La imagen de una posible mujer senegalesa, o india, me ha puesto en la disyuntiva de ver a una mujer hondureña reclamando sus derechos.
Una fotografía está llena de connotaciones personales y universales que nos afectan espiritualmente. La de la madre, el padre, el hijo, la hermana, son tan cercanas que ya tenemos todas sus singularidades incorporadas, definidas, amadas o rechazadas, pero ya pertenecen a nuestras vidas. Las reconocemos como una parte de nosotros. Viajan con todos sus derechos por el mismo camino.
Pero la fotografía de una extraña, aún cuando nos recuerde a una gran amiga, porque finalmente casi todos nos parecemos, se instala en otra zona de la conciencia donde una visita puede torcernos toda la vida.
Este es el caso de esta mujer. No sé quién es, ni qué idioma habla, ni cuáles son sus preocupaciones. La he visto por estos rumbos, le dí unas monedas y le hice la fotografía. Es una persona pobre, de las tantas que hay en el mundo. En la India, Senegal, Honduras, en cualquiera de esos países que van a la suerte de Dios y del flash con que acciono la imagen. Y ahí se queda, sin más razones que mi corazón abierto a la capacidad que pueda desplegar para asumirla.
¿Qué daño me ha hecho esta señora? Todavía no acierto a saber cuál es, pero sé que todo se debe a mi esfuerzo por reconocerla. No es ella la que debe hacerlo. Soy yo, el hombre de las monedas. ¿Y si de repente me entrara el impulso de ir a buscarla, de intentar hablarle, de hacer todo lo posible por sacarla de su situación? Entonces me viene a la mente que son tantos que ella comienza a desvanecerse. Como si la fotografía no fuera real. Está en la multitud que podría agolparse reclamando su derecho a la vida. Me doy cuenta que me falta valor para seguir averiguando. No sé compartir los bienes que tengo. Pero, sobre todo, no la reconozco porque yo continúo en mi viaje turístico, en ese tan defendido posicionamiento del “individuo libre, democrático, sensible y de buen vivir” del pensamiento occidental. Mi flash me ha jugado una mala pasada. Un ensueño en una mañana de sol que condena todo mi Sistema de vida y deja a esta señora en la más completa libertad de hacer conmigo lo que le dé la gana. Curiosa paradoja del Bienestar adquirido en este Primer Mundo del espectáculo garantizado para excluir a los demás.
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