Cuenta
la leyenda sobre los reyes de Inglaterra que “por falta de un clavo se perdió
una herradura, por falta de una herradura, se perdió un caballo, por falta de
un caballo, se perdió una batalla, por falta de una batalla, se perdió un
reino”. Pero las Crónicas Inglesas, más que de esos detalles, se centran en corrupciones,
traiciones y otros asuntos bien contundentes. Y aunque muchas veces la
condición humana desdibuje el sentido de las cosas y con toda su indiscutible e
implacable naturaleza priorice la trascendencia diferenciada de algunos
aspectos para unos y para otros, el detalle siempre será el detalle y no la
profundidad de los acontecimientos. Por ello en la Historia el detalle no impone
su preeminencia, sobre todo porque hagamos lo que hagamos nunca estaremos a
salvo de la fortuna. Por ello, sin subestimar nada ni a nadie, la batalla más elocuente
se decide en lo que seamos capaces de significar para “el reino”.
Todos
los cubanos, todos, estamos inmersos en una batalla de país o del “reino”, o
sea, del todo, y en numerosas ocasiones con nuestras acciones bordeamos el célebre
grito que Shakespeare puso en su Ricardo III: “mi reino por un caballo”, o sea,
la nada a la vista.
Muchos
compatriotas creen que la problemática cubana se acerca a la leyenda y de ahí
que la coloquen, al no encontrar motivos suficientes, fuera de su historia. Está
claro que la situación tiene muchas posibilidades para entrar en una batalla legendaria.
De ahí que, en buena medida, estemos llamados a impedir que se consoliden las
peores posibilidades y a que nos ocupemos de las batallas imprescindibles, las
que también son un detalle realmente determinante para todos. Por ello pienso
que la actualidad nos obliga a matizar las visiones de “nuestras luchas” y a
encontrar en esos matices “las escalas” y “la diversidad” que muchas veces la
pasión no nos deja contemplar y que obligatoriamente debemos distinguir para no
confundir la verdad del “reino” con el espejismo del “caballo”.
No
se trata “de aceptarlo todo para ganar el reino”, pero sí se trata de ganarlo y
en esa épica nos lo jugamos con amor o terminaremos odiándolo sin notar
siquiera que podíamos esperar “un caballo” que, por demás, no existía. Si algunos
acuerdos tomados por nuestro gobierno, u otros asuntos que nos rodean, nos
parecen negativos para la victoria del “reino” y decidimos combatirlos, pues a
dar batalla con toda la valentía que nos caracteriza, pero sabiendo, o al menos
imaginando, que entramos en esos combates porque están dentro de las mejores
posibilidades del “reino”. Cuando no se tiene la más aproximada certeza de ello
y se emprenden luchas relacionadas con la tenencia del “caballo”, entonces sí,
aún ganándolas o precisamente por ganarlas, estaremos caminando “de victoria en
victoria hasta la derrota final”, ya que ninguna contingencia de la suerte
posee la suficiente relevancia para salvar a “un reino”.
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