“ANDREA: Desgraciado el país que no tiene héroes.
GALILEO: No, desgraciado el país que los necesita.”
Son los parlamentos del cuadro 13 de la obra teatral GALILEO GALILEI, del escritor Bertolt Brecht, que me siguen interpelando a casi 40 años de haber dicho en escena el primero y escuchar el segundo. Nuestro mundo es cada vez más uno solo, pero cada vez más se nos revelan las inmorales diferencias entre sus partes. Mientras Galileo elige la salvación individual, Andrea legitima la defensa colectiva.
Por más de 1 año ensayé, junto a Julio Rodríguez, con el grandísimo actor y director cubano Vicente Revuelta el cuadro 14. Es el momento en que el maestro le entrega a su ex-alumno una copia del libro por el que está encarcelado, a lo que Andrea responde: “es mejor unas manos manchadas que vacías” y le extiende su mano que Galileo rechaza: “Bienvenida sea la Nueva Ciencia con la Nueva Ética que nos destruirá a todos al bendecir nuestra negociadora comunidad temerosa de la muerte, porque no hay trabajo científico que pueda ser escrito por un solo hombre”. Ello nos enfrenta a las cosas que hacemos: si es por “el vicio de hacerlas sin importarnos qué haga el poder con ellas” o si llevarlas con el pueblo demostrarán nuestras flaquezas.
Galileo, con su retractación al ver los instrumentos de tortura, paralizó la verdad científica de su tiempo e hizo retroceder las tribunas del pueblo que alentaba. Las luchas contra el poder que las generan han de lidiar su valentía con la responsabilidad asumida. Cuando esto se descarta, somos absorbidos por la suerte que, si bien puede salvarnos del martirio, nos avisa que debemos llamar a otros (no, por ahora, al nuevo Andrea) con más abarcadores entendimientos. Andrea, viendo al genio destrozado, lo absuelve: “usted dijo que le aburrían los que sufren y que el único propósito de la ciencia es atenuar la fatiga de la existencia humana”. Por ello el proceso de Galileo se mueve graciosamente entre nosotros mientras cuidamos la soledad de nuestro trabajo, nuestra comida, nuestro vino y nuestro sueño. Brecht reescribió el cuadro 14 varias veces y, sin olvidar la estrechez de la condición humana de su protagonista ni la suya con el horror del nazismo que lo ocupaba y del cual había escapado, priorizó luchar contra la catástrofe que significó el lanzamiento por los EEUU de la primera bomba nuclear sobre los pueblos. Con la autocrítica del sabio, Brecht nos propone que solo uniéndonos al sufrimiento del mundo podremos vencer al mercado de la infamia que nos asfixia a todos, porque las ideas solo alcanzarán algo realmente provechoso cuando la fascinación de nuestras luchas sea cambiar la historia.
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