contradicciones entre la libertad individual, la necesidad colectiva, la soberanía de un pueblo y el culto a la dignidad que, como él diría, “el barbudo Carlos Marx” demostró que estaban vivas. Eduardo y yo no somos amigos en el sentido tradicional del concepto. Yo tengo que exorcizar mis olvidos. Además, en Cuba hasta las personalidades de mayor estrellada internacional suelen abandonar el consumismo de la fama y comparten sus mejores luces en la simplicidad del común de la gente. Sólo soy su amigo como lo son centenares de miles de cubanos, en el sentido más redefinido del término, como igualmente a él le gusta volver sobre los significados: “Tenemos que recobrarlos, porque los nombres suelen no coincidir con lo que nombran. En el British Museum, pongamos por caso, las esculturas del Partenón se llaman “mármoles de Elgin”, pero son mármoles de Fidias. Elgin se llamaba el inglés que las vendió al Museo.”
Sin las solemnidades de la palabrería, una postura que también Eduardo rechaza, Cuba proclama otros contenidos para la amistad donde él se ampliaría gustosamente: “Cada persona está llena de otras, hay una multitud dentro de mí y dentro de ti”. Así permanecía conmigo cada vez que lo leía o mientras lo seguía al llegar a La Habana. Todo eso a partir de 1971, cuando, con su libro “Las venas abiertas de América Latina”, recibió una mención en el prestigioso Concurso de la Casa de las Américas. Allí nos conocimos y nos volvimos a conocer muchas veces durante cerca de 20 años, mientras él continuaba recibiendo premios en 1975 con “La canción de nosotros” y en 1978 con “Días y noches de amor y de guerra”. Era el mismo lugar para el que él, en 1999, reclamaría “el premio Nobel de Física, porque la Casa de las Américas de Cuba ha demostrado que en una sola casa podemos vivir millones de personas, lo que constituye un gran acontecimiento científico. Y todos juntos, allí metidos, nos sentimos de lo más bien, lo que ya pasa a la categoría de milagro”.
Con aquel libro, que no era su primera obra, ya él se convirtió en uno de los grandes elegidos por la Revolución Cubana. Era suficiente para que pasara a tener tantos amigos como tantos revolucionarios tenía el país. Resulta bastante fácil encontrar en Cuba a alguien que pueda rememorar algún trozo de su amistad. Se trataba de una relación apasionante con la Historia que él y sus admiradores identificábamos con las luchas de todo latinoamericano que, sacudido por la liberación de la pequeña isla, debía aportar algo para la emancipación continental del tiempo escrito con la cruz, la intervención militar y el mercado implacable. Eso le dio una presencia tan absoluta entre los cubanos que resulta imposible prescindir de él. Su primer libro en Cuba había llegado para perpetuarlo en nuestra memoria colectiva:
Él se acercó a nuestra epopeya con una pasión innata para decirnos, o repetir, la idea del fundador del Frente Sandinista Carlos Fonseca Amador: “amigo es el que critica de frente y elogia por la espalda.” Así nos hicimos verdaderos amigos. Una vez hablamos cinco palabras; otra, doce, y más o menos así se comportó nuestra relación hasta que, después de muchos años sin hablarnos, volvimos a vernos, si mal no recuerdo, en el 2002, pero ya no en la isla, sino en la ciudad catalana de Calella de la Costa, donde años atrás él vivió gran parte de su obligado exilio.
Ya pasada la madrugada de un día y un mes que tampoco recuerdo, él llegó al Hotel Bernat II a pedirme la llave de su habitación. Enseguida lo reconocí: “Muchas gracias, compañero, por continuar al lado de Cuba”. Él se sonrió, nos apretamos las manos y me preguntó qué hacía allí. ¿Se acordaba de mí? No lo sé, no se lo pregunté, pero sin pensarlo dos veces empecé a contarle. No se trataba de que alguno de los dos subestimáramos algún trabajo. Simplemente era una extrañeza mi estadía detrás de aquella recepción. Con total naturalidad él sintió curiosidad. Para mí era una bendición. Igual que él se confesó ante los libreros norteamericanos, yo me vi, en medio de una noche absolutamente solitaria, ante la oportunidad y el privilegio de compartir mis secretos con un amigo de las letras más amorosas de Nuestra América.
En el difícil comienzo de la década de los 90, durante el llamado Periodo Especial en tiempos de paz, decretado en Cuba tras el derrumbe del Campo Socialista Europeo y en que también se desarrolló la crisis de los balseros, yo escribí dos piezas teatrales muy críticas con la situación que vivía la isla: “El Italiano” y “Nuevo Cántico Espiritual”. Algunos amigos me pronosticaron que iría a la cárcel, pero sucedió lo contrario, todos los teatros se me abrieron para que las representara y además se me invitaba a estrenarlas en numerosos países en nombre de Cuba. Nunca había viajado tanto. Durante esa experiencia advertí que mis críticas quedaban pálidas ante un mundo con realidades mucho más criticables que la mía, por lo que entendí que a estos pueblos les sería bastante difícil comprender la justicia de mi país. Entonces pensé, con la mayor ingenuidad del mundo, que yo podría hacer algo para ello. A pesar de todo, el Norte y el Sur están destinados a entenderse.
En el año 2000 propuse a la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, organización de la cual soy miembro, un proyecto socio-cultural situado entre los marginados que, ayudado por mi familia de Eivissa, crearía por acá y me ayudaría, poco a poco, a alcanzar el objetivo de entendimiento hacia el proyecto revolucionario cubano. Me autorizaron el viaje. Pero los primos ibicencos, al conocer más de cerca mis ideas, me abandonaron. Como el proyecto no había sido el único motivo del viaje, todavía no podía regresar, además de que tampoco me agradaba volver a mi isla sin esforzarme personalmente. Entonces busqué un empleo que me permitiera establecerme por aquí hasta que pudiera resolver los asuntos familiares que tenía ante mí y al mismo tiempo hurgaría en las posibilidades reales para la realización de mi proyecto.
Así llegué a trabajar en la recepción nocturna de aquel hotel de forma un tanto a escondidas. Si en Cuba se enteran de lo que estaba haciendo por acá posiblemente me dan a escoger: o me quedo aquí y hago lo que me dé la gana o regreso de inmediato para servir al esfuerzo colectivo de mi pueblo con mi trabajo artístico, ya que para eso recibí la más completa formación. Es la política que el gobierno cubano lleva con todos sus profesionales y yo estaba de acuerdo con ella. El propio Eduardo, analizando el último Mundial de Fútbol y siendo él un gran amante de este deporte, escribía recientemente sobre la contradicción entre el individuo y su comunidad:
“Es insólito que algunos jugadores africanos se lucieran, ellos sí, en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra Alemania, se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno llevaba la camiseta de Ghana, y el otro la camiseta de Alemania. De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana. De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania. Como América Latina, África exporta mano de obra y pie de obra.”
Como la Revolución me dio el privilegio, porque lo es, aunque alguien no lo quiera, de no ser ni mano, ni pie, ni corazón, ni mente que se alquile o se venda para dejar mi país pobre y vivir en el Mundo Rico, caí en una duda: ¿estaba bien mi actitud? Porque yo no vine acá para comerme un bistec. Mi boniato hervido en medio del Atlántico me era suficiente. Pero en ese momento no supe darme una respuesta y me lancé a luchar por realizar mi proyecto. Una contradicción entre los trabajos colectivos de los revolucionarios que yo predicaba y mi decisión individual. ¿Eso era la libertad? Enseguida me percaté de las complejidades que estaba abriendo. En 2008, con su libro “Espejos”, Eduardo diría que John Locke, el filósofo que imaginó todas las libertades, invertía sus ahorros en la Royal Africa Company, que compraba y vendía esclavos. También señaló las extrañezas del entendimiento humano al contar que el Libertador, Simón Bolívar, a pesar de haber sido ayudado por Haití cuando llegó a Puerto Príncipe casi derrotado, no reconoció la independencia haitiana y mantuvo la esclavitud. Indudablemente yo no concebía semejantes actitudes.
