Como en cualquier parte del mundo, también en Catalunya el lenguaje es una medular herramienta para la verdad y la mentira. Es una pena que en el desahucio que se le practicó hace unos días a una familia con niños pequeños en Barcelona -como en los tantos que se realizan diariamente en la propia gran ciudad y en otras de Catalunya y España- no hayan asistido, si podían hacerlo, millones de personas para impedirlo. Es terrible que la desobediencia a la ley practicada por tantos el 9N de 2014 aún no se practique ante los desahucios.
Yo desobedecí al Tribunal Constitucional de España cuando presidí una mesa de votación el 9N de 2014. Yo no fui allí con la astucia o la inocencia con que algunos hoy tratan de explicar su responsabilidad en aquel proceso participativo. La verdad es la verdad aunque nos cueste lo que nos cueste, si es que exactamente es la verdad lo que nos lleva a creer honradamente que la encarnamos y que por ello la promovemos. Yo fui desobediente con la injusta ley que prohíbe la puesta de las urnas como un hecho democrático. Pienso que a los pueblos -a mí, a ti, a todos-, nadie debe impedirle ni disminuirle la responsabilidad que tienen con la verdad. Cuando ello se hace, venga de donde venga y arguméntese lo que sea, delata de tal forma a la verdad que la hace prácticamente una mentira.
Digan lo que digan muchos sobre la importancia de un asunto u otro para concurrir a él, no hay ninguno, si prima la injusticia, que nos libre de la responsabilidad que adquirimos asistiendo a unos y a otros no. Cuando eso falla, se siente el dolor de la herida con todo lo que nos falta para saber la autenticidad que practicamos con unas asistencias y unas ausencias. Y no se trata de ninguna valentía, sino de la coherencia necesaria para que la verdad se fertilice a sí misma y venza a la injusticia. No hay cosa más hermosa para la justicia que su práctica completa y no la elección parcial interesada que, aún con alguna verdad, siempre nos degrada hacia el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario