La vida es para que nos pasen cosas. Si no nos pasa nada, la vida pierde su sentido. Cuando nos acomodamos al llamado bienestar de la sociedad contemporánea empezamos a destruirnos el ímpetu por hacer cosas en la vida. Entonces, ya sólo queda el azar de lo que pueda ocurrirnos y de lo que los demás quieran que seamos. Al adquirir el encanto de conducir nuestro tiempo es cuando únicamente nuestro ser alcanza la plenitud de la vida. Nuestro paseo por la Tierra es limitado. La conciencia de nuestra débil existencia nos hará fuertes y nos llevará al impulso y al reto para existir con la autenticidad que nos hayamos descubierto. Nada ni nadie debe impedirnos el disfrute enorme de asumir lo que somos. Si en la infancia se van sembrando inconscientemente en nosotros, por herencias genéticas, entornos determinados e influencias de los mayores, unas características que intentan definirnos, en la adolescencia y en la juventud todo ello inicia su viaje de concientización. Resulta que ya vamos viendo aproximadamente quiénes somos y qué queremos hacer. De las fuerzas adquiridas o por adquirir dependerá la realización de nuestro ser único e irrepetible. Será magnífico o enclenque, será la existencia humana que hayamos decidido. El destino, la suerte o las coyunturas que nos toquen serán nuestro abanico de posibilidades. Ahí buscaremos el completamiento, porque siempre existiremos con el otro. Puede ser casi imposible vivir sólo con uno mismo. Necesitamos de los demás. Es la gracia de hacer la vida. Compartir.
Cuando los jóvenes deciden realizar un viaje a una parte del mundo aparentemente muy diferente al que viven ya han escogido realizar una maravilla. Van en busca de la Historia, que casi es como volver a la infancia, al subconsciente ya sembrado y que ahora se ve abocado a una nueva siembra. Sólo que ahora las semillas nuevas constituyen una aportación propia. Es natural que estas cimientes resulten extrañas y sean vistas desde el campo anterior. Habrá que realizar un esfuerzo de imaginación. Es fácil, aunque también puede ser muy difícil. Depende de la disposición a aceptar que en nuestro hermoso planeta existen muchísimos campos con muchísimas personas que han vivido procesos existenciales iguales a los nuestros, aunque evidentemente sean diferentes. La curiosidad será un fuerte motivo de atracción, pero no el factor que nos determine la aceptación. Esta estará más bien en el renovado interés que nos anima, al adentrarnos en lo desconocido, a ir avanzando en la conciencia de lo conocido. Cualquiera de los viajeros podrá preguntarse qué hubiera sido de él de haber nacido allí. Es el primer eslabón para entender y aceptar la existencia del que está en ese otro lugar al que se ha arribado. El reconocimiento del otro es obligatorio, algo que incluye una gran cantidad de matices y que a lo largo del desarrollo de la civilización humana apenas se ha respetado, por no decir nunca, debido a las continuas guerras entre los diversos pueblos. Y a esto es a lo que se enfrenta nuestra sociedad: una inmensa Babel de incomunicación, de falta de reconocimiento. Aunque es necesario apuntar que el Mundo que representamos sí es considerado comunicado y reconocido, a pesar de sus evidentes desproporciones e incomunicaciones. Es la autotitulada civilización. El problema, según muchos, está en los demás. Y así un montón de cosas.
El propio término BABEL aparece recogido en el Génesis bíblico como confusión de lenguas y dispersión de los seres humanos por el mundo. Un error de traducción. En vez de entenderlo en la acepción de los acadios como Puerta de Dios, el gran libro de la tradición judeo-cristiana, partiendo de una raíz hebrea, lo señala como una torre que construían los babilonios para llegar al cielo y que por esto fueron castigados con la confusión y la dispersión. Rescatar el verdadero significado de las palabras es una de las más urgentes labores para el entendimiento entre las distintas naciones y las diferentes personas que habitan el globo terráqueo.
