Todos ya lo sabemos: Chala
es un niño de altísimos valores humanos en medio del peligro. Está bien
certificada, no sólo por “papelitos”, sino también por estar bien “pulida”, que
por la vida que él lleva, entre su madre fuera de todo orden e Ignacio,
negociante de peleas de perros y otras luchas, el futuro de Chala es
absolutamente previsible: carne de presidio. Raquel quiere cumplir con los requerimientos
que debe realizar en su trabajo social para proteger al niño y propone
internarlo, pero tropieza con la maestra Carmela: “ningún alumno mío ha ido a
parar nunca a una escuela de conducta y Chala no va a ser el primero”.
Muchísimo antes -porque Carmela lleva tantos años de maestra como los que
llevan en la dirección del país sus gobernantes-, fueron alumnos suyos el
director de la escuela de conducta y la madre del niño, dos personas con
posterior destino completamente diferentes. Mientras él siguió los nobles
valores humanos que le inculcaron, ella se asoma al abismo. En una escena
Ignacio, el supuesto padre de Chala, en un primer plano le dice a Carmela que
no piense por él. Y en otra escena, Carmela, en uno de los clímaxs de la
película, le dice a Chala y a Ignacio que deben arreglarse entre ellos y los
deja solos. ¿En qué territorio de lo humano, lo social y lo político podríamos
agrupar estas peripecias? Decididamente cada persona responde a la moral y a la
ética de las que se ha apropiado y toda sociedad que se precie de estar unida
en torno a los más altos valores, como se pronuncia la cubana, ha de contribuir
a que todos sus miembros -aunque no siempre ni con todos lo logre-, se honren
con ser parte de ella. Y si se trata de un niño, la contribución es
impostergable en un país que la alza como principio fundamental y sin demora de
ninguna índole.
Cuando sucede un acontecimiento deslumbrante en la rutina cotidiana de los cubanos, sea el doloroso rescate del niño Elian para devolverlo al seno paterno, la terrible muerte de numerosos enfermos mentales en un hospital o, con la misma fuerza, las multitudinarias celebraciones de una Feria del libro, los Festivales de Ballet, Cine, Teatro, Música, Artes Plásticas y otros múltiples eventos artísticos, nos exaltamos y pasa como ahora, con la exhibición de la película Conducta, ya calificada como “dura, polémica, necesaria”. Con todo ésto se revela el portentoso espíritu analítico y apasionado que tenemos para participar de los hechos. Todos ejercemos ese derecho inalienable que conquistamos hace ya muchos años para nuestra historia y que el tiempo, con toda su carga positiva o negativa, muchas veces nos ha cuestionado. Es el derecho bien ganado a existir como comunidad. Por ello, a pesar de las complejas circunstancias en que vivimos, entre nosotros puede realizarse exitosamente esta película de completa producción local –ni un céntimo de ninguna productora o institución extranjera-, y esto aunque no se constituya en señal determinante, sí puntúa en el orgullo nacional de una forma muy destacada: todo lo que hagamos por nosotros mismos es lo más nuestro en forma y contenido que podremos visualizar, solucionar, desarrollar, embellecer y disfrutar con amor, conocimiento, comprensión, contención y el rigor necesario ante lo que cada cual debe hacer sorteando limitaciones, normas de convivencia, contradicciones e indiferencias vitales.
El compromiso con unos
valores auténticamente asumidos ha de tener un desenlace con absoluta
delicadeza y así es: la escena en que Carmela le dice a Raquel “no has
entendido nada” funciona como una toma de cámara subjetiva que nos convierte a
todos en activos participantes de un debate donde intentamos desentrañar qué
hemos entendido. Hay tantas cosas por entender. Duele el corazón, duelen los
sueños, duele el mundo. Una obra cinematográfica de esta envergadura trasciende
sus armas artísticas precisamente por haberse valido de ellas y penetrar con
cautela en una unidad de sentido donde los espectadores acojemos con confianza
que “aquí no sobra nadie”. Por ese altísimo valor humano que hemos aprendido
todo es más difícil de resolver, pues no sólo hay que solucionar la situación
extrema de Chala y la matrícula de Jeny, sino también el abismo de Sonia y la
inflexibilidad de Raquel.
Por esos significados
profundos de lo que es propio y por propio hemos de resolver imagino el
contrapunto entre la historia que nos ha movido hasta aquí y el tiempo que
llevamos manteniéndola. Un desgaste inevitable invade, con elocuente sencillez
y notoria generosidad, a esta “pieza tropical” deudora de la magistral
“Madagascar” de los años 90 y con parentesco en el cine de autor y también con
el documental de ficción. Todos los aspectos técnico-artísticos de la película
escrita y dirigida por Ernesto Daranas Serrano están signados por el encanto de
un cine popular. Nada ni nadie parece escapar de la idea del “taller” con que
se ha dicho que se concibió la obra para que siguiera siéndolo ante los
espectadores. Todo y todos habrían de reflejar en sus trabajos –u opiniones- el
tortuoso contrapunto en que se desenvuelve la actualidad de la sociedad cubana,
desde el guión hasta la fotografía, desde la banda sonora hasta la edición,
desde la dirección de actores hasta la dirección de arte, desde el vestuario y
el atrezo hasta la dirección del casting, desde la interpretación de los
actores hasta la producción, desde el resultado final hasta las pantallas de
todo el país. La confección de los personajes y sus diálogos cortantes se
encargarían de humanizar toda la obra, desde Carmela hasta Raquel, desde Chala
hasta Ignacio, desde el policía de Contramaestre hasta Pablo. Todos tienen un
subtexto implacable: ¿quiénes más están en mi pellejo?
