En
múltiples ocasiones tenemos que confiar en que otro sabe más que nosotros o que
está más capacitado para verter un criterio y que este se socialice ampliamente.
Es el caso que nos sucede con numerosos profesionales, siendo el que posee
mayor unanimidad el de los médicos y en ellos confiamos. Su autoridad es
robusta y por consiguiente su poder es casi ilimitado. No nos pasa lo mismo con
otras actividades de la vida para las cuales reclamamos y exigimos poseer una
participación casi total. Diversos autores han tratado este asunto y, salvo en
naturales excepciones, han llegado a determinados consensos impulsados por las
conquistas sociales y los acuerdos internacionales que ha conllevado nuestra
civilización. Uno de los aspectos más controvertidos es la libertad de opinión
o de expresión y que esta sea amparada por los grandes medios de comunicación.
En
las democracias sostenidas en un Sistema Capitalista la programación
fundamental está reservada para los intereses de sus propietarios y en ellos su
beneficio está dirigido por el mercado mientras este no sobrepase la línea roja
que tiene marcado el Sistema: el no dar legitimación al pensamiento comunista y
a la izquierda consecuente. Entonces se relegan esos pensamientos a medios
alternativos de muy bajo alcance. Cuando los grandes medios les dan cabida a
esos pensamientos sólo es para certificar una “pluralidad” y “unas
alternativas” toleradas en contubernio con la publicidad en que se mezclan y
casi como una terapia sobre el poder del Sistema donde rara vez pueden esos
pensamientos ser coherentes con su participación. Es lo que pasa en el canal
español Intereconomía. Después de un posicionamiento completamente de derecha
ha tenido un ligero cambio: admite y debate libremente algún pensamiento de
izquierda que unido a los comerciales que lo interrumpen y a la mejor imagen de
los criterios de derecha termina glorificando las oportunidades participativas
que ofrece el pensamiento de derecha. En otros momentos de este canal y de los
demás canales por supuesto, la cuestión se ha zanjado mediante la proliferación
de programas mal llamados de “participación popular” donde se dan ofertas para
los peores gustos y las más absurdas posiciones. En ningún momento asistimos en
esa programación a la efectividad que debe conllevar la libertad de expresión.
¿Esa es la concepción que deben tener los grandes medios en una sociedad como
la cubana? Evidentemente, no, pues la sociedad cubana fija sus pilares en
pensamientos comunistas y de izquierda consecuente donde realmente pueden ser
posibles los impactos transformadores de la sociedad humana a través de la
libertad de expresión.
De
igual forma, Cuba está obligada a no comportarse con los grandes medios como si
igualmente tuvieran propietarios, aunque no está de más recordarnos que sus
propietarios somos los que le arrebatamos al pensamiento de derecha una de sus
más fuertes armas: la opinión publicada. ¿Se la volvemos a entregar? Desde luego
que no, aunque algo nuevo habrá que hacerse con los grandes medios para que
igualmente reflejen la pluralidad y las alternativas existentes en el seno de
la sociedad cubana sin que afecten al pensamiento de izquierda que hemos
conquistado para su más amplia divulgación, comprensión y coexistencia armónica
con otras posiciones. No podemos perder de vista que el poder en Cuba se ejerce
para beneficiar a las amplias mayorías de la población y no a una minoría con
otros intereses, pero sí estamos obligados a entender que ese poder no puede
sostenerse en una robotización del pensamiento, sino en el mayor convencimiento
al desarrollo de las prácticas del pensar. ¿Cómo hacerlo en los grandes medios?
¿Son los profesionales del periodismo y de otras disciplinas afines los que
deben determinar el diseño y sus contenidos? ¿Son los militantes del Partido
Comunista los que deben decidir qué se divulga y qué no? ¿Son todos los cubanos,
sean cuales sean sus pensamientos, los que habrán de acceder a ellos amparados
por la libertad de opinión o expresión? ¿Son los más altos dirigentes del
Estado, de la Asamblea Nacional del Poder Popular y de las instituciones
creadas los que deben encontrar un consenso sobre este asunto? En Cuba está con
gran suficiencia aclarado que los grandes medios no volverán jamás a responder
a beneficios privados, por lo que lo público en los grandes medios habrá de
alcanzar su más alto conocimiento y reconocimiento. ¿Está suficientemente
esclarecido el acceso a esas responsabilidades de autoridad y los acerados
controles a los poderes establecidos? Por el tiempo que llevamos ocupando el
poder se hace necesario y urgente estudiar muy seriamente esta problemática e
ir ofreciendo soluciones más allá de las que ya tenemos y que están denotando
una conflictividad creciente que no es fructífero ignorar.
