TODA LA JUSTICIA EN NUESTROS JUICIOS
Reflexionar sobre Cuba es, por encima de todo, admitir que los pueblos oprimidos, explotados y humillados tienen el máximo derecho a emanciparse de la pobreza y de la indignidad. La isla recogió ese reclamo con una temprana posición antiimperialista y anticapitalista. Un reto descomunal donde se impusieron las grandes aspiraciones colectivas. El individuo, a pesar de ser el protagonista del esfuerzo nacional, debía convertirse en algo muy pequeño frente a una generalidad que debía elevarse a cimas impensables. Sólo dentro de estas coyunturas pueden comprenderse las reacciones de apoyo o de condena a la Revolución. Pero éstas son responsabilidades muy personales, y tanto sus explicaciones como las diversas posiciones adoptadas hacia la sociedad y el individuo sólo pueden verse desde esa óptica. Esta situación ha marcado profundamente el proceso revolucionario cubano.
Siempre será inaceptable que las mayorías aplasten a las minorías. Cualquier maltrato o subestimación a un solo ser humano ya bastaría para desacreditar a cualquier proceso social. Por eso mismo la revolución, y cualquiera de las sociedades hasta hoy, tienen tantas desacreditaciones. Podrían ya sobrar como para desaprobarlas a todas. Por eso luchan los pueblos y las personas. Ahora mismo gobiernan en Cuba los que enarbolan el derecho más colectivo. Ello no constituye una legitimidad absoluta, pero su fuerza histórica es incuestionable. Sería otra cosa la reflexión sobre la obra revolucionaria. Ahí está el dolor, y también la alegría. Pero, ¿dónde no lo están? Cada persona habrá de saber dónde se coloca y a cuáles sentimientos se acoge.
La cuestión no es si Cuba traicionó a su revolución o la entregó a la extinta Unión Soviética y a las más descabelladas ideas y prácticas del comunismo. Se trata del inmenso cambio que se planteó contra el imperio más poderoso de la tierra. Para ello tuvo que aliarse con aquellos que no pretendían quitarle sus conquistas. Era la única forma de sobrevivir y fortalecerse junto a aquellos que creían saber cómo compartir todos los panes de la vida. ¿Alguien puede pensar que compartir el pan de todas las hambres no es, por ahora, el mayor y el más enigmático de los conflictos humanos?
El que camina por este pensamiento será el que más tropezones encontrará por el camino. Si en ningún régimen de los llamados democráticos, ni siquiera en los estados desarrollados del Primer Mundo, pueden evitarse miles de errores, ¿cómo imaginarse que en la isla no se cometerían? Es muy posible que Cuba, por desear imponerse más exigencias que nadie, haya cometido más errores que ninguno. Pero por eso también es más probable que en su sociedad hayan muchos menos errores que en todas las demás.
Si pusiéramos toda la justicia en nuestros juicios veríamos la amplitud de su diversidad. Pero si nos situamos en la igualdad de los pueblos, si esa balanza fuera posible hoy día, ningún país podría dejar de plantearse, sin egoísmos nacionales, la dignidad de la vida en cualquier parte de la Tierra. ¿Cuántos lo hacen? Si todos lo hicieran, ni Cuba, ni ningún otro país del Tercer Mundo, tendrían la pobreza y la tristeza que muchos creen ver amplificadas en la isla.
Cuba, más allá de la expoliación capitalista que detuvo, empezó a plantearse la creación de una sociedad que erradicara para siempre las ofertas de ese sistema. Era un derecho que exigían los mejores valores humanos que se estaban esbozando. El camino pretendía la forja de un espíritu nuevo. La verdad, la confianza y el altruismo intentaban desplazar a la mentira, el engaño y el que unos se sirvieran de sus habilidades para aprovecharse de los otros. Una nebulosa paradisíaca. Una tribulación mesiánica que pretendió apurar la solución a los grandes problemas del mundo. Podríamos pensar que ya estamos hartos de estos gritos, pero cuánta falta nos hacen.
Ni el imperio ni el sistema capitalista mundial podrían sobrevivir si los pueblos llegaran a creer que pueden prescindir de ellos como lo ha creído Cuba. Realmente tienen razón cuando afirman que la isla es una amenaza a su seguridad. Les apareció un David que les dice a todos que se podría vencer a Goliat si asumen el reto de compartir la vida y enfrentarse juntos al gigante.
Qué maravilla entonces criticarle a Cuba sus errores. Veríamos la infinita alegría de estarlos compartiendo. Después vendrían otros, pero al ser de todos, nos acercaríamos a la más exacta de las verdades conocidas: estamos plagados de errores por todas partes. Mientras grandes zonas del mundo continúen viviendo en medio de tanta inhumanidad, lo único que nos acredita como seres humanos y nos valoriza como individuos es contribuir al fin de esa situación. Es el precio de ser humanidad. Hasta que no lo seamos la isla seguirá siendo una victoria aprisionada entre los peligros del océano y los no menos peligrosos vaivenes de su propio terruño.
A pesar de mantenerse en pésimas condiciones, en Cuba se sigue pretendiendo que no sólo valga un individuo, un país, un pueblo, sino todos. Una profunda idea de sociedad humana. Mientras ésta no se asimile la isla seguirá siendo lo que es: un sin fin de errores, imperfecciones, miles de problemas y todas las ansias, acumuladas en ella sola, luchando contra los errores del mundo. Como una persona que pide justicia a una civilización que no quiere darla ni sabe cómo prepararse para ella. ¿Es Cuba la culpable de ello?
Pobre isla, o magnífica, como tengamos la vista, queriendo hacernos ver que existe el paraíso cuando lo que vemos es el infierno. Parecería que otra vez, como ya ha sucedido en la historia de tantos pueblos e individuos, imaginarse la existencia de la luz en plena oscuridad no nos dejará sus huellas. Aunque podría ser que las nebulosas y las turbulencias cubanas venzan al oleaje de la memoria y ésta logre reunir todas las luchas que nos han precedido.
EL OJO DEL HURACÁN
Cuba se situó con gusto en la historia, casi atrapada por ella. No quiere rendirle cuentas al César. ¿Cómo es posible que tan mínima porción de tierra, con pocos habitantes incluso, continúe sobreviviendo frente a las costas imperiales sin dejar de decir una buena serie de verdades? Todo aquello que millones de seres humanos sienten ante un imperio que saquea, mata y ordena a su antojo a la mayoría de la humanidad.
La circunstancia de estar situada entre la prisa por eliminar las injusticias ya endémicas de cualquier país pobre, construir otro sistema político, económico y social, enfrentar el asedio de las administraciones norteamericanas, luchar con las propias contradicciones de un proceso revolucionario, más el rompecabezas y desmoronamiento final del bloque comunista europeo al que se unió, ha hecho de Cuba una situación límite. Pero su dirigencia nunca ha renunciado a defender unas razones que, reclamando el patrimonio sobre el territorio y la población donde triunfó una auténtica revolución, se erigen con todo el derecho a moverse en el ojo del huracán, a pesar de los múltiples mensajes a su modificación que desde todas partes la realidad le envía.