Marruecos es uno de los países llamados pobres, del Tercer Mundo, etc. etc. Posee una historia, una cultura y unas riquezas naturales dignas de cualquier pueblo, pero es una de esas tierras de nuestro planeta que actualmente figuran como campos conquistados y colonizados por el Occidente europeo y que aún no han podido librarse de muchas dependencias. No podemos tener la soberbia de pretender arreglar todos esos asuntos de un tirón. Nada se arregla en un instante. Tampoco debemos creer que no se puede hacer nada. Siempre se puede hacer algo. Hasta lo más sencillo es válido. Este mismo viaje es un hecho destacable, porque cuando buscamos, ya estamos actuando. En una reciente entrevista el filósofo francés nacido en Rabat en 1937, Alain Badiou, declaraba: “Los occidentales satisfechos tienen cada vez más innombrables enemigos, porque son los adversarios de la Humanidad Genérica, ya que construyen murallas para distanciarse de los demás. Ellos estiman que les corresponde a ellos definir qué es el ser humano y qué es la civilización. Es una calamidad, porque nadie puede autotitularse como el gran poseedor de la verdad, ya que hay un solo mundo donde estamos todos. Su posición es un principio absurdo para sostener el funcionamiento de las metrópolis occidentales.”
Por experiencias anteriores, plenas de vitalidad, todos sabemos que este viaje al país de Tamazgha, la tierra de los amazig o bereberes que poblaron antiguamente el actual Al-Magrib, que es el nombre árabe de Marruecos, no va en el sentido planteado por Badiou, al contrario, pues no se va a una exploración turística, sino a una interrelación con la realidad de ese pueblo. De hecho ya lo estamos reconociendo en su diversidad al entablar este contacto, entonces lo que más nos interesará será cómo viven, cómo conciben la vida, cuáles son sus trabajos, cómo son sus escuelas, qué definición poseen para el ser humano y para la civilización y qué vínculos de cooperación y amistad podemos establecer con ellos.
Marruecos aparece generalmente como nuestra frontera más cercana, pues unos cuantos miles de personas forman esta comunidad en Catalunya. Buena parte de ellas son nuestros compañeros de escuela, amigos o conocidos en el pueblo. Por tanto, el paso fronterizo es un engaño. Uno de los valores preponderantes en este pueblo está en el ser musulmanes, una religión que surgida del tronco de Abraham se asemeja en mucho al cristianismo y al judaísmo. Pero no acabamos de verla de igual forma y tendemos a verla como una pesada fuerza monolítica, cuando posee las mismas características que las otras, con sus tradiciones, costumbres e intransigencias. Igual que para el cristianismo existe una Teología de la Liberación que choca con el Vaticano, en el Islam podemos encontrar numerosas huellas que van contra sus poderes eclesiásticos. Una buena muestra de ello son los Congresos Internacionales Femeninos celebrados en Barcelona. Y así otros muchos movimientos, porque mientras sigamos viendo a esta creencia como un fantasma que no tiene nada que aportarnos, no podremos encontrarnos con sus fieles. Ello constituye uno de los problemas principales para el reconocimiento fraternal que nos plantea la convivencia. Estudiar esta religión puede llevarnos a la posición adecuada para comprender e interrelacionar las riquezas que hagamos surgir del encuentro mutuo.
En todos los períodos históricos las Artes han pasado por etapas en que se han considerado manifestaciones independientes de la realidad o con unos vínculos indisolubles con ella. Actualmente, en buena medida, atravesamos una de estas últimas. ¡Gracias a Dios! Hasta la misma esencia de lo divino ha puesto los pies en la tierra. Ya no hay dioses, ni sociales ni artísticos, que no se vean involucrados en el realismo más descarnado. El ser humano, cada vez más próximo al conocimiento y entendimiento de su inmensa vitalidad, asume su destino como una propuesta del sitio que le ha tocado vivir, el azar que se empeña en rodearlo y todo aquello que consciente o inconscientemente realiza cada día. Es una casualidad el lugar de nuestro nacimiento. Igual puede suceder en plenas montañas de Marruecos, en el desierto mexicano, en la algarabía de la gran ciudad de Tokio o entre los mimos de una emigrante en el corazón del imperio norteamericano.
