En un mundo regido por la ley del dinero, sobre todo en la virtualidad de la que son propietarios las Corporaciones, la Deuda y los Bancos, esa ley domina la realidad con mayor eficiencia que sus aprendices de los recientes “Papeles de Panamá”. Para ellos es libertad, entre otras cosas muy conocidas, sacar su dinero de un país y dejarlo arruinado, es democracia el respeto a esa libertad, y son derechos humanos aquellos que les permiten disfrutar de esa libertad y de esa democracia. Anulan con el dinero -manejándole su valor- a las clases trabajadoras.
Estos adinerados crean su falacia de acuerdo a su falta de creencia en la verdadera riqueza. Con este dinero nos desarman frente a una libertad, una democracia y unos derechos humanos que si no somos sus cómplices, debemos desaparecer. Y no es que ser cómplice sea muy difícil, no, es muy fácil: nos callamos, no nos movilizamos y les dejamos que, cuando quieran, lo destrocen todo, lo mismo que ya han hecho con la libertad, la democracia y los derechos humanos. ¿Esperaremos ese minuto?
Ningún Estado ni pueblo, so pena de ser estigmatizados como populistas, comunistas o fallidos, pueden tener preocupaciones que desafíen las decisiones de los poseedores de la “riqueza del mundo”. Estos intereses privados han creado su régimen perfecto para ser asumido por todos los países. Ello evita que, aún siendo realmente ricos un Estado y un pueblo gracias a sus recursos, trabajo y organización de sus reales riquezas, puedan ir contra ellos. Ellos pueden, de un día para otro, forzar la temida fuga de capitales, el corralito, la devaluación monetaria o el bloqueo pertinente. Solo nos abren la puerta cuando le damos seguridad a su libertad, su democracia y sus derechos humanos.
Hay estudios muy superiores al mío, pero cuando cada cual realiza su propio viaje a esos conocimientos está en las mejores condiciones para elegir amigos y compañeros en las luchas por la libertad: eso es la unidad que tanto temen los dueños de nada y de todo.
(También publicado en El Periódico, Catalunya)
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