El desarrollo
científico-técnico ha sido re-direccionado
por los grupos de poder del Sistema Capitalista de forma que tal
dirección fortalezca los dominios que poseen esos grupos. Como una
feliz relación individuo-colectivo (la gran obsesión pendiente del
Comunismo) puede desintegrar a las élites gobernantes capitalistas,
éstas han decidido abiertamente superar la trayectoria comunista e
imponer la primacía individual. Mediante los recursos de la Ciencia
y la Técnica se está diseñando todo para re-direccionar nuestras
vidas de manera que, aún dándonos cuenta y rechazándolo, lo
aprobemos por la infinita amenaza comunista convertida en terrorismo.
Todo, absolutamente todo, se prepara y se hace para avivar en las más
diferentes sociedades el culto al individuo en contra de los valores
del colectivo. Pero el colectivo, por su propia condición de
integrador de los individuos que lo sostienen, ofrece una natural
resistencia, ¿hasta cuándo? Los poderosos ya tienen un buen
recorrido en sus derechos individuales. Sólo les falta que los de
abajo también nos creamos completamente los beneficios de su alma.
Por esa vía pueden debilitarse y finalmente destruirse todos los
esfuerzos por los sueños colectivos: que todos vivamos en paz con
los mismos derechos y deberes en un mundo verdaderamente natural.
Los Grandes Medios de
la información se han especializado en hacernos creer la urgente
necesidad de comprender nuestras equivocaciones sobre los peligros
del mundo que vivimos. De la forma más legítima desarrollamos el
miedo a lo peligroso y nos despreocupamos hacia donde nos re-dirigen.
Si antes imaginábamos que todo debía suceder a favor del bienestar
general, ahora participamos de un ritual más acorde con el Sistema
triunfante: el exquisito y bien amado derecho individual debe
preservarse a costa de cualquier cosa, aún cuando nosotros no nos
veamos en la individualidad reconocida. La re-dirección,
astutamente, nos sitúa en la esperanza de estarlo.
En lo más hondo de
nuestras sensibilidades sabemos qué sucede en Afganistán, Irak,
Egipto, Libia, Siria, Venezuela, Ucrania y en tantos otros sitios
ensangrentados. No resulta fácil de creer que los grupos más
poderosos del Capital tengan gestos de bondad con los pueblos. Pero,
como ya estamos en el camino de la re-dirección exitosa, ésta nos
mueve alrededor del alma del Capital. Apenas nos sobrecogemos con los
acontecimientos y se está demostrando que podemos soportar sin
significativos sonrojos la interpretación que nos dan.
Mientras, entre
nosotros, a pesar del descreimiento general hacia nuestro entorno,
las redes sociales por internet nos entregan la convicción de ser
geniales. Ni de milagro nos pasa por la cabeza que lentamente nos
podemos convertir, como los afganos o los egipcios, en existencias
prescindibles. Al fin y al cabo nosotros estamos de este lado del
poder. Ni la menor idea tenemos que la re-dirección que llevan
nuestros pensamientos y nuestras conductas fue aprobada por nosotros
mismos a favor del individuo prometido. Y seguimos la marcha: ya no
hace falta que conversemos o nos reunamos, y mucho menos que
pensemos, para eso están las máquinas que lo hacen con un cariz
formidable para el mantenimiento del Sistema, el orden en el Poder,
la garantía del Bienestar para los que nos dominan y un magnífico
collar de cadenas esclavizadoras para que nosotros, los trabajadores
de turno en los Centros de Poder, estemos entretenidos con nuestra
incomunicación y nuestra cómoda resignación al apretar un botón
para tomar un café luego de echar las monedas que la máquina nos
pide. Casi como una epopeya plena de ardides fantásticos –la de
estos tiempos en que todo indica que nos han vencido- acatamos que la
re-dirección de nuestras vidas puede alcanzar un espléndido
porvenir que ya está frente a nosotros y debemos prepararnos para
disfrutarlo.
