Cuba es como una caldera de diamantes y de carbón, y nosotros, todos, con cualquier cosa que hagamos sobre ella podemos crear la erupción volcánica. Lo sabemos: dirigentes políticos, albañiles, escritores, carpinteros, artistas, críticos, periodistas, estudiantes, chapistas, maestros, economistas, los que quieren solucionar los problemas y los que quieren agravarlos. El mundo entero está consciente del difícil momento que pasa esa tierra donde están sembradas tantas esperanzas. Cada cual hará su aporte, aún aquellos que creen que “no se meten en nada ni con nadie” porque lo suyo es “vivir con normalidad”, o los que, cortejando una falsa libertad, dejan las cosas pasar porque, sencillamente, “lo que ha de pasar, pasará de todas maneras”, y también los que piensan que “ya basta de tanta cubanología”, porque el país tiene que ser como cualquier otro y “se acabó”. ¿Cómo qué país? ¿Como Colombia, Guatemala, Honduras? ¿Como Cuba antes de 1959 o como Cuba y su continuidad revolucionaria? Es muy importante contestar antes de meter la pata en el fuego, en la sombra o por esos siempre difíciles caminos de la lucha por Un Mundo Mejor. Todos pondremos nuestro granito de arena para que la Revolución y su grito por los excluidos se salve o se despeñe por el precipicio. Hasta en lo más simple que hagamos quedará nuestra huella ante el dolor o la fiesta.
Lo que suceda en Cuba, a pesar de que parezca de risa tanta preocupación, tendrá una influencia global: en el pueblo cubano sobre todo, pero igualmente en los pueblos latinoamericanos, africanos y en todos esos que malviven con el chantaje democrático, con la amenaza en suspenso de la Cooperación Internacional, con casi o toda la dependencia del Capital y sus gendarmes, con la permisibilidad para que los saqueen en nombre de los famosos Derechos Humanos, con la autorización a que los exterminen cuando lo necesite el Orden Mundial. Y también influirá en los “ricos” países del Norte. Cuba determinará si todavía es posible luchar, dondequiera que sea, por una vida digna, o si es mejor cruzarnos de brazos y que los poderosos nos sigan pateando el culo y “vete con tus cuentos liberadores al cementerio”. De acuerdo a lo que pase aflorará una sonrisa o la maldita lágrima de la cobardía, la histeria, la banalidad y el “ya no se puede hacer nada”. Indudablemente, el asunto es más serio de lo que nos imaginamos.
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