Si tantas veces se dijo y se probó que la llamada “disidencia cubana” nunca respondió a los intereses del pueblo cubano, que jamás se formó como clamor popular hacia los cambios que demandaban al gobierno y que sus grupúsculos, vendidos al mejor postor, solo buscaban legitimarse como “opositores políticos” para usurpar la soberanía nacional, este viernes 16 de junio de 2017 tal “disidencia” ha sido asesinada por su más querido patrón: la actual administración norteamericana.
Mientras los llamados “opositores” brindan con lujuria la suspensión de la política emprendida por Obama hacia Cuba, los cubanos que aman a su patria y el mundo entero condenan a Trump. Aquella “normalización de relaciones” entre EEUU y Cuba se asumió con júbilo en toda la isla. Para todos fue -incluso sabiendo que ello era el nuevo método para destruir a la Revolución Cubana-, un buen hilo para la entrada del país al oscuro laberinto del mundo actual. En múltiples ocasiones llegó a ser el “qué bolá” y la gracia fue gustosa. Otras veces se vio como el mayor peligro a que se enfrentaba la nación. Pero la isla sonrió y saludó el desafío: su historia está plena de superaciones políticas.
Ya podrán ahorrarse sus monedas las entidades extranjeras que premiaban con jugosos galardones y pagaban proyectos, viajes y otras acciones a los “opositores”. Tales organismos los veían como ejemplos de democracia, pluralidad y ejercicio del pensamiento libre. Ahora, ante su muerte, se descubre con mayor transparencia que aquellas huestes vestidas con “derechos humanos” eran patéticos engendros en contra de la distensión y solución de los conflictos como cabe esperar en toda responsabilidad política. Solo les faltaba el gran día de su trumpada y la nación casi al completo, en su tierra y en la diáspora, efectúa el enterramiento: las lujurias, ambigüedades e ingenuidades que dañan el complejo curso de la historia cubana jamás podrán erigirse en fuerzas políticas opositoras al sueño del pueblo cubano a vivir en paz.
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