Hay
muchísimas diferencias entre un artículo periodístico de tirada nacional, de
revista especializada, de blog por internet e incluso entre estos y un libro,
una pieza teatral en un local íntimo y un discurso emitido por la televisión
pública. Los malabarismos con la libertad de opinión o expresión determinan
nuestras políticas actuales en cada uno de esos entornos. ¿Estamos jugando con
el poder? Es claro que no, o al menos que no debe hacerse y que se impone el
más profundo análisis de esta situación.
Por
supuesto que debemos "vivir la misma libertad para criticar al
imperialismo que para criticar nuestros errores". Salvo que, como dice el
destacado teólogo de la Liberación Pere Casaldàliga, debemos tener muy en
cuenta que “la verdadera libertad es comunitaria en tanto yo soy libre si tú
eres libre”. Cuando esa relación es violada, como sucede en la mayor parte del
mundo, si no en todo él, nuestra responsabilidad para con la libertad adquiere
diversos matices que no podemos dejar de observar y uno muy importante en Cuba
me lo señala un buen amigo: “nuestros éxitos son muchos más que los que
nosotros mismos reconocemos.” Tal vez por ello siento que vivimos las ideas que
propiciaron las conquistas cubanas con tanta fragilidad que, de no ponderar lo
que hagamos con ellas en la actualidad, aparte de todo lo que hay que arreglar
y que no debemos descuidar porque son parte del seguimiento de esas conquistas
y de esas ideas, todo se nos puede escapar con una facilidad estremecedora.
El
poder predominante en cualquier sociedad está en las clases dominantes. Resulta
algo muy normal su aceptación en las llamadas “democracias con sistema
capitalista”, donde seguimos viendo que dentro de ese sistema nunca podremos
desplegar de forma completa los pensamientos de izquierda, pudiendo alcanzar
sólo algunos escaños que el poder puede tolerar para los que puedan comprarlos
o les convenga al propio Sistema Capitalista. Sabemos que en los principios de
nuestras luchas revolucionarias existe con verdadero arraigo la mayor vocación
para el desarrollo de un nuevo poder donde la libertad sea de todos y sin
distinción del poder adquisitivo ni por meras conveniencias. Sabemos que no lo
hemos logrado del todo y en esa lucha estamos. El poder en nuestro país, como
interpreto en lo apuntado recientemente por Salim Lamrani sobre nuestras
verdades, está fijado a partir de que “La Revolución Cubana, edificada por
varias generaciones de cubanos, posee todas las virtudes y defectos de la
condición humana y nunca ha tenido la pretensión de erigirse en modelo. Sigue
siendo, a pesar de sus dificultades, un símbolo de dignidad y de resistencia en
el mundo.”
No
creo hacer un flaco favor que recordemos eso. Tampoco pienso que tal recuerdo
desvalorice otras luchas. Si no defendemos lo que hemos podido alcanzar
podremos quedarnos con muy poco para defender. No creo estar atado a lo
logrado. Aspiro, como todos, a más, sólo que no deseo que la aspiración pueda
truncarme el Ser. La prisa en obtener soluciones a la problemática de los
grandes medios no puede ejercer presiones desestabilizadoras y la humildad no
es sinónimo de sumisión. Violar los estamentos de poder conquistados puede
debilitarnos sin haber encontrado reales soluciones a las formas y métodos que
deben cumplir los grandes medios dominados por un pensamiento de izquierda
triunfante como el cubano. Y ello no quiere decir para nada que nos sometamos
servilmente a lo que tenemos, sino que en la relación con ello busquemos
incesantemente el mejoramiento que necesitamos. No podemos descuidar que ese es
el objetivo fundamental del poder revolucionario y no el satisfacer los
movimientos del poder contrarrevolucionario. ¿Se está logrando?
Todo
parece indicar que, aún siendo nuestro gobierno uno de los que más escucha a su
pueblo entre los demás gobiernos que hay en el mundo, estamos lejos de lograr
la escucha perfecta. Ello nos incita a seguir batallando para que nos escuche
cada vez mejor, pero me resulta imposible no alzar por encima de todo la
defensa del Ser Colectivo que conseguimos. Creo que cualquiera otra aspiración
incontrolable puede truncarlo. Ya dice el dicho que construir lleva su tiempo y
que destruir lleva un instante. Si no pensamos que muchos y con un poder casi
omnipotente pretenden destruirnos, estaremos arando en el mar todas nuestras
buenas aspiraciones. Vuelvo a repetir, no pretendo sacrificar esas luchas en
pro de lo que tenemos, pero sí elijo matizarlas fuertemente con otros
compañeros de lucha, aunque a algunos pueda considerarlos desacertados,
deprimentes o absurdos. Vivimos una circunstancia de grandes matices y si no
los comprendemos, el “cambio de régimen” que se plantean los grandes poderes
para Cuba se nos hará natural. Reitero, esto es fundamental no olvidarlo.
