Preguntemos al moro, al negro, al indio, al sudaca, por qué tienen los ojos húmedos. Otra vez lloran ante el horror de un atentado terrorista y por ellos mismos. Su imaginario histórico y colectivo aún muy actual es del máximo dolor. Sus ojos cargan con la humillación, el saqueo y la destrucción de su esperanza: no ser el animal a que los han condenado. Unos luchan contra ese almacén abominable y otros se fanatizan para librarse de todo lo que les ahoga su sencillo corazón.
Aunque sea cierto que, por turbar las mentes de unos jóvenes educados en los valores occidentales de Catalunya, un imán animalizado de Ripoll logró enloquecer la cálida tarde de las Ramblas de Barcelona, todo está más allá de ellos, víctimas repugnantes de sus propias muertes.
Desde Wikileaks, Snowden y la BBC podemos encontrar notas similares a “Cómo los Estados Unidos, Europa e Israel contribuyeron a crear el Estado Islámico”. Entre todas resalta la investigación del profesor de la universidad de Ottawa Michel Chossudovsky, economista canadiense y director del Centro de Investigación sobre la Globalización en Montreal, titulada “24 verdades que los gobiernos occidentales no quieren que la población conozca acerca de ISIS y Al-Qaeda”. Por ellas muchos nos preguntan “¿Cómo es posible que sigan el juego de los Estados Unidos encaminado a crear un estado mundial policial, pasando por la destrucción de pueblos, culturas ancestrales y restos de antiguas civilizaciones? La barbarie en su máxima dimensión.”
Hay mucho por qué llorar y condenar, tanto como informarnos y pensar por qué esta vorágine irracional. Seguir el camino de los EEUU y continuar el mismo papel jugado en el Medio Oriente, ahora con la manipulación de la realidad en Venezuela, intentando orientar el destino de los recursos naturales de ese país mediante el derrocamiento de su gobierno, sería prolongar la amnesia. Imponerle al mundo tal violencia en los derechos humanos no contemplados para todos generan el satanismo de Trump lanzando sobre Afganistán “la madre de todas las bombas” y amenazando a Corea del Norte con “lanzarle fuego y furia como la humanidad nunca ha visto”. Ese poder engendra la animalización de la vida cotidiana. La violencia terrorista solo podrá derrotarse deteniendo la barbarie de una prepotencia que a su antojo nos construye y nos destruye nuestra condición humana.
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