Sucedido el nacer, toca cierta parte de la suerte, la injusta suerte, la mal llamada suerte de la modernidad: ¿por qué nací aquí y no allá? De nacer en uno u otro lugar varía todo el sentido de la vida. Pero ya es evidente que esto no tiene nada que ver con el azar, sino más bien con las desigualdades que existen en nuestro planeta, y eso se puede arreglar. Lo demuestran día tras día todos aquellos que luchan en las peores condiciones por cambiar este mundo. Algo se está haciendo. No todo, desde luego, porque todavía es posible que la muerte nos espere durante un viaje turístico porque en tal lugar no hay un hospital para sus habitantes, y si no lo hay para ellos, tampoco lo habrá para los visitantes. Algo de esta certeza empieza a moverse por el mundo. Entonces, luchar por mejorar las condiciones de vida en todos los lugares, y no sólo las urgentes de sanidad, sino todas las que tienen que ver con la existencia en cualquier sitio, se ha convertido en una defensa para cualquiera que desee, mínimamente, andar por todos los caminos de nuestra tierra. Podría parecer otro cinismo de nuestras opulentas sociedades, pero por elemental sentido práctico cada vez el esfuerzo es más general. Ello redundará en la colaboración con aquellos que se esfuerzan por su sentido de la justicia, como si más tarde o más temprano todos los seres humanos se implicarán en las luchas por la eliminación de las más crudas realidades. Mejorará la salud pública en todas partes, mejorará la vida, porque en todas partes debe valer la pena existir. El azar en la realidad no vendrá por la suerte de dónde se ha nacido. El azar será otra cosa, siempre presente, pero no por injusticias olvidadas.
Una gran mezcla de todo esto es BABEL, una película del director Alejandro González realizada en el año 2006 junto al guionista Guillermo Arriaga. Antes habían hecho otras dos emblemáticas obras de arte: Amores Perros y 21 Gramos. Las tres conocidas como la trilogía del dolor. Para finalizarla ambos artistas se plantearon expresar todo lo que desune a los seres humanos, pero esto cambió radicalmente durante el rodaje. El descubrimiento de que a través del dolor y del amor podía expresarse la más legítima unidad humana planteó nuevas incógnitas a los realizadores del film. Se llora y se quiere de la misma manera en cualquier parte del mundo. Todos tenemos idénticos sentimientos. Para éstos no hay suerte que valga ni mejoramiento material. Entraríamos a un pensamiento con cierta profundidad filosófica: más allá de todo está la esencia del ser humano, esa soledad del dolor que sólo mediante el amor es posible aplacar. Es cierto en lo más íntimo de cada individuo, porque cuando se tocan sus relaciones con el otro ya no caben las reflexiones apartadas de sus realidades.
Gracias a la maestría de estos dos cineastas, junto a todo el equipo de producción, podemos entender las diferencias entre el dolor de los niños marroquíes y los norteamericanos, sin que entendiendo las diferencias se limite la igualdad del dolor en todos ellos. Pasa igual con los padres, con la niñera, con la joven japonesa. No importa dónde se esté. El dolor es el mismo. Pero cierto azar está detrás de las historias que se cuentan en esta película. El azar por razón de desigualdad, de diferencia del lugar dónde se está y por contraste en la tenencia del poder en los diversos personajes. No hay otra justificación para el dolor del padre marroquí y de la niñera mexicana. Ambos pertenecen al mundo de los excluidos. No sucede lo mismo con los padres norteamericanos y la tortuosa relación entre la joven japonesa y su padre. Son dos polos. En uno se encuentran los problemas de los que dominan sus circunstancias y en el otro los que son dominados por ellas y por los personajes que están en el polo opuesto. Para los discriminados por el poder no caben las explicaciones. Todo les grita que es mejor que se callen y obedezcan. Sencillamente sólo les queda un abrazo de lágrimas y rehacer sus realidades de acuerdo a unas posibilidades bien limitadas. Los otros también se quedan en lo mismo, pero tienen todas las posibilidades para resolver unos conflictos que, más que con sus realidades, habrán de encaminarlos de manera muy diferente, psicológica, afectiva, existencial. Esto marca unas diferencias que siempre debemos tener presentes. Y no sólo para conocerlas e imaginar cualquier solución al estilo del cinismo que caracteriza a las sociedades desarrolladas. Tardará mucho por esa vía que se arreglen un poco las cosas. Es preciso tener en cuenta estas diferencias no por la conveniencia de sus repercusiones, sino por la alegría que surge cuando se participa en la creación de un mundo mejor. Podrían parecer acciones idealistas e imposibles, sí, podrían parecerlo, pero lo que sí es completamente real es que nunca se es tan feliz como cuando se sabe que todos los demás también pueden ser tan felices como uno mismo. Esta es la verdadera BABEL de que tendríamos que ocuparnos, aunque ello sobrepase los objetivos que vemos en pantalla.