Estas razones son los principios más sagrados de la Revolución, aquellos que, entre otras cosas, posibilitaron la más amplia erradicación de la miseria, el analfabetismo, la insalubridad, la incultura, el abandono, la clásica apatía y todos esos terribles males que azotan y diezman al mundo subdesarrollado. Mientras los países más ricos continúan fracasando en sus políticas de ayuda al desarrollo en los países más pobres, Cuba ya tiene avanzado un largo trecho en la dignidad del derecho a la vida, digamos incluso que grande y por ello mismo más complicada su solución. Los cubanos ya no conciben una existencia sin todas las dignidades.
La situación actual, abierta desde el pueblo y la propia dirigencia, a un debate nacional sobre el momento en que se vive, ha hecho que muchos rehúyan a continuar con el discurso oficial de las alabanzas. Aún en el desgaste donde se hayan todas las conquistas sociales que se alcanzaron, para ninguno es un secreto que ellas serían irrealizables en cualquier otro país pobre del mundo capitalista. Se llega al convencimiento de parar un poco la posición apologética hacia las virtudes, los aciertos, las inteligencias y todo el tesonero esfuerzo por la construcción de ese mundo más humano que mejor puede caracterizar a Cuba.
Se cree que instalando en la mayor crítica los errores, los absurdos, las torpezas y todo aquello que impidió la más completa realización del proyecto revolucionario es como mejor se puede contribuir a la búsqueda de caminos transformadores en todo el mundo. Aunque con toda intención, al adoptar esta actitud, se hace un profundo hincapié en lo que han significado la injerencia del gobierno norteamericano y del sistema capitalista mundial en los entuertos que se exponen.
Se trataría, y este puede ser ahora el mayor objetivo de las razones que se defienden, de incitar al mundo a que miren, investiguen y valoren con justa ponderación las luchas cubanas y las ayuden. Una posición que busca despojarse, incluso dentro de algunos caminos llamados progresistas, de esa creencia de que se puede contribuir a la solución de las agonías que afectan a los pueblos pobres a partir de la imprecisa libertad que, como un crucero turístico a través de las más dolorosas realidades, va repartiendo unas festinadas y lastimosas golosinas. Una vía sin base real, porque la erradicación de los males sólo puede alcanzar su verdadera eficacia cuando se arriba a sus más atascadas raíces.
Del llamado al mundo surge la reflexión hacia la propia isla. Si hay conciencia de cooperar, desde la máxima disponibilidad crítica en la más precisa libertad, es posible encontrar soluciones. Un pensamiento que busca, sin ataduras a simpatías ideológicas, situar la gesta cubana en su determinante significado. La obra de la Revolución actuó contra unos males que existían en el país antes del triunfo guerrillero. No inventó esos males. Se propuso eliminarlos y colocarles en el camino una aureola de superación absoluta. ¿Qué pueblo, con una mínima cuota, no digamos sólo de dignidad, sino de aprecio a la vida, puede soportar el martirio de sus hijos sin levantar el brazo para defenderlos?
EL PRINCIPIO DE UN SUEÑO
No existía un pensamiento incendiario en la guerrilla del Comandante Fidel Castro, e incluso este mismo hombre, de extraordinaria personalidad e inusual energía, en la causa por el 26 de julio de 1953, sólo dejó entrever con su alegato defensivo conocido como “La historia me absolverá” unas ideas y unas acciones para mejorar el sistema imperante en la Cuba de antes del triunfo de la Revolución, aunque ya ese programa tenía antorchas con fuerzas y sensibilidades suficientes para incendiar todo el andamiaje existente. La capacidad pirómana se estimularía desde fuera, desde el mismo instante en que la victoria revolucionaria del 1 de enero de 1959 significó un nuevo proyecto de vida. El pueblo había conquistado su nación y esta comenzó a ser abandonada por la burguesía que huyó a los Estados Unidos de América para esperar la acostumbrada intervención imperial. En Cuba se comenzaba a propulsar un pensamiento y una acción que no tenían intenciones ornamentales, fanáticas o inmovilistas. Era el principio de un sueño que debía despertar en toda su plenitud. El pueblo quiso ser el dueño de sí mismo.
Ya con la primera medida revolucionaria, la Ley de la Reforma Agraria, Cuba se colocó en el blanco directo del imperio. Como no hacía las reformas tradicionales debía ser examinada y sancionada constantemente. Y vivir con estas tensiones sólo contribuyó a acelerar un proceso revolucionario que no había alcanzado toda su claridad. La Revolución se convirtió en algo más grande que los seres humanos que la hacían, pero estos ya no podían zafarse de semejante grandeza. La desesperación de los revolucionarios siempre querrá imponer su horizonte, aunque sepan que con su mínima fuerza es imposible abarcarlo completo e incluir a todos en el viaje.
Eso fue suficiente para que la saña imperialista los condujera a un único pensamiento: defender sin contemplaciones con nadie el sueño que iba naciendo. Entre las angustias ante un parto tan desconocido y los ataques del imperio, la realidad se perdía en un misterio adonde se adentraban unos vencedores que siempre habían sido vencidos.
EL CAMINO DE LA CONVICCIÓN
Así aparecieron las condiciones que les han impuesto a Cuba los Estados Unidos de América, con su enloquecido bloqueo económico, financiero y comercial, el mayor responsable de los sufrimientos que ha debido encarar el pueblo cubano, y no sólo por las penurias materiales, sino también por la magnitud de radicalización, incertidumbre, desaliento, desmoralización y corrupción que ha implicado en numerosos aspectos.
Las atrocidades de este hecho se condenan todos los años y desde hace mucho por la Asamblea General de las Naciones Unidas, las Cumbres Iberoamericanas y las más diversas organizaciones. Ver sus actas y estadísticas, año tras año confirmadas por la casi totalidad de sus miembros, es decir, la abrumadora mayoría de los países, gobiernos y pueblos del mundo, resulta una visión absolutamente humillante para toda la humanidad. Igualmente pasa si palpamos los archivos del Congreso Norteamericano, con sus otras leyes que recrudecen aún más el asedio contra Cuba. Esto aumenta en la Agencia Central de Inteligencia, con la organización o consentimiento de innumerables agresiones contra la isla, incluyendo diversos planes de asesinato al presidente cubano y otros funcionarios oficiales.
Con total impunidad se han arropado en los Estados Unidos los más macabros actos terroristas contra Cuba, desde el regadío de plagas en la agricultura hasta la voladura de un avión cargado de pasajeros. Asimismo, los medios informativos al servicio del imperio sembraron por todo el mundo la desacreditación más completa de la Revolución. Y no siéndole suficiente en el exterior, también lo impulsaron en el interior del país. Radio Martí y decenas de emisoras radiales, así como señales televisivas a través de sofisticadas tecnologías y miles de publicaciones contra la Revolución son presupuestadas desde diversas entidades vinculadas al gobierno norteamericano. Todo con el propósito de envenenar el proceso revolucionario.