Los encuadres del tren
serpenteando la línea, la caída de las chapillas debajo de los rieles –casi
como el sonido de monedas- donde esperan los niños el feliz producto de su
riesgo para hacer sus juegos nos fotografían el peligro que contrasta con la
hermosa dedicación de todos los personajes implicados en la atención a la
infancia, desde Carmela y la trabajadora social hasta el policía y el director
de la escuela de conducta. El ángulo alto en picado donde Ignacio le dice a
Carmela que cada cual ayuda como puede nos ofrece el concepto del guión con la
posición de ambos ante el conflicto. El aletear de las palomas con su susurro y
los aullidos de los perros con su rabia realzan una banda sonora donde el himno
nacional cantado una vez y la hermosa canción de los niños cantada dos veces se
empeñan en descifrar sus afinidades. El grito “Pioneros por el Comunismo,
seremos como el Ché”, aún en su tierno destaque, se olvida fácilmente ante la
aparición de la estampa de la virgen.
Y podríamos seguir casi de
forma interminable el contrapunto entre uno u otro factor que nos define y por
ello la definición de la Patria, dada por uno de los niños en el aula, sin que
aparezca otra definición aún cuando Carmela pregunta “si hay otra”, explica por
qué se ha optado por mostrar un entorno para toda la película donde no aparecen
letreros, consignas, fotos ni nada que aluda a la historia de una Revolución
que se mantiene en el poder. Ni siquiera en el mural de la escuela donde se
instaló la virgen –algo insólito- aparecen referencias directas a esa historia.
Por ninguna parte vemos aquellas alusiones que pululan por toda la isla de
condena al bloqueo norteamericano a Cuba, ni a la demanda de liberación de los
5, ni una palabra sobre el Socialismo Cubano, nada, la imaginación
cinematográfica ha sustituido a la realidad. Y con esa misma imaginación
portentosa los realizadores eluden la aparición ríspida de la burocracia, el
autoritarismo, la corrupción y otros males que se intuyen a través de gestos,
comentarios y miradas sin una gota de ingenuidad. Así también se destaca la
dulce alegría de las mezclas raciales en el aula, sin ninguna referencia a los
abuelos esclavos, aunque, como un murmullo, emerge la discriminación a
“nuestros palestinos”. Y, como no podía ser de otra forma, por el mismo sendero
de la imaginación se agranda el silencio donde van sucediéndose las principales
conquistas sociales de la Revolución: una magnífica escuela primaria,
excelentes maestros, una rotunda preocupación por la protección a la infancia,
un hospital de primera con todos los recursos y una ciudad donde, sin que nunca
observemos ni su imagen más oscura ni la más brillante, su gente anda en paz y
con una gracia que pulveriza enseguida hasta el más natural de los
desgarramientos humanos.
No obstante, también oímos
y sentimos las palabras y las atmósferas que presionan a todos los cubanos. Tal
vez por ello Martha dice que no aceptará presiones. En el largo discurso de
Carmela a sus compañeros de trabajo, pulsando el ritmo de toda la película, se
nos convoca a la reflexión, se nos demanda no evadir los problemas, se nos
llama a luchar hasta el final, se nos exige ser intrasigentes con lo mal hecho,
se nos insinúa una rebelión…, ¿contra qué? Para los que nos interesa que
nuestra historia sobreviva al tiempo que la hiere –la gran odisea de todos los seres
humanos-, el contra qué se esparce hacia la lucha interminable, sin jubilación
que valga, contra la mala conducta que por diversas vías nada divinas nos afecta
a todos. No obstante –porque siempre habrá muchos “no obstante”-, la ejemplaridad
de Carmela, aún cuando nunca dejará de ser un enorme agradecimiento su
existencia, también, junto a Raquel, Martha, Mercedes, Pablo, Ignacio, Sonia y
muchos más, habrá de tener la justa matización de la vida, porque quien no pueda
recibir la adecuada medida del descanso, igualmente puede cansarse y hasta
llegar a sentir mucha “mierda” en el camino. Porque es que Carmela, entendida
por muchos o no, con su humildad en el fuego y la soberbia como clave de su
dignidad, es la caja de resonancia donde se mezclan todos los sueños y todas
las pesadillas de la nación en su decisivo contrapunto entre la historia y el tiempo.
Es sabido que el arte
verdadero provoca, interpela a toda la comunidad y usa el simbolismo popular
para que fijemos los puntos inexplicables que debemos entender y solucionar.
Del silencio contenido en esta película es de lo que más nos beneficiaría
tratar. Por eso todos hablamos de Conducta y muchos queremos imaginar, con esa
gran dosis de honda nobleza que tiene nuestro pueblo, con esos insistentes
valores humanos de un país casi imposible y con una sutil sonrisa campesina, lo
bueno que sería que esta película la viera el mundo entero y que todos
entendieran las vueltas que le damos los cubanos a una imagen de Nuestra Señora
de la Caridad del Cobre.
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