(Notas sobre “La bolita de papel”, de Christine Arnaud, en una traducción del francés de Margarita Damián Ramírez)
Un
libro que podría haber sido muy triste resulta inmensamente feliz
por la humildad con que su creadora se desnuda en él. La autora
elige las palabras de un escritor francés para darnos lo que no
tiene -la vida que se le escapa a través “de un agujero del
bolsillo de la chaqueta”-, porque es el no tener lo que con lúcida
soberbia es lo que más tiene y ella quiere entregarlo. Por ello la
decisión de escribir, como cantar o bailar, más allá del espejismo
profesional, se apunta en el camino de los poetas. Christine inicia
el trayecto con Eliseo Alberto, el escritor cubano del “Informe
contra mí mismo”, aquel que imaginó el encuentro de todos los
cubanos pasando por Ciudad México, y termina el recorrido con las
palabras de uno de los más grandes poetas cubanos, Cintio Vitier, el
que pensó que sólo dentro de la isla sería posible el tan ansiado
encuentro de los cubanos. Y se hace notar el triunfo metafórico de
este último sobre el primero. Christine ha “atendido” muy bien
el goce de vivir un tiempo histórico en Cuba mientras otras
estancias se le difuminan con disímiles relevancias. Ella arriba a
La Habana como una “privilegiada” técnica extranjera, a pesar de
su origen cubano, y se despide de la querida ciudad con el sagrado
intento de no perder ni la más mínima memoria de lo vivido.
En
brevísimas notas de Diario sin un contínuum cronológico, crónicas
nostálgicas, cuadros costumbristas, homenajes –entre otros al
radical uruguayo del Libro de los Abrazos-, y otros apuntes donde la
sensibilidad de la autora observa vivencialmente el camino recorrido,
el libro se desliza con suavidad entre evocaciones al ritmo del son
cubano y, parando de dar vueltas por unos orígenes que nunca pueden
tocar fondo, choca con el misterio de una “trituración académica”
de la autora en la Facultad de Letras de la Universidad de La Habana.
Pero como ha sido Cintio Vitier el elegido por la escritora para su
particular viaje racional por Cuba, el libro alcanza su mayor fuerza
emocional en los contrastes que Christine establece, casi como una
trituración afectiva, en las puertas cerradas, los saludos
indiferentes y otras señales que se le despliegan en el Departamento
de Francés de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el piso del
barrio de Sarrià, en variados recuerdos de París y en un ticket de
metro que se estruja. Con este contrapunto entre unas vivencias y
otras se reafirma el éxito de “la atención” reclamada por
Cintio hacia los más queridos valores de que nuestra autora se
enamoró durante los 13 años vividos en Cuba.
Uno
de los libros más sencillos con que uno se puede topar, y sin
embargo, uno de los libros que con mayor serenidad desvelan la
globalidad creciente de “las patrias”, uno de los libros que con
mejor brújula muestran el rostro de la diferencia y uno de los
libros donde con la más simple claridad puede “percibirse” –como
lo más importante- el espíritu que se agita en La Habana, en París
y en Barcelona. Finalmente entre las tres ciudades sale radiante la
capital cubana en su jubileo del cuerpo y otros detalles no menos
importantes. Y extrañamente o, ¿por qué no decirlo?,
tranquilamente, es la ciudad que se ha decidido dejar con una
profunda limpieza de alma de la cual el libro escrito es el más fiel
testimonio.
No
hay mucho más que explicar, o con gran exactitud, todo será
entendido por quienes disfruten de la lectura del libro. Y cuando se
llegue al final, o a la misma muerte, los que han elegido estar, como
Cintio, “intensamente atentos a las cosas que ven y viven”, serán
como Matisse: nunca dejarán de contemplar las huellas amadas con que
el tiempo los nombra.
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