De nuevo las palabras de Santiago Alba Rico, con su artículo “Un año del inicio de la revuelta en Siria: Todo es posible, salvo la revolución”, publicado recientemente en Kaos en la Red, vuelven a colocarnos en el mejor debate de la Izquierda: ¿nos interesa situarnos en alguna parte fuera del “endiablado” mundo en que vivimos para acompañar al gran poeta Fray Luís de León o preferimos bajar al infierno para liberar nuestra catarsis y acompañarnos en la lucha por la democracia y la justicia social para todos y no solamente en Siria que, como en el artículo se reproduce, “se ha constituido en un país bomba que podría hacer saltar por los aires todo el orden regional y hasta la paz mundial”?
Qué descansada vida
La del que huye del mundanal ruido,
Y sigue la escondida senda,
Por donde han ido
Los pocos sabios
Que en el mundo han sido…
La oda del religioso agustino vuelve a nosotros para animarnos en la catarsis necesaria. Si lo acompañamos, creyendo que la Ética pertenece a un trono celestial, nos iremos “del mundanal ruido” y sólo por irnos recibiremos la “descansada vida”. Si nos acompañamos entre nosotros, liberando nuestras angustias, nos enfrentaremos a las tantas tinieblas por despejar que nos demanda la mayor sabiduría de nuestros tiempos. Si nos vamos, todo está perdido. Si nos quedamos, todo es posible, incluso esa revolución por una definitiva democracia y su justicia social para los sirios e igualmente para tantos otros pueblos que actualmente se levantan por llegar a esos felices sueños. Podríamos decir que ahora es cuando más debe fortalecerse la Izquierda, porque si somos de izquierdas lo que más debe caracterizarnos es que luchemos por la verdad, por los pueblos, por la democracia y por la justicia social, aunque tales luchas no se circunscriban siempre al llamado de las armas. ¡Son tantas las armas que hay en el mundo! ¡Son tantas las guerras que tenemos! ¡Es tanto el dolor que se nos olvida! ¡Son tantas las calamidades que nos rodean! ¡Son tan grandes nuestras tinieblas! ¡Resultan tan horribles las muertes de niños palestinos, niños iraquíes, niños afganos, niños latinoamericanos, niños africanos, niños judíos, por ajustes absurdos! ¡Resulta tan esquizofrénica la muerte violenta de tantos inocentes! ¡Nos callamos tantas cosas! Sí, la paz mundial parece estar en manos de los misterios, pero no es ahí donde queremos quedarnos, sino aquí, donde el esclarecimiento puede permitirle a la Ética –que para nada es un concepto escolástico-, un chapuzón en nuestras tinieblas y descifrar tantos secretos.
La militarización de las protestas en Siria nos conduce a repensar la utilidad de la violencia. Los mayores beneficiados son los productores de armas. Es notorio que en los últimos 5 años el negocio armamentista ha crecido un 24%. Si nos dejamos llevar por este hecho resulta bastante claro que no conseguiremos nada incrementando su utilización, salvo matarnos entre nosotros mismos. Caeríamos, apenas sin darnos cuenta, en la soberbia de aquella Atlántida guerrerista que, al perder la protección de los dioses, perdió todas las justicias y las felicidades que tenía según los diálogos de Platón. Nuestros dioses somos nosotros mismos. La Izquierda lo entiende así o desaparecemos del mapa político local y mundial. Y no se trata de que nos hagamos una nueva Ética, pero sí que sepamos que ésta no debe esperar nada del infinito.
La verdad pura y dura, sometida a los arrullos angelicales de la Derecha, puede despeñarse hacia el mayor infantilismo de la lucha revolucionaria. El mal no está repartido a partes iguales desde Catar hasta Cuba y Venezuela, el mal se ha ido divisando y enseñoreándose en unos lugares mucho más que en otros. Encontrar esos deslindes puede constituir un gran esfuerzo, pero nunca será en vano. La catarsis de Santiago es nuestra, precisamente porque somos de izquierdas y como otro Teseo enfrentado al Minotauro estamos en nuestro propio laberinto. Y no saldremos nunca de él si no afinamos bien el hilo por los deslindes que hayamos podido trazar. Alejarnos de ellos sólo nos transportará a quedarnos sin fuerzas para seguir andando.
Todos sabemos de lo complicado que lo tenemos las izquierdas para encontrar puntos comunes o pequeños referentes que nos ayuden a volver a encaminar nuestras posibles uniones y no a aumentar nuestras divisiones. Sé que Santiago no está por la última opción, sino por la primera, entonces me atrevo, una vez más, a reproducir y comentar las sustanciosas palabras que nos ofrece:
“Si no hay ninguna manera, aquí y ahora, de defender la democracia y la justicia social en Siria, si lo mejor que podemos hacer (todos de acuerdo: Qatar, Arabia Saudí, Turquía, EEUU, la UE, Israel, China, Rusia, Irán, pero también Venezuela y Cuba) es abortar su revolución, ¿qué puede proponer la izquierda a los sirios? ¿La «estabilidad» anterior al 15 de marzo de 2011? Puede que estemos ayudando a salvar el planeta. Puede. Ahora queda saber qué pinta la izquierda en un planeta así. Y queda explicárselo a los sirios que se están jugando la vida irresponsa-blemente, sin comprender los problemas que están generando con su coraje.”
