En este día de 1492 las tres
carabelas de Colón arribaron a Cipango, que no a las tierras de los
mayas, los aztecas, los incas, los taínos, los siboneyes y de los
tantos otros pueblos que hacían su historia más allá de la tierra
plana. Así comenzó el descubrimiento, conquista y colonización con
la espada y la cruz de lo que más tarde se llamó América. Por la
ley española 18/1987 se argumenta que el 12 de octubre se “inicia
un período de proyección lingüística y cultural más allá de los
límites europeos” y así van alabándose el día “de Colón”,
“del Descubrimiento”, “del Pilar”, “de la Madre Patria”,
“de la Raza”, “de la Hispanidad” y finalmente la fiesta por
el “Día Nacional de España”. Oscura fiesta que celebra el día
en que comenzó el mayor exterminio de estructuras sociales,
religiosas, idiomáticas, artísticas y de todo orden para una
cultura de paz con la tierra redonda que no conocían los europeos.
Con dioses y humanos diferentes a la Cristiandad se apostó por no
encontrarse, por no entenderse, por no reconocerse. Todo esto es
bastante conocido y lo desconocido siempre alimenta al generador
desafío.
Así Cuba inició en 1959 el
homenaje a la luz. La isla descubrió los alimentos para transformar
la vida. Había nacido otra historia en América Latina. De la
estrella solitaria cubana hasta la fundación del Estado
Plurinacional de Bolivia presidido por un nativo uru-aimara se
engrandece la fraternidad entre los pueblos. En esa república donde
la Naturaleza es sagrada, también son sagrados el encuentro, el
entendimiento y el reconocimiento. Si los conquistadores del siglo XV
sólo podían concebir la gran aventura de su viaje entre tinieblas,
los conquistados originarios y mestizos del siglo XXI logran convocar
a la épica de la iluminación: la resistencia por un firme acuerdo
para el Bien Común.
Año tras año y desde 1992,
buscando contrarrestar los vítores por los 500 años de un llamado
“encuentro de culturas”, se crea entre volcanes el libro de la
Agenda Latinoamericana para despertar conciencias allá y aquí.
Rápidamente la idea cobra fuerza en el Viejo Mundo. Y si ya es
notorio que europeos y españoles busquen esperanzas en América
Latina, los catalanes emprenden su proyecto de “ida y vuelta”:
cada año comparten con sus hermanos de allende los cielos, la casa,
el vestido, el trabajo, la sonrisa y las luchas pendientes. Un viaje
que se sustenta en la urgencia de tomar los alimentos sagrados. Si
eso es posible tan lejos de nuestros campos de labranza, ¿cómo no
imaginar que entre nuestros cultivos también se dan manjares de
estrellas? Si en los pueblos de España y de Europa no se descubren
esas luces, nada ni nadie podrá impedir el inicio de la
desobediencia a la oscuridad.
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