Para nadie es un secreto la difícil realidad cubana y la complejidad de su solución. Múltiples preguntas rondan a muchos cubanos: ¿Cuándo se arreglará esto? ¿Tendré algún futuro, o presente? ¿Qué quiero cambiar? ¿Contra quién voy a luchar, o contra qué? ¿En algún país puede uno saltarse la disciplina que se debe a la responsabilidad aceptada? ¿Quién soy, o de dónde vengo? ¿Debo hacerme preguntas más sencillas? ¿Por qué los sacrificados médicos y todo el personal sanitario cubano no tienen el salario justo, necesario y adecuado que les pertenece? ¿Por qué los sacrificados maestros y todo el personal de la enseñanza no tienen lo mismo?
¿Y por qué también no lo tienen los sacrificados pensionistas, los científicos, los ingenieros, los arquitectos, los trabajadores de la construcción, los campesinos, los que limpian las calles y los baños públicos, los artistas, los deportistas de alto rendimiento, los dirigentes, los periodistas y todos los trabajadores cubanos sin excepción para que los jóvenes puedan estudiar en paz y los niños jugar sin que nada les quite la sonrisa? ¿Todo eso es posible en el país que continúa acosado por un mundo donde su mayor poder quiere destruirlo con unas cuantas noticias? ¿Acaso la gran interrogación está en entender que ante la catastrófica crisis del sistema capitalista mundial solo cabe nombrar al socialismo como única salida? ¿Cuba es fiel a esa encrucijada, o es que el socialismo cubano va con el ritmo de sus posibilidades? ¿Qué valor tiene mi individualidad? ¿Haga lo que haga, y que solo me corresponde a mí la decisión, es necesariamente lo que debe hacer el país?
No es ningún misterio para nadie que la economía cubana no acaba de levantarse y en el pueblo hierve su adquirido derecho a la máxima reclamación de respeto a su dignidad. Pero en una revolución acosada ningún derecho puede mantenerse sin conquistarlo diariamente. No basta el milagro de enunciarlo. Y si queremos convencer con las soluciones que ofrecemos, hay que explicarlas aunque muchos no quieran oír. Una vez, dos veces, tres, todas las que haga falta y hasta que dejemos de respirar solo es válida la explicación si no queremos quedarnos sin ninguna.
No hay otra Cuba a pesar de su dilatado desgaste, y si esta tierra de tantos significados gracias a tantas personas, y sobre todo a su Partido, su Gobierno, sus organizaciones populares y gremiales, sus instituciones, y todo aquello que ayudó a desarrollar el triunfo revolucionario de 1959 para que el país fuera realmente un país con su pueblo, si todo eso no lo defendemos y lo continuamos en la base a que ha llegado y no en la abstracción de los ideales, Cuba caerá. Y para que no caiga, nuestra individualidad debe explicarse en la colectividad del país. Tal vez sea ello nuestra mayor libertad en el compromiso con los significados de Cuba. En el curso de la Revolución es muy visible, más allá del fruto de la generación histórica, el trabajo conjunto de múltiples generaciones para llegar, a pesar del acoso y entre errores y rectificaciones, a la actualidad donde otras generaciones se dispongan a lo mismo.
Todo lo que podamos hacer en bien de Cuba es el más honesto y enriquecedor tributo a nuestra historia, pero jamás pensemos que por la incertidumbre en la falta de comunicación y por la falacia de la efectividad del envite entre nosotros mismos, un análisis, una crítica, una propuesta o aquello que se nos pueda ocurrir, por más brillante que sea, para nombrar la realidad y las soluciones del país tendrán algún sentido si no mantienen a la Revolución en pie a pesar de sus apuros. ¿O es que, sin atrevernos a nuevos esfuerzos y extenuada la imaginación, hemos decidido que Cuba caiga? ¿Sabemos adónde irá? ¿Existe un refugio sideral para la isla? ¿Qué salvamos o contribuimos a salvar? Vivimos el tiempo más urgente de nuestra individualidad. El país nos convoca a su altura y su dolor en todo lo que escribimos y hacemos. Es la única manera de saber, sin el veto de los sueños, qué capacidades tenemos para Cuba.
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