Con la Ley de Ajuste Cubano se completa el círculo de la vergüenza. Una ley diabólica vestida de ángel a la que no pueden acogerse ni haitianos, ecuatorianos o mexicanos, sino sólo cubanos, que deben pisar la tierra prometida por cualquier vía para disfrutar del derecho que les concede el imperio para establecerse en él, ya que es casi normal que éste no les conceda las visas correspondientes para llegar con naturalidad. Pueden morir muchas personas en el intento, pero esto parece no importar. Lo fundamental es alimentar la deserción a la Revolución sin asumir las consecuencias. Es el interés por acobardar a un pueblo para que magnifique el poderío imperial. Una de las ideas más miserables al pensamiento de comunidad que debe primar en el mundo. Es la historia de un crimen contra el sosiego donde intentan vivir aquellos que sólo han querido soñar.
Con las agresiones contrarrevolucionarias llegaron la radicalización del jefe, la de su tropa de rebeldes y la del pueblo que secundó aquella epopeya. Decididamente ya la vida habría de cambiar su recorrido. ¿Quiénes lo estaban intentando? Aquellos que ante los ataques que la isla ya sufría le ofrecieron toda la ayuda posible: el campo socialista europeo. Se juntaron dos circunstancias inevitables y la esperanza se convirtió en la mayor bandera cubana. Comprender esta situación, en sus realidades e irrealidades, más allá de ser señalado por algún Poder, depende exclusivamente del más íntimo sostenimiento de cada ser humano. Desde el mismo triunfo de la Revolución las múltiples miradas a la realidad y la imposición de una han pugnado en una pendiente muy resbaladiza. Casi siempre el camino de la convicción es invisible.
EL PARADIGMA DE UN NUEVO PUEBLO.
Cuba debió enmarcarse en un proceso revolucionario radical sin medias tintas con los opresores ni con los oprimidos que se les acercaran. Entre muchas otras cosas, influida por su temprana alineación marxista, Cuba suspendió la democracia electoralista, los partidos políticos tradicionales, la economía de mercado, el poder del dinero, las relaciones mercantilizadas en la competitividad humana, la propiedad privada sobre todas las riquezas económicas, sociales, educativas, culturales y deportivas, incluidos los medios masivos de información.
Cuba se erigió en un proyecto exigente del más absoluto compromiso con su unidad, impulsándose la idea del máximo sacrificio personal en aras del beneficio colectivo. Para ello se dispusieron numerosas restricciones a las actividades laborales y sociales de las personas, siendo, en algún modo, algunas de las más controvertidas, aquellas que suspendían las iniciativas individuales en cualquier campo de la economía y las que obstaculizaban la libre salida del país y el regreso. Esto fue el principio de un continuo movimiento desaprobatorio en los más diferentes estratos sociales, iniciándose una silenciada y torturada emigración. Cuidando la unidad revolucionaria se llegó al extremo, en muchos órdenes, de colaborar inconscientemente con el objetivo que el imperio y el sistema capitalista se trazaron para la isla: que ésta se encerrara en una paranoia imposible de rectificar, saltar y salir airosa.
“Patria o Muerte. Venceremos” será el grito revolucionario que defina la total conjunción entre los dirigentes y el pueblo, siendo el más notable ejemplo la pasmosa tranquilidad que vivió la isla durante la conocida Crisis de Octubre de 1962, aquel momento terrible donde la humanidad esperó espantada la posibilidad de una guerra nuclear. Los cubanos debían defender su revolución al precio que la realidad le imponía. A una imposición externa obedeció una imposición interna. Así la dirigencia instaló en la órbita de la dignidad el paradigma de un nuevo pueblo. Y de crisis en crisis, entre carencias y reveses, pasara lo que pasara, se fue imponiendo siempre la victoria, como si el tiempo no existiera en la impaciencia de los mortales.
¿Era una insensatez la unidad entre la dirigencia y el pueblo? ¿Debían rendirse? Ni uno ni otro podían escapar al fuego de los ideales, aunque dejaran pasar el humo de la realidad. Los cubanos, con elocuentes mayorías, continuaron su desenfadada andadura.
Así, en los principios constitucionales de la Nueva República se plasmaron los órganos de gobierno del Poder Popular a todos los niveles, pero sólo con una ligera concesión a la separación de éstos de los órganos del Partido, uno solo, el Partido Comunista: una entidad con intención de significar el mejor poder del pueblo, ya que en él sólo tenían cabida como miembros plenos aquellos hombres y mujeres que, por sus propios méritos en la lucha diaria, constituyeran la vanguardia de la Revolución, la que ocuparía todo el poder gubernamental y organizativo del país para responder a la dirección central y pretendidamente purificada que representaba el Partido.
Como el sistema iba alcanzando un adecuado mejoramiento para todo un pueblo, se planteó que éste podía desprenderse de una parte de las ya racionadas cuotas del bienestar material para colaborar con los más necesitados del planeta. Han sido incontables las acciones desarrolladas por Cuba para que miles de seres humanos encontraran gratuitamente en la isla la salud y la educación que no podían obtener en sus países pobres. Igualmente hacia esas regiones viajaron miles de cubanos a ofrecer su cooperación. El Tercer Mundo ha sido testigo de una página gloriosa de un país pobre y acosado para quien, necesariamente, la solidaridad internacional le significaba otro frente de agotamiento. No obstante, el ejemplo del Ché Guevara, consciente de que los procesos revolucionarios sólo pueden salvarse si respiran con total abundancia, se impuso hasta en el saludo de los niños cubanos en sus escuelas.
Cuba pasó a la más estrecha colaboración con todos los Movimientos de Liberación en América Latina y África. Esta actitud fue vista como un gran peligro por casi todo el Mundo Rico, con sus gobiernos y sus multinacionales que tenían otros intereses; y hasta para algunos países del Mundo Pobre, obedientes a los dictados del Capital, la presencia cubana fue una amenaza a sus poderes rendidos al apetito expoliador. Entre todos se propusieron hacerle más difícil al gobierno cubano la solución de los problemas que afectaban a la isla que, al ayudar a otras realidades, subestimó la suya, pensando que la conciencia de los cubanos soportaría cualquier sacrificio. Si no hubiera sido por las ayudas de la Unión Soviética, la consolidación del proceso revolucionario hubiera sido imposible. Pero Cuba entró de lleno en el ajuste de cuentas entre los dos sistemas del mundo.
UNA JUSTIFICADA DESMESURA DEFENSIVA
Por el estado de guerra permanente en que Cuba se vio envuelta no le quedó otra alternativa, aún siendo extraña a la historia e idiosincrasia cubana, que seguir la línea del pensamiento comunista que reinaba dentro de los aliados, socializándose, a la usanza de aquel socialismo, casi todo en la vida. Se había instaurado en el país una “dictadura del proletariado” que, después de cortar desde la raíz el poder de los opresores, no resolvió las contradicciones que generaron la propia socialización realizada y se constituyó en una carta abierta para los dirigentes revolucionarios que orquestaban la nueva sociedad. Una línea de pensamiento único personalizado que les propiciaba el espacio más eficaz para enfrentar la agresión extranjera, colaborar con otros movimientos revolucionarios y desde donde podían, también con mayor holgura, imaginar el modelo de sociedad para el cual se sintieron elegidos a decidir y dirigir.
