lunes, 1 de julio de 2013

En una noche blanca de Finlandia




Me contaba un artista cubano la sorpresa que le dio su padre cuando lo visitó en una de las noches blancas de Finlandia. Me decía que su progenitor estaba asombrado ante aquel suceso de luminosidad nocturna, pero que no sabe por qué lo asoció con su pasado. El padre había sido un humilde campesino analfabeto en el perdido pueblo oriental de Marcané y cuando abrieron una Escuela de Música enseguida apuntó al hijo, dada la afición de éste a tocar tambores al amanecer junto a otros chiquillos del caserío. El hombre estaba aturdido, según mi amigo. Del disfrute boreal pasó a imaginar el futuro que les esperaba a todos aquellos niños: seguir en el pueblito, tener la gran suerte de no enfermarse, no conocer una escuela, trabajar en lo que se pudiera y juntarse a otra guajira con la que tendrían algunos hijos  que heredarían el mismo destino. Jamás el padre y los padres de los otros muchachos pensaron que tocar tambores junto al canto de los gallos podría ser algo que se estudiaba, que tendrían una escuela para ello y que algún día su vida sería distinta. Así es la vida, cuenta el artista que contestó y seguidamente oyó otra reflexión: No, así no es la vida, al menos la tuya, la de tus amigos y la de muchísimos cubanos no iba a ser así y sólo cambió porque llegó una Revolución e hizo una Campaña de Alfabetización, un enorme plan de salud pública y luego fundó cientos de Escuelas de Arte por todo el país. Esa es la verdad y quien no lo reconozca se está engañando. Critica todo lo que quieras, criticar es saludable, pero nunca olvides de donde vienes ni a aquellos que hicieron el cambio de país para que no tuvieras el destino que ibas a tener.

Me fue extraño el cuento por boca de alguien en el exilio, ya que muchas veces esa historia suena a teque cansino, a destiempo y mentiroso. Enseguida se lo dije al artista agregándole que muy a menudo se dice que al que Dios le dio talento siempre termina triunfando y que en eso no influye ningún cambio político, al contrario, pues a muchos la Revolución les había jodido su brillante futuro como artistas. Pues, no, eso no es verdad, eso son contadas excepciones, me contestó mi amigo, tanto yo como los otros guajiritos de Marcané pudimos salir del destino de nuestros padres gracias a esa masividad en la salud y en los estudios hecha a partir del cambio político sucedido en Cuba. Eso es así y el que se jodió fue por pensarlo todo al revés y hasta Dios le pasa la cuenta.

Este relato me llevó a pensar en esas personas que, sin saber del daño que se hacen, se envenenan pasándole la cuenta a la Revolución Cubana y sacan un saldo tremendamente negativo. Esto es algo demoledor con la verdad, con la vida de esas personas y con su propia obra artística. Una importantísima parte de los cubanos teníamos un destino muy claro: vivir en el olvido y de ahí no salir ni por un milagro de Dios.

Es cierto que cometimos muchos errores y debemos enmendarlos, pero también tenemos muchos aciertos y debemos mantenerlos. Hemos vivido deprisa, esa es la verdad más próxima a la realidad. En el proceso revolucionario que vivimos no se salva nadie de su prisa. Por una u otra vía todos fuimos afectados y beneficiados. Y aunque haya algunos que aprovecharon el momento oportuno para saldar sus anhelos de poder, abusaron de él y subieron sus cuotas con el bienestar, ellos son el error y no el destino que debemos padecer, podemos subsanarlo. Y a pesar de nuestros errores, otras derrotas y del hecho de que algunos pretendan escamotearse a sí mismos el significado de la victoria de 1959, este suceso exalta a los cubanos para siempre. En todos nosotros, los de la isla y los de muchos otros sitios del mundo, está esa gigantesca obra cultural de la Revolución como una de sus máximas vigencias. 

Es muy posible que la cuenta a pasar tenga más que ver con el mundo que con nuestra pequeña historia. Si la pasamos y sacamos el saldo, Dios mío, cuántas cosas haríamos con la misma prisa de la Revolución y cuántos errores cometeríamos. Y no se trata de estancarnos en el reconocimiento, pero ya no puede haber lugar donde los cubanos no sepan qué es una vida digna, qué es la belleza y qué es un ser humano dondequiera que esté. Si no hubiera sido por la prisa de la Revolución todavía muchísimas personas estarían sufriendo y muriendo porque ese era su destino y no un error del pasado que tuvimos antes de la Revolución. Por eso es completamente natural, algo casi perfecto, que la Revolución Cubana siga viva y “cambiando todo lo que debe ser cambiado”. No creo que tengamos que pasarle ninguna cuenta. No obstante, si lo hacemos, el saldo será bien diferente. Tal vez sea esa la máxima lección en una noche blanca de Finlandia


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