Por dignidad Cuba ha querido levantar los más altos principios en la realización personal y los deberes sociales. Muy pocos cubanos podrían decir que en su tierra no recibieron todas las oportunidades para desarrollar su talento y su vocación. Educarse en la isla se afianzó como el máximo de los derechos humanos. Claro, el gobierno revolucionario defendía una condición: Toda la formación intelectual sería para servir a los ideales liberadores. Yo compartía ese objetivo, pero, en cierta medida, posiblemente por la firme creencia de que todo ello debíamos analizarlo más, lo evadí durante un tiempo, ya que mi propósito no era el de John Locke ni el del futbolista ghanés en la selección de Alemania. No obstante vivía una contradicción: no quería esconderme y seguía escondido. ¿Cuándo la resolvería?
No puedo decir que mi situación me implicaba una obsesión mezclada con algún miedo terrible o un complejo de culpa, en absoluto, sencillamente postergué la respuesta. Me entregué a mis propósitos como un trabajador más de la dignidad humana con la mayor alegría del mundo. ¿Por qué no pensar que por aquí podría ser igualmente útil al proyecto cubano? Además, nunca había tenido, en medio de los muchos absurdos de nuestro proceso revolucionario, una posición ni de santo ni de demonio. Sólo era, como tantas veces, un ser humano con una preocupación y debía saldarla. Eso hice. Si en la isla fui un ser vivo, aquí lo estaba siendo también. Al seguirle los pasos al amigo lejano, en diciembre de 2001, Eduardo me ofrecía una lección de integridad con sus palabras de agradecimiento al ser investido Doctor Honoris Causa en Letras por la Universidad de La Habana:
“Yo me preguntaba sobre la infiernización de Cuba: "¿Por qué voy a confundirla, ahora, con el infierno, si yo nunca la he confundido con el Paraíso?". Y ahora, me lo sigo preguntando. Ni infierno, ni Paraíso: la Revolución, obra de este mundo, está sucia de barro humano, y justamente por eso, y no a pesar de eso, sigue siendo contagiosa.
Pero muchos de los que antes la ubicaban en las alturas celestiales, ahora la condenan al fuego eterno.
Antes confundían al socialismo con el estalinismo, y ahora son campeones de la libertad de expresión. Ahora son maestros de democracia y antes confundían la unidad con la unanimidad y la contradicción con la conspiración, porque la contradicción era un instrumento de la conspiración imperialista en lugar de ser, como era, como es, la única prueba irrefutable de que está viva la vida.
En un mundo donde el servilismo es alta virtud, en un mundo donde quien no se vende, se alquila, resulta raro escuchar la voz de la dignidad. Cuba está siendo, una vez más, boca de esa voz. A lo largo de más de cuarenta años, esta revolución, castigada, bloqueada, calumniada, ha hecho bastante menos que lo que quería pero ha hecho mucho más que lo que podía. Y en eso está. Ella sigue cometiendo la peligrosa locura de creer que los seres humanos no estamos condenados a la humillación.”
Esa locura también podía ser la mía al emprender mi viaje e insistir en la realización de mi proyecto, pero ya yo había decidido ejercer toda mi libertad comprometida, aunque sabía que para Cuba eran bien reales la contradicción pura y la conspiración imperialista. Ambas nos azotaban y yo no era ajeno a esos huracanes. Sólo debía encontrar mi respuesta y buscarla trabajando. Y como él dijo en la Universidad, posiblemente haría menos de lo que quería, pero haría más de lo que me dejarían hacer. Así le conté y él se limitó a escucharme como a alguien que no pudo atrapar para El Libro de los Abrazos. Luego me dijo algo parecido a que yo era un sueño jugando con la vigilia. Más tarde o más temprano la solución se haría un cuento de viejos.
Un año después de nuestro último encuentro, en abril de 2003, ya yo había abandonado el hotel por iniciativa propia y sin derecho a cobrar el Paro, pero ya estaba comenzando a desarrollar mi proyecto. Para esa misma fecha él me sorprendería con su célebre artículo “Cuba duele”, a raíz de los fusilamientos y encarcelamientos sucedidos en ese año en la isla. Su claridad resulta proverbial para comprobar, en estos días de 2010, cómo aquellos encarcelados, recién liberados y llegados a España, demuestran su “patriotismo” al reunirse en Madrid con el cadáver político de José María Aznar para buscar la “liberación de Cuba”. Si Cuba no se defiende de semejantes personajes corre el riesgo de que le repitan otra invasión de Bahía de Cochinos que costó tantas vidas y que pudo acabar con el proyecto revolucionario. Con eso sí no se podía jugar de la forma en que yo lo hacía con mi vida. Ésta es la contradicción con la libertad a la que el país no se puede substraer si quiere seguir adelante. Como ha sucedido con tantos esfuerzos latinoamericanos que terminaron en el dolor o en la náusea, la Revolución no cometería la ingenuidad de crecer condenada, a pesar de hacerlo con conciencia de determinadas limitaciones. Con total diafanidad vio Eduardo aquel proceso:
“Las prisiones y los fusilamientos en Cuba son muy buenas noticias para el superpoder universal, que está loco de ganas de sacarse de la garganta esta porfiada espina. Son muy malas noticias, en cambio, noticias tristes que mucho duelen, para quienes creemos que es admirable la valentía de ese país chiquito y tan capaz de grandeza, pero también creemos que la libertad y la justicia marchan juntas o no marchan.
La revolución cubana nació para ser diferente. Sometida a un acoso imperial incesante, sobrevivió como pudo y no como quiso. Mucho se sacrificó ese pueblo, valiente y generoso, para seguir estando de pie en un mundo lleno de agachados. Las largas condenas a prisión son, creo, goles en contra. Convierten en mártires de la libertad de expresión a unos grupos que abiertamente operaban desde la casa de James Cason, el representante de los intereses de Bush en La Habana.
Actuando como si esos grupos fueran una grave amenaza, las autoridades cubanas les han rendido homenaje, y les han regalado el prestigio que las palabras adquieren cuando están prohibidas.
Esta “oposición democrática” no tiene nada que ver con las genuinas expectativas de los cubanos honestos. Si la revolución no le hubiera hecho el favor de reprimirla, y si en Cuba hubiera plena libertad de prensa y de opinión, esta presunta disidencia se descalificaría a sí misma. Y recibiría el castigo que merece, el castigo de la soledad, por su notoria nostalgia de los tiempos coloniales en un país que ha elegido el camino de la dignidad nacional”.
Parecía que Eduardo nos besaba cuando nos criticaba, que advertía la dulzura y la torpeza de la contradicción. Era su forma para “no morderse la lengua, ni fuera ni dentro de la isla”, y así lo expresó siempre, con el gusto de decir que nuestra Revolución era auténtica, porque había surgido de abajo y de adentro, y que no era ni angelical ni satánica, sino humana. ¿Advertía Eduardo los reales peligros que el país corría si la libertad del enemigo fuera completa? Él sabía que cuando la libertad es controlada por los poderosos intereses mercantiles resulta la mejor arma para destruir a los pueblos. ¿Acaso no era algo que había expuesto en su gran libro sangrante? La contradicción de la historia latinoamericana llevaba un peso muy grande con la ingenuidad. Antes, en 1992, aniversario elocuente del genocidio latinoamericano, él ya había escrito, con su característica ironía para conjurar las verdades, su “A pesar de los pesares”:
“Yo estoy en contra de la pena de muerte. En cualquier lugar. En Cuba, también. Pero, ¿se puede repudiar los fusilamientos en Cuba sin repudiar, a la vez, el cerco que niega a Cuba la libertad de elegir y la obliga a vivir en vilo?
Sí, se puede. Al fin y al cabo, a Cuba le dictan cursos de derechos humanos quienes silban y miran para otro lado cuando la pena de muerte se aplica en otros lugares de América. Y no se aplica de vez en cuando, sino de manera sistemática: achicharrando negros en las sillas eléctricas de los Estados Unidos, masacrando indios en las sierras de Guatemala, acribillando niños en las calles de Brasil.