El mismo pueblo, desconocedor de la magnitud de sus fuerzas e identificado mayoritariamente con las ideas de sus dirigentes, facilitaba el acomodamiento a esa postura. La dictadura se erigió, desde la cúpula dirigente, como la única forma posible para que se cumplieran todos los proyectos de la nueva sociedad. El pueblo no podía ver la dimensión del Poder que se estaba instaurando. Los intelectuales y otros profesionales sí lo intuyeron, pero se dividieron en varios bandos donde podían observarse las más diversas posiciones de acercamiento y apoyo o de alejamiento y desaprobación. Nunca llegaron a poseer una visión unida y ello les restó fuerza para enfrentar la situación con otras propuestas, con lo que la cúpula dirigente encontró vía libre para imponer su camino.
La conformación de la estructura del poder tuvo su núcleo central en el cuadro revolucionario, o sea, en el individuo-dirigente del pueblo, que debía organizarlo en algo parecido a un infinito de batallones militares que aseguraran la invulnerabilidad. Una concepción que, más allá de la vigilancia para la defensa de los grandes intereses del país, se extendió incontrolablemente a todos los aspectos de la nueva vida que se fundaba. Se creó, pasando la criba de la selectividad partidista, un alto mando de miles de individuos que harían distintos seguimientos de las doctrinas centralizadas. Dirigentes excelentes, incluso revocando las orientaciones recibidas, pero haciendo mucho bien a la Revolución, y esto era lo que se esperaba de su trabajo, que fueran eficaces en la conducción masiva del proceso revolucionario. Gracias a ellos el pueblo pudo sentir que ocupaba realmente el poder y se entregó de lleno a trabajar por un proyecto social que prometía un mundo mejor. Pero entre los conductores de la osadía revolucionaria, al no darse cuenta de que no eran ellos la más exacta dirección, aparecieron los dirigentes ineptos, que interpretaban tajantemente las directrices, que no las entendían o que buscaban ciertos privilegios, convirtiendo sus áreas de actuación en verdaderos feudos donde distorsionaban lo que los otros iban conquistando. Combatirlos ha sido una épica de la construcción socialista, pero como igualmente ellos luchaban contra el principal enemigo no se les podía destruir de forma fulminante. No sobraban los incondicionales.
Ya se sabía que esto era un arma de doble filo, pero necesariamente mantener el poder revolucionario era lo fundamental. La magnitud y peligrosidad de los frentes abiertos, junto a la cantidad de posiciones y personas para enfrentarlos con la mínima disposición de recursos que poseía el país, determinó que el pueblo organizado se situara en un segundo plano frente al gobierno que, desbordado ante la responsabilidad de concentrar todos los recursos y practicar una dirección unitaria sobre ellos y sobre las personas, no supo privilegiar la influencia y el poder que debía ejercer el propio pueblo. Sencillamente la dirección del país aceptó el reto de la coyuntura y el pueblo se dejó conducir bajo un secretismo que casi lo anula.
De esta manera, Cuba no pudo escapar al círculo vicioso del poder. Una funesta situación para todos, pues ante tantos combates y una colectividad restringida en sus iniciativas y esperando órdenes de una dirección desbordada era imposible un eficaz desempeño en todos los frentes y una máxima atención a las órdenes y a los que las daban. La unidad monolítica de la Revolución en torno al poder gubernamental ocupaba el primer escalón de la realidad. Ello fue suficiente para fortalecer la dictadura y hacerla casi irreversible. Ésta, ya convertida en un perfecto molde político, comenzó a desarrollar su típica burocracia y a dictar innumerables disposiciones absurdas. El resultado fue inminente: graves auto-censuras en toda la población.
Nada de esto podía favorecer la solidez del proyecto revolucionario. Y alguna conciencia sobre ello empezó a sentirse entre todos. Resultaban extraños los obstáculos que se le estaban poniendo a la libre expresión del individuo, a la sabiduría que siempre aporta la diversidad y a la moderación que se encuentra en la reflexión colectiva. Todos ya miraban que con estos obstáculos era imposible que no se desarrollaran tendencias autoritariamente arbitrarias, inmovilistas, excluyentes, y que todo ello abriría el canal del oportunismo, la arrogancia y la impunidad, lo que finalmente disminuiría la sabia interrelación de criterios y acciones entre las bases populares, intelectuales y la dirigencia. La conducción de un proceso único en la historia no ha podido con sus riendas y ello produjo desde el principio las consecuencias más naturales.
La defensa de la Revolución se convirtió en un fenómeno casi metafísico, pasando los límites de la racionalidad e instaurándose como una norma represiva en el espíritu del miedo. ¿Pero acaso el miedo es una característica exclusivamente de Cuba? Tampoco la isla pudo librarse de este flagelo que azota a toda la humanidad. Con absoluta justificación muchos valiosos cubanos prefirieron otros miedos y otros riesgos y abandonaron el país. Pero la mayoría, pudiendo o no pudiendo hacerlo, creyendo o no creyendo, o dejándose llevar por la premisa de que una revolución no es completamente una magia positiva y casi esperando un milagro, se quedó para apoyarla.
Unos, aferrados a sus dignidades, enfrentaron la situación con enorme valentía, obteniendo unas veces la victoria y otras la derrota, pero continuaron luchando; otros, debilitados u oportunistas, lo aceptaron todo como un mal necesario; y otros, ignorantes o indolentes, obedecieron sin reparos. Todo esto tenía que confundir el proyecto de vida que intentaba construir la Revolución, y eso era lo que quería el imperio: dañar hasta las raíces. Y en gran parte lo logró, pues propició una actitud hermética en toda la sociedad que, agredida desde el exterior y restringida en el interior, se atrincheró como pudo, no quedándole más remedio que aceptar el hermetismo de la trinchera para realizar la vida cotidiana y como una norma general en que parecía que podría edificarse el sistema socialista.
Podría preguntarse el por qué casi todo un pueblo, que ya iba alcanzando la mejor educación política, pudo ser tan permisible con los errores de que era consciente. Ello encuentra su explicación en esos grandes ideales que se asumieron como un destino omnipotente que por sí mismo iría venciendo todos los lastres que se le pegaran. La gran inocencia de los que luchan sólo porque saben que tienen la razón. Una prueba irrefutable de que lo único realmente importante en los ideales es que están por hacerse y nada ni nadie pueden garantizar que se hagan. Sólo quien pudo asumirlos como el horizonte impenetrable, independientemente de los daños personales que pudieran ocasionarle y hasta de la victoria o la derrota de los mismos frente a sus ojos, pudo sostenerlos como la experiencia vital que sólo significan desde tiempos inmemoriales. La única obligación para quien se aferre a los ideales es comprometerse con ellos hasta las últimas consecuencias, incluso luchando contra uno mismo, pero hasta esto trató de impedirlo el odio imperial, que introdujo en Cuba todas las confusiones para imposibilitarlo, siendo muy eficientes las que se aprovecharon de los absurdos y toda suerte de incongruencias que rodeaban al proceso revolucionario y que contribuían a desprestigiar a los propios ideales.
