Con alegría, serenidad y todo el futuro en sus ojos los
representantes de la CUP arriban con la coalición Junts pel Sí a un
punto determinante: el inicio de la independencia de Catalunya. Un
paso cuya solidez está en los otros que dibujen la nueva mesa del
poder. Por autenticidad o por máscara, el convite será popular.
Comenzarán a imperar los derechos de las clases trabajadoras, la
suma protección a los más desfavorecidos y la condena a los poderes
enclaustrados en unos marcos jurídicos donde se amparan muchos
políticos atados a otros intereses. Por encima de cualquier
legitimidad, incluyendo el arraigado dominio de la propiedad privada,
nadie debe padecer frío, ni hambre, ni insalubridad, ni ninguna de
las tantas faltas de humanidad con que algunos llevan cómodamente el
respeto al orden establecido.
Los grandes esfuerzos en las luchas contra las desigualdades
sociales, las más persistentes batallas por la solidaridad entre los
pueblos y los más desafiantes combates contra el capitalismo
depredador pertenecen a la izquierda. ¿Ha podido la CUP, una
formación de la izquierda anticapitalista, convencer a la neoliberal
CDC y a la ERC socialdemócrata de que la moción presentada
cuestiona todo el sistema político, económico, social, cultural y
moral para transformar a la sociedad catalana o es una estrategia
circunstancial para no sentirse los malos del proceso
independentista? Para la CUP no sólo se trata de levantar una
bandera por la autodeterminación de un pueblo o la defensa de un
idioma, una cultura y en definitiva la contienda por unas arcas y una
voz en el concierto de las naciones con Estado propio. Ahora los
empeños para la soberanía nacional implican, sobre cualquiera otra
aspiración, el imperio de la humanidad. Es evidente que en la
correlación de fuerzas entre la CUP y Junts pel Sí parecería
impensable e inviable una revolución anticapitalista en Catalunya,
pero nunca se sabe el recorrido de los sentimientos fundacionales. Es
verdad que cuando se come en un Primer Mundo, alimentado por el
enrarecimiento de las condiciones de vida de millones de personas en
el planeta, no es fácil erradicar el sistema con el que se come,
pero también es cierto que cuando la comida es escasa y se decide
fraternalmente su amplitud a otros comensales, el sistema exige una
sencilla reflexión: se empieza a crear un nuevo orden con todas las
consecuencias de sacrificio y resistencia que comporta o se pospone
la decisión fraternal y se mantiene el status quo hasta que otros
resuelvan el conflicto. Bien sabemos que Catalunya no está en
Palestina, pero el espíritu del cambio de época no tiene
territorios elegidos.
Tanto hierve la incertidumbre como se cocina la probabilidad para una
certeza sorprendente. Todavía es normal dominar y encauzar la
rebeldía de los pueblos. Habrá tensiones, pero, ¿ya no están
bastante tensos los de la CUP que, despreciados por el actual juego
democrático, aguantan los embates cotidianos que los destrozan? Y
¿también ya no hay demasiada tensión en los otros que vitorean la
independencia, ya sea por su derecho a salir de la historia vivida o
por salvoconductos de diversa índole? Estamos en plena turbulencia
donde los 10 escaños de la CUP, frente a los 62 de Junts pel Sí y
los 63 de la oposición, podrían no ser imprescindibles para la paz.
El 27S sigue en el aire. Entonces, no culpemos de los reveses que
puedan pasar a la CUP que, dando pruebas elocuentes de su
sensibilidad y que, sin machacar historias ni buscar salvoconductos
para llegar a sus lejanos horizontes, es la viva confianza de su
humanidad. Pero llegará el día. Y tal vez esté muy cerca, en que
los anti-pobreza, los anti-explotación de los trabajadores, los
anti-dioses bancarios, los anti-corrupción e impunidad empresarial y
política, los anti-convivencia criminal entre el primer y el tercer
mundo, los anti-glamurosos mentales, los anti-esperpentos humanos,
los anticapitalistas, esos chicos malos de la CUP que podrían en
breve coronar a otro rey, algún día serán decisivos para el final
de estos reinos.
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