Cuando más de 2 millones de personas podrían desafiar el orden establecido, la pérdida de su patrimonio y afrontar la cárcel por hacer funcionar unas urnas prohibidas, es que han asumido una posición bien radical. ¿Se llegará a la radicalidad de enviar esa realidad hacia otros pasos revolucionarios o la encrucijada marcará la dura aventura de una gran ilusión?
La CUP es radical en su lucha por la independencia catalana. ¿Es que se puede ser de otra forma? Está planteado en su cartel de la barredora de tantos males que nos aquejan. Los postconvergentes no lo entienden. ¿Puede hablarse de ampliar las bases independentistas o ya está bien como están? Los postconvergentes quieren un Nuevo Estado que después de obtenido fije las transformaciones necesarias. ¿Cuáles? He aquí el nudo gordiano que aún no se ha desatado. ¿Acaso la aprobación de las medidas austericidas de la UE que favorecen a los más ricos, la pertenencia a la agresividad de la OTAN con sus andanzas por el mundo y la preferencia por los maratones caritativos de TV3 en vez de una sensibilización con los significados de la Revolución Bolivariana en Venezuela a la que se le criminaliza incluso más que la TVE son las claves del cambio? Ello es el mayor desafío entre la decisión de arriesgarlo todo por tener unas urnas y la escaramuza nocturna que ama la radicalidad de votar y ganar el referéndum del 1 de octubre sin saber qué es.
Resulta bastante claro que con la manipulación mediática contra la CUP y que, con naturalidad, acogen las mayorías independentistas en nombre de la astucia y el buen hacer del catalanismo, sea la CUP quien se hunda en próximos comicios, aunque también puede salirle el tiro por la culata a los poderes que lideran el procés y la CUP emerja como la única vía para el triunfo independentista. Si la CUP logra insuflar en la sociedad que ser radical es la única solución para las luchas de los pueblos, las urnas señalarán su impostergable camino revolucionario en todas las soberanías populares.
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