Los discursos en el Parlament de Anna Gabriel y Antonio Baños sitúan
a la anticapitalista CUP en la cumbre de la belleza. Sus argumentos
son casi impecables, sobrecogedores en su humanidad, pero esta
formación política corre el gravísimo riesgo de ser disuelta por
un Estado y un Orden Establecido con su ley de Partidos mucho más
poderosos que la República Catalana en estado de schock. También
puede ser anulada su belleza, de forma aún más despiadada, por esa
mayoría de votantes de Junts pel Sí que no la apoya y aunque no sea
una cuestión de aritmética, sí es un asunto esencial de principios
que quedarán muy tocados. La CUP ha exigido un tesoro bien grande
-la alborada para la nación catalana-, que no es exactamente la joya
por lo que las otras formaciones políticas buscan su complicidad. O
la izquierda anticapitalista alcanza la visible belleza de los olivos
antiguos o será la más perjudicada en la confrontación elegida.
¿Debíamos haberla evitado o era un deber asumirla sin haber logrado
ser bellos?
La utopía es un enigma muy amplio, sin cansancios, lleno de
coherencia y eticidad, abriendo el horizonte sin subterfugios ni
astucias de zorro negociando la trampa. Se va a la utopía, no se
está en ella. Y para llenar de pueblo el camino hace falta tiempo,
muchas luchas aún por fraguar. La realidad pide luz, mucha luz, para
no oscurecerse con la prisa que potencia la ira de los poderosos y el
derecho de sus propiedades a humillarnos y a destruirnos porque no
sabemos cómo se transforma el Poder.
En la barbaridad de la situación mundial, en la absurda formación y
distribución de la riqueza en la Unión Europea, en el abuso y
abandono en que se encuentran las clases trabajadoras españolas y en
los golpes de corrupción con que nos agreden las élites catalanas,
resulta un misterio que la izquierda anticapitalista imagine que la
derecha neoliberal abandone la dictadura de los mercados. Tal
espejismo es un viaje al retrato de su fracaso: los radicalismos de
la izquierda son responsables de la derrota, pero, ¿de qué victoria
hablamos? ¿Que quienes más han gobernado cómodamente Catalunya en
la realidad catastrófica del Capitalismo van a llevarnos a
transformar la ley, la democracia y el Estado de Derecho que nos
aceptó el Capital después de grandes luchas y muchos pueblos
marginados? Estaríamos ciegos si lo creyéramos. Sólo
movilizándonos todos los pueblos como uno solo podremos obtener,
como siempre ha sido, el poder para las transformaciones. La
temeridad es la brújula de todas las izquierdas, pero una caída de
cualquiera de ellas engrosa el pulso popular para señalarlas como
anacrónicas: vencidas por la historia. Los tiempos ya no conciben
quimeras y mucho menos izquierdas derrotadas.
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