Lo que más importa es
nuestro estatus personal, pero a ese nivel de la cotidianidad nos
estamos encontrando con ciertos inconvenientes: la comunicación que
sostenemos con las diversas instancias de las administraciones
públicas está siguiendo el mismo camino que ya iniciaron
importantes empresas privadas: una milimétrica relación a través
de cuestionarios cerrados donde casi siempre las empresas nos
re-dirigen hacia donde ya lo han valorado para su beneficio.
Esta simpleza de la
razón diaria vino a hacerse consciente cuando, tras habernos dado de
alta –por un módico precio- en una tarifa plana que nos prometía
la gratuidad en todas las llamadas telefónicas nacionales, diversas
entidades cambiaron sus números telefónicos por otros que debíamos
pagar aparte aunque estuvieran dentro de la nación. Luego estos
números perfeccionaron la incomunicación –y el coste de la
llamada- a través de máquinas que nos indicaban las diferentes
gestiones que podíamos realizar con los correspondientes números
agregados que debíamos marcar. Estas operaciones tendían a
evidenciar cada día más la desaparición del interlocutor a cambio
de un orden estricto del que no podíamos desviarnos. De la victoria
con la máquina telefónica se pasó a su imitación en la
tramitación presencial de diversos servicios públicos: todo está
en los impresos cerrados que rellenamos. Apenas hay escapatoria de
ellos, y de contra, también se nos anuncia que si nuestra gestión
es denegada debemos interpretar que “el silencio” es una
respuesta concluyente. Ya no están obligados a hablarnos. También
el re-direccionamiento de nuestra actitud hacia reacciones pacíficas
lo aseguramos nosotros mismos a través de aquel individuo que nos
propusieron como un derecho y que, según siguen diciéndonos, la
burocracia comunista nos impedía acceder libremente a él.
Podrán argumentarse
diversos renglones a favor de la era digital y sus beneficios para
toda la sociedad, pero lo que no se podrá argumentar a su favor es
la responsabilidad que para con los ciudadanos está eludiendo el
Poder que maneja el desarrollo científico-técnico actual. Pero,
¿alguien tiene “cita previa” para decir algo sabiendo que en
Pakistán o en Yemen o en cualquier otro lugar los drones
teledirigidos confirman diarias masacres que no necesitan
explicaciones y que, aunque insistamos en decir algo, en el impreso
de la “cita previa” no aparece ninguna posibilidad de diálogo?
Los que mueren a partir de esos tecnicismos, nos dicen los poderosos,
constituyen el precio inevitable que debemos pagar como individuos
altamente desarrollados, aún cuando para nosotros tal desarrollo
esté significando una tele-dirección que, a su tiempo, nos hará
igualmente desechables, sin la menor diferencia de un pakistaní o un
yemení. Después de todo, ¿por qué habría de haber alguna
diferencia?
Mi valor como
individuo, ya empobrecido por las tantas tarifas planas que pagué en
los más diversos aspectos, ya no existe incluso para trabajadores
iguales que yo y que su oficio es atenderme a través de un impreso
cuyo formulario está cerrado, ¿ellos se darán cuenta? No lo sé y
quizás sólo estoy escribiendo con la intención de tomar mayor
conciencia yo mismo y que mis compañeros sepan o alguien les haga
saber que muy pronto su valor también dejará de existir: será
sustituido por máquinas elaboradoras de impresos y ellos caerán,
como yo y tantos otros como yo, en la aberrante situación de
arrodillarnos ante las máquinas, sin ninguna posibilidad de que nos
contesten, para implorarles misericordia. La conclusión es muy
clara: entre todos estamos colaborando a la perfección de las
existencias prescindibles, pero cabe señalar que la re-dirección
científico-técnica de nuestras vidas posee un estrepitoso error de
diseño: pueden surgir inconvenientes colectivos al Poder del
Sistema. Y una advertencia por si se producen inconvenientes
individuales: Muchas gracias y disculpen las molestias causadas.
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