La conferencia política de la CUP dejó muy claro una cosa: sin
ellos, aún siendo tan pocos, no hay salida humana al proceso
independentista que vive Catalunya, porque lo mejor de este fervor es
su humanidad y no sus banderas ni sus fiestas. Tramo por tramo en las
grandes movilizaciones aparecían los refugiados de los mil tipos de
desahucios que genera el Sistema. Un Sistema que, contra lo que
pudiera parecer, exige ir por delante y sin pedir permiso por delante
va con apoyos suficientes.
Cualquiera otra cosa que se quiera interpretar en las palabras de los
hablantes, incluso en sus términos de viabilidad económica,
política y social, estará marcado por una honda disminución de la
memoria. Si aquellos que reclaman sus legítimas ansias de fundar un
nuevo Estado sólo piensan en la creación de una “mini España”
con sus derechas, sus izquierdas y sus pectorales, con sus ricos, sus
pobres y sus marginados, con sus Bancos, sus grandes empresas y sus
desechables asalariados, con sus pomposos festejos nacionales, su
armada invencible y sus coqueteos con la gloria, y no les pasa por la
cabeza que ya es hora de inaugurar, a pesar de los sacrificios, los
abandonos y las turbulencias del pensamiento, la liberación de las
clases populares, lo mejor que podrían hacer sería parar el reloj
de su tiempo y mirar con los pueblos que devasta el Capitalismo cómo
entenderse con estos de la CUP. Sólo con la comprensión de estos
paisajes podremos quitarnos todos juntos las espinas del alma. Es una
vieja entelequia querer salir de un Estado vergonzoso para construir
otro de la misma calaña. Quitarle vergüenza a la independencia es
crearnos una mística del pasatiempo continuo.
Es muy posible que a muchos les cueste la mayor risa de la vida creer
que todavía pueden tener frente a ellos a alguien con ganas de ser
hermano. Porque cuesta, cuesta muchísimo creerlo, pero si no creemos
en ello como cree la mujer encinta en la feliz llegada de un hijo,
nunca tendremos hermanos. Y no se trata de una vocación para ser
héroes o mártires de una épica contra el Capitalismo, sino de la
seria y responsable devolución al pueblo de toda la soberanía por
la que trabaja para sostener la vida colectiva. No es una razón de
ultra radicales de izquierda, es el salto desde el abismo en que unos
pocos han concebido la existencia de la inmensa mayoría. No es una
guerra entre comunistas y capitalistas en la que ambos podrían
decirse “cállate, que tú también tienes tu historia”. Se trata
de avanzar hacia nuevas imaginaciones en la infinita incertidumbre de
las luchas por una mejor humanidad y donde si sucumbe la respiración
de los anti-sistema, como buscan o tolerarían otros muchos, sólo
nos quedará el olvido, la indiferencia o la resignación hacia el
chantaje con que nos ahoga el Capitalismo.
Los de la CUP siguen buscándonos para que la Revolución que
cantamos sea verdadera y funcione. Si también ellos se corrompen no
culpemos a la Banca usurera, ni a las Transnacionales insaciables, ni
a los políticos del fango. Seremos nosotros mismos, como míseros
trabajadores de la sumisión al Sistema, quienes los ejecutaremos
porque no fuimos capaces de verles la esperanza, lo imprescindible
para ir por delante con vergüenza. No valen sólo las sonrisas, los
emocionantes discursos, las olímpicas exhibiciones y el desafío a
la ley. Si la fraternidad no se alimenta, la selva aumentará su
divertido banquete con nosotros. Ahora empieza el tiempo real a ver
quién vive: la vergüenza o el pasatiempo. Y lo más destacable: en
cualquiera de las elecciones vamos a morir todos, pero elegimos cómo vivir.
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