Entre millones de bromas de la época circulaba un chiste muy peculiar: un turista norteamericano espera en el Metro de Moscú, pero ante la demora de éste le reclama a la guía rusa: “Pero usted me decía que la puntualidad era absoluta”, a lo que la mujer responde muy enfadada: “Pero aquí no hay discriminación racial.” Dos hechos explícitamente sin conexión, pero en este sencillo diálogo se expresa una comparación de prioridades y valores. Con la risa del chiste entraba sutilmente al imaginario cubano la torpeza de la mujer por su absurda pelea ante una aparente inconexión y una falsa valoración de los dos hechos, quedando el suceso principal -la discriminación racial-, como un sin sentido ante la concreción que demandaba el turista. Así se ridiculizaba una conquista humana, de Cuba sobre todo, mucho más importante que la puntualidad con que debía arribar el tren del Metro de Moscú.
Muchas veces esta comedia se convirtió en tragedia y el absurdo le ganó la batalla a la cordura. Miles de magníficos dirigentes y millones de cubanos sencillos y sacrificados, en aras de mantener lo esencial de sus proyectos, no los cuidó lo suficiente y limitaron o desviaron sus observaciones. La gigantesca obra de todos, nublada por sus peores constructores, no pudo salir indemne. Por culpa de éstos y sus dóciles subordinados se produjeron hechos lamentables dentro de un proyecto liberador que intentó la máxima limpieza. Se enconaron diversas problemáticas con heridas de muy mala cicatrización, y muchos de los conflictos que se generaron, agrupados en un “no sé qué hacer para resolverlos sin darle alas al enemigo”, se las dieron, y con ello se colocarían enormes fragilidades en todo el proceso histórico de la Revolución. Se había entronizado el dogma como un obstinado maleficio del cual nadie podría librarse.
Había fallado el tan buscado sistema de participación colectiva en los poderes establecidos. Pero esto hay que verlo como el mayor ejemplo de que cuando un proyecto tan liberador es presionado por sus aliados y tiene que sufrir la intolerancia y una descomunal agresión por el otro bando, le es imposible desarrollar un pensamiento crítico para su magnitud creadora. Le estaba prohibido existir.
Es en esta realidad de justificada desmesura defensiva donde se sitúa, casi intocable, y por tanto, malherido, el poder del cuadro revolucionario y de todo el sistema que lo creó. Pero, ¿puede creerse que el proyecto cubano podía ser una simple medida del deseo? Por el buen deseo están esperando desde hace siglos, y para vergüenza de la civilización, millones de seres humanos echados a una suerte inenarrable que parece condenarlos hasta el fin de los tiempos.
IDEOLOGÍA Y REALIDAD
Si bien el gobierno socialista en el poder alcanzó unas conquistas sociales bien altas, esta misma dirección, en 50 años, no pudo complementarlas con el mejoramiento material y la plenitud de la libertad. Y el tiempo, ese imperturbable cazador de todo lo humano, ya tiene ese poder en su urdimbre de desgastes con una impaciencia sobrecogedora. La dirección que privilegió los ideales, el futuro y la unidad, por encima de las condiciones materiales, el presente y la pluralidad, no tuvo en cuenta todos los hechos de la realidad. Y los hechos siempre van por encima hasta de la más inobjetable verdad.
Desaparecido el campo socialista europeo en los años 90, la Revolución ha sido más presionada que nunca, por los agresores de siempre, por sus aliados de antes ya también agrediendo y por su propio pueblo lleno de fatigas y nobles exigencias. La crítica situación económica del país, llegando a un estado de supervivencia, fue convertida por el gobierno en una urgente necesidad de resistencia para salvar a la Patria. Es cuando el gobierno, intentando salvaguardar todo lo bueno que pudo hacer e impedir la parálisis del país, llamó a diversos empresarios capitalistas que, sirviéndose de la situación de un país agotado y empobrecido, se instalaron en Cuba bajo la mirada más sufriente de todos que, muchas veces aceptando migajas en las nuevas relaciones, no podían dejar de preguntarse a qué camino estaban arribando y hacia dónde se dirigían.
La situación de todas las capas del pueblo empieza un galopante deterioro, y cada día más llevando consigo contaminantes larvas de confusión moral e ideológica. El gobierno había tenido que reimplantar el poder del dinero y ciertas particularidades de la propiedad privada. Se introdujo en la economía interna la mayor desigualdad entre los cubanos: la tenencia del dólar norteamericano como referencia de valor adquisitivo para gran parte de los productos necesarios para la vida diaria y el establecimiento en todo el país de tiendas estatales para regirse por estas normas. Dejó de tener una correspondencia la adquisición de diversos bienes con el salario de los trabajadores, que se ofrecía, como en cualquier otro país pobre, en la moneda nacional siempre por debajo frente al dinero del gran Capital. Se había derrumbado una conquista de igualdad que siempre se exaltó. Pero, casi como fantasmas, a Cuba le surgieron nuevos aliados para sostenerse, aunque no puede pensarse en una homologación del pasado. No es sólo sostenimiento lo que demanda la población y los propios ideales revolucionarios.
La sociedad cubana se pone a la ofensiva, aunque en general no conciba entregarse al amo norteamericano que echó de la isla, pero a la dirigencia le resulta casi imposible aceptar una posición diferente ni una fuerza opositora dentro de sí misma. El surgimiento de lo diverso o la oposición dentro del proyecto de la Revolución Cubana siempre ha estado asociado a su destrucción, convirtiéndose el rechazo a lo diverso o a la oposición en una serie de deficiencias que se ven aumentadas por el propio instinto de conservación del proyecto.
Una contradicción revolucionaria con consecuencias insospechables. En medio de esa ferocísima contienda entre ideales y realidades se debate lo mejor del pueblo: ¿qué pensar, qué decir, qué hacer? Y también se debate la mejor dirigencia: ¿cómo continuar, cómo convencer, cómo triunfar? Empieza, entonces, a crearse una sutil y peligrosa distancia entre el gobierno y la población. La dirigencia cubana supo dirigir al pueblo para hacer la Revolución, pero nunca supo cómo entregársela, ni el pueblo aprendió a cómo tomarla. Sólo mediante la concientización de ambos, en ideal y realidad, podrán iluminar la continuidad y posesión de la gesta que han hecho. En esa historia habrá de hurgarse a profundidad. Ahí está el entendimiento. No es válido terminar definitivamente con un proyecto revolucionario de altísimos valores que no ha podido desarrollarse con naturalidad.
LA CAJA DE PANDORA
La propia vida de los cubanos ha empezado a desmantelar la memoria, pero el gobierno no se puede mover en muchas direcciones. Por esos movimientos están esperando los dólares del capitalismo. Un dinero que no serviría para la solución de los problemas existentes, pues está reservado con toda la sabiduría de esos papeles para el derrocamiento completo del gobierno socialista. De ahí que la cúpula dirigente no tenga otra opción que abrir diversas válvulas de descompresión de la realidad, como la autorización más libre para las salidas del país. Esta medida ha surtido su efecto, pero el estallido de deseos para viajar al extranjero ha creado una absurda sensación de naufragio de la Revolución. La inocencia vuelve a aparecer ante unas ansias que, nada exclusivas de Cuba, recorren todo el mundo pobre. Otras medidas destacables son aquellas que han aflojado las restricciones a múltiples actividades laborales y sociales de las personas, lo que también ha surtido efecto, pero colaborando al resquebrajamiento de la conducta ciudadana y en general al deterioro de la disciplina y la responsabilidad que en todos los órdenes podían observarse en la sociedad cubana. Otra gran alarma, cuando es lo más normal en un país que ha comenzado una nueva etapa donde se están revisando todos los pasos anteriores y los nuevos son completamente desconocidos.
