La historia no tiene el magnetismo de las emociones ni las urgencias de todas las justicias, pero sí que se basa en ellas para ir tejiendo sus velocidades. Nadie sabe hasta dónde llegarán los magnetismos y las urgencias del independentismo catalán, pero de que influirán notablemente en las sociedades catalanas, españolas y europeas no caben dudas.
Por lo pronto está planteado la creación de Un Nuevo País con una apuesta bastante clara hacia Un Mundo Mejor que incluye, incluso, hasta el inconcebible acompañamiento -a regañadientes desde luego-, de una derecha que no ve salvación posible si no canta l'Estaca contra su poder corrupto y corruptor. Pareciera que todos, como debería ser, vamos juntos al encuentro de la unidad histórica por el bien de la sociedad humana. Sí, pacíficamente, pero es una revolución en toda regla y nada de revueltas postmodernas. Es la grandeza y la autenticidad de las reivindicaciones populares ubicadas en el corazón de la realidad. Lo que se ha planteado en Catalunya es más claro que el agua:
Justo derecho a vivir en la lengua y la cultura con que se nació y se quiere seguir creciendo, fin de la violencia policiaca donde el ojo de Esther Quintana sea un amuleto infinito, establecimiento de la Renta Garantizada Ciudadana que elimine las graves desigualdades sociales, cese de los desahucios y de la precariedad laboral, absoluto rechazo al corte de los suministros básicos cuando no se puedan pagar, defensa total de la sanidad y la educación públicas y gratuitas, combate muy bien definido a la corrupción, el fraude fiscal y la conversión del trabajo en engorde del capital. Y aún habremos de hablar de la deuda ilegítima y que nunca ningún pago de cualquier deuda sea a costa de la vida de las personas. Difícil y complejo desafío en el independentismo catalán que, estímelo o no, ya ha de asumirlo si no quiere ser derrotado como lo fue el pueblo griego cuando desafió a Europa y apenas recibió la necesaria solidaridad de los diversos pueblos europeos.
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