Acompañados por los invencibles oráculos griegos, todos adivinamos
la enorme probabilidad de esta noticia de hace unos días: “Decenas
de trabajadores de la aerolínea francesa Air France penetraron en la
sede del grupo y agredieron a miembros de la dirección en el momento
en el que desgranaban su plan de ajuste, que incluye el despido de
2,900 empleados. Mientras que el presidente de Air France abandonaba
de forma precipitada el lugar al ver entrar a los trabajadores, estos
rodearon al director de recursos humanos a quien desgarraron la
camisa.”
Cuando los bancos y las grandes empresas del Ibex 35 de Madrid, en
plena crisis económica que arrasa a la mayoría de la población,
anuncian los millones que ganan en un año y estos son aún más que
los ganados el año pasado y muchos más que el anterior, se está
incrementando la barbarie en la sociedad que paga al “parado” de
larga duración 426 euros mensuales un año sí y otro no y a veces
nada. Así el trabajador desechado por el apetito de los grandes
mira el crimen que se perpetra contra él. Pero, evidentemente, el
“parado” sólo será noticia si comete un acto de locura, igual
que el acto que significan las ganancias del Ibex 35, excepto que
este, en vez de locura es un prodigio gracias a que los “parados”
y los “agachados” que aún trabajan por el salario que les bajan
están paralizados. Toda la sociedad se desvanece frente a los
crímenes legales que suceden. Se habla de una renta universal y de
otras mil formas para paliar la desigualdad económica que crece,
pero todo se acaba con palabras: no hay dinero y el Ibex 35 es muy
inconforme. Esa es la gran noticia: el dinero debe estar parado,
igual que los “parados”, para que continúe creciendo y a nadie
se le ocurra preguntar por donde se mueve.
Se sabe que todas las personas han de tener los medios
imprescindibles que le permitan ejercer la tan nombrada democracia
que tenemos. Es la única posibilidad para exaltarla con la libertad
mínimamente necesaria en el también tan nombrado y defendido Estado
de Derecho. Sin esos apremiantes recursos no hay democracia ni
libertad ni Estado de Derecho ni la más simple solvencia moral en
una sociedad. Y no se trata de ofrecer una ayuda, un favor o una
compasión para que los trabajadores sigan parados o agachados.
Tampoco se trata del loable gesto de compartir o distribuir el
bienestar. Se trata del deber que ha de tener un país con todos los
que han propiciado, directa o indirectamente, la creación de sus
riquezas. Cuando ese deber no se cumple, ¿cómo pretender que exista
el culto a los valores humanos que sustentan, o que al menos
propician, una convivencia social que aleje a las bestias? Vivimos en
una cultura que fomenta y reafirma en sus ciudadanos el más absoluto
salvajismo. Cuando un país se porta como las bestias, bestias tiene.
¿Lo sabíamos, verdad? Mientras exista la pobreza no debemos
continuar en la competencia sobre cuáles son las noticias más
espantosas de cada día. Son las mismas desde hace un buen tiempo: el
linchamiento de los pobres es el gran acto de los ricos para que los
trabajadores asuman su agonía y no piensen, parados o agachados, que
siempre son ellos los que han de moverse.
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