Todavía no he leído la novela El temblor del héroe, donde el afamado escritor santanderino Álvaro Pombo, que acaba de ganar el Premio Nadal con esta obra, dice que trata sobre la paralización del intelectual ante la sociedad actual. Quisiera pensar que el temblor de su héroe no sea privativo de un intelectual, sino que posea la capacidad de extenderse a todos los ciudadanos ya que, como él sabe, aún cuando a los intelectuales les toque jugar determinada relevancia en la activación de las luchas sociales, éstas pertenecen al conjunto de la sociedad, que parece también estar paralizado ante los acontecimientos que lo envuelven. Todos, en considerable medida, somos presas del Mercado paralizante que nos atrapa.
¿Los hombres y mujeres que han hecho del fútbol su principal preocupación leen novelas o textos que los animen a otras preocupaciones? La pregunta nos lanza a una respuesta demasiado preocupante: todos queremos, o necesitamos, ocuparnos del pan y del circo. El enfrentamiento a la realidad parece estar recluido en pequeños círculos condenados por sí mismos.
De nuevo la Historia nos coloca, a los que escriben y a los lectores, en la encrucijada del sabor. ¿Qué nos gusta más? Indudablemente habrá muchos que elijan o que crean que deben elegir el olvido hacia las incertidumbres sociales y ocupar el sitio que les corresponda individualmente en la lucha por la vida. De alguna manera, -está muy bien diseñado el programa por los poderosos- hemos empezado a considerar a la solidaridad como un pecado infantil que sólo atañe a los afectados, y a veces ni a éstos.
¿Cómo es posible que hayamos aceptado, entre otras cosas, los miles de desahucios realizados a familias que no podían seguir pagando las hipotecas de sus casas? Un por ciento demasiado elevado de intelectuales no ha dicho ni escrito ni una sola palabra. Un por ciento mayor de la ciudadanía ha aceptado que la gente vivía por encima de sus posibilidades y que la indignación proclamada por aquellos que decidieron proteger a los afectados era una mera cuestión juvenil. Ahora se anuncia “el inicio del inicio” de los recortes. ¿Seguiremos callando y aceptando las penurias que pueden alcanzarnos a todos y seguiremos disfrutando con los goles de los equipos de fútbol pertenecientes, en la mayor parte de los casos, a aquellos que tienen bastante responsabilidad en la realidad creada? Los Grandes Medios de la Información, en manos casi siempre de esos mismos dueños del fútbol, se encargarán de ofrecernos la mejor elección para ellos: que disfrutemos de lo que aún nos queda. ¿Es que muy pronto ni siquiera podremos pagar la cuenta de la electricidad en nuestros hogares o la copa en el bar para admirar a las estrellas goleadoras que por su disfrute con el balón van acercando sus ganancias a las que tienen sus jefes? ¿Se parecerán a ellos? Que nadie lo dude: se parecerán. Igual pasa con los intelectuales que no se arremanguen el pensamiento y lo pongan al servicio de los que sufren el mal de las desigualdades.
Es que la mayor riqueza está en la gente más sencilla. Si esa gente, apoyados por los intelectuales, los deportistas y todos los que vivimos del sudor de nuestros esfuerzos, no le decimos a los Grandes Medios, a los políticos y a los poderosos, ALTO Y BIEN FUERTE, que ya no callaremos ni aceptaremos más la vida que nos ofrecen, que creemos en la solidaridad, que sí hay soluciones para la realidad, si no le decimos ALTO Y BIEN FUERTE que vivir es compartir, entonces sí todo habrá acabado para nosotros y para ellos.
Ojalá que la lectura de El temblor del héroe pueda producir aquellos estremecimientos que principalmente procuran que nadie nos quite la voz y la fuerza. Sólo con el acompañamiento a los que, en este mismo instante, todavía creen en la imperturbable esperanza de que juntos podemos vencer las adversidades, tendrá sentido escribir una novela, que la premien y que los más sencillos se la lean. Cualquiera otra cosa será una riqueza que puede ser aplazada, suspendida o resultar innecesaria en los tiempos que corren como anzuelos para satisfacer la voracidad de los Mercados.
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