Realmente no
da ningún deseo de escribir ningún artículo, sino de ir a la denuncia más
absoluta ante noticias como estas:
"El
viernes por la tarde, solemnemente, el primer ministro de Italia, Enrico Letta,
anunciaba que todos los fallecidos en el naufragio de Lampedusa
—por ahora 58 hombres, 49 mujeres y cuatro niños— recibirán la nacionalidad
italiana. Justo a la misma hora —y no es un recurso periodístico—, la fiscalía
de Agrigento (Sicilia) acusaba a los 114 adultos rescatados de un delito de inmigración
clandestina, que puede ser castigado con una multa de hasta 5.000 euros y la
expulsión del país. Los muertos, sin embargo, podrán quedarse. Ante la
imposibilidad de ser identificados, se les ha adjudicado un ataúd, un número y
un trozo de tierra en cementerios de Sicilia para que descansen, ahora sí, con
la nacionalidad europea que se jugaron la vida por conseguir." (El País,
5-10-2013)
Sentir vergüenza es quedarse en el umbral. Sólo vale
el repudio más grande y realizar acciones contra este pensamiento de perdón con
los muertos y persecución con los vivos. Surge un sentimiento de desesperación
y pena ante los que han logrado una vida, digamos cómoda, y practican la
impotencia para hacer algo por la vida que tienen millones de seres humanos
que, como estos muertos que ahora obtienen la nacionalidad italiana, apenas
reciben cuando están vivos una mínima atención en los países primermundistas.
Igual podría haber sido cualquiera otra nacionalidad mientras los gobiernos y
las fuerzas políticas y sociales de estas naciones no condenen este hecho, se
posicionen a favor verdaderamente de una solución efectiva de esta trágica
problemática humana que nos concierne a todos y adopten las acciones
pertinentes. Puede sentirse un fuerte estremecimiento entre el cinismo y la
criminalidad que están rigiendo las ideas y decisiones en las fuerzas
dominantes de estos países. Una tristeza muy grande. Entre los propios
ciudadanos de estas regiones puede cultivarse el odio más atroz hacia ellos
mismos. Todo parece estar, por el egoísmo y la indiferencia hacia los demás
ciudadanos del mundo, a un palmo de tierra del desastre de la civilización que se
ha levantado con el caos del Sistema Capitalista que aún muchos defienden. El
problema no es un país ni un suceso, el problema es un modelo de vida que antes
de matarnos a todos nos impedirá seguir imaginando que nuestra civilización es
transformable. Lampedusa puede significar, dependiendo de la actitud que asumamos todos
nosotros, una fuente luminosa donde se precisen nuestras luchas
contra el Capitalismo o en un doloroso cementerio de agua donde se seguirá
alimentando el fin indiferente de nuestra civilización.
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