Si el asambleario ejercicio democrático de la CUP, aún cuando pueda parecer engorroso el extenso debate que caracteriza su proyecto político, no cuenta con la simpatía de los acostumbrados a dejar a otros los problemas públicos, ello no significa que la democracia no gane mayores cuotas de efectividad con esta organización anticapitalista. Su definición antisistema es precisamente la que, al llamar a la participación colectiva en la política, mejor puede hacernos entender la caducidad democrática que padecemos y la torpeza de las manipulaciones.
Las turbulentas horas que estamos intentando digerir con la investidura de Mas rehuye esclarecer que no es cierto que el 27-S ganamos un mandato democrático para iniciar la independencia de Catalunya del Estado Español, pero desde JxSí y la ANC hasta los que dominan TV3 nos dicen y nos repiten que sí lo hemos ganado. Y aunque la CUP tuvo cierto matiz cuando Baños declaró que el plebiscito se había perdido, también defendió la pírrica victoria y comenzaron las negociaciones que todos sabíamos que no llegarían a buen puerto por la enorme diferencia entre los destinos de JxSí y la CUP. Pero la formación anticapitalista quiso probar fuerzas y extendió el mar de la agonía confiando en el independentismo popular. Posiblemente sea esa la gran responsabilidad de la CUP: el alargamiento de sus esperanzas en algún fuerte anticapitalismo catalán.
Es en JxSí donde debemos buscar la distorsión de la verdad con la pintura rosa que nos hacen ver del periodo de tránsito a la independencia. Y son todos sus miembros, desde CDC y ERC hasta los llamados independientes, los mayores responsables del aquelarre que lleva a Mas como el imprescindible President del procés. Es muy posible que nunca sepamos el origen de su visión del redentor. Pero, si realmente queremos ser soberanos, tenemos todo el inmortal tiempo de la vida nuestra y de las próximas generaciones si contamos con proyectos políticos tan sanos como la CUP.
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