Como cada año, nos llega el libro de la Agenda Latinoamericana con
sus provocaciones para el debate. En 2016 nos propone el tema
“desigualdad y propiedad”. La relación que más poder
deshumanizador engendra al afectar lo mismo a una persona que a un
pueblo. Más allá de señalar al Capitalismo como su más destacado
impulsor, se apunta a su soporte esencial: la propiedad privada que,
pervertida, anula toda humanización cuando se consagra como bien
supremo a cuidar para unos pocos.
Con este paisaje sólo queda seguir conscientizándonos para que la
sociedad, todas las sociedades, luchen por la solución de los
conflictos que vivimos, porque en ellos laten nuestras faltas de
humanidad. Es cierto que lo tenemos bien difícil con el Capital:
tiene muchas fuerzas, sobre todo la cultural, la misma que nos lleva
a salvarnos de forma individual con el poderoso júbilo de ser
propietarios. Es la noria de las causas imposibles si no vamos a sus
esencias.
Volvemos al punto cardinal: la salvaje relación existente entre la
desigualdad y la propiedad que nos mata, sea de forma militar o por
falta de techo, comida, medicina, escuela y cultura real. Mucha
gente, muchísima gente, por suerte para todos, opta por la paz y no
por la guerra, aunque esta paz conlleva fuertes movilizaciones.
Cuando los Medios, mediante el espectáculo de la desinformación y
el olvido, no nos dicen qué hay en el fondo de sus informaciones
sino que hurgan en la superficie, refuerzan el divertimento de la
resignación con el show conveniente a los propietarios. Por ello
prima el poder que otorgan las propiedades o la espuria organización
para apropiarse de los Medios Públicos. Cuando se legitiman esos
usos es que la ley, la democracia y el Estado de Derecho están en el
Mercado.
Así Catalunya, como España, Grecia o casi todo el mundo, puede ser
una mercancía floreciente o caducada. Si la adquirimos por tener la
economía más rica del Estado y que con su independencia dará más
riqueza y poder a algunos, no nos apartaremos de la perversión de la
propiedad y la soberanía no pertenecerá al pueblo. En esta batalla
de ideas surge el compromiso con la coherencia, la ética y la
justicia social aquí y en todo el planeta. Todo para condenar a la
propiedad en su aberrante deshumanización. De esta forma, en un
tiempo excepcional de su historia, Catalunya entra en el sueño por
el Bien Común, pero no se puede defenderlo en Barcelona y condenarlo
en Bruselas. Por ahí el sueño de la normalidad retorna a la
pesadilla de concebirla natural. Si vivir es ir descubriendo y
construyendo la condición humana entre todos como iguales,
reflexionar sobre la desigualdad y asumir responsabilidades es
primordial. Con ello, en este Primer Mundo del 1% más rico, avanzará
más rápido esta humanidad que a todos nos persigue para darnos el
exquisito valor de la propiedad: poder humano.
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