Por lamentables que hayan sido los fusilamientos en Cuba, al fin y al cabo, ¿deja de ser admirable la porfiada valentía de esta isla minúscula, condenada a la soledad, en un mundo donde el servilismo es prueba de talento?”
Eduardo fijó claramente su posición con el juego contradictorio de la realidad y se acercó aún más a la isla de la comprensión y a los sacrificios de su subsistencia. Sin duda, lo tenía muy claro. Nunca se permitió la comodidad de no reflexionar sobre nuestros problemas, de dejarnos por fanáticos o huir de cualquier impertinencia que pudiera perjudicarlo por defendernos, y en ello se arriesgó al máximo. Algunos intelectuales latinoamericanos y europeos le viraron la cara o lo condenaron por su tozuda esperanza en las razones de Cuba.
Después de escribir la trilogía “Memoria del fuego”, en la década de los 80, es bien visible el proyecto liberador que extenderá con toda su obra. Fue el momento para que empezara a fraguarse, en los sectores más reaccionarios de América Latina, su asfixia total. Así en 1996, con gran repercusión en el continente, aparece el “Manual del perfecto idiota latinoamericano”, un libro escrito por tres servidores del movimiento neoliberal que los Estados Unidos impulsaban en el mundo. Un libro directamente en contra de Eduardo Galeano que, a pesar de la parafernalia de su dañina divulgación, para él nunca constituyó ningún motivo para reorientar sus ideas, todo lo contrario, su posición revolucionaria era de raíz y enraizado con nosotros aumentó sus pasos. No conocía el descanso. Así, los amanuenses que pretendieron idiotizarlo, aún cuando se mantienen y regresan con otros, quedaron en el mayor desprestigio literario e ideológico. Eduardo siguió desvelando nuevas palabras de combate. Toda la región había iniciado un despegue liberador imparable. En 2006, después de firmar un Manifiesto por el derecho a la autodeterminación de Cuba, escribió con potente desafío:
“El bloqueo contra Cuba se ha multiplicado con los años. ¿Un asunto bilateral? Así dicen; pero nadie ignora que el bloqueo norteamericano implica, hoy por hoy, el bloqueo universal. A Cuba se le niega el pan y la sal y todo lo demás. Y también implica, aunque lo ignoren muchos, la negación del derecho a la autodeterminación.
El cerco asfixiante tendido en torno a Cuba es una forma de intervención, la más feroz, la más eficaz, en sus asuntos internos. Genera desesperación, estimula la represión, desalienta la libertad. Bien lo saben los bloqueadores.”
Entonces, ¿de qué libertad estamos hablando? Eduardo Galeano lo sabe. Es la contradicción que la historia de América Latina, al ser puesta en el yugo de la maquinaria capitalista, nos enseña, y ha sido él uno de los que más ha contribuido a que se entendiera por las venas abiertas de sus reflexiones publicadas por todo el mundo. Él sabe que la Revolución Cubana, el mayor suceso liberador del continente de todas las culturas, no dejará de ser una de las mayores contradicciones de nuestros tiempos mientras se le quiera destruir.
Ahora, en este tortuoso año 2010, Eduardo Galeano vuelve a sus andadas como el amigo imprescindible que, sin ser un cómplice callado a la crítica, refuerza su militancia latinoamericanista junto a Venezuela, Bolivia, Ecuador y comparte la perenne actualidad conflictiva de las luchas cubanas. Está más comprometido que nunca con nuestras más decisivas contradicciones, porque, viendo el principio maquiavélico en las cínicas manos de los manipuladores de los pueblos, desenmascara a los medios, a esos que tienen muy claro el fin que buscan para la isla que declararon maldita:
“Contra Cuba se aplica una lupa inmensa que magnifica todo lo que allí ocurre cada vez que conviene a los intereses enemigos, llamando la atención sobre lo que pasa en la revolución, mientras la lupa se distrae y no alcanza a ver otras cosas importantes y que los medios de comunicación no hacen por informar”.
“Lamento que los grandes medios de comunicación no hayan recogido en tantas páginas que dedicaron al terremoto de Haití que el país que más médicos mandó fue Cuba, 1.000, y que los galenos haitianos recibieron la formación en el país cubano de forma gratuita. Cuba sigue siendo un país ejemplar en su capacidad de solidaridad y en su dignidad nacional.”
Con aquella noche de mis confesiones, que fueron conversación amiga más que cualquier otra cosa, sólo he pretendido explicarme cómo la contradicción puede estar en lo más sencillo y en lo más complejo de los actos humanos, y siempre habrá que saber dónde se está, aunque a veces no sepamos explicar la situación en que estemos. ¿Cómo no aceptarla para Cuba, con su accionar libertador de tanta magnitud arrojado a los más fieros leones que poseen los grandes intereses del Capital? Y sólo porque los valores desmonetarizados que proclama la isla no caben en los Bancos del Mercado Capitalista. ¿Cómo no aceptarla también para mí, un sencillo combatiente inmerso en unas luchas todavía no del todo descifrables? Sentí que la libertad es una de las contradicciones más notables y evidentes que debemos resolver, ya no sólo por ser un problema de Cuba y de los revolucionarios, sino de toda la Civilización.
Que me disculpe Eduardo, el homenajeado, si con esta complicación de la libertad lo pongo a un lado y me sitúo en el rol protagónico. Es, tal vez, para poderlo entender mejor a él mismo a través de mi experiencia. Se trata de la Fundació Vivint, mi proyecto individual, que junto a numerosos amigos catalanes he intentado desarrollar con niños, jóvenes, ancianos internos en residencias geriátricas, discapacitados psíquicos e inmigrantes. A partir de encuentros culturales entre diferentes generaciones, capacidades y culturas comenzó por ser un golpe de amor a la cara de la sociedad catalana. A estas alturas ha resultado imposible cumplirlo totalmente. Para ello no hay recursos. Esto no es Cuba. No obstante, la entidad y una parte de sus actividades aún se mantienen después de 7 años de fecunda labor.
Gracias a Pilar Rocafort, regidora de l´Ajuntament de Calella, que nos invitó a cerrar con un recital de música y poesía la presentación del libro anual de la Agenda Latinoamericana 2005, conocí a Jordi Planas, presidente en Catalunya de este proyecto original del sacerdote aragonés José María Vigil, residente en Panamá. Inmediatamente nuestra mínima Fundació se unió a la Agenda. Con ella he podido realizar múltiples iniciativas a favor de las Causas Pendientes en nuestro maltratado continente. Ya participo en colaboraciones con diversas instituciones y comunidades de México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Perú, Ecuador, Chile y mi querida Cuba. Esta contribución con América Latina se hacía realidad mediante la unión con los luchadores de por aquí. ¿Ha sido un azar el cumplimiento de mi mayor preocupación revolucionaria, esa interrelación entre el Norte y el Sur? Indiscutiblemente hay una parte, como la vida misma, pero no todo es el azar, como todas las luchas. Ya yo tenía la intención y trabajaba en ese sentido. Y en cuanto a mi país, también se cumplieron mis deseos. Gracias a los esfuerzos de mi gran amigo de Girona pude publicar mi libro “Viviendo: Cuba, una memoria imprescindible”. Ya lo tenía escrito y desde hace un año realizo presentaciones por diversos pueblos de Catalunya. En alguna medida he ampliado el diálogo sobre esa isla de tantas imaginaciones.
He trabajado en la Agenda como cualquiera de sus miembros. No tengo ningún mérito especial, salvo el que me señalan como latinoamericano y cubano: sí, un enorme privilegio del que me enorgullezco, y no por haber nacido allí o por ser un activo enamorado de su cultura, sino que me honro por simple comunión con los principios de Cuba y con “nuestras dolorosas repúblicas de America”, al decir de José Martí. La manida frase de ser ciudadano del mundo no es algo tan manoseado por mí: es sencillamente vivencia profundamente espiritual durante mis estancias en Cuba, Nicaragua, Ecuador, México, Angola, Israel, Palestina, India, Euskadi y finalmente aquí en Catalunya. Me encanta el mundo. No tengo otra explicación. Creo que en cualquier tierra, país, nación y pueblo podría vivir felizmente.
