jueves, 8 de octubre de 2015

La rapiña cotidiana


Es de sumo interés para el Poder que se agota, como el dar más brillo a las noticias del espectáculo, las buenas guerras que cabe iniciar, el caos que producen los sobresaltos financieros y la prensa amarilla que debe envolverlo todo, romper la fuerza y la unidad de los pueblos. Si la agricultura favoreció la fijación de los territorios a los pueblos y el desarrollo de la navegación y el comercio posibilitó nuevas interrelaciones entre ellos, la ampliación de vínculos a través del gran salto de la economía mundial legitima el mestizaje creciente de pueblos y territorios. Todos esos pasos han tenido sus pros y sus contras, pero ninguno ha enseñado tanto sus contras como el actual imperio del Gran Capital con sus ansias uniformadoras enmascaradas de providenciales derechos individuales para todos. La gran mentira ya es de domino público, pero en su defensa, con abrumador soporte mediático, se implica una destacable cantidad de personas reales que pretenden, en escalera de clases sociales irreconciliables por la disputa de los bienes que ya poseen o a que aspiran, la continuidad, por encima de todo, de los marcos jurídicos de un Sistema elevado a la categoría del más natural existente en la historia. Un Sistema que arrastra a la civilización contra el ser humano y contra la vida. Cualquier iniciativa con futuro para la cooperación fructífera entre pueblos y territorios obligará el fin de ese Sistema.

Es una verdad absoluta que el buen humor y la alegría pueden hacernos más pasajeras las calamidades que sufrimos y nos entreguen las mejores armas para seguir adelante en el empeño por desarrollar plenamente nuestras vidas, pero no es menos absoluto que sólo cuando se pasa de la alegría a la seria y tensa fuerza para defender la vida es cuando, en realidad, puede hacerse posible un cambio de rumbo en los marcos jurídicos de falsas cohesiones sociales que nos cercenan la Nueva Era que se nos acerca.

Resulta una maravilla que haya personas que busquen con ahinco el rostro indivisible de otra persona, de otras personas, y disfruten con la fiesta de reconocer en él todos los paraísos. Todavía el tiempo de la fraternidad, la igualdad y la libertad no se nos ha escapado de nuestras mentes y corazones. Pero algo lo está frenando: que sigamos viviendo con sobrada indiferencia institucional y suficiente impotencia popular el más espeluznante crimen de la miseria, de las enfermedades curables sin solución, de la explotación de los trabajadores, del marasmo educacional, de la desvergüenza de la ética y de la terrible destrucción de la Naturaleza que no nos deja ser hermanos. Todo nos obliga a pensar: ¿existen los pueblos del Primer Mundo o sólo son diversas empresas privadas que negocian la paz o la guerra por un puñado más de monedas? ¿Son la dignidad y el coraje que la sustenta motivos de orgullo o ya esos valores humanos son mercancías a conveniencia? ¿Nos acercaremos a la Nueva Era para cooperar o nos llegará despiadadamente sin contar con nosotros? Hay mucho que hacer en el mundo. Urge la revitalización de todos los pueblos unidos contra el Poder que los aniquila. Si olvidamos esos quehaceres, nada evitará la rapiña cotidiana entre pueblos y territorios esclavizados al Sistema.

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