La gran mezcla de situaciones, culturas, idiosincrasias y caracteres que aparecen en la cinta intentan ofrecernos el panorama global que encierra el mundo de hoy. Cualquier azar, por muy apartado que suceda, puede repercutir en todos los continentes. Todas las historias están conectadas, aunque el drama de la chica de Tokio, el argumento menos relacionado, podría sintetizar el gran símbolo del film: la enorme particularidad del dolor y la íntima necesidad del amor. Su parentesco con la niña marroquí, que evidentemente lo tiene, no alcanza la conexión que si se producen entre los otros personajes. Pero ya resultaba casi imposible en tan poco tiempo de metraje lograr mayores enlaces humanos. Además de que estas comparaciones de símbolos resultarían demasiado radicales para una producción cinematográfica que no puede traspasar los límites de su denuncia social. También habría que apuntar que lo realizado ya es suficiente para comprender la amplitud de una buena parte de interrogantes que nos plantea la película. Aunque estemos en una etapa más abierta del Arte hacia la realidad, tampoco podemos decir que la arribada es total.
Es la fragmentación. Con ésta juegan todos los objetivos del film. Una obra llena de ternura y violencia que, invitándonos al regocijo de la reflexión social, debe armar el puzzle de la vida global sin tocar sus más profundas raíces. ¿Cómo caracterizaríamos a las cuatro familias implicadas en la historia? ¿Qué importancia tienen para norteamericanos y japoneses los mexicanos y los marroquíes? Y también entre ellos mismos. ¿Qué vínculos observamos entre los padres marroquí, norteamericano y japonés con la niñera mexicana? ¿Qué escribió la joven japonesa al inspector de policía? ¿Qué significa el romper el rifle contra las rocas por el niño marroquí? ¿Por qué el guía de Marruecos rechaza el dinero que le ofrece el turista norteamericano? La película es un rompecabezas que debe ser ampliado en la credibilidad de nuestro tiempo. ¿Qué sucede cuando no oímos a los personajes y sólo se nos ofrece una espléndida música acompañando a las escenas? ¿Qué propósito puede tener el que sea sordomuda la joven japonesa? ¿Qué nos da el sexo? ¿Qué soluciones podemos encontrar para las distintas zonas de dolor? ¿Estamos acercándonos al amor? Así infinitamente se sucederían las incógnitas. ¿Hemos visto, o hemos experimentado, o hemos oído, alguna historia parecida a las que se cuentan en la película? ¿Qué hacemos por erradicar las desigualdades en el mundo? ¿Qué preferimos, la suerte o la realidad? ¿Nos parece bien nacer en cualquier parte? La vida, la de todos los seres humanos, debería ser una fiesta constante. ¿Qué sabor nos deja el final tan iluminado en la ciudad de Tokio? Los inspectores de policía, los investigadores de este espejo roto de la realidad, somos, con acertada guía de los realizadores cinematográficos, nosotros mismos: los espectadores. Cuidado no perder ninguna pista. Todo es esencial, hasta la edición con que termina una historia y comienza la otra. Estamos ante un tesoro por descubrir. O nos salvamos todos o ninguno.
Seguramente este viaje a Marruecos con los ojos de BABEL nos desvelará diversas inquietudes. Pensemos que en algo estaremos contribuyendo a que la Babel del género humano vaya disminuyendo sus peldaños de angustia. Nadie puede tener un mejor objetivo que intentar, aún en lo más mínimo, acercarse a los excluidos de siempre. Resulta la única forma para que la castigada escalera no continúe dañándonos y podamos imaginar que algún día el amor aparecerá para todos.
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