Mi experiencia con Eduardo Galeano se produce a través de las contradicciones entre la libertad individual, la necesidad colectiva, la soberanía de un pueblo y el culto a la dignidad que, como él diría, “el barbudo Carlos Marx” demostró que estaban vivas. Eduardo y yo no somos amigos en el sentido tradicional del concepto. Yo tengo que exorcizar mis olvidos. Además, en Cuba hasta las personalidades de mayor estrellada internacional suelen abandonar el consumismo de la fama y comparten sus mejores luces en la simplicidad del común de la gente. Sólo soy su amigo como lo son centenares de miles de cubanos, en el sentido más redefinido del término, como igualmente a él le gusta volver sobre los significados: “Tenemos que recobrarlos, porque los nombres suelen no coincidir con lo que nombran. En el British Museum, pongamos por caso, las esculturas del Partenón se llaman “mármoles de Elgin”, pero son mármoles de Fidias. Elgin se llamaba el inglés que las vendió al Museo.”
Sin las solemnidades de la palabrería, una postura que también Eduardo rechaza, Cuba proclama otros contenidos para la amistad donde él se ampliaría gustosamente: “Cada persona está llena de otras, hay una multitud dentro de mí y dentro de ti”. Así permanecía conmigo cada vez que lo leía o mientras lo seguía al llegar a La Habana. Todo eso a partir de 1971, cuando, con su libro “Las venas abiertas de América Latina”, recibió una mención en el prestigioso Concurso de la Casa de las Américas. Allí nos conocimos y nos volvimos a conocer muchas veces durante cerca de 20 años, mientras él continuaba recibiendo premios en 1975 con “La canción de nosotros” y en 1978 con “Días y noches de amor y de guerra”. Era el mismo lugar para el que él, en 1999, reclamaría “el premio Nobel de Física, porque la Casa de las Américas de Cuba ha demostrado que en una sola casa podemos vivir millones de personas, lo que constituye un gran acontecimiento científico. Y todos juntos, allí metidos, nos sentimos de lo más bien, lo que ya pasa a la categoría de milagro”.
Con aquel libro, que no era su primera obra, ya él se convirtió en uno de los grandes elegidos por la Revolución Cubana. Era suficiente para que pasara a tener tantos amigos como tantos revolucionarios tenía el país. Resulta bastante fácil encontrar en Cuba a alguien que pueda rememorar algún trozo de su amistad. Se trataba de una relación apasionante con la Historia que él y sus admiradores identificábamos con las luchas de todo latinoamericano que, sacudido por la liberación de la pequeña isla, debía aportar algo para la emancipación continental del tiempo escrito con la cruz, la intervención militar y el mercado implacable. Eso le dio una presencia tan absoluta entre los cubanos que resulta imposible prescindir de él. Su primer libro en Cuba había llegado para perpetuarlo en nuestra memoria colectiva:
Él se acercó a nuestra epopeya con una pasión innata para decirnos, o repetir, la idea del fundador del Frente Sandinista Carlos Fonseca Amador: “amigo es el que critica de frente y elogia por la espalda.” Así nos hicimos verdaderos amigos. Una vez hablamos cinco palabras; otra, doce, y más o menos así se comportó nuestra relación hasta que, después de muchos años sin hablarnos, volvimos a vernos, si mal no recuerdo, en el 2002, pero ya no en la isla, sino en la ciudad catalana de Calella de la Costa, donde años atrás él vivió gran parte de su obligado exilio.
Ya pasada la madrugada de un día y un mes que tampoco recuerdo, él llegó al Hotel Bernat II a pedirme la llave de su habitación. Enseguida lo reconocí: “Muchas gracias, compañero, por continuar al lado de Cuba”. Él se sonrió, nos apretamos las manos y me preguntó qué hacía allí. ¿Se acordaba de mí? No lo sé, no se lo pregunté, pero sin pensarlo dos veces empecé a contarle. No se trataba de que alguno de los dos subestimáramos algún trabajo. Simplemente era una extrañeza mi estadía detrás de aquella recepción. Con total naturalidad él sintió curiosidad. Para mí era una bendición. Igual que él se confesó ante los libreros norteamericanos, yo me vi, en medio de una noche absolutamente solitaria, ante la oportunidad y el privilegio de compartir mis secretos con un amigo de las letras más amorosas de Nuestra América.
En el difícil comienzo de la década de los 90, durante el llamado Periodo Especial en tiempos de paz, decretado en Cuba tras el derrumbe del Campo Socialista Europeo y en que también se desarrolló la crisis de los balseros, yo escribí dos piezas teatrales muy críticas con la situación que vivía la isla: “El Italiano” y “Nuevo Cántico Espiritual”. Algunos amigos me pronosticaron que iría a la cárcel, pero sucedió lo contrario, todos los teatros se me abrieron para que las representara y además se me invitaba a estrenarlas en numerosos países en nombre de Cuba. Nunca había viajado tanto. Durante esa experiencia advertí que mis críticas quedaban pálidas ante un mundo con realidades mucho más criticables que la mía, por lo que entendí que a estos pueblos les sería bastante difícil comprender la justicia de mi país. Entonces pensé, con la mayor ingenuidad del mundo, que yo podría hacer algo para ello. A pesar de todo, el Norte y el Sur están destinados a entenderse.
En el año 2000 propuse a la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, organización de la cual soy miembro, un proyecto socio-cultural situado entre los marginados que, ayudado por mi familia de Eivissa, crearía por acá y me ayudaría, poco a poco, a alcanzar el objetivo de entendimiento hacia el proyecto revolucionario cubano. Me autorizaron el viaje. Pero los primos ibicencos, al conocer más de cerca mis ideas, me abandonaron. Como el proyecto no había sido el único motivo del viaje, todavía no podía regresar, además de que tampoco me agradaba volver a mi isla sin esforzarme personalmente. Entonces busqué un empleo que me permitiera establecerme por aquí hasta que pudiera resolver los asuntos familiares que tenía ante mí y al mismo tiempo hurgaría en las posibilidades reales para la realización de mi proyecto.
Así llegué a trabajar en la recepción nocturna de aquel hotel de forma un tanto a escondidas. Si en Cuba se enteran de lo que estaba haciendo por acá posiblemente me dan a escoger: o me quedo aquí y hago lo que me dé la gana o regreso de inmediato para servir al esfuerzo colectivo de mi pueblo con mi trabajo artístico, ya que para eso recibí la más completa formación. Es la política que el gobierno cubano lleva con todos sus profesionales y yo estaba de acuerdo con ella. El propio Eduardo, analizando el último Mundial de Fútbol y siendo él un gran amante de este deporte, escribía recientemente sobre la contradicción entre el individuo y su comunidad:
“Es insólito que algunos jugadores africanos se lucieran, ellos sí, en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra Alemania, se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno llevaba la camiseta de Ghana, y el otro la camiseta de Alemania. De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana. De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania. Como América Latina, África exporta mano de obra y pie de obra.”
Como la Revolución me dio el privilegio, porque lo es, aunque alguien no lo quiera, de no ser ni mano, ni pie, ni corazón, ni mente que se alquile o se venda para dejar mi país pobre y vivir en el Mundo Rico, caí en una duda: ¿estaba bien mi actitud? Porque yo no vine acá para comerme un bistec. Mi boniato hervido en medio del Atlántico me era suficiente. Pero en ese momento no supe darme una respuesta y me lancé a luchar por realizar mi proyecto. Una contradicción entre los trabajos colectivos de los revolucionarios que yo predicaba y mi decisión individual. ¿Eso era la libertad? Enseguida me percaté de las complejidades que estaba abriendo. En 2008, con su libro “Espejos”, Eduardo diría que John Locke, el filósofo que imaginó todas las libertades, invertía sus ahorros en la Royal Africa Company, que compraba y vendía esclavos. También señaló las extrañezas del entendimiento humano al contar que el Libertador, Simón Bolívar, a pesar de haber sido ayudado por Haití cuando llegó a Puerto Príncipe casi derrotado, no reconoció la independencia haitiana y mantuvo la esclavitud. Indudablemente yo no concebía semejantes actitudes.
