Europa parece entrar en movimiento con el endurecimiento del conflicto entre Catalunya y España. Catalunya no es Palestina, ni el Kurdistán, ni el Sahara, ni tampoco Grecia, y mucho menos Cuba o Venezuela, pero está en el mismo mundo que ellos: los perseguidos por querer cambiar las reglas del juego democrático.
En momentos en que la UE espera de España un recorte de millones de euros y que ya el gobierno español ha puesto en sus presupuestos para 2018 en educación, sanidad y servicios sociales (un añadido a anteriores recortes asumidos por todos los gobiernos regionales del Estado), la situación se complica. Se ha dicho que las derechas catalanas y españolas usan al independentismo catalán para ocultar su corrupción. Y ahora desde el Banco de España se dice que la crisis catalana puede costarle al Reino 27 mil millones de euros. ¿Podrá el independentismo o su oposición hacer algo para evitar los recortes hechos, los que están por hacerse y remediar la gran pérdida que se cuenta por la crisis catalana?
Conocemos a los millones de trabajadores que han perdido sus empleos y subsidios, viéndose hundidos en la pobreza. También a los que ven cortados los servicios de electricidad, gas y agua, son desahuciados de sus casas y sufren mirando en silencio a sus muertos. Es un paisaje que reta al independentismo catalán y tienta a la historia.
No es si el imperio del capital sin fronteras está preparado para asumir un nuevo mapa en Europa, es si los pueblos que la forman lo están para sustituirlo. No es si la verdad y la mentira se unen para jugar su partida más ingenua, es si sabemos beneficiar a todas las luchas con sabiduría y resistencia. Despertamos al sueño democrático con nuestros principios o seguiremos viviendo la pesadilla de no saber distinguir entre el bien y el mal. No olvidemos que la historia, sin pertenecerle a nadie, es un campo de batalla en el telar de la memoria. Si se trabaja bien el tejido heredado y por hacer, no hay imperio que venza al tiempo del pueblo.
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