viernes, 15 de febrero de 2019

Ruido en el sistema del alma (Sobre la novela 'El soroll de las abejas')

Cuba y los sueños, Cuba con su gente, Cuba frente a sus detractores, Cuba sin su asfixia, Cuba participando en el cambio del mundo, Cuba persiguiendo a los demonios. Todo insertado en una novela recién publicada, ‘El soroll de las abejas’, que da mil vueltas alrededor del personaje central: Ariel, también llamado el bogotano, el negro, el cubano, el indio y todos los gentilicios con que son nombrados los que son menospreciados en un orden establecido por el gran poder de la ley, la ley que se engulle el más sagrado de los derechos humanos, el fundamental, el derecho a una segunda oportunidad para la historia donde sea posible derrumbar la estaca del Neolítico, aquella que nos separa entre los que la sostienen, los paralizados y los que la empujan para que caiga.

Pero que no caiga en el espejismo de los propietarios ni en las fantasías de los desposeídos. Tampoco junto a los santos ni junto a las bestias. Que caiga, y con mucho ruido, allí donde pueda convencerse a la naturaleza humana para que ella también luche contra la maldad.

No se trata de un ensayo político, un manifiesto revolucionario, ni de un alegato para la batalla final. Se trata de una ficción preñada de múltiples personajes que, en un diálogo continuo e intenso con los recuerdos, viajan a La Habana, Bogotá, Salamanca, Ibiza, Madrid, Managua, Tegucigalpa, Ciudad Guatemala y San Salvador en un piso de Barcelona donde los lectores, como testigos y protagonistas de todos los hechos, desarrollan un montaje escénico para mirarse al espejo.

Una novela que se erige a partir de un duelo contra la muerte. Y la Revolución Cubana, con sus principios emancipadores y solidarios, palpitando en el proceso independentista catalán. Un juego con el tiempo donde la verdad y la mentira se confabulan para anular la realidad y hacer un experimento que pueda rescatar el olvido. Y el error, siempre tan humano, exigiendo, con furia, con alegría, con esperanza, la máxima piedad para un grito demasiado antiguo en las consciencias.

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