Por dignidad Cuba ha querido levantar los más altos principios en la realización personal y los deberes sociales. Muy pocos cubanos podrían decir que en su tierra no recibieron todas las oportunidades para desarrollar su talento y su vocación. Educarse en la isla se afianzó como el máximo de los derechos humanos. Claro, el gobierno revolucionario defendía una condición: Toda la formación intelectual sería para servir a los ideales liberadores. Yo compartía ese objetivo, pero, en cierta medida, posiblemente por la firme creencia de que todo ello debíamos analizarlo más, lo evadí durante un tiempo, ya que mi propósito no era el de John Locke ni el del futbolista ghanés en la selección de Alemania. No obstante vivía una contradicción: no quería esconderme y seguía escondido. ¿Cuándo la resolvería?
No puedo decir que mi situación me implicaba una obsesión mezclada con algún miedo terrible o un complejo de culpa, en absoluto, sencillamente postergué la respuesta. Me entregué a mis propósitos como un trabajador más de la dignidad humana con la mayor alegría del mundo. ¿Por qué no pensar que por aquí podría ser igualmente útil al proyecto cubano? Además, nunca había tenido, en medio de los muchos absurdos de nuestro proceso revolucionario, una posición ni de santo ni de demonio. Sólo era, como tantas veces, un ser humano con una preocupación y debía saldarla. Eso hice. Si en la isla fui un ser vivo, aquí lo estaba siendo también. Al seguirle los pasos al amigo lejano, en diciembre de 2001, Eduardo me ofrecía una lección de integridad con sus palabras de agradecimiento al ser investido Doctor Honoris Causa en Letras por la Universidad de La Habana:
“Yo me preguntaba sobre la infiernización de Cuba: "¿Por qué voy a confundirla, ahora, con el infierno, si yo nunca la he confundido con el Paraíso?". Y ahora, me lo sigo preguntando. Ni infierno, ni Paraíso: la Revolución, obra de este mundo, está sucia de barro humano, y justamente por eso, y no a pesar de eso, sigue siendo contagiosa.
Pero muchos de los que antes la ubicaban en las alturas celestiales, ahora la condenan al fuego eterno.
Antes confundían al socialismo con el estalinismo, y ahora son campeones de la libertad de expresión. Ahora son maestros de democracia y antes confundían la unidad con la unanimidad y la contradicción con la conspiración, porque la contradicción era un instrumento de la conspiración imperialista en lugar de ser, como era, como es, la única prueba irrefutable de que está viva la vida.
En un mundo donde el servilismo es alta virtud, en un mundo donde quien no se vende, se alquila, resulta raro escuchar la voz de la dignidad. Cuba está siendo, una vez más, boca de esa voz. A lo largo de más de cuarenta años, esta revolución, castigada, bloqueada, calumniada, ha hecho bastante menos que lo que quería pero ha hecho mucho más que lo que podía. Y en eso está. Ella sigue cometiendo la peligrosa locura de creer que los seres humanos no estamos condenados a la humillación.”
Esa locura también podía ser la mía al emprender mi viaje e insistir en la realización de mi proyecto, pero ya yo había decidido ejercer toda mi libertad comprometida, aunque sabía que para Cuba eran bien reales la contradicción pura y la conspiración imperialista. Ambas nos azotaban y yo no era ajeno a esos huracanes. Sólo debía encontrar mi respuesta y buscarla trabajando. Y como él dijo en la Universidad, posiblemente haría menos de lo que quería, pero haría más de lo que me dejarían hacer. Así le conté y él se limitó a escucharme como a alguien que no pudo atrapar para El Libro de los Abrazos. Luego me dijo algo parecido a que yo era un sueño jugando con la vigilia. Más tarde o más temprano la solución se haría un cuento de viejos.
Un año después de nuestro último encuentro, en abril de 2003, ya yo había abandonado el hotel por iniciativa propia y sin derecho a cobrar el Paro, pero ya estaba comenzando a desarrollar mi proyecto. Para esa misma fecha él me sorprendería con su célebre artículo “Cuba duele”, a raíz de los fusilamientos y encarcelamientos sucedidos en ese año en la isla. Su claridad resulta proverbial para comprobar, en estos días de 2010, cómo aquellos encarcelados, recién liberados y llegados a España, demuestran su “patriotismo” al reunirse en Madrid con el cadáver político de José María Aznar para buscar la “liberación de Cuba”. Si Cuba no se defiende de semejantes personajes corre el riesgo de que le repitan otra invasión de Bahía de Cochinos que costó tantas vidas y que pudo acabar con el proyecto revolucionario. Con eso sí no se podía jugar de la forma en que yo lo hacía con mi vida. Ésta es la contradicción con la libertad a la que el país no se puede substraer si quiere seguir adelante. Como ha sucedido con tantos esfuerzos latinoamericanos que terminaron en el dolor o en la náusea, la Revolución no cometería la ingenuidad de crecer condenada, a pesar de hacerlo con conciencia de determinadas limitaciones. Con total diafanidad vio Eduardo aquel proceso:
“Las prisiones y los fusilamientos en Cuba son muy buenas noticias para el superpoder universal, que está loco de ganas de sacarse de la garganta esta porfiada espina. Son muy malas noticias, en cambio, noticias tristes que mucho duelen, para quienes creemos que es admirable la valentía de ese país chiquito y tan capaz de grandeza, pero también creemos que la libertad y la justicia marchan juntas o no marchan.
La revolución cubana nació para ser diferente. Sometida a un acoso imperial incesante, sobrevivió como pudo y no como quiso. Mucho se sacrificó ese pueblo, valiente y generoso, para seguir estando de pie en un mundo lleno de agachados. Las largas condenas a prisión son, creo, goles en contra. Convierten en mártires de la libertad de expresión a unos grupos que abiertamente operaban desde la casa de James Cason, el representante de los intereses de Bush en La Habana.
Actuando como si esos grupos fueran una grave amenaza, las autoridades cubanas les han rendido homenaje, y les han regalado el prestigio que las palabras adquieren cuando están prohibidas.
Esta “oposición democrática” no tiene nada que ver con las genuinas expectativas de los cubanos honestos. Si la revolución no le hubiera hecho el favor de reprimirla, y si en Cuba hubiera plena libertad de prensa y de opinión, esta presunta disidencia se descalificaría a sí misma. Y recibiría el castigo que merece, el castigo de la soledad, por su notoria nostalgia de los tiempos coloniales en un país que ha elegido el camino de la dignidad nacional”.
Parecía que Eduardo nos besaba cuando nos criticaba, que advertía la dulzura y la torpeza de la contradicción. Era su forma para “no morderse la lengua, ni fuera ni dentro de la isla”, y así lo expresó siempre, con el gusto de decir que nuestra Revolución era auténtica, porque había surgido de abajo y de adentro, y que no era ni angelical ni satánica, sino humana. ¿Advertía Eduardo los reales peligros que el país corría si la libertad del enemigo fuera completa? Él sabía que cuando la libertad es controlada por los poderosos intereses mercantiles resulta la mejor arma para destruir a los pueblos. ¿Acaso no era algo que había expuesto en su gran libro sangrante? La contradicción de la historia latinoamericana llevaba un peso muy grande con la ingenuidad. Antes, en 1992, aniversario elocuente del genocidio latinoamericano, él ya había escrito, con su característica ironía para conjurar las verdades, su “A pesar de los pesares”:
“Yo estoy en contra de la pena de muerte. En cualquier lugar. En Cuba, también. Pero, ¿se puede repudiar los fusilamientos en Cuba sin repudiar, a la vez, el cerco que niega a Cuba la libertad de elegir y la obliga a vivir en vilo?
