Ellas son todos los cantos y los goces. Ellas, las privilegiadas en el orden magistral del universo y las más jodidas en el desorden de la Historia. Ella, que durante milenios me cargó en su vientre, en un santiamén me liberó y mi grito fue como un ‘¿qué hago?’ Y Ella, la Madre que durante siglos me dio su savia nutricia junto al pan, el arrullo y los besos para que soñara, me despertó como una Hija naciendo de Ella.
Había aparecido un monstruo en el camino y Ella gritó: ¡Muévete! Por mi Hermana aprendí a concebir este instante y ya no quise ser tan pequeño como Pulgarcito.
Pobre Monstruo, dijo Ella, una mujer tan espabilada que, al verme jugando muy cerca del Ogro que dormía descalzo, temió por mi vida y me metió en una de “las botas de siete leguas” que aquel calzaba y con una fuerza que solo podía ser la suya, me empujó hasta que llegué a un arroyo con el agua muy dulce y quise ofrecérsela. Ella me había liberado otra vez… Pero, ¿dónde está mi Amiga? Empecé a llamarla y muy pronto la oí bien cerca de la boca del Ogro: ‘¡Apúrate, carajo, que me mata y luego vas tú!’
Yo era tan chiquito que Ella volvió a gritar: ¡No eres el único, collons!… Vi a los otros y con ellos empecé a crecer… En cada segundo, un centímetro, pero en un minuto, más del metro. En una hora, un kilómetro, y en un día tuve la dimensión de Cinco pueblos enteros de un continente. ¡Y seguí creciendo! En el próximo día conmigo venían cincuenta pueblos en dos continentes, y en el tercero, cien en tres continentes. ¡Y seguí creciendo! En el cuarto día, mil en los cuatro continentes, y en el quinto día ya apenas cabía en los cinco continentes. Así, en el sexto día dejó de haber chiquitines y el monstruo se perdió en el silencio.
El séptimo día Ella fue La Amante sin el descanso de mi cuerpo y sentimos la grandeza de nuestra perfección. Cantamos que nunca habrá nada más bello que Acompañarnos con la Madre, la Hija, la Hermana, la Amiga y la Amante de los Pulgarcitos que seguimos siendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario