Otra vez Cuba, a pesar de
las tantas agresiones internacionales que sigue sufriendo, el gobierno vuelve a
poner el dedo en las llagas de su realidad. La épica parece haber pasado y se
impone para todos qué hacer ante la jodida vida que debemos enfrentar. Por
mucho que queramos explicarnos la más reciente historia cubana, aunque nunca vengan
mal los recuentos, lo cierto es que desde hace un buen tiempo dejamos de hacer
poesía y empezamos a vivir la prosa que cada cual se está escribiendo:
realmente es desesperante, pero ningún dolor ni lamento nos resolverá los
problemas. Estamos para enfrentarlos e intentar solucionarlos. La realidad es dura
y no nos cabe, en honor a nuestra decencia, ningún protagonismo para pensar que
tenemos el camino ejemplar, salvo aquel donde colaboremos para que las cosas
mejoren. Posiblemente exista un camino mejor de la misma forma en que puede
existir otro peor. No tenemos ninguno de esos, sino el que vamos recorriendo, proyectado
por unos y no por otros, da igual en este momento, o mejor dicho, no da igual, porque
es el que hicimos buscando el beneficio para todos y nadie, nadie, ni el menos
favorecido, se imagina que él mismo puede joderse su vida.
La sociedad cubana, por no
decidir una vía numantina de resistencia, “gracias a Dios”, arribó al mundo y todos
estamos interpelados a entrar por esa puerta. El mundo entero está viviendo una
crisis total de todos los valores. De nada valen las argumentaciones y otras
historias donde lo que pasa en Cuba no pasa en ninguna otra parte. Todo pasa
también en cualquier parte. Cada lugar tiene sus propias características.
Nosotros tenemos las nuestras y son esas por las que debemos preocuparnos,
pero, por favor, no nos condenemos.
Cada día se hace más
notorio que el sistema que pretendimos, como una auténtica democracia de
participación colectiva, ha fallado. No lo logramos, pero, en honor a la verdad,
decidimos y aún seguimos decidiendo encontrarlo, claro, las condiciones han
variado mucho. Algunos podrían decir que perdimos mucho tiempo. Puede ser
cierto, aunque también puede ser falso. No resulta nada fácil conocer el camino
certero, a pesar de que algunos digan que era evidente que no escogíamos el adecuado.
Sería magnífico si pudiéramos ver las consecuencias de todos los caminos, en
fin, no existe esa posibilidad y la realidad obliga a cualquiera donde sea que
esté.
¿La tozudez por alcanzar
entre nosotros una verdadera democracia constituye una infamia? Es muy posible
que todos lo neguemos, no, no es ninguna infamia pretender lo que quieren todos
los pueblos del mundo. Otra vez podría aparecer una buena cantidad de especulaciones
del por qué seguimos siendo tozudos. Y no vienen mal, pero, otro favor, no
creamos que estamos muy equivocados. Sé que a muchos no les gustan ni un
poquito las comparaciones, como si estas fueran algo absurdo, y no, no lo son,
siempre estamos pensando en ese país mejor que queremos y siempre tenemos a
alguno en la mente, es lo más normal de la vida. Pues bien, ¿cuál es ese país?
Cada cual tendrá el suyo y si los juntamos será el nuestro.
¿En qué condiciones
estamos para que Cuba sea el que hemos elegido? Nuestro país, al contrario de
muchísimos otros, es dueño absoluto de todas sus riquezas. Eso tiene que
decirnos algo muy significativo. Creamos realmente que todo es nuestro y que no
tenemos que arrodillarnos ante ninguna empresa privada que sólo busque sus
particulares beneficios. De alguna forma nos sentimos con más propiedad para decidir
junto a nuestros gobernantes no caer en la jodida vida que se está viviendo en el
mundo. La responsabilidad y la exigencia han de ser mutuas. ¿Que tenemos
enormes fallos en la economía, la política, la educación, la sanidad, el
comportamiento social, etc. etc.? Por supuesto, como en cualquier otro lugar.
De ninguna manera somos una excepción, aunque lo quisimos ser y creímos que
podíamos a pesar de venir desde bien abajo en la escala de la vida. Tal vez sea
ese el mayor error que nos inculcaron los que nos han gobernado: bendito error.
Por ese error hoy debemos ser más capaces de luchar contra la corrupción que en
Colombia o en Italia. Por ese error hoy podríamos combatir mejor la
indiferencia que en Ciudad México o en París. Por ese error hoy deberíamos desterrar
con mayor facilidad la marginalidad que en Buenos Aires o en Madrid. Por ese
error, en definitiva, el pueblo cubano sabe que tiene armas de gigante para
enfrentar sus problemas. No dejemos que nadie nos quite ese error.
Si en ningún país del
mundo los pueblos suelen condenarse, ¿por qué vamos a ser el primero en hacerlo?
¿Queremos condenarnos? Es evidente que el resultado sería muy entretenido para
aquellos que no quieren que Cuba pueda cambiar nada y buscan nuestra más
absoluta rendición en la construcción de la democracia. ¿Queremos rendirnos? Es
muy fácil rendirse, así de sencillo: condenémonos creyendo que todo lo que
hemos hecho es el mayor fracaso de la historia de la humanidad, condenémonos
creyendo que la solución de los múltiples problemas que tenemos consiste en
renunciar a resolverlos y que vengan otros a entregarnos el país nórdico que no
somos y que nunca nos entregarán aunque nos lo prometan. No hay otro camino,
cubanos, que enfrentar la jodida vida de nuestros tiempos e intentar salir
airosos dondequiera que vivamos. Y una sugerencia: todo nos saldrá mejor y
mucho más feliz si lo hacemos con la memoria generosa de todo lo bueno que
intentamos y que hicimos. Nunca prescindamos de ese tan denostado error de
creernos con capacidad para no tener una vida jodida. Nuestra épica, como la
poesía, no es olvidable y en su recuerdo siempre deja las marcas donde un ser
humano logra sonreír.
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