Sí, se puede. Al fin y al cabo, a Cuba le dictan cursos de derechos humanos quienes silban y miran para otro lado cuando la pena de muerte se aplica en otros lugares de América. Y no se aplica de vez en cuando, sino de manera sistemática: achicharrando negros en las sillas eléctricas de los Estados Unidos, masacrando indios en las sierras de Guatemala, acribillando niños en las calles de Brasil.
Por lamentables que hayan sido los fusilamientos en Cuba, al fin y al cabo, ¿deja de ser admirable la porfiada valentía de esta isla minúscula, condenada a la soledad, en un mundo donde el servilismo es prueba de talento?”
Eduardo fijó claramente su posición con el juego contradictorio de la realidad y se acercó aún más a la isla de la comprensión y a los sacrificios de su subsistencia. Sin duda, lo tenía muy claro. Nunca se permitió la comodidad de no reflexionar sobre nuestros problemas, de dejarnos por fanáticos o huir de cualquier impertinencia que pudiera perjudicarlo por defendernos, y en ello se arriesgó al máximo. Algunos intelectuales latinoamericanos y europeos le viraron la cara o lo condenaron por su tozuda esperanza en las razones de Cuba.
Después de escribir la trilogía “Memoria del fuego”, en la década de los 80, es bien visible el proyecto liberador que extenderá con toda su obra. Fue el momento para que empezara a fraguarse, en los sectores más reaccionarios de América Latina, su asfixia total. Así en 1996, con gran repercusión en el continente, aparece el “Manual del perfecto idiota latinoamericano”, un libro escrito por tres servidores del movimiento neoliberal que los Estados Unidos impulsaban en el mundo. Un libro directamente en contra de Eduardo Galeano que, a pesar de la parafernalia de su dañina divulgación, para él nunca constituyó ningún motivo para reorientar sus ideas, todo lo contrario, su posición revolucionaria era de raíz y enraizado con nosotros aumentó sus pasos. No conocía el descanso. Así, los amanuenses que pretendieron idiotizarlo, aún cuando se mantienen y regresan con otros, quedaron en el mayor desprestigio literario e ideológico. Eduardo siguió desvelando nuevas palabras de combate. Toda la región había iniciado un despegue liberador imparable. En 2006, después de firmar un Manifiesto por el derecho a la autodeterminación de Cuba, escribió con potente desafío:
“El bloqueo contra Cuba se ha multiplicado con los años. ¿Un asunto bilateral? Así dicen; pero nadie ignora que el bloqueo norteamericano implica, hoy por hoy, el bloqueo universal. A Cuba se le niega el pan y la sal y todo lo demás. Y también implica, aunque lo ignoren muchos, la negación del derecho a la autodeterminación.
El cerco asfixiante tendido en torno a Cuba es una forma de intervención, la más feroz, la más eficaz, en sus asuntos internos. Genera desesperación, estimula la represión, desalienta la libertad. Bien lo saben los bloqueadores.”
Entonces, ¿de qué libertad estamos hablando? Eduardo Galeano lo sabe. Es la contradicción que la historia de América Latina, al ser puesta en el yugo de la maquinaria capitalista, nos enseña, y ha sido él uno de los que más ha contribuido a que se entendiera por las venas abiertas de sus reflexiones publicadas por todo el mundo. Él sabe que la Revolución Cubana, el mayor suceso liberador del continente de todas las culturas, no dejará de ser una de las mayores contradicciones de nuestros tiempos mientras se le quiera destruir.
Ahora, en este tortuoso año 2010, Eduardo Galeano vuelve a sus andadas como el amigo imprescindible que, sin ser un cómplice callado a la crítica, refuerza su militancia latinoamericanista junto a Venezuela, Bolivia, Ecuador y comparte la perenne actualidad conflictiva de las luchas cubanas. Está más comprometido que nunca con nuestras más decisivas contradicciones, porque, viendo el principio maquiavélico en las cínicas manos de los manipuladores de los pueblos, desenmascara a los medios, a esos que tienen muy claro el fin que buscan para la isla que declararon maldita:
“Contra Cuba se aplica una lupa inmensa que magnifica todo lo que allí ocurre cada vez que conviene a los intereses enemigos, llamando la atención sobre lo que pasa en la revolución, mientras la lupa se distrae y no alcanza a ver otras cosas importantes y que los medios de comunicación no hacen por informar”.
“Lamento que los grandes medios de comunicación no hayan recogido en tantas páginas que dedicaron al terremoto de Haití que el país que más médicos mandó fue Cuba, 1.000, y que los galenos haitianos recibieron la formación en el país cubano de forma gratuita. Cuba sigue siendo un país ejemplar en su capacidad de solidaridad y en su dignidad nacional.”
Con aquella noche de mis confesiones, que fueron conversación amiga más que cualquier otra cosa, sólo he pretendido explicarme cómo la contradicción puede estar en lo más sencillo y en lo más complejo de los actos humanos, y siempre habrá que saber dónde se está, aunque a veces no sepamos explicar la situación en que estemos. ¿Cómo no aceptarla para Cuba, con su accionar libertador de tanta magnitud arrojado a los más fieros leones que poseen los grandes intereses del Capital? Y sólo porque los valores desmonetarizados que proclama la isla no caben en los Bancos del Mercado Capitalista. ¿Cómo no aceptarla también para mí, un sencillo combatiente inmerso en unas luchas todavía no del todo descifrables? Sentí que la libertad es una de las contradicciones más notables y evidentes que debemos resolver, ya no sólo por ser un problema de Cuba y de los revolucionarios, sino de toda la Civilización.
Que me disculpe Eduardo, el homenajeado, si con esta complicación de la libertad lo pongo a un lado y me sitúo en el rol protagónico. Es, tal vez, para poderlo entender mejor a él mismo a través de mi experiencia. Se trata de la Fundació Vivint, mi proyecto individual, que junto a numerosos amigos catalanes he intentado desarrollar con niños, jóvenes, ancianos internos en residencias geriátricas, discapacitados psíquicos e inmigrantes. A partir de encuentros culturales entre diferentes generaciones, capacidades y culturas comenzó por ser un golpe de amor a la cara de la sociedad catalana. A estas alturas ha resultado imposible cumplirlo totalmente. Para ello no hay recursos. Esto no es Cuba. No obstante, la entidad y una parte de sus actividades aún se mantienen después de 7 años de fecunda labor.
Gracias a Pilar Rocafort, regidora de l´Ajuntament de Calella, que nos invitó a cerrar con un recital de música y poesía la presentación del libro anual de la Agenda Latinoamericana 2005, conocí a Jordi Planas, presidente en Catalunya de este proyecto original del sacerdote aragonés José María Vigil, residente en Panamá. Inmediatamente nuestra mínima Fundació se unió a la Agenda. Con ella he podido realizar múltiples iniciativas a favor de las Causas Pendientes en nuestro maltratado continente. Ya participo en colaboraciones con diversas instituciones y comunidades de México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Perú, Ecuador, Chile y mi querida Cuba. Esta contribución con América Latina se hacía realidad mediante la unión con los luchadores de por aquí. ¿Ha sido un azar el cumplimiento de mi mayor preocupación revolucionaria, esa interrelación entre el Norte y el Sur? Indiscutiblemente hay una parte, como la vida misma, pero no todo es el azar, como todas las luchas. Ya yo tenía la intención y trabajaba en ese sentido. Y en cuanto a mi país, también se cumplieron mis deseos. Gracias a los esfuerzos de mi gran amigo de Girona pude publicar mi libro “Viviendo: Cuba, una memoria imprescindible”. Ya lo tenía escrito y desde hace un año realizo presentaciones por diversos pueblos de Catalunya. En alguna medida he ampliado el diálogo sobre esa isla de tantas imaginaciones.
