El mundo se iluminó con aquel octubre de 1917 en Rusia, y aun cuando la idea comunista que lo sustentó ha sido y es el pensamiento más descalificado y agredido de toda la historia, el fuego esencial de la humanidad no cesa de alimentarlo. Se buscan sus errores, sus absurdos y sus tropelías en su desarrollo en la Unión Soviética y en otros sitios que intentaron o intentan desbrozar el camino, pero su trascendencia y su luz se siguen exaltando en las más diversas sociedades del mundo.
No hay país ni pueblo donde la llama se haya apagado definitivamente. El aliento de la Revolución de Octubre está íntimamente ligado a lo mejor de la condición humana. Los poderosos motores que quieren ahogarlo, aunque logren algo, terminan desgastándose. Una y otra vez todas las corrientes del pensamiento se ven urgidas a repasarlo, a pesar de que algunas vayan de puntillas, y las que no lo contemplan en su magnífica fuerza y resonancia, violentan el curso de la civilización humana. Irremediablemente quedan rezagadas o disminuidas para la historia.
Octubre de 1917 no es solo la revolución o la esperanza en el mejoramiento humano, octubre es, sobre todo lo que conocemos y nos anima o nos desafía, el punto culminante en que la vida, para su existencia y protección, logra imaginar el cambio de una era.
Tenemos múltiples interpretaciones y vías de cómo será el futuro, pero en todas ellas Octubre nos lanza, nos advierte, nos transforma. Y ese es el gran trabajo de todos los que creemos en la proximidad del cambio mundial: buscarnos, acercarnos y definirnos ante la otra línea sin posibilidad de significarlo: el sistema político, económico, social, cultural y mediático que domina al mundo actual y que concibe a la libertad para que no logre nunca la unidad que lo entierre. La impotencia colectiva a cómo va la vida con la prioridad individual, el cambio climático y las guerras nucleares son el mejor ejemplo del método. Octubre es la mayor impronta para decidir la permanencia de la especie humana.
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