Finalmente “el debate decisivo” fue un buen espectáculo teatral. Todos los intérpretes lograron el relajamiento físico, la magnífica memoria, la interrelación necesaria entre la tensión y la sonrisa y, para mayor éxito, el emotivo suspenso del último minuto.
Pero... ¿Por qué los argumentos de los principales partidos se acercan tanto a la discusión que podríamos tener en el bar del barrio? Suele responderse que eso sucede por la buena democracia y la extraordinaria fuente de información en que nadamos todos. La subjetividad de criterios y soluciones de los candidatos es igual a la niebla de lo que opinamos tomándonos una cerveza.
Se hizo notable que cada pretendiente a las máximas responsabilidades del país, aparte de nuestras simpatías, usó y reiteró datos estadísticos para contraatacar con sus verdades las mentiras de los otros, pero las dudas se mantuvieron. Por ejemplo, cada mes y cada año se tiene la cantidad de apuntados en el Paro, los que se dan de baja por empezar a trabajar, por muerte, por salida al extranjero y por su voluntad, pero la incapacidad oficial para relacionarlos hace improductiva cualquiera exactitud sobre la situación laboral que vivimos. No es un problema de las estadísticas, es un problema de los que las manejan. Por ello sentimos lo mismo con las medidas contra el fraude fiscal y la corrupción, la regeneración democrática y la reducción de la deuda, la lucha contra el terrorismo y el cumplimiento de las prestaciones sociales, etc. etc. El misterio nos persigue como un monstruo mudo.
Iremos a las urnas con el más absoluto desconocimiento de la realidad. Es muy posible que esto sea el mayor signo de la debilidad en las elecciones. Cuando tengamos un órgano público que, bien separado de intereses privados y de candidatos políticos, nos ofrezca las estadísticas verdaderas y relacionadas para el Bien Común, sabremos elegir a los que nos llevarán a él. Por ello ahora nuestro voto está desvalorizado al no tener la verdad del conocimiento. Superamos a Kafka.
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