He trabajado en la Agenda como cualquiera de sus miembros. No tengo ningún mérito especial, salvo el que me señalan como latinoamericano y cubano: sí, un enorme privilegio del que me enorgullezco, y no por haber nacido allí o por ser un activo enamorado de su cultura, sino que me honro por simple comunión con los principios de Cuba y con “nuestras dolorosas repúblicas de America”, al decir de José Martí. La manida frase de ser ciudadano del mundo no es algo tan manoseado por mí: es sencillamente vivencia profundamente espiritual durante mis estancias en Cuba, Nicaragua, Ecuador, México, Angola, Israel, Palestina, India, Euskadi y finalmente aquí en Catalunya. Me encanta el mundo. No tengo otra explicación. Creo que en cualquier tierra, país, nación y pueblo podría vivir felizmente.
Ahora paso el llamado Paro entre los casi 5 millones de desempleados en España y posiblemente es cuando más estoy trabajando de forma voluntaria. Con los 426 euros que cobramos mensualmente mi esposa y yo, fruto de nuestras cotizaciones a la Seguridad Social Española, podemos vivir tranquilamente. En Cuba siempre se ha vivido con muy poco. Se ha impuesto nacionalmente el deber de compartir con los que tienen menos en otros países. Siento, entonces, con profunda alegría, que mi proyecto inicial se ha multiplicado por mil. Tal vez sea aquel “algo” que todo latinoamericano debe aportar a nuestras luchas, como diría Eduardo Galeano. Bueno, podré realizarlo mientras dure este subsidio que España otorga a sus trabajadores parados que cumplan determinados requisitos.
Cuando esta mensualidad termine, puesto que a mis años, casi 63, no conseguiré ningún empleo, además de que ya no estoy dispuesto a volver a esconderme en el trabajo, el regreso a Cuba será inmediato. Y allá, como lo más normal del mundo, primero habré de matricularme en una "guardería". Ya son casi 11 años de actividades por aquí. Durante este tiempo he conocido de amigos cubanos que mueren y de otros que se van del país, e igual me suenan distintos nombres en el trabajo cultural, de jóvenes que no conozco o de mayores que no se destacaban cuando yo estaba. La vida ha seguido con su perseverante actualidad y con todo su vigor aquella realidad cada vez se me escapa más. No me arrepiento de haber venido. Soy muy feliz con lo que he hecho y sigo haciendo. ¿Es esa la libertad? Puede ser, y no puedo negar los beneficios que me ha otorgado. Uno de ellos, viajar a numerosos países, ha sido espléndido. Vivir el infierno donde se mueven millones de seres humanos en la ciudad de Calcuta o los palestinos dentro de los territorios ocupados por Israel, ha sido una experiencia inigualable. Se dice que allí existe la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos, que son sitios dignos para vivir. Nada más lejos de ello fue lo que observé. Cuba sería el paraíso para esos pueblos. Ello me hizo asegurarme de que esa libertad individual de que disfrutaba constituía un simple espejismo de mis privilegios primer mundistas. Para muy poco les servía a esos pueblos mi disfrute personal. Quizás no servía para nada. Aquellos pueblos padecían mientras yo gozaba conociéndolos. Desde el Primer Mundo se les nombra y ellos sufren. Mi generosa isla preconizaba el final de esa libertad. Nunca lo vi tan claro. Para acabar con esos infiernos hay que alcanzar primero la soberanía y la dignidad que permita acercar la verdadera libertad que deben poseer todos los seres humanos. Mientras ello no se haga realidad no hay ninguna libertad que valga, ni siquiera la que he tenido y he disfrutado. Cualquier conclusión feliz en contra de ello sólo puede llevarme al cinismo. Escojo la convicción de que lo más natural, si no estoy aquí para trabajar aún más por los principios cubanos, es regresar a mi país, seguir luchando allí e intentar resolver las múltiples contradicciones que la vida le ha impuesto a ese proyecto revolucionario.
Indudablemente aquella voluntad individual que me trajo a residir por aquí y su desenvolvimiento junto a otras voluntades no son más que la razón de los esfuerzos que invisiblemente irradian las acciones de los seres humanos como fuerza colectiva. Para encontrarse nacen las personas y los proyectos. Eso ha intentado Cuba desde el inicio de su Revolución. Yo sólo he sido un furtivo hombrecillo que llegó hasta estas tierras para comprobar que su vida ya tenía en Cuba la maravilla de imaginar que la libertad de los pueblos es posible.
Tal y como está el mundo, no estar al lado de esa isla, seno de tantos entuertos y de magias inmensas sería casi un delito. Para todos está claro que la dignidad y la soberanía de un grupo, un colectivo, un pueblo, constituyen una necesidad para la plena realización del individuo. Si tales cualidades son violadas, sobre todos los componentes del grupo, el colectivo o el pueblo recaerá una parte de la violación. Mirándolo así, no cabe el derecho absoluto a la libertad del individuo cuando éste no respeta la dignidad y la soberanía del grupo, el colectivo o el pueblo del cual forma parte. Si se quisiera mirar a partir de la dignidad y la soberanía del individuo sobraría cualquier reflexión. La libertad individual no tiene razón de ser sin el otro: ya es en el absoluto del vacío. Sin un “nosotros” no existe el “uno”. Habría que sopesar la posibilidad de que se pueda dar el “y viceversa” y resolver, de manera no antagónica, las contradicciones que necesariamente surgirán. Cuando el “uno” existe, necesariamente existe para buscar al otro y juntos son los que van formando el grupo, el colectivo, el pueblo. Cuando tal cosa es creada es preciso defenderla por encima de todas las contingencias, aunque en un natural desarrollo todo demande un análisis superior y la implantación de los correspondientes acuerdos y cambios. Pero ese natural desarrollo es lo que el mundo no le ha permitido a Cuba.
He hecho por aquí mucho más de lo que quise y también muchísimo más de lo que creí que me dejarían hacer. También una contradicción con mi pensamiento inicial de la mano de Eduardo Galeano. Eso es aquella isla del Caribe y posiblemente sea allí donde me toque terminar la historia, aunque creo que daría igual donde se acabe. Extrañaré mucho a mis compañeros catalanes, pues por habernos unido hemos contribuido mucho más a esa tan nombrada pero indispensable necesidad de que el Norte y el Sur se entiendan y se abracen. Así será algún día, desde aquí, desde Cuba o desde cualquier otro rincón del mundo.
Debido a la coherencia en estas correspondencias, como dice Eduardo y millones de adictos al cambio mundial: “no apoyo todo lo que hace Cuba”. Pero cuidado, nuestra libertad para condenar o apoyar es un punto caliente en las luchas revolucionarias. Quizás por ello, el incisivo pensador ya nos advierte del peligro en que nos colocan los grandes medios de la información. Podemos convertirnos nosotros mismos en manipuladores de la desinformación y de la satanización del cambio. Recientemente me llegó por Internet un correo que, atribuido a él, decía:
“La mayoría de las noticias que el mundo recibe provienen de la minoría de la humanidad. Un monólogo de los poderosos del Norte. Las demás regiones reciben poca o ninguna atención, salvo en caso de guerras o catástrofes o cuando, como en Cuba, se trata de destruir un intento de liberación. Con frecuencia los periodistas, que trasmiten lo que ocurre, no tienen la menor idea de la historia ni de la cultura local. 2 de cada 3 seres humanos viven en el llamado Tercer Mundo, pero 2 de cada 3 corresponsales de las agencias noticiosas más importantes del mundo hacen su trabajo en Europa y los Estados Unidos. Lo que actúa con más fuerza sobre el corazón y la conciencia de la humanidad entera se trasmite por los poderosos del Norte. Nunca tantos han sido tan manipulados por tan pocos.”
No sé si este texto es suyo, aunque debe darle igual, es una verdad rotunda. Él mismo ha dicho, con su voz de cascada generosa, que es la gente, con sus palabras y con sus silencios, la que le aporta la verdad, la duda, la gracia y la belleza de sus escritos, por lo que, más que de él, son de muchos, y que por eso su escritura es una mezcla de diálogo, testimonio, crónica, periodismo, historia, documento, novela, poesía, cuento, humor, denuncia y quién sabe cuántos otros atributos de las vivencias más cotidianas, que es donde él bucea y donde mejor puede encontrarse la grandeza del ser humano.
