En el país que, según organismos de la ONU nada sospechosos de chavismo, más se redujo la pobreza en América latina se ha producido el efecto óptimo para la desestabilización de la región. Se anunció con Argentina y Brasil está en remojo. Pueden esperar lo mismo Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Y Cuba que se prepare, ya que ella es imprescindible para que las transnacionales recobren su apetito en el área.
No es la voluntad por la vida de todos lo que triunfa, sino la operación contra todo lo que se oponga al amargo viaje de la mercancía. Miremos sus desastres y aparecerán las verdades de lo que acaba de pasar en Venezuela, pero analizarlo desde nuestras cómodas butacas frente a los ordenadores es un desafío a la ley de la gravedad. Hay que vivirlo, porque priorizar cualquier otro detalle diferente al negocio mercantil no posee un valor superior. Para el pensamiento también se prepara la caída.
No sólo por desestabilización política, económica y social irán al abismo los países, sino también por el modelo anti-natural que vivimos y que nos lleva a destruir los cimientos de la vida en la Tierra. El fracaso de la cumbre del clima de París es empujado por descalabros políticos como los que se ejecutaron en Afganistán, Irak y Libia, los que se ejecutan en Palestina, Yemen, Siria y Ucrania y los que celebran su victoria en Venezuela. Descalabros que nacen en nuestro agitado primer mundo casi como una tapadera de entretenimiento de los que se preparan para nosotros. ¿Alguien puede ignorar la catástrofe que significa la libre desestabilización del planeta? Ni el menos interesado en estos temas confía en su exclusión de la tragedia.
La libertad, la democracia y el Estado de Derecho, perdidos sus espacios en el mercado, vuelven a preguntarnos qué significan. Es muy claro que estamos obligados a desactivar el polvorín a la deriva que es el mundo. Mientras no se solucione una vida mejor para todos, la moral y la ética que predicamos mueren de hambre cien mil veces cada día.
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