El hecho verdaderamente relevante lo constituye el fortalecimiento de la crítica y el debate cada vez más sustancial, eliminando la unanimidad que imponían las políticas anteriores, aunque todavía se rechaza la participación de aquellos que obviamente quieren abrir la Caja de Pandora con una dirección política en contra de la Revolución. Pero van cogiendo fuerza, con una clara mirada aglutinadora, los grupos que, cada vez más abiertos al diálogo con cualquiera y reconociendo los sufrimientos de muchos cubanos, alzan todas las dignidades que les corresponden y proclaman la crítica, el debate y la apertura a la contribución de todos como unas tareas impostergables, pues están conscientes, a pesar del riesgo por donde transitan, de que si no se asumen todos los truenos, éstos terminarán explotando por sí mismos. Saben que ya entraron al escenario las contradicciones que crispan la apreciación consensuada de las ideas, los conflictivos lazos entre las diversas generaciones y las múltiples miradas a una realidad que ya dejó de ser única hasta para los que la quieren sostener.
Es innegable que el gobierno ha logrado mantener el camino. Ningún líder opositor ha podido surgir con un proyecto creíble. Ningún grupo disidente ha podido crear bases populares. Ello ha sido posible por la dureza de la dirigencia gubernamental, pero mucho más a la inexistencia de valores genuinamente humanistas para echarla, porque a pesar de sus numerosos errores se ganó un fortísimo pedestal con sus razones, aunque ya éstas terminaron de ser de su exclusivo patrimonio. La situación actual está más abierta que nunca al influjo contestatario interno y externo, y ya no es posible catalogarlo completamente como el mismo factor injerencista y nocivo a los caminos de la Revolución. Se trata del propio flujo estancado del proyecto enaltecedor que renace.
LOS RETOS DE CUBA
Es claro que el sistema capitalista tiene fuerzas suficientes para intentar someter todo lo que pueda significar un arreglo de la cuestión cubana por sí misma. Este es un reto que Cuba tiene ante sí: zafarse de esas fuerzas. Aunque también habrá de zafarse de las fuerzas internas que la atan y la debilitan. Otro reto, tal vez más complejo, por la acomodación al régimen creado que ha subsistido y por aquellas justificaciones que la isla siempre tuvo para seguir adelante en sus más fieros torbellinos sin cambiar el rumbo.
Los principios que la experiencia revolucionaria le han otorgado a Cuba, en su devenir como epopeya de los pobres de la Tierra, la obligan a situarse junto a aquellos pueblos más necesitados del mundo, donde la urgente necesidad de cambios estructurales convierten a la isla en el único referente a seguir para subsanar las más elementales deficiencias. Pero ahora se espera de Cuba, por obra y gracia de la globalización ya ineludible, la pertinencia de situar su proyecto en el hilo salvador que ha de ponerse en marcha en la historia de la civilización. Si este hilo sólo fuera un absurdo deseo y las transnacionales y todo el poder del Mundo Rico insisten en continuar con la verdadera dictadura que ostentan sobre el resto de los países y siguen tomando al llamado Mundo Pobre, que realmente no lo es, para corromper a sus políticos, seguir engañando a sus pueblos y así continuar robando sus riquezas y alimentándose de su hambre, entonces de Cuba sólo debe esperarse que resista junto a aquellos que pueda sumar y que entre todos reediten una revolución aún más radical. Pudiera Cuba revitalizar otra alianza socialista, ahora en el desesperado entorno latinoamericano, donde las ansias por cambios sociales, a pesar del descreimiento general, se han convertido en una fe con una rotundidad implacable, pero si nuevamente se acude a la trinchera, posiblemente se volverán a repetir los hechos y de nada habrán servido los sacrificios de tantas vidas generosas entregadas al altar de una equivocación histórica que seguimos sin entender.
El capitalismo no quiere que Cuba realice ningún cambio. Busca la rendición. Y de no rendirse, que permanezca con aquellos factores que la separan del movimiento progresista mundial. Una buena artimaña para convertir la simbología cubana en una quinta columna contra la unidad de todos los luchadores por Un Mundo Mejor.
El imperialismo norteamericano quiere que Cuba no deje de ser el sitio donde tantos cansancios y sacrificios alteran la vida del pueblo y que tanto asustan a otros pueblos. Quiere que la isla no ceda ni un ápice en su desesperado intento por seguir hablando de que un mejor ser humano es posible, pues el imperio sabe cómo arrinconar ese lenguaje en una tonta melodía. Quiere que Cuba sólo signifique esa pequeña porción de la humanidad que quijotescamente se atrevió a desafiarlo con un gran regocijo en sus espadas y con las que sólo encontró la locura. El fin de la Revolución Cubana se convertiría en una mera cuestión formal: el mayor ejemplo para desprestigiar a los que luchan por la utopía, la mejor conquista del pensamiento expoliador y un flamante hito para disminuir los ataques al sistema capitalista.
LA GRAN PARADOJA
Una gran ironía del destino debe enfrentar Cuba: una completa aproximación adonde estamos todos intentando transformarnos. No hay otra alternativa, porque insistir con aquel socialismo único que se derrumbó como un castillo encantado, y al que se le vieron muchos desencantos, podría ser un desafío innecesario a la conciencia del mundo. La dirigencia cubana habrá de consensuar con su pueblo las aproximaciones que ha venido haciendo al sistema vigente hoy día, el capitalista. Pero en modo alguno esto quiere decir que la isla volverá a la indignidad que heroicamente desterró, todo lo contrario, Cuba le aportará al mundo, como una memoria imprescindible que todavía está andando, su singular proceso de liberación contra ese sistema. Porque es lo que han significado y todavía significan las luchas como las de Cuba, a pesar de sus errores, lo que mantiene viva la esperanza por el mejoramiento de la Humanidad. Se trataría de una gran paradoja a lo que la isla se aproxima. Muchos creen que esto sería su hundimiento. ¿No está preparada la sociedad cubana para asumir el presente de la Historia? Este es el reto del mundo y el pueblo cubano no puede quedar marginado.
Es indudable que no se puede cometer el pecado de la santidad, pero el país completo está abocado a la acción. En Cuba existe una completa legitimidad en su gobierno, su parlamento, su constitución y en su sistema de organización social, económico y político. El orden adecuado para plantearse y dirigir una nueva andadura. Pudiera el bloqueo imperialista ir perdiendo su fuerza, pero con él o sin él hay que replantearse el camino. Habrán de erradicarse aquellas concepciones y formas estructurales que han posibilitado la existencia de unos feudos y unos señores feudales que han considerado como propios la fuerza y la sabiduría de todos. No se puede seguir entendiendo que la Patria, la Nación, la Soberanía, la Dignidad, La Resistencia, la Voluntad y La Vida sólo pueden ser definidas desde el Partido, desde el Gobierno, o desde unas instituciones y personas que no han podido superar las difíciles coyunturas que han enfrentado. Su osadía ha sido inmensa, pero ello no la exime de ser revisada. Se es un pueblo con todas las facultades para la libertad o tantas esperanzas depositadas en su lucha se vaciarán inexorablemente. El pueblo, hay que repetirlo siempre, somos todos, o al menos, en una nueva época, tenemos que serlo todos. Y los dueños de los pueblos, sean quienes sean, han de entregar todas sus propiedades.
Es claro que la propuesta cubana no podrá pasar por la privatización de las riquezas conquistadas, que sólo podrían ser compradas por los avariciosos, por dirigentes corruptos que abusaron del sacrificio de los demás o por aquellos individuos inescrupulosos que sabrían volver a repetir la historia de usar sus capacidades para aprovecharse de los otros y continuar con el sistema que queremos abolir. En Cuba el país es de todos por igual y el pueblo es el único con capacidad para comprarlo. Pero si ya lo tiene, ¿qué va a comprar? El problema está en que esa riqueza salga de la propiedad teórica del Estado y se instale en la propiedad práctica del pueblo. Una fórmula que acogiendo los instrumentos necesarios del desarrollo, no se haga su rehén. Y de Cuba todos esperarían una propuesta creativa, completamente diferente a lo conocido, pero esto también puede erigirse en una desmedida exigencia. No se trata de que, por su histórica lucha, ese pueblo se vea obligado a una creación desconocida. Tal cosa haría mucho daño a la propia idea revolucionaria. Se hará lo que se pueda hacer sin olvidar las condiciones mundiales: Cuba es un pueblo más dentro de ese mar de contradicciones en que nos movemos todos. Y si esta historia del pueblo cubano puede plantearse un camino esperanzador, sólo será posible su caminar cuando la política se despliegue a través de la realidad conocida y defendida para bien de todos, sin hipocresía, sin negocio, sin chantaje, y donde no quede en pie ninguna posibilidad para jugar con la riqueza y la inteligencia del pueblo. Al pueblo no se le puede desheredar de su inmenso poder.
En alguna medida y en cualquier parte del mundo, ya todos sentimos que el sistema capitalista, con sus inseparables compañeros de viaje, la industria armamentista y la nulidad de la ética, no podrá sobrevivir a los destructores desarrollos de sus propios socios de aventuras, porque absolutamente todo lo ha puesto a viajar en los desenfrenados vagones mercantiles de un tren de vida sin timón que no respeta ni los paisajes ni a las personas. Este viaje está llegando a su final. Pero el capitalismo se constituyó en un gigantesco acicate a los peores instintos del ser humano y en un extraordinario sistema que ha organizado muy bien la dependencia a esos instintos. Su desaparición no podrá estar asociada a las fatuidades de la retórica revolucionaria, de la misma forma en que el socialismo no podrá establecerse amparándose en su victimismo. No caerá el capitalismo por la violencia de las revoluciones ni por un decreto pacifista. Su paulatina transformación en socialista, o en cualquier otro significado lleno de humanismo, dependerá exclusivamente de las capacidades de los pueblos para cambiarlo sin perder el control. Tienen que ser ellos los que dirijan el cambio. Al nivel de peligrosidad, por el auge irracional de zonas, grupos e individuos ingobernables, en que se encuentra hoy día toda la civilización, le puede ser nefasto un cambio incontrolable. No sólo se trata de la destrucción de un sistema, se trata también de lo que hay que construir, aún cuando ello no debe paralizar las acciones que posibiliten liberarnos de todo lo que nos impida avanzar. Una de las construcciones esenciales habrá de ser la redefinición y consenso del sentido de las propias riquezas que realmente nos hacen más ricos como personas y como pueblos. Mientras este significado no se esclarezca en toda la gama de pluralidad que entraña la condición humana no tendremos la medida de nuestras luchas ni el horizonte hacia donde queremos caminar.
LOS SOBREVIVIENTES
Los revolucionarios no pueden renunciar a buscar caminos esperanzadores, reales, posibles, con soporte verdadero en la historia. Ningún pueblo, ninguna generación ni ningún hombre pueden pretender imponer en sus periodos más activos de vida, según sus pasiones o genialidades, el paso efectivo a su época, aunque nunca se podrá prescindir del empuje de estos pueblos, estas generaciones y estos hombres. Cuba tiene que emerger de su trinchera con una renovación de sus propuestas liberadoras. Cuba tiene que seguir teniendo capacidad para salvarse, aunque tenga que volver a fundarse. El espejismo del hombre nuevo tiene que apaciguar todas sus iluminaciones y rebelarse fuera de los sueños.
Tanto por sus glorias como por sus miserias humanas, juntas en un arriesgado equilibrio donde se preservó el Poder Revolucionario, y en el cual cohabitaron en la tensa cuerda del tiempo las torpezas del encerramiento interno y la más amplia vocación internacionalista, y precisamente porque siempre se alimentaron las raíces liberadoras, Cuba podría abrirle al mundo un espacio real para el análisis de los alcances y las limitaciones de las teorías y las prácticas socialistas.
En este contexto podría verse el sagrado deber cooperativo que la isla siempre se impuso como ese querer respirar con total abundancia. Allí podrían abrirse todas las verdades de nuestras sociedades tan necesitadas de curarse. Entre todos podría vislumbrarse el posible rostro del sistema de vida que tanto buscamos. Porque no podemos decir que la Europa del Bienestar, y el Primer Mundo en su conjunto, sean el esplendor del ser humano. Ni tampoco podemos pensar que ese Tercer Mundo, mísero y abatido, es una pesadilla que no dice nada. Es absolutamente urgente aproximarnos adonde pueda verse la más natural y fructífera existencia de la vida y de todos sus elementos. Esto no es sólo una necesidad cubana, esto es un problema mundial.
En el pequeñísimo espacio primermundista puede comprobarse que los medios de comunicación y la saturación de las informaciones convergen en un callejón sin salida. El conocimiento de la verdad se tuerce irremediablemente. La corrupción política, económica y social, crece. Al mismo nivel se presentan la ostentación y la marginalidad, el desgarramiento y la frivolidad. Y hasta la evasión, con magnitud esperpéntica para satisfacer todos los morbos, se constituye en una norma: la degradación humana en la falsa satisfacción de la abundancia material. No obstante, la sociedad ya no se comporta tan unitariamente alienada y en lo más alto del sistema se asoman las grietas. Ello está determinado por el propio desarrollo de la civilización alcanzado por el capitalismo, que arribando a la mayor diferencia entre los poseedores y los desposeídos, comienza su declive mientras va desvelando la mayor igualdad en la histórica clasificación de la Naturaleza: no hay fuertes ni débiles, sólo hay existencias y todas son determinantes. El sistema se hunde y hay que transformarlo antes que nos arrastre. Ya todos somos sobrevivientes en la vorágine de tanta ignorancia sobre nuestros poderes.