Apenas puedo recordar con certeza cómo Eduardo terminó aquella noche silenciosa de Calella. Hablamos sobre los sueños, la libertad, la revolución, los medios, el fin y la isla, siempre presente como ese milagro contradictorio que nos pica el alma y nos suelta llenos de barro. El final debió ser gracioso, sutil y directo, acorde con el encanto de su vida, y fue -quiero pensarlo así- con este curioso verso del poema que un joven poeta argentino le dejó en un café de Montevideo: “El mundo es una pulga muy, pero muy difícil de rascar.”
Calella, 31 de agosto de 2010. Publicado parcialmente en Kaos en la Red
Cuando esta mensualidad termine, puesto que a mis años, casi 63, no conseguiré ningún empleo, además de que ya no estoy dispuesto a volver a esconderme en el trabajo, el regreso a Cuba será inmediato. Y allá, como lo más normal del mundo, primero habré de matricularme en una "guardería". Ya son casi 11 años de actividades por aquí. Durante este tiempo he conocido de amigos cubanos que mueren y de otros que se van del país, e igual me suenan distintos nombres en el trabajo cultural, de jóvenes que no conozco o de mayores que no se destacaban cuando yo estaba. La vida ha seguido con su perseverante actualidad y con todo su vigor aquella realidad cada vez se me escapa más. No me arrepiento de haber venido. Soy muy feliz con lo que he hecho y sigo haciendo. ¿Es esa la libertad? Puede ser, y no puedo negar los beneficios que me ha otorgado. Uno de ellos, viajar a numerosos países, ha sido espléndido. Vivir el infierno donde se mueven millones de seres humanos en la ciudad de Calcuta o los palestinos dentro de los territorios ocupados por Israel, ha sido una experiencia inigualable. Se dice que allí existe la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos, que son sitios dignos para vivir. Nada más lejos de ello fue lo que observé. Cuba sería el paraíso para esos pueblos. Ello me hizo asegurarme de que esa libertad individual de que disfrutaba constituía un simple espejismo de mis privilegios primer mundistas. Para muy poco les servía a esos pueblos mi disfrute personal. Quizás no servía para nada. Aquellos pueblos padecían mientras yo gozaba conociéndolos. Desde el Primer Mundo se les nombra y ellos sufren. Mi generosa isla preconizaba el final de esa libertad. Nunca lo vi tan claro. Para acabar con esos infiernos hay que alcanzar primero la soberanía y la dignidad que permita acercar la verdadera libertad que deben poseer todos los seres humanos. Mientras ello no se haga realidad no hay ninguna libertad que valga, ni siquiera la que he tenido y he disfrutado. Cualquier conclusión feliz en contra de ello sólo puede llevarme al cinismo. Escojo la convicción de que lo más natural, si no estoy aquí para trabajar aún más por los principios cubanos, es regresar a mi país, seguir luchando allí e intentar resolver las múltiples contradicciones que la vida le ha impuesto a ese proyecto revolucionario.
Indudablemente aquella voluntad individual que me trajo a residir por aquí y su desenvolvimiento junto a otras voluntades no son más que la razón de los esfuerzos que invisiblemente irradian las acciones de los seres humanos como fuerza colectiva. Para encontrarse nacen las personas y los proyectos. Eso ha intentado Cuba desde el inicio de su Revolución. Yo sólo he sido un furtivo hombrecillo que llegó hasta estas tierras para comprobar que su vida ya tenía en Cuba la maravilla de imaginar que la libertad de los pueblos es posible.
Tal y como está el mundo, no estar al lado de esa isla, seno de tantos entuertos y de magias inmensas sería casi un delito. Para todos está claro que la dignidad y la soberanía de un grupo, un colectivo, un pueblo, constituyen una necesidad para la plena realización del individuo. Si tales cualidades son violadas, sobre todos los componentes del grupo, el colectivo o el pueblo recaerá una parte de la violación. Mirándolo así, no cabe el derecho absoluto a la libertad del individuo cuando éste no respeta la dignidad y la soberanía del grupo, el colectivo o el pueblo del cual forma parte. Si se quisiera mirar a partir de la dignidad y la soberanía del individuo sobraría cualquier reflexión. La libertad individual no tiene razón de ser sin el otro: ya es en el absoluto del vacío. Sin un “nosotros” no existe el “uno”. Habría que sopesar la posibilidad de que se pueda dar el “y viceversa” y resolver, de manera no antagónica, las contradicciones que necesariamente surgirán. Cuando el “uno” existe, necesariamente existe para buscar al otro y juntos son los que van formando el grupo, el colectivo, el pueblo. Cuando tal cosa es creada es preciso defenderla por encima de todas las contingencias, aunque en un natural desarrollo todo demande un análisis superior y la implantación de los correspondientes acuerdos y cambios. Pero ese natural desarrollo es lo que el mundo no le ha permitido a Cuba.
He hecho por aquí mucho más de lo que quise y también muchísimo más de lo que creí que me dejarían hacer. También una contradicción con mi pensamiento inicial de la mano de Eduardo Galeano. Eso es aquella isla del Caribe y posiblemente sea allí donde me toque terminar la historia, aunque creo que daría igual donde se acabe. Extrañaré mucho a mis compañeros catalanes, pues por habernos unido hemos contribuido mucho más a esa tan nombrada pero indispensable necesidad de que el Norte y el Sur se entiendan y se abracen. Así será algún día, desde aquí, desde Cuba o desde cualquier otro rincón del mundo.
Debido a la coherencia en estas correspondencias, como dice Eduardo y millones de adictos al cambio mundial: “no apoyo todo lo que hace Cuba”. Pero cuidado, nuestra libertad para condenar o apoyar es un punto caliente en las luchas revolucionarias. Quizás por ello, el incisivo pensador ya nos advierte del peligro en que nos colocan los grandes medios de la información. Podemos convertirnos nosotros mismos en manipuladores de la desinformación y de la satanización del cambio. Recientemente me llegó por Internet un correo que, atribuido a él, decía:
“La mayoría de las noticias que el mundo recibe provienen de la minoría de la humanidad. Un monólogo de los poderosos del Norte. Las demás regiones reciben poca o ninguna atención, salvo en caso de guerras o catástrofes o cuando, como en Cuba, se trata de destruir un intento de liberación. Con frecuencia los periodistas, que trasmiten lo que ocurre, no tienen la menor idea de la historia ni de la cultura local. 2 de cada 3 seres humanos viven en el llamado Tercer Mundo, pero 2 de cada 3 corresponsales de las agencias noticiosas más importantes del mundo hacen su trabajo en Europa y los Estados Unidos. Lo que actúa con más fuerza sobre el corazón y la conciencia de la humanidad entera se trasmite por los poderosos del Norte. Nunca tantos han sido tan manipulados por tan pocos.”
No sé si este texto es suyo, aunque debe darle igual, es una verdad rotunda. Él mismo ha dicho, con su voz de cascada generosa, que es la gente, con sus palabras y con sus silencios, la que le aporta la verdad, la duda, la gracia y la belleza de sus escritos, por lo que, más que de él, son de muchos, y que por eso su escritura es una mezcla de diálogo, testimonio, crónica, periodismo, historia, documento, novela, poesía, cuento, humor, denuncia y quién sabe cuántos otros atributos de las vivencias más cotidianas, que es donde él bucea y donde mejor puede encontrarse la grandeza del ser humano.
Apenas puedo recordar con certeza cómo Eduardo terminó aquella noche silenciosa de Calella. Hablamos sobre los sueños, la libertad, la revolución, los medios, el fin y la isla, siempre presente como ese milagro contradictorio que nos pica el alma y nos suelta llenos de barro. El final debió ser gracioso, sutil y directo, acorde con el encanto de su vida, y fue -quiero pensarlo así- con este curioso verso del poema que un joven poeta argentino le dejó en un café de Montevideo: “El mundo es una pulga muy, pero muy difícil de rascar.”
Calella, 31 de agosto de 2010. Publicado parcialmente en Kaos en la Red
No hay comentarios:
Publicar un comentario