Estamos divididos, nadie lo duda, profundamente divididos, y no solo en una ciudad, una región o en un país, la rueda de la polarización está desplazada al mundo entero: entre los que viven con las mayores cuotas de distribución de la riqueza y los que mueren padeciendo las mayores angustias por no poder acceder a lo que es de toda la humanidad. Está en plena vigencia la frase de Warren Buffett: “Por supuesto que existe lucha de clases y mi clase la está ganando”.
La clase de los ricos está ganando la lucha a los pobres: tienen todos los recursos y medios para ganarla. Si las celebradas elecciones a la Constituyente Venezolana que le dieron el triunfo al Chavismo se hubieran efectuado en Argentina, México, Brasil o en cualquier otro país de los que giran en la órbita de las clases altas, la aceptación nacional y mundial sería total: han ganado el derecho a seguir viviendo su orgía de perfumes bajo un sol extremadamente luminoso. Pero si el derecho a no morir apestando bajo la niebla estalla en algún sitio, hasta en el más pequeño, que no gira en esa órbita, este derecho debe ser vilipendiado y finalmente derrotado.
Existen miles de matices como existen millones de personas en nuestro doloroso mundo, pero la frase de Buffett es la que fortalece al Chavismo: La victoria de la Asamblea Constituyente en Venezuela se va a defender hasta con los dientes.
Por supuesto que a partir de ahora todo es imprevisible. Pero los que mueren por un Orden Mundial asesino, lo mismo en el ardiente país suramericano que en una patera en el Mediterráneo, en un trabajo precario en España o en una lucha de clases en cualquier lugar del planeta, van despertando de su aburrida peste bajo tanta niebla incontrolable.
Cuando los Bancos y las Transnacionales ganan tanto, aunque logren sostener a una clase media contenta con su diferencia, son todos ellos, conscientes o no, los que incendian el mundo con sus inmundas ganancias. Así, la llama imprevisible nos alcanza a todos donde quiera que estemos.
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