ESTA OCASIÓN PARA QUE TODOS PODAMOS SALVARNOS
Cuba podría ser la más dramática sensación de que el mundo no se puede cambiar, de que cualquier día podemos ahogarnos con nuestros propios alientos, de que la Tierra y la Vida Humana no tienen ningún sentido. Pero al mismo tiempo, Cuba ha hecho germinar unas encrucijadas donde la desesperación y la esperanza parecen darse la mano. Si esa unión es capaz de crear la voluntad necesaria, también Cuba podría ser la sensación más aproximada de que el mundo podría cambiarse, de que no nos ahogaremos en nuestros alientos, de que la Tierra y la Vida Humana tienen un espléndido sentido. ¿Será posible?
Podría pensarse, atendiendo a la banalización que impera por doquier, que actualmente ya no es tan importante apoyar o condenar al proceso revolucionario cubano, que las dos posiciones deben tener muchas razones y que el problema fundamental es otro, que ahora se trata de otra actitud, porque si logramos traspasar el laberinto kafkiano del que todavía somos huéspedes en todo el mundo podremos seguir enarbolando la efectividad de las palabras. Sí, es cierto en gran parte, ya que decididamente no es la isla la máxima preocupación del planeta. Ella sólo es una reacción, –lo más dignamente posible en medio de la indignidad mundial— por el derecho a defenderse y a equivocarse al instalarse en el gran problema del mundo. Entonces, defender o atacar a Cuba ya podría no ser defender o atacar a una postura ideológica o a una forma de organización social. Puede ser otra cosa. Podría ser creer o no creer que se puedan encontrar nuevas propuestas vivificadoras para cambiar el rumbo de la Civilización y hacerla un patrimonio de todos.
Mientras no las encontremos la ceguera nos seguirá dominando, porque, por sobre todas las visiones, la razón fundamental que agranda a esta pequeña isla, en su larga y complejísima lucha, es precisamente esta dignificación del derecho a la vida de los más desfavorecidos de la Tierra: mantener el dedo en la llaga de la Humanidad, esa llaga de humillación y muerte que una buena parte del mundo ha decidido no mirar. Ello hace que cualquier absolución o condena a Cuba tenga que pasar primero por la sensatez de descubrir la herida: la consideración de la dignidad humana para todos como el valor más absoluto. Identificándonos en esa igualdad es como único podremos colaborar al hallazgo de una alternativa a cualquier situación reinante. Se trataría de afirmar los valores que propicien una convivencia armónica en aras de la supervivencia de la especie humana: el verdadero problema del Mundo Moderno.
¿Qué otro cuerpo ideológico, sistema político-económico, conjunto de naciones, país, institución o iniciativa social organizada con algún poder en estos momentos en alguna parte de la Tierra comporta semejante actitud de exigencia humana ante los más poderosos del Mundo? Resulta muy triste observar una enorme carencia. Para nadie es un secreto que cada vez más, impulsada por los grandes medios en manos de unos pocos, prospera la idea de que cada cual busque lo mejor para sí mismo y se olvide de cualquier otra preocupación, el famoso “sálvese quien pueda”, porque, sencillamente, el ser humano, en sociedad, es insalvable. Es evidente cuánto les conviene a los poderosos, según sus arcas, búnkeres y otras estimaciones llenas de mediocridad, esta idea donde ellos sí se considerarían a salvo, como si se creyesen poseedores de la burbuja incontaminada. Arribar a esa conclusión es el peor desastre que puede sucederle a un individuo y a una civilización.
No cabe duda de que entre la alarmante proliferación de las armas nucleares, las migraciones humanas desenfrenadas, las traslaciones de enfermedades incontrolables, los encuentros culturales explosivos y un desconcertante cambio climático que, en vez de abrirnos las orejas, cada vez más nos ensordece, el abismo entre un mundo rico y otro pobre ya es inflamable, real e histórico. Extender la sociedad consumista no lo aguantaría la Naturaleza. Pero los seres humanos, con todo su derecho, buscarán eternamente su mejoramiento allí donde esté. De hecho ya todos nos estamos juntando, poco a poco, pero el movimiento es indetenible. El umbral de la barbarie está siendo atravesado desde el propio abismo que se ha creado entre los seres humanos. Globalizar la idea y la lucha por la digna cooperación entre todos los habitantes de la Tierra es un imperativo.
Será la ocasión para que todos podamos salvarnos. Una brillante oportunidad para seguir imaginando razones y así poder absolver o condenar todo aquello que nos niegue la existencia. Es el camino que nos dicta la realidad y la historia que pugnan su continuidad. Por ello Cuba, asediada, contradictoria, terrible y espléndida en la mayor crisis de su proceso revolucionario se convierte en una sencilla advertencia: o se cambia el mundo que tenemos o cada vez se caotizará más todo lo que tenemos, ya que resulta inconcebible, en la teoría y en la práctica, que unos puedan vivir dentro de un altísimo bienestar y otros se vean obligados a las mayores penurias. Esta es la razón fundamental por lo que la pequeña isla del Mar Caribe, cuando se aclaren todos sus entuertos, podría lograr que los ciegos puedan ver.
Entonces, sí, es cierto que el gran problema del Mundo no es defender o condenar a Cuba, sino la concientización sobre la herida que se le está ocasionando al Planeta. ¿Qué pasó en la Cumbre del clima en Copenhague? Un estruendoso fracaso. Los ricos no quieren abandonar su bienestar. Saben que no pueden extenderlo y ellos no conciben que deban compartirlo. ¿Qué pasó en la Cumbre de los Pueblos por el Cambio Climático posteriormente celebrada en Bolivia? Total desinterés del mundo rico. Esa propuesta pertenece a los pobres de esta Tierra, a los que quieren acceder a un bienestar que pueda ser sostenible para todos. ¿Para Todos? Eso aterroriza a los ricos. Y compartir las riquezas de la Tierra y de la Sabiduría Humana es la única solución para la herida. Por mucho que se estime la lógica social de que siempre hay un primer privilegiado que posibilita la extensión del privilegio a los demás, ello no puede explicar la realidad enajenante de distribución de los bienes en que actualmente nos encontramos. El propio sistema capitalista catapulta el interés individual por encima de los logros colectivos.
Entonces, sí, defender a Cuba es fundamental. Es la referencia más consecuente en este Planeta que insiste, casi con fiereza, en mirar la herida y en ayudar a todos aquellos que se levantan para curarla. Entonces, por encima de todos los errores y las imperfecciones que han acompañado a esta isla en su supervivencia, resulta un imperativo histórico conservar bien viva su herencia. Posiblemente cuando iluminemos los caminos cubanos entenderemos mejor lo que necesitamos y podemos hacer. Si no apoyamos a Cuba tendríamos una dignidad rebajada para hablar sobre la herida del Mundo y curarla para todos. Con Cuba nos asistirán siempre la esperanza y la desesperación: la obligatoriedad para encontrar soluciones. Ella es más que un trocito de tierra en el Atlántico, porque tiene la “extraña virtud” o el “imperdonable defecto” de ser una memoria imprescindible para toda la Humanidad.
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