Estamos obligados a cuidar las riendas que un día conquistamos a los poderes
que nos oprimían. La definición y las formas para lograr el mejor ejercicio del
poder y sus relaciones con la libertad para ocupar los grandes medios de
expresión han de ser una búsqueda fraternal constante.
Ya
quisiera yo que un sinfín de compañeros que considero muy valiosos tuvieran
mayores cuotas de poder para que otras alternativas al poder que tenemos
pudieran desarrollarse, pero muy lejos estoy, a pesar de conocer los fallos que
tienen los que actualmente ocupan el poder, de machacarlos risueñamente. Pienso
que, más que luchas internas que por sí solas se darán de la mejor forma que
podamos, nuestra tarea más urgente es proponer, practicar, experimentar,
insistir, seguir buscando. Está muy claro en esa iniciativa individual
convertida en colectiva que, con cintas amarillas y sin nombrarla antagónica a
otras iniciativas, enarboló uno de nuestros 5 hermanos condenados por los
Estados Unidos cuando protegían nuestra paz. No es pelearnos entre nosotros
como alcanzaremos avanzar en las nuevas concepciones para el ejercicio de
la libertad, para las modificaciones naturales del poder y para la realización
de impactos sociales. Puede parecer muy peligroso y hasta considerarlo
excluyente, pero se torna imprescindible entender que los grandes medios de la
información cubana sólo deben abrirse a la pluralidad y alternativas coherentes
con nuestro proceso histórico, ya que lo contrario, sin el estudio adecuado,
puede acarrearnos el justificado peligro de que volvamos a vivir la exclusión.
Es justo que trabajemos por la inclusión, es un deber, pero sin olvidar que si
no hubiéramos triunfado estaríamos por siempre excluidos. Desgraciadamente esa
es la verdad que nosotros no podemos repetir. Nuestra más completa victoria se
decide en la inclusión.
Decía
el escritor Leonardo Padura en entrevista concedida a la Agencia EFE y
publicada por el Diario de León el 23/09/2013 que “mi generación, la que
masivamente fue a la universidad y creó profesionales, se frustró, porque esa
capacidad profesional nos hace menos capacitados para ser agresivos y pícaros.”
Como hablamos sobre la libertad, pues cada cual aprecia la vida como lo estime
y perfecto que Padura lo exprese, pero como también hablamos de una libertad
comunitaria no todo lo que diga cada cual debe ser divulgado ampliamente. Yo
fui a la universidad, me licencié, ¿me frustré? No lo creo, pues por no estar
“capacitado para ser agresivo y pícaro” y sí para ser mesurado y honesto siento
una verdadera realización. Las nuevas generaciones no tienen que ver en mí
ningún modelo a seguir, pero ojalá que mi generación pueda contribuir a que los
jóvenes se “capaciten” más que nosotros en los oficios de la inteligencia, la
reflexión y la honradez en vez de dejarse seducir por la agresividad y la picaresca
que pueden conducirlos a cualquier irresponsabilidad con su legado histórico e
ideológico que normalmente es la mejor vía que la reacción ha encontrado para
que nos enfrentemos entre nosotros mismos “sin su permiso”.
En
entrevista concedida al ensayista cubano Julio César Guanche y publicada en la
Web Rebelión bajo el nombre “Memoria, ideario y práctica de la democracia” el
24/12/2012 podemos leerle al filósofo catalán Antoni Domènech lo siguiente:
“Este mundo nuestro no es sólo un mundo social y política y espiritualmente
hecho en régimen de exclusividad por la burguesía industrial y modelado en
exclusiva por las fuerzas históricas dinámicas que Marx llamó “modo de producir
capitalista”. Es un mundo modelado y construido también, a la contra, por
nosotros, por el movimiento obrero, por las clases populares, por los pueblos
colonizados, por los humillados y condenados de la Tierra.” Yo agregaría que
uno de los más importantes hitos logrados “a la contra” es el triunfo y mantenimiento
de la Revolución Cubana. Pensemos que podemos seguir defendiéndolo como me dice
el entrevistador: “con más y mejor imaginación”.
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