Lo primero que se destaca en esta catarsis, que es por una parte la expresión del síndrome de la gran decepción y el final de la lucha y por otra parte el síndrome del esclarecimiento necesario, es esa mención a Venezuela y Cuba como actores de una tragedia adonde no han sido llamados, como no lo hicieron cuando se representó el drama libio, a pesar de la insistencia de estos países a ofrecer su voluntad solucionadora. Seguramente su participación en estos conflictos contemplaría la visión de los más desfavorecidos del mundo y la voz del deslinde que han producido en el laberinto de los tantos dramas en que estamos todos inmersos. ¡Ojalá los hubieran llamado antes y los llamaran ahora! No porque sus gobiernos sean absolutamente buenos, no, sabemos que tienen serios problemas y debemos contribuir a que los solucionen, sino, sólo, porque son gobiernos que están más cerca de los necesitados de todo y hacen algo, aunque sea mínimo –que no lo es-, por el bien de todos los pueblos. Entonces suena extraño que en la catarsis de Santiago “también” aparezcan Cuba y Venezuela jugando un papel a destacar en la tragedia siria.
Pienso que “la democracia y la justicia social” son tan válidas –aunque pueda creerse que me voy del contexto- para los sirios como para los estudiantes valencianos o los indignados de Plaza Cataluña que hace muy poco fueron reprimidos brutalmente y se ha desestimado la acusación a la policía. Y lo mismo podría decir de los millones de acontecimientos escabrosos que sacuden todo el planeta, con el temible coraje del hambre, las enfermedades curables y las guerras fratricidas, sin que apenas veamos ese gran esfuerzo solucionador que se ha desplegado con la primavera árabe, sobre todo con Libia y Siria e Irán en la mirilla. ¿Cuál es la paz que se pone en juego con las llamaradas de esta región? Sabemos que los pueblos pobres, hambrientos, enfermos, cansados, expoliados y tantas veces reducidos a la nada no saben qué es la paz. ¿Acaso la paz que se está jugando será la democracia individual dominguera y la justicia social literaria que caracteriza actualmente al Occidente desarrollado? Es esa paz, no lo dudemos, la que nos entrega un anzuelo para pescar lo que más nos confirme la “descansada” libertad que disfrutamos. ¿Será verdad que en este Occidente desarrollado al que tanto se critica es donde mejor puede vivirse? La pregunta no es festinada, es concreta, y de acuerdo a nuestras respuestas sabremos con meridiana claridad qué democracia y qué justicia social estamos poniendo por encima de cualquiera otra consideración.
Cuba y Venezuela, sin que haga falta explicarlo mucho, es muy conocido, ya tienen una clasificación en el orden imperialista: son dos paisitos de mierda que deben pensar en futuras “revoluciones” contra ellos, que no tienen armas nucleares y ello los hace igualmente vulnerables, que son unos pobres muertos de hambre que con ingenuidad absoluta creen que pueden cambiar el mundo y que, en definitiva, son dos paisitos tercermundistas que nadie entiende por qué no se callan. No busquemos otra clasificación, es esa y ya están advertidos: déjense de meter en todos los líos mundiales intentando soluciones con la palabra y no con la OTAN en Libia ni con explosiones en Damasco, déjense de tanta racionalidad con que hay que esclarecer los problemas en cada lugar con sus específicas características y no caernos a bombazos, déjense de enturbiarnos el negocio porque les puede salir muy caro…
La locura que atraviesa la democracia, la justicia social y el actual orden mundial es tanta que resulta -desde todos los puntos de vista- extremadamente absurdo implicar a Cuba y a Venezuela con una participación decisiva para el alcance de la paz mundial. Insisto: ojalá que pudieran implicarse. Son dos países que sostienen, por lo menos, tendencias de izquierda, ¿no? Pienso que eso no debemos dudarlo ni jugando a los escondidos, que es donde a veces se instala cierta Izquierda Mundial tratándose de encontrar. Si a estos dos paisitos se les sitúa en nuestra catarsis de la misma forma en que se sitúan a los demás países del mundo entonces sí estamos perdidos y debemos recoger el almuerzo sobre la hierba porque el debate nos lo comimos. Sí, nos lo comimos sin que Manet terminara de pintarlo en nuestro privilegiado Occidente “democrático y justo”. A fin de cuentas la pintura impresionista fue una verdadera revolución para matizar nuestras emociones. ¡Qué herejía, hasta ahí hemos llegado, al mirar los dolores del mundo casi por igual a como se han desenvuelto los movimientos artísticos! Otra vez he expuesto algo muy concreto, nada festinado, porque eso, en el campo de la enajenación deportiva, un terreno que ocupa mayor importancia que las Artes, es que en la Liga de fútbol el Madrid empate con el Málaga y con el Villareal le da un respiro al Barça y por tanto no todo está decidido, eso, eso es la noticia más destacable para una gran parte de la población española. ¿Cómo entramos ahí? ¿Con más sospechas de quiénes son Cuba y Venezuela o con más apoyo? No intento negar la catarsis siempre purificadora, pero pienso que si no la encaminamos por el esclarecimiento necesario, irremediablemente se nos irá por la gran decepción y el final de las luchas anti-imperialistas.
