Mientras más se endurezcan las formas en que algunas fuerzas sobredimensionadas quieren impedir que la gente común sobreviva, mucho peores serán las visiones hacia ellas de esta gente y esto será espeluznante para todos. Tal vez sea esa la mayor desgracia que nos deje el egoísmo, la avaricia y la caduca insensatez que todavía perviven en nuestros tiempos asfixiados por la razón individual de la supervivencia. Cundirá la ira, el ataque sin más ni más, las acciones irrefrenables, el pésimo pensamiento de una libertad corroída por el individualismo. Serán ellos, los hasta ahora poderosos, los responsables de que la convivencia llegue a ser un matadero de incógnitos.
Los datos del derroche de las riquezas del planeta por la nula distribución hacia quienes padecen las carencias de lo más necesario, las corrupciones que van a todo tren como si el universo entero fuera un estercolero, la infrahumana desidia de la Justicia concebida como acuerdos convenientes, la carestía de la vida aún para aquellos que logran a duras penas subsistir, el apañamiento al delito como el que revelan las conversaciones del juez Alba con un empresario investigado, los linchamientos políticos como el que acaba de suceder en Brasil, la gigantesca crisis de los refugiados en Europa que amenaza cualquier estabilidad al priorizar alianzas estratégicas, y más allá de esto, la continuidad del saqueo a los países tercermundistas, el hambre y las guerras fratricidas que crean en esos pueblos, todo, todo junto no cuadra con ninguna esperanza salvadora como esas que sonríen en los sueños de Hollywood o en el mejor fútbol de la historia.
La gente común será presa del descontrol hacia la vida por los impulsos a la muerte en que unas fuerzas absurdas y enloquecidas por una copa más de vino están conduciendo a muchísima gente al precipicio de la razón. Si no hay una rectificación profunda del daño que el propio Primer Mundo se hace a sí mismo y a todos los otros mundos, que nadie espere el amanecer de una flor.
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