Sí, el mundo se nos complica un poco más cada día. Decía Marx que “casi nunca en la historia se logra lo que quieren las partes en pugna, sino una tercera cosa que no es por lo que combatían ninguna de las partes”. Tampoco debemos olvidar que no sería democrático ni justo que la Izquierda, en general, piense en sí misma solamente, sino que en su voluntad de ser incluye a todos, algo que no caracteriza a la Derecha, deseosa de ser sola en ella misma, una cosa impensable en nuestros tiempos. ¿Qué creemos que es la Izquierda, salvarnos a nosotros y arrasar con los demás? No comparto totalmente la catarsis de Santiago, aunque ello no me impide volver a citar la contundencia de sus inquietudes:
“Vivimos un mundo tan endiabladamente frágil, tan atrozmente configurado, tan irracio-nalmente concebido que no admite compatibilidad alguna entre las demandas de los pueblos y la paz mundial; en un mundo tan impermeable a la política en el que la defensa de la razón común, la ética común y la justicia común solo pueden conducir a la catástrofe o incluso al apocalipsis; en un mundo hasta tal punto contradictorio en su raíz con la civilización misma que el único mínimo acuerdo que se puede alcanzar para garantizar la supervivencia del planeta es el de sostener una dictadura y sacrificar al pueblo que la combate; si vivimos, en fin, en un mundo así, tan tajantemente de derechas, tan del gusto de EEUU y sus aliados, en el que hay lugares donde no se puede y, aún más, no se debe defender ningún principio, ¿qué querrá decir ser de izquierdas? ¿Cuál es el programa de la izquierda para un mundo sin principios?”.
Sí, Santiago, a pesar de que en el mundo que vivimos primen muchas de las tinieblas que apuntas, la catarsis que te sacude no tiene ninguna otra tierra para liberarse que no sea la de la Izquierda, donde las tinieblas que miras no son tan oscuras ni el coro trágico que logras ver es tan unánime. Además, ese mundo sin principios que señalas no empezó con la revolución siria, sino desde hace mucho, muchísimo tiempo y estamos tratando de recomponerlo. La cuestión no es ya de una crítica u otra, todas son válidas, ni tampoco de la magnitud de la catarsis, la cuestión es más grave de lo que podemos imaginar. Si nosotros mismos nos eliminamos entonces sí nos estaremos negando el hacer algo para llenar de principios los espacios perdidos. Estamos obligados, justamente por principios de izquierda, a intentar que este mundo no sea “tajantemente de derechas”.
Pase lo que pase en el conflicto sirio, el país que emerja del actual dilema nunca volverá al antiguo teatro de antes de marzo de 2011, entre otras cosas porque nunca debemos perder los destellos esclarecedores que levemente se asoman por el estremecimiento que cunde a todo el planeta. Existen esas luces y estamos llamados a verlas. Dudar es un gran esfuerzo, aunque afirmarnos con determinadas cosas, sin llegar al ditirambo, puede hacernos mejores en muchísimos aspectos. No quiero levantarme por la mañana y pensar que nada se puede hacer. Tampoco quiero imaginar que no sé, al menos un mínimo, qué quiere decir “ser de izquierdas” o que no quiero compartir con los compañeros de lucha “cuál es el programa de la izquierda”. De nada nos servirá la razón de Dios, ya que es en el desorden de los hombres donde existen las posibles iluminaciones. De nada nos servirá acercarnos a la muerte, ya que es agotando hasta el colmo a la vida donde existen las naturales esperanzas. De nada nos servirán las sombras, ya que sólo en el acompañamiento de los revolucionarios es donde existe la posibilidad de estar menos solo en esta ya demasiado turbia realidad que tenemos. ¿Es que vamos a enturbiar un poco más nuestras luchas y al propio mundo que nos ha tocado vivir? La paz mundial y la existencia de la especie humana –cada vez está más claro-, depende de todos y todos debemos aportar algo, aunque a veces no nos guste el aporte que nos pida. Estar conscientes de esta complejísima problemática no puede ser nunca “la descansada vida” de una catarsis sin lucha para que se la lleve el viento.
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